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Civilizaciones: Vikingos El Terror de la Edad Media
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De: ☼TäRA☼  (Mensaje original) Enviado: 19/06/2010 18:45

Vikingos El Terror de la Edad Media

LOS DEMONIOS DEL NORTE
A finales del siglo VIII, surgieron de los helados mares del Norte para tomar por asalto el mundo. En los 300 años siguientes atacaron a las naciones civilizadas. Nada podía detenerlos, ni los océanos, ni el miedo a lo desconocido, ni los gobernantes de Europa... Eran los vikingos. Detrás de sus leyendas barbáricas hay una realidad más espectacular; los vikingos eran exploradores, colonos, comerciantes, y cruzaron los mares en busca de botines y riquezas. Desde las orillas de América del Norte hasta los mercados de Bagdad, abrieron las fronteras a asombrosos cambios sociales, políticos y económicos. Después desaparecieron.

Venían de una tierra con fiordos de aguas muy profundas, granjas pobres y duras rivalidades de clanes, lo que hoy es llamado Escandinavia. Al comienzo de la Era de los Vikingos, la granja familiar era la unidad económica básica de los noruegos; como eran granjeros y ganaderos, sembraban granos y vegetales en las épocas cortas de cultivo y dependían mucho de su ganado. Pero la paz en las tierras del Norte estaba llegando a su fin. La creciente población vikinga exigió tener más tierras cultivables y surgieron grandes tensiones. Inevitablemente, la violencia irrumpió entre los clanes cuando los más fuertes atacaron a los más débiles. Con brutal violencia, los saqueadores cayeron sobre los granjeros con hachas y espadas; se produjo una lucha por tierras totalmente anárquica.

Como habían pocas tierras y riquezas disponibles en las regiones del Norte, algunos vikingos olvidaron sus disputas y se prepararon para buscar fortuna en otro lado. Las manos y herramientas que usaron antes para hacer las vigas de los graneros, las utilizaron entonces para hacer algo que cambiaría para siempre la vida de su pueblo: la creación del barco largo vikingo. Estas extraordinarias naves de diseño revolucionario llegaron a cambiar el curso de la historia y dieron origen a una embestida que dominó Europa y otras zonas durante los siguientes tres siglos.

En sus barcos largos, los vikingos utilizaron sus antiguas técnicas para hacer botes y sus habilidades como marinos. El resultado fue un barco de poco calado y gran adaptabilidad, fue una maravilla tecnológica en esa época.

Este pueblo no era guiado por un Rey único o un gobierno central. Cada aldea noruega actuaba en forma independiente y tenía su propio Rey. Los vikingos se unían para realizar sus audaces misiones, dejando a sus esposas e hijos y yéndose al mar. Su objetivo era saquear, y para ello se armaron de forma adecuada.

Unas de las primeras víctimas de sus saqueos fueron los monjes de Lindisfarne, en las costas de Inglaterra, en junio del año 793. Allí se encontraba el Monasterio de Saint Cuthbert, uno de los sitios más sagrados de las islas británicas, rico en religiosidad y en tesoros más tangibles también.

Los monasterios de las costas eran atractivos para los vikingos debido a su gran acumulación de riquezas y la pasividad de los monjes.

El libro “Crónica Anglosajona” es la fuente primaria de la historia de Inglaterra desde el siglo V hasta el siglo XI. Allí se registró el terror causado por estos invasores, en él se dice: “Los estragos de esos paganos destruyeron la Iglesia de Dios en Lindisfarne, asesinaron y saquearon”. La historia marcó este ataque blasfemo a esos monjes y sus tesoros, en el año 793, como un hito. Fue la primera incursión marina importante de los vikingos, pero Lindisfarne y los otros monasterios vulnerables en las costas de las islas británicas fueron solo el comienzo.

A finales del siglo VIII, los vikingos pusieron sus miras en premios mayores. Las principales ciudades de Europa estaban a punto de sentir el poder y la furia de estos noruegos.

LA BARBARIE VIKINGA
A mediados del siglo IX, unos cincuenta años después de lo sucedido en Lindisfarne, el rumor de las riquezas de Europa se había expandido mucho. Familias noruegas, aldeas y comunidades enteras se unieron para construir barcos largos. Planeaban mejorar sus condiciones a expensas de los incautos pueblos al otro lado del mar.

