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General: LA PERFECTA ESPRECION
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De: Celeste Sanchez  (Mensaje original) Enviado: 27/11/2013 19:13









«Ningún viento puede extraviar mi barca ni cambiar el curso de mi destino.»

Para todo hombre existe una perfecta expresión de sí mismo. Hay un sitio que él debe ocupar y que nadie podrá ocupar en su lugar; hay cosas que él mismo debe hacer y que nadie podrá hacer por él, ése es su destino. Esta idea perfecta, mantenida en el Entendimiento Divino, espera a que el hombre la reconozca. Pues la facultad de la imaginación es una facultad creadora, necesaria para que el hombre perciba la idea antes de que ésta sea realizada.

Así pues, el llamamiento más elevado que puede recibir el hombre se refiere al designio divino de su vida. Es posible que no se tenga ni la menor idea de ello, pero lo cierto es que puede tener, profundamente escondido en sí mismo, algún talento maravilloso.

Su llamamiento deberá ser: «Espíritu Divino, abre la vía para que le se manifieste el designio divino de mi vida; que el genio que existe en mi sea liberado; que pueda comprender con toda claridad el Plan Perfecto».

El Plan Perfecto comprende la salud, la fortuna, el amor y la perfecta expresión de sí mismo. Ahí está la cuadratura de la vida que trae consigo la felicidad perfecta. Después de haber hecho este llamamiento, grandes cambios pueden producirse en la vida de una persona, pues todos los hombres están lejos del designio divino. Conozco el caso de cierta persona: parecía como si un ciclón hubiera devastado todos sus asuntos, pero éstos se reorganizaban rápidamente y nuevas y maravillosas condiciones no tardaban en sustituir a las viejas.

La expresión perfecta de sí mismo no se manifestará nunca como una tarea ingrata, pero tendrá un interés tan absorbente que parecía como si se tratara de un juego. Aquel que se inicia a la verdad también sabe que al penetrar en el mundo donde Dios dirige las finanzas, la riqueza necesaria para su más perfecta expresión estará al alcance de su mano.

Más de un genio ha tenido que pasar durante años por problemas financieros, pero aquellos que pronuncian la palabra con fe liberarán rápidamente los fondos necesarios.

¿Quiere ver un ejemplo de ello? Después de un curso, un estudiante acudió a verme y me enseñó un centavo. Entonces me dijo: «Sólo tengo siete centavos, y le daré uno a usted, pues tengo fe en el poder de su palabra; le pediré que pronuncie la palabra para mi perfecta expresión y mi prosperidad».

Así pues, «pronuncié la palabra» y no volví a saber nada de él durante un año. Finalmente, regresó un día con aspecto de sentirse perfectamente feliz, en pleno éxito, con una cartera llena de billetes de banco. Me dijo en seguida: «Después de que usted pronunciara la palabra, me apareció una oportunidad en un pueblo y encontré la salud, la felicidad y la riqueza.»

Para una mujer, la expresión perfecta puede venir del hecho de ser una esposa notable, una madre ideal, una dueña de casa realizada, sin seguir necesariamente una carrera brillante.

Pida directrices nítidas y el camino le será trazado, con facilidad y lleno de éxito.

No debemos «representarnos», ni forjarnos una imagen cuando pedimos que el designio divino penetre en nuestra conciencia; recibimos la clara inspiración y empezamos a ver cumplidas grandes cosas. Ahí está la imagen o la idea a la que es conveniente atenerse sin la menor vacilación. Aquello que el hombre busca también al hombre. ¡El teléfono buscó a Bell!

Los padres jamás deberían imponer sus carreras o sus profesiones a sus hijos. Conociendo la Verdad Espiritual, ya en los primeros años de la vida del niño, o incluso antes de su nacimiento, deberían pronunciar la palabra para que se realice el Plan Divino.

Un tratamiento prenatal debería hacerse de la siguiente manera: «Que Dios que está en este niño se exprese perfectamente; que los designios divinos para su espíritu, su cuerpo y sus asuntos se manifiesten durante toda su vida, durante toda la Eternidad».

