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Enigmas: El Manuscrito Voynich
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: ☼TäRA☼  (Mensaje original) Enviado: 26/06/2010 18:13
El Manuscrito Voynich: Un Manuscrito Indescifrado Hace siglos que los eruditos tratan de descifrar los secretos de un antiguo libro, conocido como «manuscrito Voynich». Según creyeron algunos de los que lo han estudiado, anticipa muchos de los descubrimientos de la ciencia moderna.



Dos páginas de lo que ha sido descrito como «el manuscrito más misterioso del mundo». Desde 1912, año en que fue adquirido por el especialista en libros antiguos Wilfred M. Voynich , los expertos han utilizado, sin éxito, los métodos de la criptología moderna para tratar de revelar sus secretos.

A finales de 1912 un vendedor de libros antiguos de Nueva York llamado Wilfred M. Voynich volvió a su ciudad natal de una visita a Europa con un pequeño manuscrito, cuidadosamente empaquetado. Tenía gruesas tapas de pergamino, separadas, debido al uso, de las 204 hojas de pergamino delgado de que constaba el manuscrito; Voynich calculaba que, originalmente, tenía 28 páginas más, que se habían perdido. Su formato era de cuarto grande, ya que medía unos 15 por 22 cm y el texto, escrito en caracteres apretados y con tinta negra, iba ilustrado con más de 400 pequeños dibujos en rojo sangre, azul, amarillo, marrón y verde brillante.

Las ilustraciones mostraban curiosos arabescos y tubos que parecían intestinos, figuras femeninas desnudas, estrellas y constelaciones y cientos de plantas de extraño aspecto. El pergamino, la caligrafía y la historia conocida del manuscrito indicaban a Voynich que era de origen medieval, y la abundancia de especímenes vegetales sugería que podía tratarse de un herbario, un libro de texto mitad científico, mitad mágico, que describía las cualidades místicas y médicas de las plantas y su preparación. Pero esto era una simple conjetura, ya que estaba escrito en un lenguaje que Voynich no pudo identificar; aunque el texto podía ser descompuesto en «palabras», cuyas letras eran familiares a medias, no tenían sentido. Voynich sólo pudo suponer que estaban escritas en un idioma poco conocido, en un dialecto o en un código.



¿Magia negra?

Una de las intrincadas y extraordinariamente confusas páginas del manuscrito Voynich. La abundancia de dibujos vegetales sugiere que podría tratarse de un herbario, pero muchos de los especímenes de plantas y arbustos resultaron ser inventados.

Aunque Voynich no era criptólogo, tenía, indirectamente, algunas nociones de simbología. Su suegro había sido el profesor George Boole, el matemático inglés que fue uno de los primeros en usar símbolos matemáticos para expresar procesos lógicos: fue elegido miembro de la Royal Society por sus trabajos sobre la moderna lógica simbólica. Voynich también sabía que existían convincentes pruebas circunstanciales que sugerían que el autor de la extraña obra por él adquirida era Roger Bacon, monje franciscano del siglo XIII que había combinado sus estudios de filosofía, matemáticas y física experimental con la alquimia. Quizá Bacon había logrado inventar, 600 años antes que Boole, un sistema de lógica simbólica, o quizá simplemente había elaborado un código para camuflar sus investigaciones en torno a la piedra filosofal y el elixir de la vida, eludiendo así la acusación de practicar la magia negra, acusación que en la Edad Media solía tener fatales consecuencias.

Mientras daba vueltas a todas esas posibilidades, Voynich se dirigió al mundo académico buscando una solución; hizo hacer docenas de copias del documento y se las envió a todos los especialistas que pudieran colaborar con él. Con cada copia, envió un resumen de lo que él sabía del manuscrito.

Lo había comprado, pagando una cantidad no revelada, a principios de 1912, tras haberlo hallado en la biblioteca del Colegio Mondragone de los jesuitas, en Frascati (Italia). Antes de llegar allí, el manuscrito había permanecido custodiado durante 250 años en el Collegium Romanum de los jesuitas; había sido depositado allí por un célebre erudito y criptólogo jesuita del siglo XVII, llamado Athanasius Kircher, quien había intentado, sin éxito, descifrarlo.

