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ALEJANDRA STAMATEAS: MUJERES INDEPENDIENTES
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De: Alondra bat Yeshúa  (Missatge original) Enviat: 21/11/2009 00:55

Mujeres Independientes

Alejandra Stamateas 

Génesis 30:25-30

Llega un momento en la vida donde todos, hombres y mujeres, nos preguntamos como Jacob, ¿cuándo voy a trabajar por mi casa, por lo mío?

Hay una oportunidad para atrapar una Palabra,

y cuando la tomes podrá cumplirse en tu vida.

En algún momento queremos ser independientes, dejar de vivir en la casa de los padres o de los suegros, no pagar más alquiler, no depender más del dinero de nadie y poseer las propias ganancias... Tampoco queremos estar pendientes del carácter de otros:”voy a ver cómo llega él…”, “y…de acuerdo como esté él…”; “voy a ver si mi amiga tiene ganas de ir al cine”, “y… no sé, voy ver si él quiere llevarme…”, y de esa manera vivimos dependiendo del servicio o del carácter de los demás deseando ser libres de una vez.

¿Cuándo trabajaré también por mi propia casa?, dijo Jacob.

Aunque el mayor deseo es ser independiente, muchas veces nos encontramos con una creencia freno, “no tengo con qué”: quiero tener mi negocio, pero… “no tengo con qué”; quiero salir de la casa de mi suegra, pero… “no tengo con qué”; “no tengo inteligencia”; “no tengo ganas”; “no tengo dinero”; “no tengo fuerzas”; “no tengo empuje”; “no tengo capacidad”. Esa creencia es un freno que -especialmente en las mujeres- se desarrolla interiormente y nos paraliza, produce angustia y no permite lanzarnos hacia lo que deseamos. Por eso, inconscientemente, buscamos que alguien se sume a compartir nuestro sueño.

Unirse a otro para lograr un sueño no está mal, pero hay que tener en cuenta que: yo soy el ciento por ciento y la persona a la que me uno también lo es, entonces, al unirnos, resultaremos un doscientos por ciento.

Cuando creo que “no soy nada” y busco a otro que me ayude a lograr algo quedaré expuesta a caer en abuso. Es decir, me uno al que tiene dinero, capacidades, inteligencia, fuerzas, ganas, entusiasmo, y cuando “ese” me deje, volveré a “ser nada” otra vez, como muchas mujeres que vuelven a la dependencia. Si pensás que la otra persona es como la nafta que necesita tu auto para seguir funcionando, cuando no esté, volverás a la nada.

Solamente podrás unirte a otro cuando tengas en claro que sos el ciento por ciento, que tenés inteligencia, entusiasmo y capacidad, y puedas decir: “hoy no tengo dinero, pero mañana lo tendré.” Y el otro tendrá, como vos, entusiasmo, dinero y deseos de hacer todo bien, potenciándose y obteniendo buenos resultados.

Si te unís a otra persona es para potenciarte

no para que el otro complete lo que no tenés.

En Génesis, cuando Dios forma a Eva es para darle a Adán una compañera no para que lo completara. La palabra se traduce como “una ayuda igual” (no es la ayuda de: te alcanzo las herramientas o te acerco un vaso de agua o el plato de comida.) “Ayuda igual”, compañeros, socios. Dios creó al hombre y a la mujer como sus socios para gobernar juntos el mundo.

1 Cor 3: 9 dice “ Somos colaboradores de Dios y trabajamos juntamente con la energía de Dios.”

“Colaboradores” es la misma palabra. Adán y Eva eran socios entre sí y, ambos, socios de Dios que junto a la fuerza, energía y sabiduría de Dios gobernarían el mundo.

Siempre que pienses que “no tenés con qué” vivirás de limosna, ya sea emocional, material o cualquier otra estará sometido a otro que, en algún momento, le pasará la factura por lo que hizo.
Aquel que suple lo que creés no tener, aunque sea “la mejor persona del mundo”, te cobrará caro; hasta tu mamá podrá decir: “yo que te parí” (y es la mejor persona del mundo) pretendiendo cobrarte la vida que “supuestamente” ella te otorgó, y tendrás una deuda eterna pues “le debés la vida.”
Es como los hombres que alardean que te hicieron mujer: “antes de conocerme no eras nadie”, “gracias a mí fuiste gente”, “yo te llevé por primera vez a un restaurante”, “el primer anillo de oro lo tuviste gracias a mí”, y te meten en una deuda que nunca terminarás de pagarle. O como esos suegros que te echan en cara que “cuando te casaste fuiste a vivir a su casa”, que “ellos” le cocinaron a tus hijos y te los criaron. Una deuda que deberás pagar día tras día, cuota tras cuota, por la eternidad y agradecérselo toda la vida.

