Es 18 de septiembre de 2007 y llevas poco más de un mes conmigo. Así es, regresamos y aunque las cosas son muy diferentes ahora (nuestras miradas, nuestros roces y las palabras) puedo decirte que te quiero.
Regreso a mi cama después del delicioso sexo que tuvimos y mi cuerpo mantiene tu aroma y tu sabor. Me arropo apretadito en la cama para seguir inhalándote… la noche promete ser buena gracias a esto.
No hubo te amo, ni siquiera te quiero mientras nos besábamos y yo seguía temblando en tus brazos; ya sabes, los escalofríos del orgasmo. Extrañaba tu cuerpo y el tiempo de los dos, a solas.
Sigues siendo la mujer de sonrisa perfecta, promesas que cumples, desafíos a la vida e irreverencia al sistema, y yo sigo enamorado de ti. Sólo no te amo.
Me sorprendes con la maravilla y con tus errores de quinceañera; hay veces que no sé cómo actuar contigo; dudo si tocarte, mirarte o hablarte.
No cambiaste. Las adicciones son otras y en consecuencia, también lo son las historias. Yo no soy el mismo y te sigo queriendo a mi lado, conmigo.
No puedo decir que te comparto mi vida y lo que soy porque en realidad, no te interesa y de nada te sirve. Yo sigo disfrutándote.
Contigo llevo dos relaciones: cuando te veo, y la que creo en mi cabeza; se complementan bastante bien.
Sé que no eres mía, sabes que no soy tuyo y el asunto funciona bien, es práctico para los dos. Es sólo que de vez en cuando me haces falta y prefiero callármelo; he ido aprendiendo a controlar mi necesidad sin que me lastime, así que por eso tampoco tengo problema.
Creo que jamás podremos ser amigos porque somos un par de desconfiados y los cuerpos nos atraen.
Sigamos jugando a esta pareja que para mí es exquisita y un respiro mientras me ahogo.
Te quiero; te quiero demasiado, lo siento en el cuerpo y en el nudo que se me hace en el estómago cada vez que te veo, en la sonrisa que me produces en la que enseño la dentadura y olvido qué es tener los labios unidos.
¡Me haces reír!, y vuelvo a imaginar.
Estás conmigo, qué más quiero.