Hacerse adulto sin perder al niño
que llevamos dentro:
¿Cómo lograrlo?

El hecho de hacerse adulto no implica que no puedas ver la vida a través de los ojos de un niño.

¿Qué es un palo? Para él no es una simple rama seca. Es una reluciente espada con la que liberar a su amada princesa de las garras del temible dragón.

¿Qué es una moneda? Es un valioso tesoro que entregar al quiosquero, a cambio de preciados artículos, como gominolas, cromos y chicles.

¿Qué es un perro? Es un fiel compañero de batallas a lomos del cual cabalgar.

En definitiva, la existencia está llena de magia para la mirada que se deja envolver por ella.

Cuando aprecies el milagro de la vida palpitando a tu alrededor, en la belleza de una amapola, en la inocencia de un bebé, en las risas de unos adolescentes... en ese momento, puede que una lágrima resbale por tu mejilla. No es más que la señal de tu alma de que, por fin, has regresado a casa. En realidad, nunca llegaste a abandonarla.

Por otro lado, asociamos a los niños con la inocencia, la pureza y la alegría. Y creemos que al hacerse adulto, esas características se deben sustituir por otras como la responsabilidad, la seriedad y la madurez. Pero en realidad:

...la inocencia no se pierde con los años, se gana con la conexión con nuestra verdadera esencia.

...la pureza no se diluye con la edad, se intensifica con nuestra noble visión del mundo.

... y la alegría no se apaga con el tiempo, se enciende con nuestro continuo buen humor.

Por tanto, ver el mundo a través de los ojos de un niño es verlo como lo ve Dios.

Y es que la vida debería ser fácil, agradable y divertida. Y esto es algo que se halla tan grabado dentro de ti, que sabes que algo anda mal cuando no experimentas la vida de esa manera. La emoción de malestar que sientes en esos momentos es tu indicador de que tu perspectiva sobre la situación actual, se encuentra muy alejada de la visión que tiene de ella tu Ser Interior.

Reconduce tus pensamientos en una dirección que te produzca alivio al pensar en ellos, y sabrás que te estás acercando de nuevo a la completa comunicación con tu Fuente. Y desde esa posición, tus acciones serán alegres y, a la vez, responsables. Y tus palabras serán puras y, a la vez, maduras. Y te darás cuenta finalmente de que hacerse adulto no implica tener que olvidar al niño que llevas en tu interior.