Los grupos de vikingos se hicieron a la mar sin tener a un líder único que los uniera a todos. Sus flotas a veces estaban compuestas de decenas de barcos, cada una de ellas actuaba en forma independiente, lo que hacía que fuera más difícil detener sus ataques. Asimismo, Europa es un continente que se destaca por su red de ríos grandes navegables, a diferencia de otros que tienen muy pocos. Ésto facilitó el trabajo de los vikingos, quienes podían entrar casi en cualquier extensión de agua debido a que sus naves eran largas y estrechas.



Uno de los primeros ataques por río ocurrió el año 845 d.C. gracias al famoso líder vikingo Ragnar, un danés. Con una flota de 120 barcos, cuyo camino era el Sena y el objetivo París, diezmaron las fuerzas francesas a orillas del río y condujeron a sus prisioneros a un terrible final. Se dice que los guerreros de Ragnar ahorcaron a 111 soldados capturados ese día. Un monje local llamado Ermentarius describió la matanza y destrucción vikinga que siguió por muchas décadas a lo largo de los ríos Sena, Loira y otros más; él escribió: “El número de barcos creció, la corriente incesante de vikingos no deja de crecer. Por todos lados los cristianos son víctimas de masacres, incendios y saqueos. Los vikingos conquistan todo lo que esté a su paso y nada puede resistirse a ellos”.

Cuando las enormes flotas vikingas enfilaron hacia París, una ciudad grande y bien defendida, el Rey de Francia, que entonces vivía allí, optó por no enfrentarse a estos bárbaros y correr el riesgo de que la ciudad fuera destruida. Carlos el Calvo, Rey de Francia, le pago a Ragnar casi 6 toneladas de plata y oro para que los invasores se fueran y no volvieran jamás. Pero eso produjo el efecto contrario, al regarse el rumor de que podía obtenerse un botín y un tributo semejante, habiendo tierras y bienes por todos lados, los saqueos en el Norte de Europa y el resto del continente continuaron con gran fervor.

Entre los años 790 y 1100, los vikingos usaron todo río y extensión de agua para ir al corazón del continente. Sin embargo, a estos bárbaros les esperaba también un nuevo mundo. Los noruegos escribieron el que fue quizás el episodio más colorido de la historia vikinga como exploradores temerarios que colonizaron Islandia, Groenlandia y otras tierras lejanas.

EL NUEVO MUNDO
Con la colonización de Groenlandia surgió la historia de dos legendarios vikingos noruegos: Erik el Rojo y su hijo Leif Erikson.

Cuando el padre de Erik fue desterrado por homicidio, éste abandonó Noruega con su familia y se instaló en Islandia. A finales del siglo X, Erik Thorvaldson, llamado “el Rojo” por el color de su cabello, también tuvo que enfrentarse a una acusación de homicidio y fue desterrado, por lo que se decidió a explorar las tierras que su amigo Gunnbjörn Úlfsson había avistado al Oeste de Islandia. Así llego a la costa Este de Groenlandia y se convirtió en el primero en colonizar esa tierra inhóspita.

Erik comenzó a promover esas tierras pero sin decir que sólo un pedazo de la costa era habitable, dijo: “Tenemos Groenlandia, es una tierra verde”. Es indudable que algunos fueron, vieron como era en realidad y volvieron a sus casas; pero muchos vikingos robustos y fuertes se quedaron ahí y tuvieron una vida muy dura. El suelo no era muy arable, aunque se podía pescar y había otros tipos de carne disponibles.

Durante el liderazgo de Erik el Rojo, sobrevivió en esa tierra lejana una sociedad agraria noruega. Como órgano de gobierno, los aldeanos formaron una especie de asamblea pública o corte judicial como la que tenían en su tierra natal. Allí los hombres libres tenían derecho a hablar para defenderse y tratar asuntos de interés comunitario. De esa comunidad de hombres libres surgió el hijo de Erik el Rojo, Leif Erikson. Al igual que su padre, él ansiaba explorar nuevas tierras y en el año 1000 se hizo a la mar.