Tené algo bien claro:

Lo que obtuviste en la vida

llegó de la mano de Dios porque Él te lo quiso dar.

La deuda es un espíritu que quiere dominarte para que seas pobre y no puedas ensancharte ni alcanzar el sueño de Dios. La voluntad de Dios no es que te achiques sino que te ensanches; ese pensamiento pequeño no le pertenece a Dios.
Los seres humanos tendemos a achicarnos; por ejemplo vivís en un departamento grande y cuando tus hijos se casan, ¿qué haces? Te achicás, vas a un “departamentito” porque “total yo me arreglo.” ¡Nunca digas que es suficiente, Dios quiere que te ensanches!

A Satanás le encanta que te endeudes porque así achica tu mundo (“no puedo hacer esto porque aún debo esto otro”), y ese espíritu reinará en tu casa para que nunca obtengas lo que Dios quiere hacer con vos y tu familia. ¡Extiéndete!
La viuda quedó endeudada pues su marido había contraído deudas. Los acreedores llegaban a golpear su puerta queriendo llevar a sus hijos en forma de pago. El profeta le preguntó: “¿qué tienes en tu casa?” Y la mujer dio una respuesta típica: “nada.”

¿Cuántas veces pensaste “no tengo nada”?: “no tengo un título”, “no tengo dinero”, “no tengo riquezas, ni ahorros, ni propiedades, ni proyectos económicos.” ¿Y en lo emocional? “Nada, porque mis hijos andan por cualquier lado.”
La primera respuesta es “nada” porque despreciamos, maldecimos, hasta lo “poco” que tenemos . Muchas veces lo hacemos por costumbre porque no estamos conformes con lo que poseemos y pensamos que al otro no le falta nada; de esa manera nos auto maldecimos, y el que tiene poco quiere más, la que tiene el pelo largo lo quiere corto, la que lo tiene lacio lo prefiere ondulado.

La viuda estaba desahuciada y el profeta le preguntó, ¿qué tenés en tu casa?
La “casa” es la mente, son los pensamientos, el interior. El profeta le decía: “¿Habrá dentro tuyo, mujer, alguna palabra de fe; alguna palabra profética que esté dormida, una palabra de aliento que pueda sacarte de la deuda?

Hoy Dios pregunta: ¿Dentro de tu casa, tenés la suficiente fe

para finalizar con lo que te empobrece?

Hallá las riquezas de la fe que Dios ya te entregó y están en tu interior, creelo y experimentarás el milagro. Quizás sea una palabra profética guardada en tu interior hace tiempo y aún permanece. No busques afuera, no busques en los demás, porque Dios te lo entregó a vos. Por poco que parezca no lo desprecies, para hacer el milagro Dios no necesita mucho. No desprecies ni maldigas tu persona, tu cuerpo, tu pareja; bendecí, cuidá y Dios te dará más. Sé fiel en lo poco y Dios te pondrá sobre mucho; a unque parezca poco experimentarás el gran milagro de Dios que se transformará en mucho.

La viuda se había acostumbrado a vivir del milagro de su marido, de su trabajo, de su dinero, a depender de sus decisiones, de sus palabras proféticas, de su vida espiritual.

¡No vivas la vida de nadie! Dios te creó para ser dueña de

tu vida, de tu independencia .

No dependas de la oración de otro. Si nadie te ora hacelo vos misma y el milagro vendrá. Si te oran mejor porque es un plus que Dios te regala, pero la fe que hay en vos es suficiente para que te auto profetices.

Quizás viviste realidades que te dejaron un sabor agridulce. Cuántas mujeres al enviudar se descubrieron con más capacidades de la que suponían; cuántas después de una crisis, se vieron con mayores posibilidades.
Sabor agridulce, primero agrio y luego, cuando aprendas a vivir del único poder que Dios puso en tu interior, será dulce.
No esperes de los demás, hacelo vos y experimentarás una sensación que nada la supera. Dejarás de ser víctima, no tendrás que llorar delante de nadie porque sabés que hay algo en tu interior, en tu casa, que sos una mujer fuerte y valiente, y darás a luz a una empresaria.

