Fue dulce la mirada con la que ella
me miró y anegó de luz mi vida.
Desde entonces quedó como una estrella
en mi cielo de amores encendida.

Ella supo jugar con los colores
de la tierra y el cielo bellamente
y plasmó de mis sueños las labores
en un verso de amor grandilocuente.

Florecía en mi huerto de su encanto
la ternura jovial y bendecida,
y en mi alma crecía mientras tanto
y en secreto la dicha inmerecida.

Una escuela de amor fueron sus brazos.
Su regazo fue puerto donde anclaba
de mis ansias los trozos y los trazos
cada vez que en mis besos la atrapaba.

Y de pronto se fue sin que pudiera
retenerla. Se fue sin decir nada.
Sin embargo, recuerdo su mirada
que mi vida llenó de primavera.

Heriberto Bravo Bravo SS.CC