Al seguir los rumores acerca de una tierra desconocida al Oeste, Leif Erikson descubrió un nuevo mundo. Durante la travesía hizo escala en Helluland (quizá la Tierra de Baffin), Markland (quizá Labrador) y por último en Vinlandia. Los especialistas en la materia aún no se han puesto de acuerdo sobre la exacta identificación de Vinlandia. Mientras unos sostienen que se trata de Terranova, para otros se trata de Nueva Escocia, o incluso de Nueva Inglaterra. Lo cierto es que en 1963 los arqueólogos encontraron unas ruinas vikingas en L’Anse aux Meadows, en el norte de Terranova, que corresponden a la descripción que hizo Leif de este lugar.

Quinientos años antes de que Colón hiciera su histórico viaje, los vikingos ya habían unido el Hemisferio Oriental con el Occidental.

Después de pasar el Invierno en Vinlandia (Terranova), Leif Erikson volvió a Groenlandia y les presentó una novedad a los colonos de la Isla... Con las mismas herramientas con que hacían sus barcos largos, hicieron unas cruces de una nueva religión, decidiendo así convertirse al Cristianismo.

A comienzos del siglo XI, 200 años después del ataque a Lindisfarne, el pueblo noruego aún no tenía un Rey único. Al expandirse la influencia de los vikingos, el resto del mundo los moldeó a ellos. Sus líderes vieron al Cristianismo como un medio para unirlos y para ejercer un mayor control.

EL DESPIADADO
A pesar de los intentos de unificación a través del Cristianismo, a la larga los vikingos lucharon entre ellos mismos. Noruega se sumió en una guerra civil. En el año 1030, se enfrentaron fuerzas leales al gobernante danés Canuto el Grande contra el Rey noruego Olaf en la batalla de Stiklestad. De la cenizas de la lucha que cubrió de sangre la tierra y el alma de Noruega surgió un guerrero nuevo: Harald Hardrada, medio hermano y heredero del Rey Olaf. A mediados del siglo XI, cuando Harald se hacía hombre, desarrolló la ambición de de dirigir y unir a Noruega, pero primero debería obtener el poder para hacerlo.



Olaf murió en la batalla y Harald, que entonces contaba tan sólo quince años, huyó al extranjero. Fue a Suecia y después se marchó a Kiev, una próspera ciudad comercial situada en la actual Ucrania. En el año 1031, siguió la ruta de los vikingos suecos que habían fundado centros de comercio en los dos siglos anteriores para tener acceso a los productos de Oriente. Los suecos fueron allí como saqueadores violentos, pero se quedaron y se volvieron comerciantes. A través del comercio, Kiev conectaba el mundo escandinavo con el más amplio mundo de Oriente; ese fue un detalle que no se le escapó a Harald. En esa intersección de cultura y comercio se dio cuenta que sin un mercado para los productos de sus saqueos, su poder sería limitado.

Los productos materiales eran sólo una parte del comercio, los vikingos también eran comerciantes de carne humana, eran amos de esclavos y vendían a los hombres y mujeres capturados en sus saqueos.

Pero a pesar de las lecciones de economía aprendidas en Kiev, Harald no fue sólo ahí a buscar fortuna en el mercado. El corazón de vikingo latía con fuerza en su interior. Él también debía asumir el papel de un guerrero y aprender las cosas que lo convertirían en Rey.

En el año 1038, Harald ya había tomado confianza y tenía ansias de saquear, siendo el líder de una gran fuerza de mercenarios vikingos. Fue contratado por gobernantes del Este para aplastar rebeliones contra ellos y obtuvo riqueza y poder mientras se preparaba para ir a Noruega a tomar la corona.

En Sicilia, Harald mostró su legendario ingenio. Él era un General que se caracterizaba más por su astucia que por su gran valor. Una de sus tácticas al llegar a una ciudad y sitiarla era hacer que sus hombres atraparan a los pájaros pequeños que volaban hacia dentro y fuera de ésta. Luego, con cordeles y gomas les ataban ramas en llamas y los soltaban. Los pájaros volvían a sus nidos en los techos de paja, comenzando así un incendio que facilitaría la toma de la ciudad.

En su libro “La Saga del Rey Harald”, el historiador islandés del siglo XIII, Snorri Sturluson, escribió esto sobre la eficiencia de su plan para tomar Sicilia: “Gracias a su plan, la gente salió de la ciudad pidiendo piedad. Era la misma que antes había lanzado insultos al ejército y a su líder por varios días”.

