Dios es digno de confianza. El hombre falla, pero Dios es fiel. Él puso en cada ser humano las herramientas necesarias para vivir una vida segura y en abundancia. Tenemos que aprender a confiar en nuestras capacidades. Dios nos dio un cuerpo, intelecto, emociones, y nos hizo seres gregarios. Si desarrollamos cada una de estas áreas y las fortalecemos, estaremos seguros y viviremos confiados.
Si queremos sentirnos seguro, no depositemos toda nuestra confianza en alguien que no sea en Dios o en nosotros mismos. La inseguridad viene cuando nos conformamos, comprometemos nuestros sueños, limitamos nuestras ideas y aceptamos que nos avasallen y controlen. Tenemos que aprender a ser nosotros mismos, caminar libremente y sanar los miedos. Para lograr sentirnos seguros y libres, tenemos que: concientizarnos, reconocernos y aceptarnos.
Si conociéramos realmente a Dios, entonces sabríamos por experiencia cuánto podemos confiar en El. Conoceríamos a alguien en quien realmente sí podemos confiar a ciegas.
Uno de los errores más frecuentes que cometen los hombres, e incluso los que se dicen cristianos, es poner su confianza en otros seres humanos en vez de ponerla en Dios. Podemos decir, en general, que todos tenemos confianza en determinadas personas. Si no fuera así, la vida sería imposible, empezando por la vida familiar. Es imposible que exista convivencia humana sin que exista cierto grado de confianza entre las personas. Aunque nuestra confianza pueda ser cautelosa o limitada a ciertos aspectos, todos, de una u otra manera, confiamos en nuestros familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo, jefes, empleados, etc.
Pero ¡cuántas veces hemos sido defraudados! ¡Cuántas veces la persona en quien más confiábamos comete un grave error que nos perjudica, o nos vuelve las espaldas cuando más la necesitamos! ¡O peor aún, nos traiciona!
No hay quien no haya pasado por este tipo de experiencias muy dolorosas y hasta traumáticas, cuando la persona que nos falla es precisamente la que más amamos.
Dios dijo por boca del profeta Jeremías: «Maldito el varón que confía en el hombre y pone carne por su brazo» y añadió: «Bendito el varón que confía en el Señor» (Jr 17.5,7).
Sólo hay un ser que es en quien podemos confiar enteramente nuestros secretos sin temor de que los divulgue. Sólo hay un ser que no es limitado ni falible, que no puede cometer errores y que no es egoísta, sino, al contrario, absolutamente desinteresado y que, además, nos ama infinitamente. Ese ser es Dios.
El salmo 62.5 dice: «Alma mía, sólo en Dios reposa, porque Él es mi esperanza. Sólo Él es mi roca y mi salvación, mi refugio...» Y también dice: «Sólo en Dios se aquieta mi alma, porque de Él viene mi esperanza» (Sal 62. 1). Si hay alguien en quien puedo descansar y dormir tranquilo, es Dios (Sal 4.8).
Pero tendemos a poner nuestra confianza en seres humanos porque son ellos los que tenemos a nuestro lado, a quienes vemos, a quienes amamos. Muchos dicen: «A Dios no lo vemos, no sabemos donde está; ni siquiera sabemos si nos oye; y si lo hace, no sabemos si quiera hacernos caso.»
Dicen eso porque no conocen ni tratan a Dios y por eso no tienen la fe que deberían tener. «¿En dónde estará Dios? —se preguntan— ¿en qué confín del cielo?»
Hay tantas personas que se dicen cristianas —y quizá lo sean— que tienen una concepción de un Dios distante, quizá Creador todopoderoso y amante, pero que no interviene en los asuntos humanos, que no se mezcla en nuestros problemas. ¡Cuán equivocados están! ¡No conocen a Dios y por eso piensan así!
Mucha gente piensa que Dios no se ocupa de nuestros asuntos particulares, que está demasiado lejos o es demasiado grande para ocuparse de nuestras pequeñeces. Pero Jesús nos asegura que ningún cabello de nuestra cabeza perecerá (Lc 21.18). Si, hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados (Mt 10.30), él está enterado de todo lo que nos sucede.
Confiar en Dios nos dará serenidad en el peligro.¡Jesús! es un grito que ha salvado a muchos del peligro o situaciones difíciles. Tengamos su nombre bendito a la mano. ¿Y cómo lo tendremos a la mano si no lo tienemos en el corazón? Si conociéramos a Dios, sabríamos cuánto podemos confiar en Él en cualquier circunstancia. Pero ¿cómo le conoceremos si no le hablamos? ¿Cómo le conoceremos si no tratamos con él? ¿Si no leemos su Palabra?
Jesús dijo que sus ovejas conocen su voz y le siguen. Si nosotros somos una de sus ovejas ¿hemos aprendido ya a reconocer su voz? Y si no lo somos, convirtámonos en una de ellas para que conozcamos su voz y aprendamos a reconocerlo cuando nos hable. Dios nos habla más a menudo de lo que imaginamos.
Dios siempre vive en nuestra presencia porque nos tiene siempre presentes y nos está mirando. Nunca desaparecemos de su vista.
Devolvámosle de vez en cuando la cortesía. Levantemos de vez en cuando nuestra mirada hacia El. Quizá nuestra mirada se cruce con la suya y nuestros ojos se hablen.