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Gaia: ¿Es posible la curación por la fe?
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De: Thenard  (Mensaje original) Enviado: 27/07/2010 22:33
¿Es posible la curación por la fe?

Por Ralph M. Lewis, F.R.C.




En una época dominada por la ciencia ¿será la curación por la fe un retroceso al pensamiento primitivo? Si la curación a base de fe es un sistema terapéutico completo ¿por qué entonces es necesario recurrir a la ciencia médica y a otras semejantes?



Los hombres de hoy día, en su generalidad, se han dejado convencer por la ciencia de que la ley de causalidad domina todo lo que ocurre, que nada ocurre sin causa. Si el método de sanar por la fe efectúa curas, entonces debe haber en ello una o más causas por las cuales se obtienen resultados. El conocimiento de estas causas y su aplicación debería, en tal caso, generalizarse tanto como lo concerniente a la higiene, por ejemplo.



Decir que la curación por la fe no está de acuerdo con las leyes naturales que pueden encuadrarse dentro de un sistema racional de práctica, la coloca definitivamente en la categoría de lo sobrenatural y lo supersticioso. Desde el momento que muchas personas inteligentes niegan cualquier fenómeno que ocurre fuera del reino Cósmico o de las leyes naturales y atribuyen cura­ciones a la fe, su actitud implica que ésta se vale de algunos aspectos de dichas leyes.



Debe hacerse una distinción entre la curación divina y la curación a base de fe. Se dice que la curación divina se debe a la intervención directa de Dios, de una deidad, o un agente divino.



Se coloca la confianza en la suprema eficacia de una deidad que supera a todos los medios o vías de tratamiento, y que efectúa una cura inmediata. Todo el que cree en la curación divina puede concebir la idea de que, arbitra­riamente, es Dios el que actúa al expeler la enfermedad, de tal manera que el paciente ni siquiera está sujeto al proceso natural de recuperación gradual de su salud.



Este creyente puede también sostener que la curación divina es la consecuencia de un contacto humano hecho con fuerzas universales y divinas existentes en el universo. El paciente se cura, de este modo, sin invocar la voluntad de Dios. Como analogía diremos que esto se lograría del mismo modo que si alguien quedara completamente limpio al meterse de pronto bajo una caída de agua que descubriera. Contrario a esto, la curación por la fe depende de varios factores por los cuales se efectúa tal curación. Puede consistir en que sea necesaria la repetición de ciertas afirmaciones diarias o del contacto de la mano de otra persona.



De la magia a la religión



El arte de la curación estuvo durante algunos siglos íntimamente ligado a la religión. Podemos decir que la cura­ción, como técnica humana, emergió realmente de la magia, predecesora de la religión. En su ignorancia de la operación de las leyes naturales, el hombre primitivo atribuía las enferme­dades a seres dotados de poder sobre­natural. Las enfermedades eran impuestas a los hombres por demonios malévolos, influencias mágicas, encan­tamientos y hechizos ejercitados por brujos, y aún, posiblemente, provocadas por los mismos dioses.



A medida que los conceptos religiosos alcanzaron niveles más altos las enfermedades se consideraron efectos de la cólera de una deidad como venganza de algún acto de omisión o comisión, negligencia o impiedad. Finalmente, las enfermedades se identificaron con el castigo de los pecados. En el Antiguo Testamento (Números 12:10, 11) encontramos, por ejemplo, la siguiente cita: "Aarón miró a Miriam y dijo: ved que está leprosa." "Y Aarón dijo a Moisés: Ah, Señor, te ruego no dejes caer el pecado sobre nosotros".



Entre la gente primitiva todas las condiciones de la vida que podían afectar al individuo se clasificaban por sus causas. Emanaban tanto de poderes benévolos como de malévolos. Entre estos últimos se conceptuaba a los demonios, los dioses caídos y todo lo similar a eso. El demonio de la enfermedad entraba al cuerpo por medio de las aberturas naturales de ésta, tales como la nariz o la boca, en algún momento de descuido.



De esta manera la mayoría de las enfermedades se consideraban como la intrusión de una entidad externa. Una vez dentro del cuerpo, ésta comía o devoraba para hacerse paso y llegar a los órganos y tejidos hasta que sobrevenía la muerte, a menos que dicha entidad fuera expulsada. Aunque resulte cruda esta idea, hay cierta similaridad entre ella y la teoría de la bacteriología moderna que atribuye la enfermedad a gérmenes que entran al cuerpo y alteran sus órganos o afectan sus fun­ciones.