Harald perdonó las vidas de todos los que pidieron cuartel y se apoderó la ciudad. Después de casi 15 años, este astuto guerrero tenía la reputación y riqueza necesaria para reclamar al fin su justo derecho sobre su fraccionada tierra natal.

En el año 1046, se dirigió de regreso a Escandinavia como un mercenario famoso con la riqueza y ambición de un Rey pero sin poseer ese título. Dado que era el heredero próximo del trono de Noruega, estaba listo para reclamarlo. El problema era que su sobrino, Magnus el Bueno, lo ocupaba en ese momento, de manera que tuvo que negociar el asunto. Pronto llegó a un acuerdo con su sobrino para que ambos compartieran el trono. Eso funcionó... Magnus murió un año después. No hubo pruebas que sugirieran que Harald lo mandó a matar, aunque si hubieron acusaciones lanzadas en ese sentido.

Luego de completar su reclamo al trono, Harald actuó para asegurarse de no tener rivales en el poder. En 1047, se lanzó a destruir a sus adversarios. Con una brutal mezcla de inteligencia y venganza, desató una furia tremenda contra todo el que se opusiera a él. Su mensaje era simple: “ríndanse o morirán”.

En todo el país, los enemigos de Harald pagaron un precio alto por su deslealtad. En “La Saga del Rey Harald” aparece como el Rey celebra en sus propias palabras su insaciable crueldad: “Mato sin remordimiento y recuerdo todos mis asesinatos. La traición debe ser aplastada con buenos o malos medios antes que pueda causarme daño. Los árboles de la insurrección crecen gracias a las bellotas de la traición”.

Al aplastar la insurrección se decidió realizar una celebración. Los fieles partidarios del Rey Harald fueron a su casa de madera, la Sala Grande, para una espléndida fiesta. En la Sala Grande se realizaban tratos políticos importantes, se ofrecían sobornos, se forjaban alianzas, y se ejercía el poder.

Tomando Kiev como modelo, el Rey Harald creó un importante centro de comercio en un estratégico pueblo costero donde habrían productos de todo el mundo. Ese pueblo fue Oslo, que llegó a ser uno de los grandes puertos de la región. Harald sabía que el comercio sería lo que uniría al pueblo vikingo y le daría la riqueza y estabilidad que deseaba. Los mercados de Oslo estaban llenos de productos de las granjas vikingas: trigo y vegetales, pieles y telas. Los barcos largos traían productos de todo el mundo consigo: especias, oro, telas, minerales valiosos, y esclavos. Se vendían cerámicas y vasos de Alemania, joyas de plata de Francia, y monedas de las lejanas tierras árabes.

Los vikingos se volvieron comerciantes astutos mientras Oslo crecía y prosperaba. Pero el desarrollo de ese importante centro comercial solo aumentó el apetito de Harald por tener más riqueza y control. Entonces decidió atacar un objetivo más grande, y ese objetivo fue Inglaterra. Se subió en su barco y por supuesto reunió muchos otros más. A él se le unió el hermano rebelde del Rey de Inglaterra, Tostig, y entonces partió hacia lo que pensaba sería otra conquista para su reino.

El hombre que una vez fue un refugiado había obtenido un asombroso poder e influencia política entre su pueblo. Ya había conquistado a sus más duros enemigos vikingos y sus acciones se habían topado con poca resistencia. Inglaterra y todas sus riquezas parecían estar al alcance de su mano de hierro.

A finales de septiembre del año 1066 d.C., un jinete llevó noticias urgentes y sombrías a la ciudad de York: el Rey vikingo Harald Hardrada se acercaba. Los ingleses conocían bien su brutal reputación. Solo una acción rápida y un gran valor podrían detenerlo.

Harald empezó su conquista en la costa y, después de ganar una serie de rápidos encuentros violentos, parecía tener asegurado el triunfo. York aparentaba estar preparado para rendirse. Entonces los vikingos se dirigieron al puente Stamford, a unos 11 Km. de la ciudad. Harald esperaba que los líderes de York le homenajearan y le presentaran unos rehenes como tributo. De hecho, el Rey vikingo estaba tan convencido de que el Norte de Inglaterra era suyo que ya casi había sido felicitado por sus hombres y por eso partieron sin sus armas.