Según una carta fechada el 19 de agosto de 1666, Kircher había recibido el libro de manos de su antiguo alumno Joannes Marcus Marci, rector de la Universidad de Praga; el libro había formado parte de la biblioteca del Sacro Emperador Romano Rodolfo II, hasta su muerte en 1612. A todos los efectos, Rodolfo había cedido el gobierno de sus reinos de Hungría, Austria, Bohemia y Moravia a los jesuitas, prefiriendo dedicar su tiempo a patrocinar las ciencias y pseudociencias. Las que más le interesaban eran la botánica y la astronomía; creó un complejo jardín botánico y construyó un observatorio en Benatky, cerca de Praga, para el astrónomo danés exiliado Tycho Brahe. (El que era por entonces su ayudante, Johannes Kepler, bautizaría después sus Tablas rudolfinas en honor a su antiguo protector.)


Esta ilustración, que parece representar a un grupo de mujeres bañándose en tinta verde, es típica de los misteriosos dibujos del manuscrito. También podemos observar un ejemplo de la caligrafía del manuscrito.

Pero los intereses más personales de Rodolfo se orientaban hacia la alquimia, y empleó mucho tiempo y mucho dinero en la instalación de un laboratorio alquímico al que invitó a alquimistas de toda Europa. Uno de ellos, Johannes de Tepenecz, firmó su nombre en un margen del manuscrito Voynich, según se descubrió posteriormente. Otro alquimista más famoso era el inglés John Dee, quien entre 1584 y 1588 vivió en la corte de Rodolfo como agente secreto de la reina Isabel I. Es posible que fuera Dee quien trasladara el manuscrito a Praga.

Dee, que había sobrevivido al encarcelamiento en tiempos de la reina María Tudor, en 1555, acusado de brujería, se transformó en favorito de su media hermana Isabel. Los experimentos necrománticos que realizó con su ayudante Edward Kelley suenan a superchería, pero poseía un profundo conocimiento de la teoría y de la práctica alquímicas, así como de astrología, astronomía, matemáticas, geografía y navegación celeste (una de sus obsesiones era hallar el pasaje noroeste hacia la India); pero sobre todo era un espía de capa y espada. Intentó la creación de claves secretas y estudió las que ya existían, en beneficio de su jefe, lord Burghley.

Dee también admiraba mucho los trabajos de Roger Bacon, y coleccionó muchos de sus manuscritos. Tenía numerosos puntos en común con el monje franciscano; ambos se interesaban, por ejemplo, por las escrituras secretas. En cualquier caso, parece que fue el doctor Dee quien regaló a Rodolfo II el manuscrito de Voynich, diciéndole que era obra de Bacon. Sir Thomas Browne afirmaba que Arthur Dee, hijo del doctor Dee, le había hablado de un «libro que sólo contenía jeroglíficos, en cuyo libro su padre había ocupado mucho tiempo, pero no me dijo que lo hubiera descifrado».

Éstos son, entonces, los antecedentes del problema que Voynich planteó al mundo académico en 1912, problema que provocaría angustia en muchos círculos intelectuales de Europa y América, ya que, aunque los grupos de letras y «palabras» que allí aparecían daban la impresión de ser tan sencillos «como el nombre de un viejo amigo cuando lo tienes en la punta de la lengua» –como dijo un escritor– en realidad no lo eran.



PERSONAJES RELACIONADOS CON EL MANUSCRITO VOYNICH





Wilfred M. Voynich especialista en libros antiguos, adquirió en 1912 este manuscrito, donde los expertos han utilizado, sin éxito, los métodos de la criptología moderna para tratar de revelar sus secretos.

Roger Bacon (1214-1294), monje franciscano y alquimista, de quien se ha dicho que es el autor del manuscrito Voynich. Quizás había logrado inventar, un código para camuflar sus investigaciones en torno a la piedra filosofal y el elixir de la vida.


