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General: La revelación de Jesucristo PARA ESTE TIEMPO .
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De: Damarit Espinoza  (Mensaje original) Enviado: 29/05/2022 17:15

Apocalipsis (de Juan) 1-> Ver. 1Revelación de Jesucristo; se la concedió Dios para manifestar a sus siervos lo que ha de suceder pronto; y envió a su Angel para dársela a conocer a su siervo Juan,

[V.1-> Apelación. Gr. apokálupsis, “descubrimiento” (ver p. 733). “La revelación de Jesucristo” puede considerarse como el título que Juan le dio a este libro. Este título niega categóricamente el concepto de que el Apocalipsis es un libro sellado y por lo tanto no puede ser entendido. Contiene un mensaje que Dios se propuso que sus “siervos” en la tierra deberían oír y guardar (Ap 1:3), y no podrían hacerlo a menos que primero lo entendiesen. De Jesucristo. Tanto en griego como en español estas palabras pueden significar que el Apocalipsis es una revelación que se origina en Jesús o que lo revela a él. El contexto parece implicar que la primera interpretación 746 es en este caso la principal, porque es la revelación “que Dios le dio, para manifestar a sus siervos”. Al mismo tiempo debe recordarse la verdad del segundo significado, porque este libro revela a Jesús en su obra celestial después de su ascensión. En este sentido el Apocalipsis en realidad complementa a los Evangelios. Estos registran el ministerio de Jesús en la tierra; el Apocalipsis revela su obra en el plan de la redención a partir de ese tiempo. Cf. Ap 19:10. En cuanto a los nombres de Jesús y Cristo, ver com. Mat 1:1. Le dio. Desde la entrada del pecado toda comunicación entre el cielo y la tierra ha sido por medio de Cristo (PP 382). Siervos. Gr. dóulos, “esclavo” (ver com. Rom 1:1). Los primeros cristianos a menudo se designaban a sí mismos como “esclavos”. Que deben suceder pronto. El pensamiento de que los diversos acontecimientos predichos en el libro del Apocalipsis debían suceder en un futuro cercano se declara específicamente siete veces: “Las cosas que deben suceder pronto” (Ap 1:1; Ap 22:6), “el tiempo está cerca” (Ap 1:3) y “He aquí [o ‘ciertamente’] yo vengo pronto” (Ap 3:11; Ap 22:7; Ap 22:12; Ap 22:20). También hay referencias indirectas a la misma idea (Ap 6:11; Ap 12:12; Ap 17:10). La respuesta personal de Juan a estas declaraciones del pronto cumplimiento del propósito divino fue: “Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Ap 22:20). Por lo tanto, el concepto de la inminencia del regreso de Jesús se halla explícito e implícito a través de todo el libro. La segunda venida de Cristo es el gran acontecimiento culminante del antiquísimo conflicto entre el bien y el mal que comenzó cuando Lucifer puso en tela de juicio el carácter y el gobierno de Dios. Las declaraciones en el Apocalipsis y en otros pasajes bíblicos respecto a la inminencia del retorno de Cristo, deben entenderse dentro de los límites de este gran conflicto. Dios podría haber aniquilado con toda justicia a Lucifer cuando con obstinada impenitencia persistió en su rebelión; pero la sabiduría divina difirió la exterminación del mal hasta que la naturaleza y los resultados del pecado se hiciesen plenamente visibles para los habitantes del universo (PP 21-23). En cualquiera de los diversos momentos cruciales de la historia de este mundo, la justicia divina podría haber pregonado “ ¡Hecho está!”, y Cristo podría haber venido para inaugurar su reino de justicia. Hace mucho tiempo que podría haber culminado sus planes para la redención de este mundo. Así como se ofreció a Israel la oportunidad de preparar el camino para el reino eterno de Dios en la tierra cuando ese pueblo se estableció en la tierra prometida, y nuevamente cuando volvió de su destierro en Babilonia, así también le dio a la iglesia de los tiempos apostólicos el privilegio de completar la comisión evangélica. Otra oportunidad semejante llegó con el gran despertar del segundo advenimiento en el siglo XIX. Pero en todos esos casos, el pueblo escogido de Dios no supo aprovechar la oportunidad que le fue ofrecida con tanta bondad. El movimiento adventista, animado por el consejo inspirado, esperaba que Cristo viniese muy pronto después de 1844. Cuando