La práctica definida de la curación divina y de la curación por la fe, lo mismo que el tratamiento científico, empezaron en el antiguo Egipto, o por lo menos desde ese tiempo data su revelación cronológica. Las deidades locales de Egipto eran benéficas y cuidaban del bienestar y la salud de la gente de sus respectivas comunidades. Cada deidad tenía métodos especiales par a conjurar a los demonios de la en­fermedad y para hacer curaciones.



Se decía que el hombre (en realidad el sacerdote) había recibido como dádiva, o en algunos casos había robado de los dioses, la gnosis o ciencia de curar. Este arte sagrado se trasmitía al sacer­docio de una generación a otra. La gente tenía una fe implícita en los conocimientos de curación que poseían los sacerdotes. En esto de recurrir a ellos para ser curados vemos ejemplifi­cado que las curaciones eran por la fe, no una creencia en la curación divina.



Los dioses no estaban en tales casos haciendo valer directamente sus poderes curativos. Los sacerdotes y la medicina eran una misma cosa, por consiguiente el arte de sanar llegó a ser parte integral de la religión egipcia primitiva, lo cual requería oraciones y liturgias especiales y aún templos propios.



Clínicas y santuarios



En el gran santuario de Thoth se estableció una clínica para curaciones. Podemos imaginarnos a los primeros fieles egipcios que sufrían distintas dolencias formando una larga línea frente a ese santuario, lo mismo que hacen los cristianos hoy día en la gruta de Lourdes, al sur de Francia. Otra clínica se estableció en Hermópolis y una más en Menfis, consagrada ésta a Ptah.



Imhotep, gran médico y arqui­tecto, que al fin llegó a ser deificado después de su muerte a causa de sus milagrosas curaciones, presidía sobre otra clínica. En esas antiguas clínicas se establecieron las primeras bibliotecas médicas. En Heliópolis se ha desen­terrado un "Salón de Rollos" que fue biblioteca de prescripciones. Otra biblioteca similar se encontró en el Templo de Ptah. En el Templo de Edfu se ve una inscripción que dice: "Para desviar la causa de la enfermedad."



Con referencia a los escritos tradicionales del misterioso Hermes Trismegistus se relata que seis de los cuarenta y dos libros de enseñanzas Herméticas, que se le atribuyen, estaban dedicados a los remedios curativos. Uno de los principales papiros traducidos en años recientes se conoce como el papiro Edwin Smith. Data del año 1600 A.C. Es "la más antigua mención de un conoci­miento realmente científico en el mundo."



Contiene, incomparablemente, el más importante conjunto de conoci­miento científico que se haya preser­vado del antiguo Egipto o de cualquier parte del antiguo Oriente." Tiene 184. ½ pulgadas de largo, 13 pulgadas de ancho, y consiste de 22 columnas de 500 líneas de escritura. Estas tratan de medicina interna y de cirugía. Se des­criben 47 casos de cirugía que corres­ponden a la parte superior del cuerpo (cabeza, cuello, tórax y espina dorsal).



Hay, además, discusiones, exámenes de pacientes, diagnósticos y tratamientos que se sugieren. En la parte posterior del mismo papiro hay una serie de conjuros que muestran la influencia que, aún entonces, tenían éstos en el procedimiento científico.



Triángulo de dioses



Uno de los más asombrosos ejemplos de la práctica de la curación divina, en el antiguo Egipto, se relaciona con la deidad Khonsu. Leyendo entre líneas se descubre en este relato histórico una gran riqueza de pensamiento, y tam­bién se infiere que las fuerzas de la naturaleza se adaptaban a la curación, pero aún estaban las teorías entremez­cladas con las tempranas ideas re­ligiosas.



Los altos sacerdotes o Keri Hebs, a menudo usaban en una forma dual el sagrado arte de curar que poseían. Este conocimiento se presenta­ba a las masas velado en los ritos mágicos.



Para los iniciados (y la mayoría de los altos sacerdotes per­tenecían a las escuelas de misterios) se presentaba este conocimiento en su verdadero aspecto. El siguiente ejemplo indica esta dualidad, este encubrimiento de la verdad con la creencia vulgar.



Khonsu era el hijo de las deidades Amón y Mut. Era, por lo tanto, de la tríada de Thebas, o sea el tercer punto del triángulo de los dioses. Se aludía a él como al mensajero de los dioses que tomaba la forma de la luna. Even­tualmente, Khonsu llegó a ser reconocido como el dios de la luna e hijo de Ra.



