**El exánime susurro de lánguidas brisas acaricia débilmente la capital de aquel suelo tartárico de aparente desolación. La magna catedral del dios del inframundo apenas rasguñada por mareas de lamentos que distan mucho de la imponente Giudecca se alza estoica en el inerte paisaje envuelto por  alientos de muerte, unos que no traspasan el límite impuesto más allá  del umbral del oscuro santuario para plenitud del emperador infausto. En cambio, la fría esencia de las entrañas del Tártaro se percibe inhóspita en cualquier recoveco, impregnando la exquisita balaustrada que sostiene el propileo que abre paso  al complejo delta de pasajes que introducen al majestuoso trono del señor de los muertos.

Colgantes telas diáfanas de oscuros e intensos matices crean un juego de luces y deliciosas sombras alrededor,  tras la marmórea silla recubierta de ornatos tallados, bajo una rutilante proyección purpura,  se adivina las sinuosas sombra  de la Flor Carmesí.

Su diestra se apresura a remover el cortinaje cárdeno anteponiendo  el sobrehombro  del Behemoth con sus fauces afincadas a su poderoso brazo, los ojos inquisidores observando desde ahí con todo su inmisericordia - ¿Buscas a alguien?... Kagaho – las notas de terciopelo dibujan descarado sarcasmo, los incisivos ojos  violáceos escrutan con quirúrgica precisión al ave solar, aquel  enigmático rostro se ensombrece  con una sonrisa cainita por parte de la doncella de las tinieblas.

La joya de la fatídica bestia terrestre emite su brillo solemne  bajo la luz mortecina del ostentoso salón, los dedos largos y arrogantes peinan la oscura vertiente de cabellos purpúreos  con orgullo insigne de campeona dantesca, su presencia parece menguar el resplandor de las luces presentes, arrastrando consigo aquel garbo siniestro acompañado de su inquietante presencia agreste. Consecuencia inherente del encuentro de dos monstruos  de férreas convicciones que vuelve a mirarse las caras. **

**La exquisita curva de sus labios se torna más arrogante que letal, soltando  una discreta risilla apenas suficientemente audible en  la  etérea quietud de la sala dejando que se eleve su dulce y siniestro eco melódico – Ambas, lo confieso -  el descaro se le escurre de los labios, el ave solar había dado justo en el clavo. Su presencia ahí, obstruyendo nuevamente  la  imperante campaña  del otro, es prueba inequívoca de que Pandora estaba involucrada hasta la raíz, provocando que el choque de convicciones  entre la  heraldo del inframundo y  el espectro de Bennu, la colocase a ella la nigromante sombría  justo en medio.

Aunque admite que muy en lo profundo, disfruta la justa inherente de su encuentro, digna de enemigos naturales. Poniendo a prueba la obstinada convicción del espectro,  cada vez presionando más. Su piel se regocija en el aliento del instinto asesino que se impregna en el aire anunciando el cataclismo, sus marcas de guerra, vibrantes  de emoción.

De pie junto al  trono de Hades, acaricia sus relieves con aparente interés aunque sus mordaces  ojos granate  contemplaban la magnífica ave – Me divierte  ver que tan lejos puedes llegar  como el lazarillo de aquel que se hace llamar Hades… que gracioso – no repara en cada vocablo aterciopelado y grave que emerge modulado de su boca mientras las brazas flotantes y delicadas iluminan la telaraña de cabellos púrpura que se teje en el respaldo se resbala poco a poco, mientras su figura hosca  y sinuosa se contrae deliciosamente en la sombra que el asiento proyecta dejando aquellas palabras en el aire.

-Pero, también es bastante extraño… ¿o curioso debería decir? -  su voz emerge siniestra en el extremo contrario de la estancia  un puñado de metros a espaldas del ave solar.  Su cuerpo apoyado contra un pilar sobre el cual se ejerce una  profunda sombra que  solo deja adivinar la enigmática figura a medias. Una bruma negroide  danza envolvente en hipnótico vaivén adosándose en sus pies magnificando la esencia misma del blindaje tártrico que recubre sus formas, exudando esporas malva que levitan ejecutando su enmudecido vals, manifestación evidente  en respuesta al llamado  de sangre que  evoca el otro frente a ella  - Un  canario tratando de rescatar a otro, encerrado en una jaula de oro… tan lejos de sus alas -  la “Flor Carmesí” intenta jugar con su voluntad, regodeándose  en el proceso; alimentando su esencia oscura  que poco a poco delinea entre resplandores y bruma  que  delinean su silueta.**