Jesús aún no había aparecido a fines del siglo, se recordó repetidas veces a los creyentes adventistas que el Señor podría haber venido antes de ese tiempo (3JT 73; 8T 115-116; 3JT 297; DTG 587-588; CS 511). Cuando se explicara por qué el tiempo había continuado más de lo que sus primeros testimonios parecían indicar, respondió: “¿Cómo es el caso del testimonio de Cristo y de sus discípulos? ¿Estaban engañados?... Los ángeles de Dios en sus mensajes para los hombres representan el tiempo como muy corto... ¿Pero ha fallado la Palabra de Dios? ¡Nunca! Debe recordarse que las promesas y las amenazas son igualmente condicionales” (1MS 76-77). Por lo tanto, es claro que aunque la segunda venida de Cristo no depende de ninguna condición, las repetidas declaraciones de las Escrituras de que su venida era inminente estaban condicionadas por la respuesta de la iglesia a la exhortación de que terminara la obra de predicar el Evangelio en su generación. No ha fallado la Palabra de Dios que declaró hace siglos que el día de Cristo “se acerca” (Rom 13:12). Jesús hubiera venido muy pronto si la iglesia hubiese hecho la obra que se le encomendó. La iglesia no tenía derecho a esperar a su Señor porque no había cumplido con las condiciones. Ver Ev 503-505. De modo que las declaraciones del ángel del Apocalipsis a Juan respecto a la inminencia del regreso de Cristo para poner fin al reinado del pecado, deben ser entendidas como una expresión de la voluntad de Dios y de su propósito. Dios nunca ha pensado en demorar la consumación del plan de salvación; siempre ha expresado su voluntad de 747 que el regreso de nuestro Señor no se retarde mucho. Estas declaraciones no deben entenderse en términos de la presciencia de Dios de que habría una demora tal, ni tampoco a la luz de la perspectiva histórica de lo que en realidad ha sucedido en la historia del mundo desde ese tiempo. Es verdad que Dios sabía de antemano que la venida de Cristo sería demorada unos dos mil años; pero cuando envió sus mensajes a la iglesia por intermedio de los apóstoles, expresó esos mensajes en términos de su voluntad y propósito respecto a dicho acontecimiento para que su pueblo estuviese informado de que, en la providencia divina, no había necesidad de una demora. Por consiguiente, las siete declaraciones del Apocalipsis respecto a la proximidad de la venida de Cristo deben entenderse como una expresión de la voluntad y el propósito de Dios, como promesas expresadas condicionalmente, y no como declaraciones basadas en el conocimiento previo de Dios. En este hecho debe hallarse sin duda la armonía entre los pasajes que exhortan a estar preparados para la pronta venida de Cristo y aquellos períodos proféticos que revelan cuán distante se halla en realidad el día de nuestro Señor Jesucristo. La declaró. Gr. semáinō, “señalar”, “indicar”, “dar señal”; “declaró”, “explicó”. Ángel. Gr. ággelos, “mensajero”. Los ángeles frecuentemente cumplen la función de ser portadores de revelaciones divinas (cf. Dan 8:16; Dan 9:21; Luc 1:19; Luc 1:26, etc.). Este ángel ha sido identificado como Gabriel (ver com. Luc 1:19). Juan. Es decir, Juan el apóstol (ver pp. 733-738; cf. com. Mar 3:17). El Apocalipsis es el único libro de Juan en el que éste se identifica por nombre (ver t. V, p. 869; cf. 2 Juan 1; 3 Juan 1). ] 
Apocalipsis (de Juan) 1-> Ver. 2
[V.2-> Ha dado testimonio. Mejor “dio testimonio”. Gr. marturéō, “dar testimonio”, “testificar”. El pretérito (emartúr’sen) muestra que el autor se refiere a lo que está por escribir desde el punto de vista de sus lectores, para quienes la acción ya sería algo pasado cuando recibieran el mensaje. Las epístolas de Pablo (ver com. Gal 6:11; Fil 2:25) presentan numerosos ejemplos de este uso del pretérito; lo mismo se ve en escritos de autores griegos y romanos antiguos. Esta costumbre se consideraba como un acto de cortesía para el lector. Juan declara que es testigo, que da testimonio de todo lo que Dios te había revelado. Palabra. Gr. lógos, “palabra”, “declaración”, “mensaje”, “oráculo” (ver com. Jn 1:1). De Dios. Es decir, que se origina en Dios, o es hablada por Dios. Juan se refiere a “la revelación de Jesucristo, que Dios le dio” (Ap 1:1). “La palabra de Dios”, “el testimonio de Jesús”, y “todas