Los ingleses no fueron tan descuidados. Su Rey Harold Godwinson (Harold II de Inglaterra) marchó con sus soldados a paso redoblado por el bosque para interceptar a los vikingos; sus soldados con espadas usaban mallas, sus arqueros estaban bien armados. La decisión de parar la invasión vikinga y salvar su ciudad era absoluta.

Cuando apareció el ejército inglés, al menos eso es lo que dicen las sagas, los vikingos quedaron muy sorprendidos al ver sus armaduras brillando al sol y acercándose a ellos. No sabían quiénes eran, pero al acercarse más los reconocieron. Harald tomó entonces una decisión fatídica, en lugar de retirarse y esperar el resto de sus tropas de los barcos, quiso pelear de inmediato. En un momento dado, los ingleses retrocedieron, los vikingos sintieron que habían triunfado y sus fuerzas rompieron la formación. Según “La Saga del Rey Harald”, éste reanimó a sus hombres con las siguientes palabras: “Lleven sus cabezas siempre en alto en batalla porque las espadas buscan destruir las cabezas de los guerreros condenados a morir”.

La historia cuenta que un guerrero se paró en el puente y contuvo a todos los ingleses. Ambos ejércitos eran pequeños, algo usual en la Edad Media. Cuando este valiente guerrero vikingo que contenía al ejército enemigo para que no cruzara el puente fue herido, el camino quedó libre y los ingleses cayeron sobre las fuerzas de Harald de armaduras ligeras atravesándolas como lo hace una guadaña con el trigo. La batalla fue salvaje. Los vikingos usaron su habilidad y valor contra un ejército que luchaba para proteger su tierra natal. Los invasores cayeron uno tras otro y su sangre cubrió el suelo inglés en una matanza terrible. Las sagas vikingas narran cómo fue esa lucha: “El corazón guerrero de nuestro líder no vaciló, el Rey mostró a todos su gran valor en el fragor de la batalla. Su espada sangrienta hirió de muerte al enemigo”.

En medio de la batalla, una flecha lanzada con puntería o guiada por el destino se enterró en la garganta de Harald Hardrada. Sus refuerzos llegaron más tarde ese día, pero ya era demasiado tarde. Los vikingos fueron superados en número y astucia, sufriendo un desastre casi total. Al caer la noche la derrota ya era definitiva.

Harald Hardrada llego a Inglaterra en septiembre del año 1066 con miles de soldados y una gran ambición, pero sólo halló la ruina y la muerte. Se dice que de los 270 barcos que habían partido de Noruega sólo volvieron 30.

En las siguientes décadas los vikingos continuaron sus ataques esporádicos, pero ninguno llegó tan lejos como Harald ni estuvo tan cerca como él de tener un Imperio en su última batalla. En unas pocas semanas comenzó una nueva Era en la historia de Europa.

LA NUEVA ERA EUROPEA
En la época de la muerte de Harald, en el año 1066, la influencia vikinga había expandido sus profundas raíces en la cultura mundial, el comercio y la historia. Ergo, sembró las semillas de su propia destrucción: la asimilación. Su absorción en las tierras que conquistaron y la fuerza unificadora y expansiva del Cristianismo produjeron su caída tanto como cualquier derrota militar.

La historia de Europa cambió radicalmente, ahora Rusia era tierra de vikingos, Normandía se volvió la tierra de los normandos, los normandos eran vikingos; posteriormente, los normandos conquistaron Inglaterra (Guillermo el Conquistador/Hastings); así que su legado fue extenso en la historia europea.



Los vikingos fueron como guerreros, colonos, exploradores y comerciantes, agentes de cambios políticos y sociales extraordinarios que estimularon el crecimiento económico, el fortalecimiento de Europa, el desarrollo de las identidades nacionales, los avances en la construcción de barcos, la navegación y muchas cosas más. Sus brutales saqueos les dieron su perdurable fama de bárbaros, pero en su búsqueda de oportunidades, riquezas y poder, los vikingos no destruyeron la civilización occidental, más bien la enriquecieron... quizá para siempre.

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