Jesús dijo que la niña “no estaba muerta”, de la misma manera la palabra que una vez recibiste no murió, esta esperando ser reconocida y te dice: estás prosperada, te veo empresaria, frente a un negocio, multimillonaria, hablando a las naciones completas.

Tenés una palabra que aún no se manifestó.

La deuda es una ley contraria que trabaja para achicarte y Dios quiere que te agrandes, transformala para que trabaje a tu favor. Si decís “ hoy , no tengo con qué”, estas haciendo de tu problema algo transitorio.

Para que la ley te favorezca debes tener en cuenta:

1- Paciencia activa . “Esperar en el Señor” es la declaración de una espera activa no pasiva, significa “en movimiento.”

2- Perseverancia . Es sostener el deseo y seguir con las acciones. En este punto es donde fallamos muchas veces las mujeres porque queremos, hacemos, seguimos queriendo, pero cortamos el hacer. Comenzamos con el deseo, hacemos todo lo posible para obtenerlo pero no somos perseverantes y tiramos todo abajo.

Perseverancia es no desmayar, y en su tiempo cosecharás. El tiempo dependerá de la dimensión del proyecto y, especialmente, la perseverancia debe ser en los momentos de dificultad.

El deseo más profundo de Demóstenes era ser un gran orador pero nació tartamudo y, para poder lograrlo se colocó piedras en su boca, agrandando así su dificultad. Él pensó que si podía hablar con las piedras en la boca, cuando las quitara, la tartamudez desaparecería y no le costaría hablar normalmente. Amplió su limitación.

O sea, para vencer la limitación agrandó su problema y si lo resolvía, su dificultad pasaría a ser secundaria. A veces, para que el problema te parezca sencillo, deberás agrandar tu dificultad.

Ampliando tus limitaciones

encontrarás la verdadera medida de tu poder.

Descubrirás un poder mayor del que pensabas tener. Quizás tengas que ceder algunas comodidades, dormir menos horas, trabajar más, salir de un trabajo para ir a otro o a tu negocio, mantener dos tareas paralelas. O, como Demóstenes, voluntariamente agrandar tu dificultad para ser independiente, hacer un esfuerzo más, trabajar más horas, hacer gimnasia, ejercitarte en algo, ampliar tu límite y dirás: “la dificultad que tenía era insignificante, una tontería.”

Podés lograr aún más de lo que estás haciendo, te dice Dios.

Más ganancias, mejor salud, mejor cuerpo, mejor vida emocional, mayor crecimiento espiritual. Exteriorizá el poder que Dios puso en tu interior y lo arduo desaparecerá, ya no te costará lo mismo, al ampliar el conflicto entrarás en un círculo de poder.

Ser independiente es trabajar sin red.

Las mujeres nos arriesgamos siempre que haya un sostén, una red debajo.

Red es lo que da seguridad: “lo hago si mi marido me aprueba”, “me arriesgo si mi hijo tiene el dinero para cubrirme”, “si alguien me apoya y felicita entonces me atrevo.”
Ser independiente es trabajar sin la seguridad que hoy tenés.
La vida dependiente nos hace aferrar de las seguridades ajenas; para hacer algo buscaremos todo el tiempo en los demás para que nos aporten lo que nos corresponde, porque en definitiva nada es seguro, un esposo, los hijos, un trabajo, la salud pueden ser seguros o no.

Pero al ser independiente dirás: “Sólo me tomo del Señor, mi única dependencia es de Él, quítenme la red que hasta ahora me trajo seguridad.”
Arriesgate, sé independiente, buscá qué hay en tu casa. Rompé el espíritu de “no tengo con que”, porque todos tenemos.
Al que tiene se le dará.” Tengo inteligencia, dinero, finanzas, riquezas, sabiduría, alegría, es decir “tengo con que.”
Ponerme en movimiento para alcanzar lo que deseo no depende de Dios sino de mi; Él quiere darme todo. Debo tener mente de hija no de miseria; una hija sabe que tiene una herencia y por lo tanto debe accionar para recibirla.

Todo lo que observemos en el plano espiritual, lo recibiremos luego en el plano natural. Si tomás la herencia que te corresponde en el plano espiritual declarando “a mí no me falta nada”, lo verás hecho en el plano natural.
Por eso hacé que la deuda trabaje a tu favor; pensá en la cifra que adeudás e invertí el proceso, no declares que lo debés sino que tenés ese dinero para pagar, que lo cancelarás en unos días y que te sobrará aún en el nombre de Jesús.

Por Alejandra Stamateas

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