Cuando enciendo mi automóvil y acelero, el vehículo arranca. Puedo dirigir su energía. Tengo presente que logro hacerlo por mi habilidad de utilizar mi autoridad, determinación y voluntad.

Ya sea que esté manejando un automóvil o implementando una idea, la dirección proviene de mí. Ni la idea ni el auto se manejan por sí mismos. Mi poder proviene de mi voluntad para permitir que la actividad de Dios obre en mí y a través de mí. Mis acciones expresan el poder de Dios. Mis pensamientos, palabras y acciones demuestran la Verdad de mi ser, y contienen energía y significado. Por ello los elijo con esmero. Gracias a mi poder innato, puedo expresar mi ser auténtico en todo momento.

La Parábola de los Talentos en el Evangelio de Mateo cuenta la historia de un hombre rico que confía sumas de dinero a tres de sus sirvientes antes de irse de viaje. Cuando el hombre regresa, él alaba y premia a los dos sirvientes quienes, haciendo inversiones sabias, duplicaron lo que les había dado. El sirviente que escondió el dinero por temor no recibió ninguna recompensa.

El don divino de la fe, que es parte de mi herencia espiritual, es más valiosa que el dinero, de manera que la invierto sabiamente. Confío en que las posibilidades para bien están presentes, aunque todavía no se hayan manifestado, y actúo según esa confianza. Al dirigir mi fe positivamente, cosecho una rica recompensa en conciencia.