las cosas que ha visto”, se refieren a lo mismo: a “la revelación” del Ap 1:1. El testimonio de Jesucristo. Puede referirse a que el libro del Apocalipsis es un mensaje proveniente de Jesús o acerca de Jesús (ver com. Ap 1:1). El contexto favorece la primera interpretación; pero, por supuesto, es ambas cosas. Los Ap 1:1 y Ap 1:2 tipifican un típico paralelismo invertido, en el cual las líneas primera y cuarta son paralelas, y la segunda es paralela a la tercera: ”La revelación de Jesucristo, que Dios le dio... La palabra de Dios.... del testimonio de Jesucristo”. Ha visto. Mejor “vio”. Vocablos que significan comunicación y percepción visual, aparecen 73 veces en el Apocalipsis; y palabras que denotan comunicación y percepción auditiva, 38 veces. El Apocalipsis es un informe real de lo que Juan vio y oyó mientras estaba en visión. ] 
Apocalipsis (de Juan) 1-> Ver. 3
[V.3-> Bienaventurado. Gr. makários, “feliz” (ver com. Mat 5:3). Algunos sugieren que aquí puede haber una alusión a Luc 11:28. El que lee. Sin duda es una referencia en primer lugar a la persona que se escogía en la iglesia antigua para leer en público los escritos sagrados. Juan anticipa la lectura pública del libro que ahora dirige a “las siete iglesias que están en Asia” (Ap 1:4), en la presencia de los miembros reunidos de cada congregación (cf. Col 4:16; 1Ts 5:27). Esta práctica cristiana refleja la costumbre judía de leer “la ley y los profetas” en la sinagoga cada sábado (Hch 13:15; Hch 13:27; Hch 15:21; etc.; ver t. V, pp. 59-60). La orden implícita de que se leyera el Apocalipsis en las iglesias de Asia sugiere que sus mensajes eran aplicables a la iglesia en los días de Juan (ver com. Ap 1:11). Los que oyen. O sea los miembros de iglesia. Nótese que hay sólo un lector en cada iglesia, pero hay muchos que “oyen” lo que se lee. La bendición que acompañaba la lectura del Apocalipsis en las “siete iglesias” de a provincia romana de Asia, pertenece a todos los cristianos que leen este libro con el deseo de comprender más perfectamente las verdades que allí se registran. Esta profecía. La evidencia textual establece (cf. p. 10) el texto “la profecía”. Algunos sugieren que Juan pide aquí específicamente que se le dé igual oportunidad a la lectura del Apocalipsis como a los libros proféticos del AT, los cuales se leían en la sinagoga cada sábado. Aunque la palabra “profecía”, como se usa en la Biblia, se refiere a un mensaje específico de Dios, sea cual fuere su naturaleza (ver com. Rom 12:6), el libro de Apocalipsis puede ser llamado acertadamente una profecía en el sentido más estricto porque es una predicción de acontecimientos futuros. Guardan. La flexión del verbo en griego implica la observancia habitual de las admoniciones de este libro como una norma de vida. Ver com. Mat 7:21-24. Escritas. Mejor “han sido escritas”, con el sentido de que “permanecen escritas”. Tiempo. Gr. kairós, “tiempo”, con el significado de un momento particular, una ocasión propicia, un tiempo establecido de antemano para un acontecimiento particular (ver com. Mar 1:15). Este “tiempo” que “está cerca” es el tiempo para el cumplimiento de “las cosas en ella escritas”, “las cosas que deben suceder pronto” de Ap 1:1 (ver este com.). La inminencia de esos acontecimientos es el motivo para observar atentamente “las palabras de esta profecía”. Por lo tanto, el Apocalipsis es de importancia muy especial para los que creen que “el tiempo” de la venida de Cristo “está cerca”. Compárese con la Nota Adicional de Romanos 13. Está cerca. Como vivimos en los últimos momentos del “tiempo”, las profecías del Apocalipsis tienen una importancia capital para nosotros. “Especialmente Daniel y Apocalipsis deben recibir atención como nunca antes en la historia de nuestra obra” (TM 112). “Los solemnes mensajes que en el Apocalipsis se dieron en su orden, deben ocupar el primer lugar en el pensamiento de los hijos de Dios” (3JT 279). ”Al libro de Daniel se le quita el sello en la revelación que se le hace a Juan” (TM 115). Mientras que el libro de Daniel presenta a grandes rasgos los sucesos de los últimos días, el libro de Apocalipsis da vívidos detalles acerca de dichos sucesos, de los cuales ahora se declara que están “cerca”. ]
Apocalipsis (de Juan) 1-> Ver. 
