A veces, cuando uno cae, habla de equivocación, sin tener en cuenta que los hechos acontecidos
han tenido sentido en un diseño más amplio de la existencia. Y así como en el “gimnasio de la atención”,
lo importante no es despistarse, sino darse cuenta de que uno se ha despistado, de la misma forma, en la vida,
lo importante no es “caerse” o cometer errores, sino darse cuenta de todo el entramado emocional
y mental que subyace en la caída.
Cada acción cometida, por equivocada que parezca, está conectada con un infinito tejido
de interrelaciones que se remontan a los confines más alejados de las galaxias. Nada existe
aisladamente y ningún acontecimiento ya pasado puede ahora ser evitado. Tras la caída, la gran aventura
de la vida está en levantarse y seguir adelante, pero entonces progresando con más
templanza y una visión más amplia.
A veces, la vida requiere de sucesos críticos que alteran el equilibrio. Gracias a ellos, el modelo se renueva
y regenera. El diseño recuerda a un laberinto de logros y pérdidas que rompen el orden previsto de la trayectoria.
La Ley de la Impermanencia también afecta a las relaciones personales en las que, de pronto,
estalla el conflicto y se pierde la medida justa entre las personas.
El Universo escribe recto con líneas torcidas y lo que, al principio, pareció un fallo, más tarde
comprobamos que ha hecho aflorar partes ocultas de uno mismo a la luz de la consciencia.
Se trata de partes que, para conseguir sobrevivir, tuvimos que sepultarlas en la sombra.
¿Acaso no es frecuente que los hábitos y las viejas manías tapen verdades sumergidas y
“encorseten” la creatividad de las personas?
La vida es tan sabia que se vale del dolor de la caída para reorientar el camino e imprimir nuevas
conductas. Si bajábamos la montaña atolondrados y nos caímos, el dolor nos recuerda atención a
cada paso de la marcha. Un dolor que se vincula a la desatención y, en lo sucesivo, hacer brotar
más prudencia. En el futuro, sucederá que ya ni nos cegaremos tanto con la meta, ni perderemos
la atención del momento presente que, en realidad, es lo que importa. Por otra parte, el dolor
de la caída es pasajero y una vez cumplida su misión, bien sabemos que nos abandona.
¿Qué he aprendido de esta caída? Tal vez, la respuesta es algo más de lo que a primera vista parezca.
Mientras tanto, demos gracias al Universo porque la vida, a través de los fallos y los errores,
abre el cofre de nuestros secretos y, asimismo, destapa luces e íntimas sombras. Y sucede que
cuando el tropiezo se acepta, nos tornamos más flexibles y tolerantes porque, simplemente, la vieja
rigidez es algo que apaga la música de nuestra alma. Cuando la tormenta pasa, las aguas
que permanecían estancadas vuelven, de nuevo, a fluir renovando el curso de la vida e integrand
o la visión de áreas ocultas y olvidadas.
¿Hemos caído una vez más? Es tiempo de reírse un poco de uno mismo y seguir adelante.
Gracias como siempre por leerme,
te mando mi cariño, un abrazo