
"Padre, perdóneme porque he pecado, (voz femenina).
"Dime, hija, ¿cuáles son tus pecados?"
"Padre, el demonio de la tentación se apoderó de mí, pobre pecadora".
"¿Cómo es eso, hija?"
"Es que cuando hablo con un hombre tengo sensaciones en el cuerpo, que no sé como describirlas..."
"Hija, por favor, que también soy un hombre..."
"Si, padre, por eso vine a confesarme con usted".
"Bueno hija, ¿y cómo son esas sensaciones?"
"No sé como explicarlas, por ejemplo, ahora mi cuerpo se rebela a estar de rodillas y necesito ponerme más cómoda".
"¿En serio?"
"Sí, quiero relajarme y quedarme tendida..."
"Hija, ¿tendida cómo?"
"De espaldas al suelo, hasta que se me pase la tensión..."
"¿Y qué más?"
"Es como que tengo un sufrimiento que no le encuentro acomodo".
"¿Y, qué más?"
"Como que espero un poco de calor que me alivie..."
"¿Calor?"
"Calor padre, calor humano, que lleve alivio a mi padecer..."
"¿Y cuán frecuente es esa tentación?"
"Permanente, padre, por ejemplo ahora, me imagino que sus manos sobre mi piel me darían mucho alivio..."
"¡Hija!"
"Sí, padre, perdóneme, pero me urge que alguien fuerte me estruje entre sus brazos y me dé el alivio que necesito..."
"¿Por ejemplo yo?"
"Por ejemplo, usted es la clase de hombre que imagino me puede aliviar".
"Perdóname, hija mía, pero necesito saber tu edad..."
"Setenta y cuatro, padre".
"¡Hay Hija!, vete en paz y no estés molestando, que lo tuyo es reumatismo...
  
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