El despertar al amor de Dios, como una Presencia interna y como un Poder vencedor, es la base fuerte y estable para la paz en el mundo. Uno a uno, edificamos sobre esta base. El amor es paciente. Como individuos y líderes de diferentes países, nos escuchamos y respetamos. Nos familiarizamos con las maneras de pensar y necesidades de los demás. Nuestra comprensión nos lleva más allá de lo exclusivo a lo inclusivo.

El amor es bondadoso. Pensar y hablar lo mejor acerca de los demás promueve una respuesta similar. La gentileza transmitida envuelve a otros —bien sea en persona o lejos. El amor nos hace el llamado de desear y hacer lo mejor por todos.

A través de su ministerio, Jesús enseñó que el reino de Dios está en cada persona. Cuando acepto esta Verdad, tomo conciencia de la presencia de Dios en mí.

Aunque el mundo pueda presentarme situaciones fuera de mi control, elijo sentir paz interna. Para centrar mi atención en esta conciencia, practico el pensar y decir afirmaciones apacibles. Utilizo la oración y meditación para ayudarme a conectar todo mi ser con la paz que mora en mí.

No importa donde esté o lo que haga, tomo una pausa para descansar y respirar profundamente la paz de Dios. Al hacerlo, me hago receptivo a la salud y bienestar en mente, cuerpo y espíritu.

Creo el hábito de hacer una pausa al comienzo del día para recordar quien soy en Verdad. A veces, reflexiono en las cualidades divinas, tales como compasión, bondad y belleza. Reconozco la presencia y el poder de mi identidad sagrada.

Recuerdo que he sido creado a imagen y semejanza de Dios, y me regocijo por la presencia de estas cualidades espirituales en mi ser. Las palabras de Rumi me recuerdan: “No eres una gota en el océano. Eres todo el océano en una gota”.

Cuando estoy establecido en fe, veo la belleza y magnificencia de lo Divino reflejadas donde quiera que voy. Cuando digo ¡Sí! a lo sagrado de mi ser, estoy receptivo a vivir una vida inspirada.

El maestro espiritual Eckhart Tolle dijo acerca de la naturaleza humana: “Ustedes creen en sus juicios acerca de los demás y luego los tratan como si dichos juicios fueran ciertos”. Puede que no esté consciente de mi crítica. Quizás sea una señal de que necesito curación, compasión y una mente abierta. Si esto sucede, me dirijo a mi corazón y abro un canal para la compasión.

Estoy consciente de lo que tengo en común con los demás: desear ser aceptado, formar parte de algo, sueños y metas. Al no enfocarme en lo que nos separa, veo que somos las valiosas creaciones de Dios: perfectas, completas y sanas. Trato a los demás como me gustaría ser tratado y oro por sus necesidades y sueños, por toda la paz, el amor y la abundancia que desean.

Hay momentos en que me pregunto: ¿Cuál es mi propósito? ¿Qué contribución hago al mundo? En estos momentos, recuerdo que yo soy una creación única de Dios. No existe nadie en el mundo que se vea, piense y actúe exactamente como yo.

Ser único es mi contribución. Tengo mucho que ofrecer al mundo y mucho que dar. Hago esto al expresar mis opiniones y valores y compartir mi voz y creatividad de maneras positivas. Estoy aquí para ser yo. Si siento inseguridad o duda, recuerdo que tengo potencial ilimitado. Ante el amor puro, la duda se retira y mi propósito es revelado. Avanzo con fe. Yo soy un participante activo en la vida, simplemente siendo quien soy: un ser creado de manera divina con propósito y potencial.

La experiencia que he ganado en el mundo puede ayudarme a superar un reto en la vida. Aprecio las habilidades adquiridas y las muchas maneras cómo me sirven. Sin embargo, a veces una nueva perspectiva es necesaria para iniciar una nueva búsqueda o evaluar una oportunidad o solución perdida.

Así que aprendo a confiar en mi comprensión espiritual —mi expresión crística— para que me guíe a las decisiones más efectivas que pueda tomar. Al experimentar la unidad con Dios como mi Fuente, cualquier temor o reto del mundo se disipa. Puedo encontrar tanto valor como paz. No se necesita prueba, y nunca carezco de comprensión espiritual. Simplemente confío y estoy en paz.