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Civilizaciones: Cuadros del pasado remoto del Perú
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De: ☼TäRA☼  (Mensaje original) Enviado: 19/06/2010 18:58
Cuadros del pasado remoto del Perú

Por el corresponsal de "¡Despertad!" en el Perú

LA COSTA peruana fue el lugar que eligió como hogar una extraordinaria raza antigua que alteró su ambiente. Se puede comparar su civilización, que desapareció hace mucho, con las de Sumeria y Egipto de la antigüedad. Los arqueólogos le han dado el nombre de Mochica-Chimú. El lugar poco prometedor en que se desarrolló la civilización mochica-chimú es una faja angosta de tierra, de 16 a 80 kilómetros de ancho, apiñada entre la elevada cordillera de los Andes y las aguas azules del Pacífico. La zona es un desierto seco e inhóspito que se extiende por unos 3.200 kilómetros. De vez en cuando tiras delgadas de copiosa vegetación verde atraviesan las vastas extensiones de roca pelada y arena. Pequeños ríos que tienen sus fuentes en las montañas vestidas de nieve alimentan estos oasis de vida.

Un examen de los verdes valles revela que los habitantes antiguos construían largas y bien diseñadas acequias para el riego a fin de que el agua de los ríos que fluían alto en las colinas al pie de las montañas pudiera distribuirse a lo largo de las empinadas laderas del valle. Esto le permitía a la gente aprovechar cada pedacito de terreno disponible. Cuando las laderas del valle eran demasiado empinadas para cultivarlas, los residentes antiguos construían terraplenes escalonados, los cuales todavía se usan después de miles de años. En esta región todavía se pueden ver centenares de montículos, las ruinas de construcciones de adobe o ladrillo, incluso aldeas, ciudades, fortalezas y ziggurats o templos escalonados.

¿Qué pueblo habitaba la costa peruana? ¿Por qué desapareció su cultura como ha sucedido en el caso de muchos pueblos? No es tarea fácil hallar las respuestas a estas preguntas. El tiempo ha causado estragos y desgastado los restos de sus edificios de barro. Aparte de unas cuantas palabras aisladas, se ha olvidado su lengua. Una serie de conquistas alteró por completo sus costumbres y orden social. Primero, los incas subyugaron a las otras tribus aborígenes y entonces, en el siglo XVI E.C. los españoles se apoderaron de la zona. Además, los aborígenes no dejaron registros escritos. Aparte de unos relatos breves que fueron compilados al tiempo de la conquista española, el registro principal proviene de una fuente singular que se ha comparado a un libro histórico de retratos. Esa fuente es la cerámica esculpida que dejó tras sí la civilización mochica-chimú.

¿Por qué tan abundante alfarería?

Lo mismo que los egipcios de la antigüedad, la gente de la civilización mochica-chimú creía que los espíritus de los muertos eran inmortales y que, al morir el individuo, pasaban a otra vida. A fin de asegurar a los fallecidos que tendrían felicidad y éxito en la vida siguiente, los enterraban con sus posesiones atesoradas, como ropa, ornamentos y armas. El cronista español Cieza de León nos informa que en el caso de los jefes y otros nobles de alta categoría, sepultaban junto con ellos sus esposas favoritas y siervos vivos, esto en tumbas esmeradas de adobe y barro que se llaman huacas o guacas. En el caso de cualquier persona, lo menos que se hacía era enterrarla con una cantidad abundante de alimento y bebida. Puesto que en cada entierro se necesitaban ollas y vasijas para almacenar el alimento y bebida, se producían tremendas cantidades de alfarería.

En el clima seco del desierto, las tumbas de barro se han conservado muy bien. Al excavarlas han sacado momias y muchas piezas de alfarería esculpida. Esta alfarería fue lo que más se aproximaba a un idioma escrito de la civilización mochica-chimú. De modo que de esta cerámica ha sido posible reconstruir lo que de otro modo hubiese sido una historia perdida.

