**El astro poeta se alzaba elegantemente sobre el azulado cielo despejado, acariciando con sus rayos de oro la tierra de los mortales. Abajo, un infernal desierto era el panorama sobre las tierras de Argelia. Un soplido como exhalado de la boca del mismo Lucifer recorria las tierras africanas levantando de vez en vez la arena de el lugar. Todo era rocas y arena abrazadas por el astro rey. Solamente, un remedo de coliseo se alzaba extrañamente en medio del desierto. Dentro de el, un grupo de jovenes, no mas de 15, se sentaban inquietos en los escalones desgastados por el tiempo con la mirada fija en el ruedo. Solo una figura destacaba de entre los jovenes. Su cuerpo era cubierto por una hermosa armadura, delatandolo como un santo al servicio de la diosa Athena. A su diestra se encontraba una hermosa escultura purpurea... ¿Eso era? No. Era una de las legendarias armaduras de bronce, que curbian el cuerpo de los mas valientes jovenes que peleaban por la justicia en el mundo. Los santos de Athena, que desgarraban el cielo con sus manos y destruian la tierra con sus patadas. Aquella era la armadura protegida por la constelacion del unicornio, que como si estuviera viva dirigia sus brillantes gemas amarillas como un par de ojos al centro del ruedo, misma direccion que contemplaba fijamente el santo de plata que parecia ser el maestro de aquellos jovenes. En el ruedo, dos jovenes se miraban fijamente. Uno de ellos, de piel trigueña y cabellos dorados tenia la mirada encendida con la fuerza de un potro. SU cuerpo estaba bañado en sudor y heridas. Una respiracion jadeante demostraba la ardua lucha que se habia estado librando entre aquellos jovenes, aspirantes a caballeros. Bajo aquel ardiente sol argeliano, ninguno de los dos bajaba la guardia, cruzando miradas, buscando un momento para atacar**

**El muchacho de los cabellos rubios y la mirada encendida, llamado Jabu, sentia como las frias perlas de sudor recorrian su rostro. Llevaba luchando varias horas por portar aquella armadura de bronce, para ser un santo al servicio de su amor, la diosa Athena. Sentia el cansansio en cada musculo de su cuerpo, sentia como si su corazon ya no bombeaba sangre en sus venas sino acido, sin embargo no bajaba la guardia. Con las ultimas fuerzas que le proporcionaba su cuerpo comenzo a cerrar su puño derecho, mientras que una luz purpurea comenzo a envolver su cuerpo. Sentia como no estaba solo en aquel combate, no. Aquella nueva fuerza que recorria su cuerpo era de un ser divino, la de los ojos de lechuza, su diosa, Athena.  En un segundo, comenzo a avanzar rapidamente, como un as de luz hacia su oponente. Al estar a una distancia propia y sin que su oponente pudiera hacer nada, el joven Jabu solto toda esa fuerza concentrada en su puño como un golpe, impactano el abdomen de su adversario el cual salio disparado por la fuerza de su atacante, aterrizando varios metros para atras en la arena, tierra ensangrentada por las milenarias luchas alli llevadas acabo, quedando ahi inconsiente y derrotado. En unisono, un grito de alegria se escucho de los demas muchachos en el coliseo, acompañado de aplausos y chiflidos. Poco despues el santo ahi presente se acerco tranquilamente a su discipulo y con una sonrisa dulce mas que elegante en su rostro, le dijo...- Felicidades Jabu, tu entrenamiento aqui ha terminado. Tengo el honor de ya no llamarte mi discipulo, sino mi compañero de armas, un santo como yo.. SE te ha otorgado el privilegio de portar la armadura del unicornio. Bienvenido seas a las filas de Athena- dijo el santo de plata. En un instante la escultura del unicornio se rompio en varios pedazos, volando como estrellas y curbiendo el cuerpo del nuevo santo. Una nueva mision se encontraba en la mente del santo de bronce: Proteger a Athena y preservar la paz en el mundo.**