Que la voluntad de Dios sea hecha y no la del hombre; según el modelo de Dios y no el del hombre. Este es el mandamiento que encontramos constantemente en las Escrituras, y la Biblia es un libro que trata de la Ciencia del Espíritu y que enseña al hombre a liberar su alma (el subconsciente) de la esclavitud.

Las batallas que se describen en ese libro representan las luchas del hombre contra los pensamientos mortales. «Los enemigos del hombre serán aquellos de su propia casa.» Todo hombre es Josué y todo hombre es David que extermina a Goliat (el pensamiento, el entendimiento mortal) gracias a una pequeña piedra blanca (la fe). Así, el hombre debe vigilar para no ser un «mal servidor» que entierra su talento, para no servirse de aquellos dones que entrañan terribles penalidades.

Con frecuencia, el miedo impide al hombre expresarse correctamente. El «miedo» ha atormentado a más de un genio; pero el miedo puede superarse por medio de la palabra pronunciada o por el «tratamiento»; el individuo pierde, toda la conciencia de sí mismo y siente solamente que hay sólo un medio para expresar la Inteligencia Infinita.

Se encuentra entonces bajo la inspiración directa, liberado de todo miedo, lleno de confianza, pues siente al «Padre que hay en él» y que actúa.

Un joven asistía con frecuencia a mi curso, en compañía de su madre. Me pidió que «pronunciara la palabra» para un examen al que iba a tener que someterse.

Yo le aconsejé que hiciera esta afirmación: «Estoy unido a la Inteligencia Infinita; sé todo lo que debo saber sobre esta asignatura»; poseía excelentes conocimientos de historia, pero no estaba muy seguro de sus conocimientos en aritmética.

Tuve la ocasión de verle poco tiempo después: «Pronuncié la palabra para la aritmética y recibí una de las mejores notas, pero me fié de mí mismo para la historia y mis notas fueron muy bajas».

El hombre recibe un golpe cuando está muy seguro de sí mismo, pues ha puesto toda la confianza en su personalidad y no en el «Padre que está en él».

Otra de mis alumnas me dio el siguiente ejemplo. Un verano, hizo un largo viaje, visitando numerosos países cuya lengua ignoraba. A cada instante pedía las directrices y la protección divinas, y todo se resolvía milagrosamente. Sus equipajes jamás se retrasaron ni se perdieron. Siempre encontraba los mejores hoteles y todo le fue perfectamente servido. Regresó a Nueva York donde, al conocer la lengua, pensó que Dios ya no era necesario e hizo sus cosas sin rogarle más.

Todo le salió mal; sus equipajes se perdieron en medio de la agitación y del desorden. El estudiante de metafísica debe tener la costumbre de «practicar la Presencia de Dios» a cada minuto. «Reconocerle en todas las direcciones», porque nada es insignificante, ni demasiado importante.

A veces, un incidente pequeño puede transformar toda una vida.

Robert Fulton, que se hallaba mirando hervir dulcemente el agua en una tetera, se imaginó un buque transatlántico.

He visto con frecuencia a un estudiante retrasar su demostración por su resistencia o bien porque él mismo quería elegir su camino. De esta manera, limitaba su fe y paralizaba la manifestación.

«¡Mis caminos y no tus caminos!» ordena la Inteligencia Infinita. En el caso de cualquier clase de energía, ya se trate del vapor o de la electricidad, es necesario un instrumento que no ofrezca ninguna resistencia y ese instrumento es el hombre.

Constantemente, las Escrituras le aconsejan al hombre que «esté tranquilo». «Oh Judá, no tengas miedo, pero mañana sal a su encuentro, pues el Señor estará contigo. No tendrás que combatir en esta batalla, relájate, ten tranquilidad y contempla la liberación del Señor que está contigo.»

Así lo constatamos en el caso anterior en el que una señora recibió del propietario del inmueble donde vivía sus dos mil dólares cuando ella adoptó una actitud no resistente y de una fe imperturbable, y también en el caso de aquella otra que ganó el amor del hombre al que amaba «cuando hubo cesado todo sufrimiento».