Grandes santuarios le fueron erigidos a lo largo del Nilo. Se hace referencia a él en algunas inscripciones como "al gran dios que expulsa los demonios," o sea el que arroja fuera las dolencias, enfermedades y males que aquejan al hombre. Se decía que había curado al renombrado monarca Ptolemy Philodelphus de una peligrosa enfermedad. En señal de gratitud, el monarca erigió una estatua en honor de Khonsu en lugar cercano a uno de sus santuarios.



Lo que es interesante destacar aquí es el método por el cual Khonsu efectuaba sus curaciones. Las imágenes de Khonsu contenían "el alma del dios." El efectuaba dichas curaciones por medio de la substitución, prestando las fuerzas curativas de su propia "energía del alma" (llamada sa) a un doble otorgándole (a través de la nuca) su fluido protector, en cuatro intervalos."



Una vez que el fluido se trasmitía, el doble o imagen podía expeler a los demonios. Un análisis de esto demues­tra que, en efecto, el poder curativo de Khonsu era la energía de su alma. Esta eficacia divina era trasmitida a un agente, una imagen, (como un sacer­dote) que curaba por substitución. Tiene particular importancia el hecho de que este "fluido protector" se otorgaba en la región de la nuca y en "cuatro intervalos."



Esto sugiere que la fuerza creadora se infundía en los sistemas simpático y nervioso-espinal en una posición correspondiente a ciertas vértebras y ganglios. ¿Dedu­ciremos por esto que de tal modo ciertas fuerzas naturales, identificadas con lo divino, se trasmitían al paciente a través del sistema nervioso, estimulando sus procesos latentes y normales de curación, o será esto ensanchar demasiado la imaginación?



Además de sanar a Ptolemy Phila­delphus, la historia relata que su método de "substitución del fluido protector divino" fue el instrumento usado en la curación de una princesa de Mesopotamia. Esta narración aparece en lo que se conoce como la "Estela de Bakhtan" en París. El suegro de Rame­ses II, un poderoso príncipe de Meso­potamia, le pidió que enviara a uno de los sabios de Egipto para que sanara a su hija de lo que se consideraba una enfermedad incurable. Rameses le envió "un hombre sabio de corazón y hábil de dedos."



Sin embargo, tal hombre resultó incapaz para ayudar a la princesa, de quien se decía que estaba poseída por una "enfermedad de poder superior." Después de una segunda súplica a Rameses le fue enviado uno de los dobles del dios, uno que poseía el poder divino de Khonsu, de las fuerzas curativas por "substitución." Podemos presumir que éste era uno de los sacerdotes del santuario de Khonsu que trasmitía las fuerzas cura­tivas "en cuatro intervalos" por los varios puntos de contacto en "la nuca."



La lucha por la supremacía entre el conocimiento científico, la curación divina, y la magia, siguió persistiendo, como lo revelan papiros posteriores. En el famoso papiro de Ebers se lee la siguiente nota: "Este es un libro para la curación de las enfermedades" con­tiene numerosas prescripciones y reme­dios, y la mayoría de ellos evidencian los métodos paralelos de curación.



Por ejemplo, el siguiente remedio para remover cataratas de los ojos es la com­binación aplicada de un ungüento y un sortilegio. "Ven tú ungüento ver­degris!, ven tú verdoso, ven tú, poder de los ojos de Horus, ven a él (al paciente) y extráele el agua, la pus, la sangre, el dolor del ojo, la quemosis, la ceguera".



La Fe, un anestésico



Antes de considerar si en la curación por la fe se emplea el uso de las leyes naturales debemos empezar analizando el significado de la fe. ¿Qué se quiere decir por tener fe? Con demasiada frecuencia se confunden nuestra fe y nuestras creencias. De hecho son psicológicamente harto diferentes. La creencia es una clase negativa de conocimiento.



Es un conocimiento al cual no llegamos directamente por medio de la percepción sensorial, sino más bien como a conclusión sacada de nuestras varias experiencias o ideas. Si miro por la ventana y veo que está lloviendo esto constituye un conocimiento positivo. Es el resultado de una experiencia directa visual. El agua que cae del cielo infunde en mi mente la idea de la lluvia. Ningún razonamiento posterior de parte mía alterará mi experiencia del fenómeno.



