El gobernador Fergus adoraba explorar los lagos y los ríos de Irlanda.
Un día mientras paseaba por el lago Rury, dio con el Muirdris, un caballo de río del que apenas pudo escapar.
A causa del terror la cara de Fergus quedó torcida, y teniendo en cuenta que los gobernantes no podían tener ningún defecto, los nobles escondieron todos los espejos del palacio y lo mantuvieron ignorante ante sus apariencias.
Un día, Fergus golpeó a una esclava y ella indignada le gritó: "¡Sería mejor que os vengarais del caballo de río que os dejó la cara torcida, antes que cometer actos atroces contra una simple mujer que no os ha hecho nada!"
Fergus hizo traer un espejo, se miró y decidió que como él era el gobernador no podía permitir tener esa apariencia sin ningún tipo de venganza.
Se puso los zapatos mágicos, tomó su espada y fue al lago Rury.
Estuvo escondido bajo las olas durante un día y una noche, pero los ultonianos (que así se llamaba a los habitantes de las tierras que Fergus gobernaba) se preocuparon mucho al ver el lago hervir y enrojecer con la sangre, ya que pensaron que pertenecía a su tan querido gobernador, pero... estaban en un error.
Al mucho rato Fergus surgió de la aguas con la cabeza de Muirdris en sus manos.
¡Había desaparecido el defecto!
En su cara cada trazo simétrico estaba en su lugar y todos los que le vieron con el semblante marcado ven ahora la compostura serena de un rey.
Sonrió; llevó su trofeo a la orilla, y dijo: ¡He sobrevivido!... y se ahogó.
Así fue la muerte de Fergus.
Pero a todos los ultonianos les quedó la imagen de un gobernador valeroso que supo comportarse y morir como un buen rey.