Por Alejandra Stamateas
Todas sentimos culpa alguna vez en la vida.
¿Qué sensaciones te produjo la última
experiencia de culpa?
Dolor, angustia, inquietud, malestar en el estómago, te hizo comer todo, miedo,
sensación de fracaso, arrepentimiento,
vergüenza.
Isaías 6:5-7
Se le quitó la culpa y le limpió el pecado.
La culpa es una emoción auto anulante.
Como no sabemos qué hacer nos anula, paraliza, nos sumerge en un estado de
postración, nos conecta con el pasado y no permite que avancemos hacia el éxito.
Existe una tensión entre el deseo y la
prohibición.
Deseo algo pero está prohibido o me lo
prohíbo; quiero hacer algo y -aunque no lo hago- siento culpa con sólo pensarlo.
Por ejemplo: Si desde chica te dijeron “las mujeres no se enojan porque está mal visto”, frente a una situación de enojo sentís culpa y decís: “Quiero enojarme, pero dentro mío está la enseñanza “las mujeres no deben enojarse”.
Cuando experimentamos culpa nos da rabia hacia uno mismo y pensamos: ¿Por qué hice esto? ¿Por qué pensé así? ¿Cómo no lo pude evitar? Y buscamos la manera de pagar el error cometido.
“No tenés que pagar nada”.
Alguien dijo: “La culpa es una sentencia a cadena perpetua”.
Formas en que las mujeres
pagamos la culpa.
(Es un pago impuesto por nosotras
mismas o por alguien de nuestro alrededor)
1- Privándonos de las cosas.
Si todo el tiempo vivís privándote de algo es
porque -en el fondo- sentís culpa y estás pagando un error que “supuestamente” cometiste.
“No tengo tiempo”, “No me puedo divertir”, “Mi vida es un caos”, “Mi vida es puro
trabajo”, “Me tengo que dedicar toda la vida a las obligaciones”, “No puedo perder el tiempo”, “No tengo tiempo para tomarme vacaciones”. ¿Por qué?
Me privo porque estoy pagando una culpa.
“No debo gastar en mí”.
Tenemos ese par de medias corridas que guardamos para usar debajo del pantalón, “total ¿quién lo ve, nadie se dará cuenta?
Y “como nadie se da cuenta” lo seguís
usando porque en el fondo tenés culpa: “No me merezco un juego de medias nuevo por eso sigo usando el viejo.”
Podrás decirme: “Pastora, no me compré porque no tengo plata.
¡No! Son excusas que pones porque te
sentís culpable de usar algo nuevo y te
negás a gastar porque es una manera de pagar las culpas.
Usamos la cacerolita quemada, que tiene la manija negra porque ya no aguanta más, en la que hicimos el arroz con leche y está todo pegoteado y decimos: “Es que me gusta, con esta me manejo bien”.
Y la pava con la manija quemada; los zapatos con un agujero en la suela; la pollera con el alfiler de gancho porque se rompió el cierre, todo por culpa.
Las mujeres estamos llenas de culpas y especialmente las cristianas que fuimos criadas en las iglesias.
¡Basta de Culpas!
¿Qué estás pagando comiendo lo que sabes que te hace mal tal como grasas, fritos?
Muchas madres comen el borde de la pizza que dejan sus hijos, “Es que me gusta
crocante” ¡No! Es por no comer la porción entera porque te hace sentir culpa.
(Leí que en Australia un jeque árabe -que es considerado como un guía espiritual de la comunidad musulmana- dijo en un sermón para as mujeres: “Si pones carne sin cubrir en la calle o en el jardín, vienen los gatos y se la comen ¿de quien es la culpa, de los gatos o de la carne
descubierta? El problema es la carne descubierta.
La enseñanza es: Si la mujer está en su casa con sus ropas largas nunca le va a ocurrir nada, pero si la violan la culpa es de la mujer”.
¿¡Siempre la culpa es de la mujer!? Por eso debe estar en la casa, vestida con ropa
larga, taparse la cara, porque si sale a la calle y le pasa algo, no será culpa del
degenerado que está afuera sino suya por haber salido.)
2- Auto reproche.
“¡Por qué no hice esto o dije esto otro!
Tendría que haber hablado”; “Tendría que haber agarrado a la que se llevó a mi marido y partirle los cuatro dientes que tenía”.
“Yo tendría que haber hecho algo…”
Te enojás con vos misma por impotencia.
Un padre compró una moto a su hijo que, meses más tarde, tuvo un accidente y murió.
Nunca se pudo sacar la culpa de haberle comprado la moto.
Cuando nuestra mente es ocupada con auto reproches, nos recriminaremos por lo que no hicimos por culpa.
3- Con códigos morales estrictos.
Una mujer con culpa ve todo en término de blanco o negro; bueno o malo.
Cuando sentís culpa por lo que querés hacer pero “supuestamente” tenés prohibido, se activa una alarma adentro tuyo (muchos llaman “el guardián interior”) que todo el día cataloga tus conductas.
El guardián interior te dice: “¡Eso que estás haciendo está mal (o bien)”; “Ojo, no toques esto”; “no mires aquello”; “Me parece que no tenés que relacionarte con este hombre”; “Me parece que la ropa que te pusiste no es la correcta”;“Ese lápiz de labios no es el que te conviene”.