Empezando unos 300 años antes de nuestra era común, la gente de la civilización mochica-chimú poco a poco desarrolló su alfarería en un arte excelente. Sin la ayuda de la rueda o torno del alfarero, usaban un barro cocido fino para moldar vasos delicados y bien formados que son una combinación tanto de lo útil como de lo hermoso. Tal vez la vasija que más se destaca es la que tiene asa en forma de estribo. Tubos gemelos de arcilla sobresalen del cuerpo de esta vasija para unirse en el medio y formar un solo pico, y así se combina el asa para llevar la vasija con el pico para verter el líquido. La vasija misma estaba decorada con diseños pintados y figurillas en bajo relieve. Estos objetos de cerámica llegaron a ser la expresión artística del alfarero. Con la pericia de artífices maestros, los aborígenes moldearon sus vasijas de arcilla en su propia semejanza y en la semejanza de las cosas que los rodeaban. Eran observadores agudos de la creación y pudieron formar sus vasijas en las imágenes exactas de los frutos y vegetales que ellos cultivaban, así como de la abundante fauna de la zona costanera. Sin embargo, no toda su alfarería era una representación literal de lo que los rodeaba. También moldeaban dioses y demonios mitológicos.

Retratos de la gente

La alfarería de efigie, con sus cabezas esculpidas, es el logro coronador del arte plástico asociado con la civilización mochica-chimú. Sin duda alguna los alfareros, y se cree que eran mujeres, deben haber tenido presentes a personas en particular al moldear sus retratos de cabezas de apariencia natural. Las vasijas, puestas en fila en los anaqueles de los museos de hoy día, representan a los peruanos costaneros de la antigüedad con facciones muy parecidas a las de sus descendientes actuales. Eran redondos de cara, tenían prominentes narices encorvadas agujereadas para ponerse anillos, tenían bocas grandes con labios gruesos, y sus ojos eran ligeramente almendrados. Estos rasgos faciales indican que el pueblo era de origen asiático. Además, todos los hombres se hacían agujerear las orejas y usaban en ellas tapones hechos de madera, parecido a las costumbres de algunas tribus africanas que emplean tapones de madera en los labios. En ocasiones especiales de fiesta, se reemplazaban los tapones de madera con otros hechos de cobre y oro. Casi todos los hombres se pintaban los rostros con diseños decorativos. Los hombres tendían a ser de poca altura y gruesos.

Sorprende a uno notar que las vasijas muestran escenas que bien pudieron haberse tomado de nuestro día. En una se muestra a dos hombres de rostro grave apoyando a un compañero en un estupor borracho. Una vasija con el rostro de una persona riéndose revela que la gente debe haber sido observadores agudos. Dos agujeros diminutos en la comisura de los ojos permitían que se formaran pequeñas gotas de agua. Esto indica que el alfarero de la antigüedad entendía que si una persona ríe demasiado empieza a llorar. Otra vasija representa a una mujer arrodillada ante una jofaina grande de agua lavándose el cabello.

En una vasija en que se representa el alumbramiento, la madre está sentada (la posición tradicional de las parturientas en la mayoría de las culturas antiguas). Por atrás, una partera extiende los brazos alrededor de ella y oprime el vientre de la mujer para ayudarla a dar a luz. Otra mujer está arrodillada enfrente para recibir al bebé, cuya cabeza se representa apareciendo al momento del alumbramiento. Así, en una pequeña vasija de arcilla, el artista captó una escena que se ha realizado, y vuelto a realizar, por miles de años.

En otras vasijas se representan las dolencias y enfermedades. Los médicos de nuestros tiempos, al estudiar estas vasijas, han identificado en las esculturas personas que sufrían de tumores de los ojos, cuello y cerebro. En otras ollas se ven descritos casos de sífilis, úlceras malignas y verruga peruana (una temible enfermedad de los Andes). En una vasija se ve a un ciego sentado tocando sus caramillos de caña, y en otras se ven cojos y personas deformes, incluso un jorobado.

Las vasijas nos dicen acerca de los hechiceros o curanderos de la antigüedad que se llamaban oquetlupuc. En una vasija, el hechicero le impone las manos al enfermo tendido enfrente de él. En otra, se le ve soplando en la boca del paciente, y, en todavía otra, se le muestra con los labios colocados sobre el cuerpo del paciente, como si sacara la enfermedad chupándola.