El objetivo del estudiante en metafísica es el equilibrio, el dominio de sí mismo. El dominio de sí mismo es su fuerza, pues da a la fuerza Dios la posibilidad de fluir a través del hombre, a fin de «actuar según Su bien querer». Dueño de sí mismo, el estudiante piensa claramente y «toma rápidamente las decisiones correctas». «La suerte no le falta nunca.»

La ira altera la visión, envenena la sangre: es la causa de enfermedades y de decisiones que conducen al desastre.

La ira suele incluirse entre los pecados capitales, tanto en cuanto a sus reacciones como en cuanto a sus efectos maléficos. El estudiante aprende que en metafísica la palabra pecado tiene un sentido mucho más amplio que aquel que se enseñaba antiguamente: «todo lo que es contrario a la fe es pecado».

Se da cuenta de que el miedo y la inquietud son pecados mortales. Es la fe a la inversa, ya que por medio de imágenes mortales deformadas, provoca precisamente aquello que rechaza. Su trabajo consiste en rechazar a sus enemigos (más allá del subconsciente). «Cuando el hombre esté exento del miedo, será perfecto.» Pero como dijo Maeterlink, «el hombre tiene miedo de Dios».

Así pues, tal y como hemos visto en los capítulos anteriores, el hombre no puede vencer el miedo más que enfrentándose a aquello que lo asusta. Cuando Josafat y su ejército se preparaban para salir al encuentro del enemigo, cantó: «Loado sea el Señor, pues su misericordia dura por toda la eternidad». Se dio cuenta entonces de que sus enemigos se estaban matando los unos a los otros, y que ya no quedaba nadie contra quien combatir. Una persona había pedido a una de sus amigas que transmitiera un mensaje a una tercera persona. Esta amiga temía dar ese paso pues la razón le aconsejaba: «No te pelees por este asunto y no te hagas responsable de este encargo».

Se sentía bastante inquieta, a pesar de haber pronunciado su palabra. Finalmente, decidió «afrontar al león» e hizo un llamamiento a la ley de la protección divina. Se encontró entonces con la persona a la que debía comunicar el mensaje que se le había encargado, abrió la boca para hacerlo así y, en ese mismo instante, esa otra persona le dijo: «Tal persona dejó el pueblo», lo que hacía inútil el mensaje que debía transmitir, puesto que la situación dependía de la presencia en el pueblo de aquella persona.

Como quiera que se le había rogado que actuara, es decir, que no resistiera, no se sintió obligada; precisamente porque no tenía miedo, la situación embarazosa desapareció por sí sola.

Los estudiantes retrasan a menudo su demostración manteniendo la idea de que estaba incompleta; deberían hacer la siguiente afirmación: «En el Espíritu Divino, todo está alcanzado; por lo tanto, mi demostración está completa, mi trabajo es perfecto, mi hogar es perfecto y mi salud también es perfecta».

Cualquier cosa que pidamos, son ideas perfectas, archivadas en el Entendimiento Divino y que deben manifestarse «por la gracia y de una manera perfecta». Hay que dar las gracias por haber recibido en lo Invisible y prepararse activamente para recibir en el plano visible.

Otra de mis alumnas tenía la necesidad de hacer una demostración pecuniaria; acudió a verme para preguntarme por qué esta demostración no llegaba a producir un resultado.

«Quizá tenga usted la costumbre de no terminar aquello que emprende, y su subconsciente haya tomado la costumbre de no llegar a terminar las cosas» (como ocurre afuera ocurre adentro).

«Tiene usted razón —me respondió ella—. Empiezo a hacer muchas cosas que no termino jamás.

Voy entrar en mi casa y a terminar de hacer una cosa que empecé hace varias semanas. Estoy segura de que eso será el símbolo de mi propia demostración.»

Se dedicó a terminar esa tarea y, ,al cabo de poco tiempo, consiguió terminar el trapajo. Poco tiempo después, el dinero le llegó de una manera curiosa.

Aquel mismo mes, su marido recibió una paga doble de su salario. Convencido de que se trataba de una equivocación, lo comunicó así a sus jefes, y éstos, debido a su honradez, le dijeron que se lo quedara. Cuando el hombre pide con fe, no puede dejar de recibir, pues Dios crea sus propias vías.