George Boole, matemático del siglo XIX , inventó un sistema de lógica simbólica que, según algunos expertos, podría ser similar al empleado en el manuscrito Voynich

Rodolfo II de Habsburgo fue el propietario del manuscrito hasta que murió en 1612. Posteriormente pasaría a manos de un ex rector de la Universidad de Praga, y este a su vez se lo entregaría a Athanasius Kircher.




Athanasius Kircher, un conocido estudioso jesuita, había intentado sin éxito descifrar los secretos del misterioso manuscrito Voynich durante el siglo XVII.

Edward Kelley, ocultista y alquimista fue el ayudante que realizó experiencias necrománticas junto con John Dee, quien tiempo más tarde se haría con la posesión del famoso manuscrito.

John Dee (1527-1608), matemático y astrólogo pasó cuatro años en la corte de Rodolfo II como agente secreto de Isabel I de Inglaterra. Dado su interés por lo oculto y lo misterioso, parece posible que fuera Dee quien llevara el manuscrito a la corte de Rodolfo.


El profesor William Romaine Newbold, especialista en filosofía e historia medieval, que en 1921 anunció que había logrado descifrar el código del manuscrito Voynich tras largos años de investigaciones

Los filólogos buscaron en vano trazas de un lenguaje conocido y después utilizaron todos los métodos que suelen emplearse para leer idiomas perdidos; en vano. Varios criptoanalistas –incluido un especialista de la Biblioteca Nacional de París que había trabajado con códigos alquímicos del siglo XV– lucharon y se rindieron. En 1917, el manuscrito llegó a atraer la atención de la sección de criptología de la División de Inteligencia Militar de los Estados Unidos, el MI-8.
El MI-8 estaba encabezado por un joven y brillante director, Herbert Osborne Yardley –quien se transformaría después en una leyenda en el mundo de los descifradores de códigos–, y por su brazo derecho, igualmente brillante, el capitán John M. Manly, doctor en filosofía, que antes de la guerra había sido director del departamento de Inglés en la Universidad de Chicago. En 1917 Manly trabajaba en el llamado criptograma Witzke, un código de 424 letras que descifró en tres días, revelando la identidad de Lothar Witzke, agente secreto alemán que operaba desde México. Pero después de trabajar mucho con el manuscrito de Voynich él también se dio por vencido –al igual que su jefe, Yardley–, y dijo que el texto era «el manuscrito más misterioso del mundo».


Aquí podemos apreciar otra página del manuscrito, representando lo que parecen ser dos mapas estelares.

Las ilustraciones del texto eran igualmente desconcertantes. Nada parecía tan sencillo como identificar las plantas desde el punto de vista botánico, y servirse luego de sus nombres para descifrar las leyendas; pero el problema era que la mayor parte de plantas y arbustos eran inventados, y los nombres de los que existían carecían de sentido desde el punto de vista criptográfico. Los astrónomos creyeron reconocer cuerpos celestes, como la estrella Aldebarán, la nebulosa de Andrómeda y el cúmulo estelar de las Híades, pero después volvieron a perderse en un torbellino de galaxias imaginarias. Especialistas en Bacon estudiaron el manuscrito, buscando coincidencias, mientras un profesor de anatomía de Harvard trataba de descifrar lo que le parecían diagramas fisiológicos; todo fue inútil.

Pero hubo un hombre para quien el manuscrito de Voynich se transformó en obsesión. El profesor William Romaine Newbold, especialista en filosofía e historia medieval de la Universidad de Pennsylvania. Lingüista y criptógrafo –como Manly–, comenzó a trabajar en el texto en 1919. Su sistema era muy complejo: comenzó por examinar el manuscrito con una lupa y descubrió que existía un texto secundario microscópico dentro de las letras; creyó que se trataba de una especie de taquigrafía. Utilizando técnicas de desciframiento logró reducir esto a una clave de 17 letras romanas y con esto realizó seis «traducciones» diferentes, cada una de las cuales conducía a la siguiente. Después hizo un «anagrama» del sexto texto, con el que llegó al «texto» final –la solución– en latín.