Si, por el contrarío, cuando voy a la ventana noto que el sol está oculto por las nubes y que éstas se obscurecen y se mueven rápida­mente, creo que va a haber una tempestad. Todavía no he podido con­firmar esto, o sea, todavía no he visto la lluvia. Pudiera ser que las nubes pasaran y el sol apareciera de nuevo. Estoy razonando deductivamente de una serie de ideas a una generali­dad probable, es decir, que puede sobrevenir la lluvia.



Es mi creen­cia, no mi conocimiento, que va a llover. No es un conocimiento inmedia­to sino uno al que ha de llegarse por deducción. Pudiera alterarse por una experiencia más positiva al ver aparecer el sol más tarde aclarando el día.



La fe se distingue de la creencia en que hay seguridad o confianza sobre una idea trasmitida. Es la aceptación de una realidad implícita. Cuando tenemos fe en algo no la experimen­tamos directamente, como por ejemplo viendo personalmente el objeto o sintiéndola; ni tampoco hemos llegado a una conclusión respecto a su existencia, como resultado del razonamiento.



Un niño tiene fe en las explicaciones de su padre. Puede que no tenga un conocimiento positivo de los resultados de tales explicaciones, ningún modo de poder razonar sobre ellas para formarse una probable creencia, por lo tanto, él acepta la realidad implícita de las afirmaciones de su padre.



Los peligros de la fe son demostra­bles. Una mayor experiencia y el consiguiente raciocinio pueden a menu­do destruir la fe. Aunque es cierto que el conocimiento inmediato, o las ideas que nacen directamente de una ex­periencia sensorial pueden, al final, comprobarse como equivocados o ser resultado de la ilusión (y nuestras propias conclusiones también pueden ser falsas) por lo menos no están tan sujetos a un cambio drástico como tratándose de la fe.



El que permite que la fe sea su principal guía debe llevar, en verdad, una vida muy resguardada y hacer esfuerzos para no reflexionar seriamente sobre aquellas experiencias que ha tenido. Es quizá por esta razón que la mayoría de las religiones detesta el modo racional de pensar y dan mayor énfasis a la fe.



Si consideramos la fe por el lado positivo vemos que tiene ciertas venta­jas fisiológicas. Se sabe que hay una íntima relación entre las emociones y las funciones orgánicas afectadas por el movimiento del sistema nervioso autónomo (los nervios motores). Hay tres divisiones en este sistema nervioso. Cuando se estimula debidamente, la división craneal ayuda a la digestión; el corazón se tranquiliza, la sangre se mueve a los órganos internos y se con­sigue, en fin, un estado confortable del cuerpo y la mente.



Aquellos pensa­mientos que extirpan el miedo y los temores afectan tan favorablemente el sistema nervioso autónomo que se ex­perimenta paz y libertad para continuar por la vida. Así podemos decir que éstos son los compañeros físicos de la fe.



La fe implícita elimina agravantes y estímulos perturbadores. La fe inhibe el miedo y la ansiedad, que son factores que alteran la salud. El miedo tiende a disipar las emociones. Un miedo intenso podrá destruir la actitud de fe en la mente y, por medio del sistema nervioso simpático y autónomo, perturbar las funciones orgánicas. La fe es hasta cierto punto un anestésico administrado a uno mismo.



Como care­cen de fundamento la mayoría de nues­tros temores es mucho mejor, cierta­mente, al no haber un conocimiento positivo de las exigencias de la vida, substituirlos con la fe. En gran parte, la fe es la consecuencia de poderosas sugestiones que apaciguan los temores y permiten un resurgimiento de los poderes curativos de la naturaleza.



Clasificación de las enfermedades



Se ha notado que la curación por la fe tiene mayor efecto en ciertas enfermedades. Aunque de una variedad casi infinita, las enfermedades pueden agruparse, para los propósitos de este discurso, en cuatro clases generales: anormalidades estructurales, ya sean congénitas o accidentales, como el labio leporino, columna espinal torcida, pier­nas y brazos contrahechos, y carencia de algunos miembros del cuerpo; en­fermedades orgánicas que incluyen la úlcera estomacal, el cáncer, la tubercu­losis y la diabetes, que son, según se presume, resultado de alguna infección que causa desorden o degeneración en el cuerpo; enfermedades mentales, algu­nas de ellas, como la idiotez, son inherentes y otras son el resultado de un esfuerzo excesivo de los sistemas emocional y nervioso; y las alteraciones funcionales sobre las que aún hay muy poco conocimiento técnico.



