Los ripios no son poesía, aunque tengan medida y ritmo y rima, pero no tienen el alma de la belleza que debe encerrar todo poema. Hay ripios ingeniosos, que, como el que a continuación transcribo, destilan un humor, en este caso, humor ingenuamente negro. Al parecer, su autor es un periodista de la postguerra no muy conocido, Mariano Povedano, un tipo singularmente cachondo, bizco, sordo y cojitranco. Dice así la copla, que pasó de escrita a ser cantada por sevillanas:
¡Qué bonito es un entierro!
Se diga lo que se diga,
qué bonito es un entierro,
con sus caballitos blancos con sus caballitos negros con su cajita de pino y su muertecito dentro. Doce caballeros iban portando a Julio Amadeo tres por cuatro iban en fila camino del cementerio... Coro: ...¡Amadeo...Amadeo....¿dónde estás que no te veo? Estoy en mi cajita de pino oliendo a flor de romero. Se diga lo que se diga... ¡qué bonito es un entierro!