[V.5-> Jesucristo. Ver com. Ap 1:1. Los otros miembros de la Deidad ya han sido mencionados en el Ap 1:4. Testigo fiel. En el texto griego este título está en aposición con “Jesucristo”, que aparece en el caso genitivo-ablativo. Normalmente estas palabras deberían estar en el mismo caso; sin embargo quedan, como el título divino para el Padre (ver com. Ap 1:4), aquí en caso nominativo, sin cambio ninguno. Algunos sugieren que Juan implica así la divinidad de Cristo y su igualdad con el Padre (ver Nota Adicional de Juan 1). Cristo es el “testigo fiel” porque es el representante perfecto del carácter, la mente y la voluntad de Dios delante de la humanidad (ver com. Jn 1:1; Jn 1:14). Su vida sin pecado en la tierra y su muerte como sacrificio testifican de la santidad del Padre y de su amor (Jn 14:10; ver com. Ap 3:16). Primogénito. Gr. prōtótokos, “primogénito” (ver com. Mat 1:25; Rom 8:29; cf. com. Jn 1:14). Jesús no fue cronológicamente el primero que resucitó de entre los muertos, pero puede considerarse como el primero en el sentido de que todos los que resucitaron antes y después de él, fueron liberados de las ataduras de la muerte sólo en virtud del triunfo de Cristo sobre el sepulcro. Su poder para poner su vida y para volverla a tomar (Jn 10:18) lo coloca en una posición superior a todos los otros hombres que hayan salido alguna vez de la tumba, y lo caracteriza 750 como el origen de toda vida (Rom 14:9; 1Co 15:12-23; ver com. Jn 1:4; Jn 1:7-9). Este título, como el que sigue, refleja el pensamiento de Sal 89:27. Soberano. O “gobernante”. Este mundo pertenece legítimamente a Cristo. Cristo triunfó sobre el pecado y recobró la heredad que perdió Adán, y es el gobernante legítimo de la humanidad (Col 2:15; cf. Col 1:20; Ap 11:15). En el día final todos los seres humanos lo reconocerán como tal (Ap 5:13). Pero ya sea que se lo reconozca o no, Cristo ha tomado el dominio de los asuntos terrenales para el cumplimiento de su propósito eterno (ver com. Dan 4:17). El plan de la redención, que se ha convertido en una verdad histórica mediante su vida, muerte y resurrección, ha ido avanzando paso tras paso hacia el gran día del triunfo definitivo. Ver Ap 19:15-16. Que nos amó. La evidencia textual establece (cf. p. 10) el texto “que nos ama” (BJ, BA, BC). El amor de Dios, revelado en Jesucristo, es ahora un hecho histórico; pero él “nos ama” ahora tanto como cuando entregó la dádiva suprema de su Hijo. Lavó. La evidencia textual favorece la variante “soltó”; “libertó” (BA). Esta diferencia sin duda surgió por la similitud entre las palabras griegas lóuō, “lavar”, y lúō, “soltar”. Ser “soltado” de los pecados es ser libertado del castigo y del poder del pecado (ver com. Jn 3:16; Rom 6:16-18; Rom 6:21-22). Con su sangre. O “por su sangre”, es decir por la muerte de Cristo en la cruz. Fue un sacrificio vicario (ver com. Isa 53:4-6; cf. DTG 16). 
