la dignidad, de la plenitud. Pero a nosotros no nos gusta ese
Reino. No nos gusta un Reino en que la justicia alcance a cada
persona, sin importar sus méritos. No nos gusta un Reino donde
la igualdad de oportunidades sea una realidad concreta para
cada hombre, para cada mujer. No nos gusta un Reino en el
que todos y todas podamos vivir con lo necesario para el buen
vivir. Decimos ser hijos e hijas de Dios, pero seguimos
insistiendo en que algunos somos más hijos que otros.
Nos cueste entender al Dios generoso, amplio, inclusivo,
dadivoso, de mano abierta y de corazón aún más abierto. Nos
enojamos con el Dios que no se ajusta a nuestra prejuiciada de
ver el mundo. Digámoslo de una vez: nos molesta el Dios de la
gracia. Sí, nos molesta el Dios que se glotifica en cada señal de
amor, que se enaltece en cada gesto solidario, que es
santificado en cada acto de restauración de su creación. El
Reino de los cielos se parece... no a lo que a nosotros nos
parece, sino a lo que Dios en Su bondad ha querido que se
parezca: "con mi gracia hago lo que quiero. Y lo que quiero es
construir un mundo más justo". Si nos molesta este Dios , tal
vez debamos preguntarnos si realmente somos su hijas e
hijos.