Abro mi corazón y elevo a todos aquellos que necesitan oración.
Cuando alguien enfrenta un reto, puede serle difícil aquietar la mente para comulgar con Dios. En tales momentos ofrezco mi apoyo de oración. Visualizo que esa persona está rodeada de amor, consuelo y salud. Tengo presente que Dios está por doquier en todo momento. Al orar, establecemos una conexión corazón a corazón.
También aplico esta práctica a las personas más allá de mi círculo de familiares y amigos. Visualizo que mi comunidad está envuelta en amor y salud. Luego amplío mi visión para ver a cada continente infundido de paz y comprensión, imagino que sus líderes hacen uso de la sabiduría divina para tomar cada decisión. Afirmo la verdad de que Dios está presente en cada momento y lugar, ¡y todo está bien!
Cuando terminó de decir estas cosas, se puso de rodillas y oró con todos ellos.—Hechos 20:36
No importa cuán ocupado o cuán repleto esté mi horario, tomo tiempo para descansar. Sé que las cosas por hacer estarán allí para que las acometa más tarde. Ahora es el momento para sentarme tranquilo, para crear un espacio sagrado y practicar la Presencia de Dios.
La quietud es un regalo, así como lo es el silencio. En este espacio no hay nada que hacer, no hay otro lugar para estar, no hay prisa. Libero la tensión acumulada en los músculos de mi cara, de mis hombros, espalda, piernas y torso.
Mi cuerpo se restablece. La luz y el amor divinos me sustentan. Gozo de tranquilidad mientras experimento la dicha que me ofrece un entrono apacible. Cuando esté listo, regreso a las actividades renovado y enfocado.
¡Cómo quisiera tener alas de paloma! ¡Así podría volar, y descansaría!—Salmo 55:6