En abril de 1921 convocó una reunión de la Sociedad Filosófica Americana en Filadelfia y anunció sus conclusiones provisionales ante un público asombrado, al que finalmente logró convencer. En su opinión, la obra era de Roger Bacon, que la había puesto en clave para evitar que sus ideas se calificaran de «novedosas». Se sabía que Bacon había sido el inventor de la lupa y que había especulado con la posibilidad de construir telescopios y microscopios mucho antes de su invención. Según el profesor Newbold, el manuscrito Voynich demostraba que Bacon había construido un microscopio y lo había usado para estudiar y describir gametos, óvulos, espermatozoides y la vida orgánica en general. No sólo eso, sino que había construido un poderoso telescopio reflectante, con el que había estudiado sistemas estelares desconocidos en su tiempo.

El profesor Newbold era hombre de sólida reputación, y sus descubrimientos –aunque sensacionales– parecían posibles. Muy pocos de los académicos que se reunieron para escucharle sabían algo de criptología, pero sus «descubrimientos» parecían razonables. Un importante fisiólogo, por ejemplo, consideraba que un dibujo y su leyenda describían las células epiteliales y sus cilios (se trata de las células que recubren las trompas de Falopio y los bronquios y que favorecen el paso de las mucosidades y de los óvulos) ampliadas a 75 veces su tamaño. John Manly, que ya había colgado su uniforme de mayor y había vuelto a su cátedra de la Universidad de Chicago, prefirió no tomar partido, pero escribió en la revista Harper's una reseña bastante favorable a Newbold.

Durante cinco años, hasta su muerte en 1926, Newbold prosiguió su criptoanálisis del manuscrito, en colaboración con su amigo y colega Roland Grubb Kent; fue éste quien publicó los descubrimientos de Newbold en 1928, con el título de The cipher of Roger Bacon (La clave de Roger Bacon). Las reacciones de especialistas y curiosos no se hicieron esperar.

Por supuesto, John Manly seguía interesado por el asunto, y en cuanto se publicó el libro quiso conocer el método de trabajo de Newbold y comprobar sus resultados. Aunque admiraba a Newbold –a quien consideraba una autoridad– lo que halló no le gustó nada, y después de discutir su punto de vista con, entre otros, antiguos colegas del MI-8, publicó en 1931 un artículo en la revista Speculum: en él, mediante un análisis cuidadosamente razonado, despojaba de todo valor los trabajos del difunto profesor Newbold.
uién fue el autor del misterioso manuscrito Voynich? En los años veinte alguien pareció haber dado con la solución, pero hay que preguntarse si el manuscrito reveló verdaderamente sus secretos.



Dos páginas del manuscrito, que ilustran algunas de las plantas no identificadas. En 1931, John Manly publicó un análisis del trabajo de Newbold, resucitando la cuestión de la paternidad y del significado del manuscrito Voynich . Newbold atribuyó el manuscrito a Roger Bacon, pero según Manly su método «adolecía de tan graves defectos que resultaba imposible aceptar los resultados».

Muy pocas personas dudaron del profesor Newbold cuando, en 1921, anunció que el misterioso manuscrito Voynich era un tratado escrito por el filósofo y científico del siglo XIII Roger Bacon, y que contenía información científica avanzada enmascarada por un complejo código que Newbold pretendía haber descifrado. Sin embargo, 10 años después un antiguo colega suyo, el profesor John Manly, publicó una crítica que demostraba que sus argumentos dejaban mucho que desear.

La primera objeción de Manly se refería al proceso «anagrámico» seguido por Newbold para llegar a su texto final en latín. Resaltó que a partir de cualquier línea podía obtenerse diversos anagramas, cada uno con un significado distinto, violando con ello la regla de oro según la cual sólo puede admitirse una solución para un pasaje dado. La construcción de anagramas es un pasatiempo antiguo; así, por ejemplo, el saludo del ángel a la Virgen María en la Anunciación expresado en latín (Ave Maria, gratia plena, Dominus tecum) constituyó desde antiguo para los estudiantes una fuente de devotos juegos con anagramas. A pesar de contener únicamente 31 letras, la frase permitió obtener, por una parte, 3.100 anagramas en prosa y un poema acróstico; por otra, 1.500 versos pentámetros y hexámetros, y por otra, una Vida de la Virgen compuesta en 27 anagramas.