Apocalipsis (de Juan) 1-> Ver. 6
[V.6-> Reyes y sacerdotes. La evidencia textual establece (cf. p. 10) el texto “un reino, sacerdotes” (BC), quizá una alusión a Exo 19:6 (cf. Ap 5:10). Cristo ha constituido a su iglesia en un “reino” y a sus miembros individuales en sacerdotes. Ser miembro del reino es ser “sacerdote”. Compárese con el “real sacerdocio” de 1Pe 2:9. Los que han aceptado la salvación en Cristo, constituyen un reino cuyo rey es Cristo. Es una referencia al reino de la gracia divina en los corazones de los seres humanos (ver com. Mat 4:17). Un sacerdote puede ser considerado como uno que presenta ofrendas a Dios (cf. Heb 5:1; Heb 8:3), y en este sentido todo cristiano tiene el privilegio de presentar “sacrificios espirituales” -oración, intercesión, acción de gracias, gloria- a Dios (1Pe 2:5; 1Pe 2:9). Como cada cristiano es un sacerdote, puede acercarse a Dios personalmente, sin la mediación de otro ser humano, y también acercarse -interceder- por otros. Cristo es nuestro mediador (1Ti 2:5), nuestro gran “sumo sacerdote”, y por medio de él tenemos el privilegio de llegarnos “confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Heb 4:15-16). A él sea gloria. Literalmente “a él la gloria” (BJ, BC, NC), es decir, a Cristo (Ap 1:5). El artículo definido que acompaña al sustantivo sugiere una gloria específica, quizá la gloria total. Para un comentario sobre dóxa, la palabra que se traduce “gloria”, ver com. Rom 3:23. Imperio. El atribuirle “imperio” a Cristo es reconocerlo como el gobernante legítimo del universo. Después de la resurrección recibió “toda potestad... en el cielo y en la tierra” (ver com. Mat 28:18). Cristo merece la alabanza siempre continua de la humanidad como agradecimiento por su triunfo sobre el pecado y la muerte (Col 2:15). Satanás había puesto en tela de juicio el derecho de Cristo a la “gloria” y al “imperio”, pero éstos pertenecen legítimamente a Cristo. Con esta doxología o atribución de alabanza, termina Juan el saludo en su carta (Ap 1:4-6). Por los siglos de los siglos. Gr. eis tóus aiōnás tōn aiōnōn, “para los siglos de los siglos” y por lo tanto, “para siempre”. En cuanto a la palabra aiōn, ver com. Mat 13:39. Juan no percibe límite alguno de tiempo al derecho de Cristo a la “gloria e imperio”. Amén. Ver com. Mat 5:18. ] 
Apocalipsis (de Juan) 1-> Ver.
[V.7-> He aquí que viene. Después de terminar el saludo en el Ap 1:6, Juan anuncia el tema del Apocalipsis: la segunda venida de Cristo. Esta es la meta hacia la cual se mueve todo lo demás. Es significativo que Juan use el tiempo presente, “que viene”, con lo cual destaca la certeza del acontecimiento, quizá también su inminencia (ver com. Ap 1:1). Con las nubes. Ver com. Hch 1:9-11. Traspasaron. Gr. ekkentéō. Esta palabra la usa Juan en su Evangelio (Jn 19:37) cuando cita a Zac 12:10. Los traductores de la LXX sin duda se equivocaron al leer en Zac 12:10 la palabra hebrea daqaru, “traspasaron”, como raqadu, “danzaron en triunfo”, y así la tradujeron al griego. El Evangelio de Juan es el único en donde se registra que el costado de Jesús fue herido por un lanzazo (Jn 19:31-37). Este punto de similitud entre los dos libros es una evidencia indirecta de que el Apocalipsis fue escrito por la misma mano que redactó el cuarto Evangelio. Aunque Juan sin duda escribe en griego, no tiene en cuenta la LXX en ambos casos, y da una traducción correcta del hebreo. La afirmación de Ap 1:7 claramente implica que los responsables de la muerte de Cristo serán levantados de entre los muertos para presenciar su venida en gloria (ver com. Dan 12:2). Durante su enjuiciamiento Jesús advirtió a los dirigentes judíos en cuanto a este temible suceso (Mat 26:64). Lamentación. Literalmente “se cortarán”, referencia a la costumbre antigua de cortar o herir el cuerpo como señal de tristeza. En sentido figurado, como aquí, describe el dolor más bien que la acción física de herirse el cuerpo. Refleja el remordimiento que se apoderará de los impíos (ver com. Jer 8:20). ] 








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