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Mitos y Leyendas: El Awen de Eoghan
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De: Thenard  (Mensaje original) Enviado: 12/07/2010 22:28
El Awen de Eoghan

Un cuento acerca de los Guerreros Celtas

Por Filsoleil (poema del final por Montsalvad)


I.

En lejanos tiempos y remotas tierras,
De fríos bosques donde la magia envuelve en niebla
A los viajeros que allí penetran,
vivía un gran guerrero cuyos cabellos
eran muy largos y del color del oro, sus barbas largas y rojizas,
su tez muy blanca como el paisaje de invierno,
y su cuerpo fuerte y de gran estatura.
Su nombre era Eoghan.
Un arpa llevaba al hombro y una espada al cinto.
Y ambas impresionaban a cuantos le veían.
Del arpa brotaban notas doradas cuando las cuerdas
eran tensadas por sus dedos, y acompañados por su voz
y sumergía a cuantos le oían en un éxtasis indescriptible y sublime.
Cuando la espada era desenvainada y relucía
A los rayos del tibio sol del verano
los hombres se ponían en pie,
y ella les guiaba hacia una muerte noble
O hacia la Gran Libertad.


II.

Todos danzaban alrededor de grandes fuegos encendidos en el claro
del bosque.
Eoghan contemplaba desde lejos ese espectáculo nocturno que rendía
homenaje a la tierra y los astros.
Los sabios druidas se encontraban sentados alrededor del pueblo que
festejaba, y las expresiones en sus rostros eran graves y felices al
mismo tiempo. Ellos les guiaban en silencio.
Había un grupo de músicos que aparecían totalmente transformados al
tocar las vivas danzas y místicos aires, como si ya no fuesen ellos
mismos sino notas de un solo acorde que vibraba en el aire y en los
venerables robles.
Los demás bailaban alegremente dando brincos en el aire, desafiando
en éxtasis la gravedad de la tierra. Había gritos de furor y de
ánimo para los músicos, y también cantos entonados por nobles voces.
La bebida pasaba de boca en boca, uniéndoles a todos en un grande y
mágico brindis.
Eoghan, el gran guerrero, recordaba su alegría de antaño mientras
veía esta escena en el claro del bosque iluminado por el fuego y la
luna; se vislumbró claramente unos años atrás bailando alto en el
aire con su bella prometida, y en medio de sus hermanos,
participando en los ritos de las cosechas, de la tierra y de los
solsticios. Y sintió un poco de nostalgia, pues su camino era ahora
solitario como el de un ave nocturna. Mas sabía que él mismo lo
había elegido y que este era el sendero del gozo de la Libertad, que
le llevaría no obstante a través de la lucha contra los crecientes
invasores, adoradores de los templos de piedra, las costumbres y los
formalismos. Pero esta lucha conduciría a su pueblo por en medio de
los árboles milenarios hasta el nacimiento de una nueva aurora del
mundo, a la consumación del gran ideal de paz y fraternidad.


III.

Eoghan se preguntaba porqué los hombres que venían de más allá de
los mares adoraban a dioses desconocidos en lejanos cielos, en vez
de acudir al bosque, el templo de la transformación y la paz sin
fronteras, donde el guerrero fiel es elevado al trono de las
estrellas en las noches despejadas en medio del círculo de piedras.
Su antiguo maestro Cianán, el Gran Druida, un anciano guerrero,
cantor y mago le había enseñado que toda vida, hasta de la más
insignificante hierba o el más pequeño animal debía ser respetada, y
todo movimiento humano ser guiado por la sabiduría de la naturaleza.
Y que si era inevitable tomar la vida de uno de estos seres,
entonces se haría con la promesa de retornar en algún momento a la
naturaleza todo lo recibido.
Mas no pensaban así los hombres de allende los mares, cuyas leyes
solo cobijaban a los hombres y eran dictadas por las conveniencias
de algunos, y quienes no reparaban en destruir árboles y montañas
para levantar templos a sus dioses y palacios a sus gobernantes.
De esta manera nunca podrían alcanzar el verde mundo verdadero,
donde se haya el origen de todas las formas, pues el sagrado Awen
solo surge en las profundidades de la comunicación con todo ser
viviente.


IV.