Los cronistas españoles nos dicen que las hierbas medicinales se usaban extensamente y que su poder curativo era cosa probada. (Muchas de las drogas que usamos hoy día vienen de las hierbas peruanas.) Los españoles también dijeron que el rey de España, al enterarse de esto, envió un representante especial para que compilara un libro en que se describieran las muchas diferentes hierbas que los aborígenes usaban. El curandero tenía un interés establecido en curar a su paciente porque, si el enfermo moría debido a su descuido, se ataba al pretendido curandero encima del cadáver del paciente y se le dejaba afuera donde las aves de carroña podían matarlo sacándole los ojos y entrañas.

Las vasijas muestran que los miembros de la civilización mochica-chimú usaban ropa práctica muy adecuada para el clima costanero. Las mujeres, que eran tejedoras expertas, ideaban y hacían prendas de vestir llenas de colorido, algunas de algodón tejido muy fino y otras de lana de llama con diseños geométricos. La prenda de vestir básica era un taparrabo que se tiraba entre las piernas y se ataba alrededor de la cintura. Sobre éste los hombres se ponían una camisa sin mangas para la parte superior del cuerpo, y una falda corta que cubría la parte inferior. Se mantenía la falda en su lugar por medio de un cinto grande, generalmente decorado con cascabeles. Los hombres también usaban capas holgadas, con grandes cuellos cual ruedas. Sobre la cabeza usaban gorritas que les servían de base para formar turbantes que arrollaban de fajas angostas de tela. Para mantener el tocado en su lugar usaban un pedazo de tela ancha diagonalmente sobre la parte superior de la cabeza y la ataban debajo del mentón. Este modo aparatoso de vestir, como notaron los cronistas españoles, les dio a los aborígenes la apariencia de gitanos. Durante el día este vestido los protegía del ardiente sol tropical y, de noche, les proveía el calor que necesitaban para resistir el viento frío y húmedo que soplaba tierra adentro de la fría corriente oceánica de la costa del Perú.

Agricultura y pesca

Una serie entera de vasos amoldados a la semejanza de los productos principales de la tierra revela que el pueblo mochica-chimú cultivaba una variedad más amplia de verduras y frutas que sus contemporáneos europeos. Su cerámica nos recuerda que muchos productos que actualmente se cultivan por todo el mundo se originaron en el Perú, como la patata o papa blanca, de la cual todavía se cultivan unas 30 variedades, y el pallar, cierta especie de judía. Otros cultivos eran el camote, yuca (mandioca), maíz, calabaza, pimiento rojo, maní, muchas variedades de judías y cancha, o sea, maíz reventón o de tostar, para el cual los alfareros inventaron una olla especial en la cual convertirlo en palomitas.

Cerca de sus casas, que los aborígenes llamaban an, criaban pavos, patos y una clase de perro mudo. En los rincones oscuros de sus domicilios criaban cuyes (conejillos de Indias) y los usaban de alimento, cosa que muchos peruanos todavía hacen.

Estos aborígenes se valían de otra fuente abundante de alimento... pescado. Las vasijas muestran a los pescadores mochica-chimúes ocupados en la pesca con mallas y ganchos de pequeños barcos hechos de la caña de la totora. Pescaban peces, pulpos, langostas y diversas clases de moluscos, todos los cuales se representan fielmente en su alfarería.

Guerra y religión

Evidentemente la civilización mochica-chimú estaba dividida en muchos reinos locales que guerreaban constantemente entre sí. Y a los cautivos de estas guerras los sacrificaban a los dioses.

La forma de adoración que estos aborígenes practicaban era degradante, como se destaca de su alfarería que representa explícitamente muchos actos sexuales contranaturales. También se ven representados en la alfarería muchos dioses y demonios con rasgos humanos combinados con los de animales y plantas.

Ciertamente la alfarería que se halló en la costa peruana presenta un cuadro de cómo realmente era la vida entre el pueblo mochico-chimú. A pesar de no expresarse en palabras, el testimonio señala innegablemente a la existencia de una antigua civilización que de muchas maneras estaba muy avanzada, aunque estaba empapada en la religión falsa.


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