Por comparación, Newbold «anagramó» el supuesto texto de Bacon en bloques de 55 o 110 letras, dando pie con ello a miles de posibles traducciones. Sin embargo, Manly se preguntó si Newbold se hallaba de verdad en el buen camino. Al examinar el texto por medio de una lupa, no consiguió ver el manuscrito secundario en «taquigrafía» que Newbold había visto; lo único que vio fue que el pergamino se había rajado y dañado con el tiempo, desfigurando los caracteres en tinta primitivos y originando pequeñas líneas y garabatos.

En cuanto a las pruebas tipo, entre ellas la de la nebulosa de Andrómeda, de la que Newbold pretendía no saber nada hasta que leyó el texto de Voynich: sin poner en duda la honestidad del profesor, Manly sugirió que, siendo como era un gran lector, seguro que conocía ya la nebulosa; según él, Newbold «fue víctima de su propio e intenso entusiasmo y de su cultivado e ingenioso subconsciente».

El trabajo era concluyente. «En verdad, no sabemos cuándo ni dónde fue escrito el manuscrito, ni siquiera el lenguaje de base del cifrado –escribió Manly–. Cuando se apliquen las hipótesis correctas, quizás descubramos que el código es simple y sencillo.»



Un Gran Desafío

Roger Ascham, estudioso y escritor inglés del siglo XVI, que según el doctor Leonell Strong era el autor del manuscrito.

Una vez apagados los ecos de las declaraciones de Manly, el tema no volvió a suscitarse durante muchos años. Sin embargo, muchos especialistas continuaron trabajando privadamente con el manuscrito (considerado, con razón, como el mayor desafío al que jamás se habían enfrentado). En 1943 un abogado de Nueva York se atrevió a proponer una solución, un confuso texto en latín lleno de incongruencias. Dos años después un destacado investigador del cáncer, el doctor Leonell C. Strong, creyendo quizás que su reputación en el campo profesional era suficientemente sólida como para afrontar los mayores reveses académicos, pretendió haber transcrito con éxito ciertos pasajes médicos.

Anunció que no se trataba de una obra de Bacon, sino de Roger Ascham, contemporáneo del doctor John Dee que había sido tutor y secretario privado de la joven reina Isabel I. Al igual que muchos estudiosos de su edad, Ascham estuvo interesado en varios temas, y publicó varias traducciones de obras clásicas, un tratado sobre educación y un manual que explicaba y defendía la práctica del tiro al arco, por entonces en trance de desaparecer.

Según el doctor Strong, en uno de los pasajes del manuscrito Voynich Ascham describe una fórmula anticonceptiva que, como demostró el propio doctor Strong, puede resultar eficaz. Sin embargo, el doctor no explicó nada sobre sus métodos criptográficos, limitándose a decir que se trataba de «un doble método inverso de progresiones aritméticas basadas en un alfabeto múltiple». En cualquier caso, varias de las afirmaciones del doctor Strong referentes al estilo lingüístico de Ascham no soportan el examen de un experto.



Una Dimensión Insólita

El librero y anticuario Hans Kraus adquirió el manuscrito en 1960, cuando falleció Ethel L. Voynich. Kraus donó el libro a la Universidad de Yale en 1969. Creía que esta obra podría arrojar nueva luz sobre la historia de la humanidad; otros creen que no aportará nada nuevo, y que no es más que un complicado herbario.

Probablemente el esfuerzo más prometedor para encontrar una solución se inició en 1944, de la mano de un antiguo discípulo del profesor Manly, el capitán William F. Friedman, militar especializado en el desciframiento de códigos que había contribuido a derrumbar la teoría de Newbold. El capitán Friedman dedicó parte de su gran equipo de expertos a la tarea de resolver el antiguo misterio.