A mí, en ocasiones, me hacen esta pregunta: «Suponga que se tienen varios talentos. ¿Cómo saber cuál de ellos elegir?». Pida recibir una dirección clara, y diga: «Espíritu Infinito, dame una indicación clara, revélame cuál debe ser mi perfecta expresión, enséñame cuál es el talento que debo utilizar actualmente».

He visto a personas liberarse, bruscamente, de una tarea y encontrarse plenamente competentes con poco o casi ningún aprendizaje. Yo afirmo: «Estoy totalmente equipada para el Plan Divino de mi vida», y afronto sin miedo las ocasiones que se presentan.

Ciertas personas dan voluntariamente, pero no saben recibir; rechazan los regalos, ya sea por orgullo o por cualquier otra razón negativa y agotan así sus fuentes e, invariablemente, se encuentran un poco desprovistas de todo.

Así, por ejemplo, a una señora que había dado mucho dinero acudieron a ofrecerle una donación de varios miles de dólares. Ella la rechazó, diciendo que no tenía necesidad. Poco después, sus finanzas se encontraron con problemas y la mujer tuvo que endeudarse exactamente por aquella misma cantidad que se le había ofrecido. Es necesario recibir con gracia el pan «que nos viene sobre las aguas»; libremente, usted ha dado; libremente debe recibir.

El equilibrio entre dar y recibir existe siempre, y aunque el hombre debe dar sin esperar nada a cambio, viola la ley aquel que no acepta aquello que le ofrecen, pues todo viene de Dios, y el hombre no es más que su canal. No se debe tener jamás un pensamiento de penuria con respecto a aquel que da.

Por ejemplo, cuando el oyente del que ya he hablado me entregó su centavo, yo no pensé: «Pobre hombre, no está en condiciones de darme este centavo». Lo he visto rico y próspero, recibiendo su parte de la abundancia que existe. Fue ese pensamiento el que le indujo a actuar como lo hizo. Si no se sabe recibir, es necesario aprender y, para hacer brotar las fuentes, saber aceptar lo que se nos ofrezca, aunque sólo sea un sello. El Señor ama tanto a aquel que sabe recibir como al que sabe dar.

Con mucha frecuencia se me ha preguntado por qué un hombre nace rico y saludable y otro pobre y enfermo. Allí donde se produzca un efecto, hay siempre una causa; el azar no existe.

Esta cuestión encuentra su respuesta en la ley de la reencarnación. El hombre pasa por numerosas vidas, por numerosas muertes, antes de conocer la Verdad que le permite ser libre.

Se siente atraído hacia la tierra a causa de sus deseos anteriores insatisfechos, para pagar sus deudas kármicas o para «cumplir con su destino».

Por lo tanto, aquel que nace rico y saludable mantuvo en su subconsciente, en el transcurrir de su vida anterior, las imágenes de riqueza y de salud, mientras que aquel que está enfermo y pobre, creó las imágenes de enfermedad y pobreza.

En cualquier plano que esté, el hombre manifiesta la suma total de las convicciones de su propio subconsciente. Sin embargo, el nacimiento y la muerte son leyes establecidas por los hombres, pues «el pago del pecado, es la muerte», la expulsión de Adán de la conciencia por haber creído en dos poderes (el bien y el mal). El hombre real y el hombre espiritual no conocen el nacimiento, ¡ni la muerte! Él jamás nace y jamás muere, sino que «está en el comienzo y ¡estará siempre!».

Así pues, por el conocimiento de la Verdad, el hombre se libera de la ley del karma, del pecado y de la muerte y manifiesta al hombre creado a «imagen de Dios y según su semejanza». Su liberación se produce cuando ya ha cumplido su destino, haciendo surgir la manifestación del designio divino de su vida.

Su Señor le dirá: «Está bien, buen y leal servidor, tú has sido fiel en unas pocas cosas, yo te restableceré en muchas (incluyendo la muerte misma); entra en el gozo de tu Señor (la vida eterna)».

- Florence Scovel Shinn -



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