*Los mandatos fueron claro para ambos dorados, el francés, quien situado caballerosamente rodilla izquierda en el suelo y su derecha apegada a su pecho, escucha atentamente la misión encomendada hacia ambos, su rostro en ese momento no se podía ver con claridad por causa de su larga cabellera, pero al termina de las palabras de Athena, el mago de los hielos da a conocer su expresión seria, cual antes sin levantarse expresa, -Así será Athena-, frías y precisas palabras que dejan todo dicho, acto seguido se levanta, cual su capa es estirada, cubriendo toda su espalda, brazos por la parte de atrás y sus piernas por completo, sus pies da un ligero movimiento, cual su presencia ya no era importante en tal salón, sus pisadas, cual el sonido metálico se hacia escuchar por aquellas paredes y pilares. Pasan minutos cual la fisonomía del onceavo caballero se encuentra en las afueras de aquel templo de Athena, mirando hacia el horizonte, para después sin perder ningún segundo mas, su cuerpo es cubierto por una ligera cosmos-energía, donde en un momento a otro, su cuerpo brilla y desaparece como toda una estrella fugaz, cual surca los cielos de Grecia, tal acto no demoro minutos; sus pies tocan las afueras del bosque, cual se puede divisar aquella aura que lo cubre, como si la misma tuviese poder, el joven no se inmuto en preocuparse, pues solo siguió su camino a dicha lugar que esta en medio del bosque, al paso de su camino, el olor se hace mas fuerte, aquella energía mas densa y el camino recorrido por el dorado, ya se había perdido entre los árboles, es cuando había recordados que aquella misión no era solitaria, es por eso que tarde o temprano se encontraría con cualquiera de sus compañeros de armas; pasan varios minutos de la llegada al bosque, cual su recorrido echo es bastante amplio, para finalmente, llegar a dicho lugar, viéndose rara vez una catedral en medio de un bosque pantanoso y abandonado, su fisonomía quedo a metros de la entrada de dicho lugar, cual se presirve la concentración de dicho cosmos en ese lugar, decidió esperar unos cuantos minutos, por si el segundo dorado llegase a tal lugar; es cuando el francés no quiso hacerse notar menos en tal oscuro y tenebroso lugar, cual de su armadura ciertos polvos de estrellas de un dorado brillante se desprenden de el, cual lentamente lo va cubriendo por toda su silueta, cruzándose de brazos, cual su mirada esta fija en dicha arquitectura, concentrando en todos los sentidos por cualquier motivo*

*La espera se hace cada vez mas larga, los vientos son unos de los acompañamiento que juegan con la fisonomía del Acuariano, Apolo cual su luz se encuentra opaca por tales árboles y el ambiente del bosque, su postura sigue siendo tranquila, sus ojos casi cerrados por completos, sus brazos cruzados, cual al paso del tiempo transcurrido comienza a preocuparse por la tardanza de quien se trataría de su compañero, "Que te ah pasado Albafika...", piensa, al mismo tiempo que toma decisiones drásticas ante la situación, de seguir adelante con o sin el caballero de Picis, los parpados del francés dejan al descubierto los orbes del mismo, cuales ojos no dejan de mirar fijamente aquella catedral que algo extraño le producía ante sus sentidos, tal lugar no podría estar tan solitario como se ve, cual no tiene duda en que uno que otro espectro podría estar resguardando y capas al tanto de la visita del dorado, así pasan no mas de diez minutos, las extremidades superiores se descruzan y el pie derecho da el primer paso, tomando aquella opción pensada anteriormente, su bata blanca cual cubre la espalda del peli-verde flamea al ritmo de los pasos, teniendo una mentalidad fría y profundamente concentrada ante lo que el va, "Lo siento Albafika...no puedo esperarte mas...", dijo dentro de si mismo, en el transcurso de sus pisadas no iba a entrar desprotegido, sabiendo que seria una entrada obvia, no pretendía ser atacado inesperadamente, puesto que de su mismo cuerpo y armadura comienza a desprenderse ciertas estrellas luminosas, conocida como el comos, cubriendo de pies a cabeza, sin aviso alguno, la palma derecha del mismo toca la gran puerta que da bienvenida a la catedral, puesto que no dudo en abrirla sobreponiendo peso para empujar dicha puerta, viéndose un gran pasillo, cuales en las paredes a una cierta altura, la adornan antorchas cuales al mismo tiempo iluminan la infraestructura por el interior, -Jm...-, se queda parado unos segundos, sus ojos son los únicos que se mueven, divisando a sus costados, por precaución, profundizando su visita, no duda en seguir su curso del camino, para llegar hasta el final.*