Después de muchas horas de trabajo lograron reducir el texto a unas series de símbolos que podían ser tratados por máquinas tabuladoras, pero abandonaron su trabajo (dejándolo incabado) al finalizar la guerra. Un resultado curioso, sin embargo, fue que el equipo de Friedman logró demostrar que las palabras y frases del manuscrito se repetían más a menudo que las de un lenguaje corriente: esto era algo insólito, puesto que los sistemas de cifrado suelen pecar de lo contrario.

Una teoría que pretendía explicar este fenómeno se basaba en que el libro era un herbario, tal como se había sugerido en un principio, y que las repeticiones eran fórmulas químicas (al igual que en los modernos libros de texto de medicina, donde las fórmulas se repiten con gran frecuencia).

Al morir Wilfred Voynich en 1930, su principal heredero fue su mujer, Ethel Lillian. Ethel L. Voynich era una mujer muy independiente y de carácter enérgico; en 1897 había publicado una novela romántica sobre el movimiento de la Joven Italia titulado The gadfly (El tábano), que se convirtió en un bestseller mundial, especialmente en la Rusia postrevolucionaria. (Antes de su muerte se habían vendido en aquel país más de 2.500. 000 de ejemplares.) En realidad, a ella no le interesaba la polémica sobre la «controversia Voynich», y guardó el manuscrito en su caja fuerte de la Guaranty Trust Company de Nueva York. Cuando murió en 1960, a la edad de 96 años, sus albaceas subastaron sus bienes, y el manuscrito fue adquirido por otro librero de Nueva York llamado Hans P. Kraus. Dos años después, Kraus ponía en venta el libro al precio de 160.000 dólares.

Paralelamente declaró que había comprado el libro convencido de que «contiene información que puede arrojar luz sobre la historia del hombre. Cuando alguien sea capaz de leerlo, este libro valdrá un millón de dólares».

La respuesta de varias fundaciones literarias y académicas americanas ante estas afirmaciones fue sumamente ambigua. Por otro lado, es posible que se trate únicamente de un herbario, elaborado por un autor de la baja Edad Media que no sabía muy bien lo que se llevaba entre manos, y que inventó un código secreto del que luego no supo acordarse.

En 1969, Hans Kraus hizo donación del libro a la biblioteca de la Universidad de Yale, donde permanece aún guardando su secreto.



Sólo Para Sus Ojos

Samuel Pepys, literato y administrador naval del siglo XVII.

El uso de cifrados y claves estaba muy extendido en siglos pasados, y no siempre por razones de secreto militar o diplomático. Es posible que el manuscrito Voynich estuviese escrito en clave para escapar a las virtuales acusaciones de brujería achacables a los avanzados conocimientos científicos que contenía. Quizás el ejemplo más famoso de este tipo de manuscrito críptico sea uno cuya clave respondería a motivaciones muy distintas: los diarios del literato y administrador naval inglés del siglo XVII, Samuel Pepys.

En 1724, de acuerdo con la última voluntad de Pepys, los diarios fueron depositados en su antiguo College de Cambridge, donde permanecieron indescifrados hasta su redescubrimiento en 1818. El trabajo de desciframiento fue encargado a un estudiante no graduado llamado John Smith. Este tardó tres años en descifrar el código y transcribir el manuscrito, dedicando a esta tarea hasta 12 y 14 horas diarias. Finalmente, el resultado fue publicado en 1825, revelando un pintoresco y escandaloso fresco de la vida de Londres durante la época de la Restauración.

Sin embargo, la última burla recayó sobre el pobre John Smith. Cuando en los años 1870 se preparó una nueva edición de los diarios, se descubrió que si el transcriptor hubiese conocido mejor la biblioteca en la que trabajaba no hubiese tenido tantas dificultades en encontrar la solución. En efecto, Pepys se basó simplemente en una especie de taquigrafía cuya clave se utilizaba comúnmente en aquella misma biblioteca.


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