A menudo se llaman estados psiconeuróticos. Se supone que no son causados por in­fecciones sino que constituyen un trastorno en la función del organismo, y no en su estructura. En otras pala­bras, que algo ha impedido al organismo humano funcionar apropiadamente, dando como resultado fobias, histerias, obsesiones y parálisis histéricas.



Los dolores histéricos se confunden a menudo con las enfermedades orgáni­cas. Los doctores admiten que los que tienen dolores histéricos (a consecuen­cia de un estado mental) tienen síntomas, o creen tenerlos, que son paralelos casi a cualquier clase de enfermedad. Como resultado de esta defectuosa naturaleza funcional, son comunes los brazos y piernas paralizados y también la pérdida de la facultad de hablar. En realidad, ni los órganos ni su estructura han sido inherente­mente alterados. La víctima tiene la obsesión de que lo han sido y, para los efectos, es como si en verdad lo estu­vieran.



La mayoría de las curaciones por la fe se efectúa dentro de esta última clasificación. Esas perturbaciones fun­cionales son las que más comúnmente se curan por hipnosis, o sea implantando una sugestión en la mente sub­jetiva del paciente para oponerla a la obsesión. La mayoría de estas cura­ciones ocurren en grutas religiosas en el mundo entero. La curación por medio de la fe elimina la inhibición, que es causa de la alteración funcional.



La excitación causada por tal curación de fe, los incidentes y tradiciones que se asocian con el lugar, las grandes masas de gente, los cánticos y las ora­ciones, todo junto provee un nuevo e intenso estímulo. Hay una reasociación en la mente que domina la obsesión, causando una descarga de energía nerviosa por la cual, aparentemente, ocurre la milagrosa curación por la fe. Se puede ver que el inválido tira sus muletas y sale caminando.



El extraño fenómeno de la estigma o manchas en la piel es el resultado de intensa sugestión e influencias nerviosas. Se manifiesta en cambios de circulación de la sangre así como en el extraño colorido y desfiguración de la piel. Estas condiciones son evidencia de lo que la mente puede ocasionar al funcionamiento del cuerpo. Una fuerte sugestión acompañada del estimulo emocional, circunstancias que siempre concurren en dichas grutas religiosas, es lo que a menudo origina las cura­ciones que se les atribuye.



Estadísticamente queda anotado el hecho de que la mayoría de estos casos no constituyen una curación permanen­te. La debilidad nerviosa original, por cuya causa ocurrió el desorden funcional, persiste después que pasó el estimulo excepcional, o excitación, en la curación por la fe.



Valor curativo



Es necesario dar énfasis otra vez al valor curativo que tiene la fe. Elimina el temor. Aquieta la mente permitien­do, por lo tanto, que las fuerzas cura­tivas naturales entren en acción. Cada doctor trata de inspirar fe con su mé­todo particular. Por este medio reduce el conflicto entre el estímulo de su tratamiento y las distracciones emocionales del paciente el cual, al relajarse, se coloca mental y físicamente en un estado conducente a la salud.



La fe en la plegaria, como agente curativo, tiene el mismo firme y psi­cológico valor que se expresa arriba. Además de que el paciente se pone en armonía con aquellas fuerzas divinas en las que cree, está dominando tam­bién su ser emocional por medio de los pensamientos. El estímulo craneal es benéfico para su sistema nervioso simpático y autónomo. Un paciente puede tener fe en determinado doctor no a causa de sus curaciones sino por la personalidad de éste. Tal cosa cons­tituye una fuerte influencia sugestiva en el paciente, haciéndose así más receptivo al tratamiento prescrito.



En una verdadera curación metafí­sica no es la fe el factor principal, muy al contrario de lo que comúnmente se cree. La curación metafísica se vale de una combinación de ejercicios respiratorios y de factores psicológicos tales como la adaptación de la mente a sugestiones positivas y, por supuesto, colocarse uno mismo en armonía con las fuerzas de la naturaleza y con las condiciones de su propio ambiente, haciendo de este modo posible la re­generación de las funciones orgánicas para que los procesos curativos natu­rales puedan repeler la enfermedad. Es muy cierto que el conocimiento inspira confianza, y que los beneficiosos efectos que produce tendrán mayor permanen­cia en un mundo donde debe prevalecer la razón.



Fabián Santín FRC/FL



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