Eoghan fue sacado de sus reflexiones por un estruendo creciente, que
aunque lejano hacía retumbar la tierra. Ese sonido le era familiar,
recordaba haberlo oído antes y despertaba en él sombríos recuerdos.
Su mente retrocedió en el tiempo y sintió de nuevo el frío sudor en
el cuerpo de la mujer que amaba. El la sostenía entre sus brazos y
ella deliraba, su pecho atravesado por una lanza. Ella había
combatido con valor al enemigo pero había sido inútil, este era de
una superioridad numérica arrolladora y había arrasado y quemado
todo a su paso. Cuando Eoghan llegó del bosque era demasiado tarde…
su prometida yacía en el prado de la aldea al borde de la muerte.
Pero un guerrero celta no sucumbe en las redes del pasado, sino que
permanece en el presente como una roca en medio de la tempestad. Hay
un tiempo para llorar a los muertos pero pasa tan pronto como estos
trascienden al verde mundo verdadero. La tierra y los hombres están
en constante transformación y Eoghan sabía esto en su corazón.
Los cascos de los caballos en el valle resonaban cada vez más
cercanos, así pues la hora de demostrar su valía había llegado.
Todos vieron entonces la espada de Eoghan resplandecer en lo alto
lanzando destellos que reflejaban el fuego de las hogueras. Los
druidas se pusieron en pie e invocaron las fuerzas del viento, los
robles, los pinos y los cedros. Todos los demás también se pusieron
en pie con aire desafiante y pronto cerraron filas en torno a los
sabios druidas. Con un ardor creciente descendieron la colina,
haciendo chocar sus espadas y escudos.


V.

Y el Awen despertó en las salvajes colinas, como el rugido de un mar
tempestuoso, pero era también como un canto bello, suave, casi
inaudible mecido en un espacio sin tiempo. Un viento sobrenatural
les envolvió a todos, probando a su paso el filo de las espadas.
Y un silencio mágico sobrevino a los guerreros. Cerraron los ojos y
penetraron en un vacío sin forma. Sólo un sonido crecía lejano. Era
como de tambores de guerra haciendo eco en las montañas. Y de gaitas
llamando a la Libertad desde las cimas. Y de arpas y de flautas que
en el seno del bosque invitan a una dulce muerte.
Abrieron los ojos y de repente se encontraban en el fragor de la
batalla. Descubrieron entonces que no había odio hacia el enemigo,
ni deseos de dominar o matar. Sólo existía el brazo de la Libertad
que movía sus brazos, y la voz de la tierra que llamaba de vuelta a
algunos de sus hijos. Las espadas descendieron como rayos sobre los
enemigos, rápidas, arrasadoras, con una fuerza que era
incomprensible para el invasor.
Todo terminó pronto. El enemigo quedó aterrado, pues jamás había
visto un valor semejante, una fuerza tan desmedida, una devoción sin
límites a la libertad. Los invasores sintieron todo el poder del
Awen de los guerreros celtas. Y huyeron!



VI.

Cuando el sol ya esparcía sus rayos bienhechores y vivificantes
sobre la tierra un canto de agradecimiento se comenzó a elevar de
entre el pueblo y a él se unieron cada vez más y más voces. No
celebraba la victoria sobre el enemigo ni la muerte de muchos en los
valles y montes, sino el haber podido salvaguardar a los hombres y a
los bosques en la sabiduría y la libertad. Era un homenaje a los
árboles, de cuyas ramas se hicieron los escudos y lanzas, y a las
piedras que preservaban la energía de la tierra, y a las aves del
bosque que guiaban la senda de los druidas.
Entonando este cántico subieron de nuevo a la colina, llevando en
hombros a los caídos. Y tras despedirles fraternalmente confiaron
sus cuerpos eternamente a las aguas del río, sabiendo que sus
hazañas perdurarían por siempre.
Esa noche todo el pueblo se congregó alrededor de un gran fuego, y
rodeados por un círculo de piedras enormes rindieron homenaje a los
héroes, los que sacrificaron sus vidas, y aquellos que permanecían
en pie en el centro de todos.
Eoghan, guerrero y bardo celta se hallaba en medio de ellos. Allí,
entre sus hermanos, gentes sin temor ni ataduras, bajo la cúpula de
estrellas el Awen se apoderó de él.


VII.

Eoghan tomó su arpa y mientras melodías de sobrenatural belleza
fluían de sus dedos cantó:

De una lejana tierra vengo
Trayendo conmigo
Todo cuanto hubo
Antes del primer aliento.
Como el viento
En medio del bosque
Encontré refugio y sustento
Y allí la noche
Me convirtió en su elegido,
Pues ni siquiera
La sombra más oscura
Pudo ocultarme su secreto.
Desde entonces
Soy la espada
Que rompe las cadenas
Y soy el báculo sagrado
Que invoca el fuego.
Soy la mano certera del guerrero
Cuya fortuna
Es su fuerza no desperdiciada,
Y soy la altura invisible
Desde la cual
El halcón se arroja
A la conquista del cielo...
Soy Awen,
La inspiración suprema,
Y quien en mi se pierde
Encuentra el Universo.


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