Todo el tiempo hay una ley en la mente que ordena, no te da paz y terminás siendo una esclava de tu guardián interior.
Ya no sos responsable de tu vida sino de las voces de tu interior que enciende la alarma y terminás siendo culpable hayas hecho algo o no.
4-Pago religioso.
Son las mujeres que, por culpa, tienen una pierna en el Antiguo Testamento y otra en el Nuevo Testamento.
Son religiosas consigo mismas y con los demás, se concentran en la ley: “no
toques”, “no gustes”, “no hagas”. Siempre el “no” está primero.
Una persona decía: “¿Yo no sé por qué, pero -aunque esté de acuerdo con lo que el otro dice- cuando hablo, siempre me sale un “no”.
Detrás de eso hay culpa.
No se permiten disfrutar.
Son obedientes a los demás, a la autoridad, a los mandatos divinos, por compulsión.
No lo hacen por amor, ni porque quieren, ni porque disfrutan sino porque se sienten culpables y tienen un pie en la ley y otro en la gracia.
Generalmente le ponen fecha a sus pecados y errores; recordará día, hora, minuto y segundo el error que cometió. Y Dios dice: ¿Cuál es tu pecado? No solamente te lo perdoné, sino que no lo traigo a la memoria.
Una mente legalista no puede entender el sistema de funcionamiento de Dios.
Dios te dice: “Yo no me acuerdo el error que cometiste porque está borrado, no hay
memoria en mí de tus errores”.
Viven midiendo.
“Esta semana fui a la iglesia a una reunión”; “la semana anterior fui a dos reuniones y la semana que viene -por ahí- me vengo a tres reuniones”; “¡Uy! Esta semana no fui a
ninguna reunión de la iglesia”; “¡Uy! Ayer oré una hora, pero hoy oré media nada más, me siento culpable por la media hora que no oré”, “¡Uy! Me siento culpable por no haber ido a la reunión”, “Me siento culpable porque no traje la ofrenda”. Viven midiendo.
La culpa hace medir y las medidas son
irrelevantes, no entran en el reino de Dios, porque Dios no te mide por lo que oras o vas a la iglesia.
El legalista no aguanta la culpa que tiene y hace sentir culpable a los demás, por eso todo lo va a medir y cuestionar: la vida
espiritual, emocional.
“No veo que lea la Biblia”; “¿Mmm… ese negocito que estás haciendo… y tu hogar ¿cómo está?
El sistema de culpa no da lugar a la
alegría.
No puede disfrutar de la vida y por eso
añade otras culpas a su culpa.
Debemos aprender a escuchar la voz de Dios: No tenés que pagar nada porque no tengo memoria de tus errores; la Gracia que te di no se paga, la deuda está cancelada, la Gracia te pertenece, disfrutá de la vida, te abro la puerta y ¡Seguí adelante!
Si no entendemos la Gracia seremos
juguetes de Satanás y, en vez de disfrutar la vida que Dios nos dio, viviremos todo como un martirio, será todo problemático y angustiante.
Hablé con chicos de una escuela
secundaria (de cuarto y segundo año), y cuando les pregunté qué era lo que les preocupaba, me respondieron:
“sus padres”. No decían: “tengo culpa por las notas”, “estoy preocupado por las notas” sino por los padres.
Y les dije: “Cuando vean a sus papás tristes (y el 100% levantó la mano que los habían visto), no se echen la culpa, porque no están tristes por sus malas notas, ni porque sus
caprichos o llegadas tarde, ellos están tristes por sus propios sueños no cumplidos, por las propias
frustraciones que cargan en la vida.
Los veía llevando una carga muy
pesada, sintiéndose culpables por la tristeza de sus padres.
O te metes en la Gracia del Nuevo
Testamento o no disfrutarás de la vida que Dios te dio.
Si llenás tu cabeza con culpa nunca saldrás adelante, pero si te vaciás y decís: Señor, vos no te acordás, ni traés a memoria,
“Todo lo que hagas te va a salir bien”, será la palabra profética para tu vida.
Crea la mentalidad de negocio.
“Yo hago, Dios me da”. “Si me porto bien, Dios me bendice”.
“Hoy que ofrendé más, Dios debe estar
recontento y me va a dar algo fabuloso”
Viniste a la reunión y dijiste: “Señor yo fui a la reunión, ojo, algo me tenés que dar”.
Vive su vida espiritual como un negocio; el servicio es motivado por la culpa, no por el amor ni por el agradecimiento a Dios.
Así era el orgullo de los fariseos que se
concentraban en la conducta del otro:
“Mirá ésta, tres veces divorciada”, “Yo no entiendo cómo levantan a una pastora que tiene estas características”, “Yo no entiendo en esta iglesia como levantan el liderazgo, no conocen a esta persona los problemitas que tiene”.
Con la medida que medís te van a medir.
Mirá a la gente sin culpa, Dios no tiene
memoria de los pecados de nadie.
¿Quién te puso a vigilar el bien y el mal; al que está haciendo lo correcto y lo
incorrecto?
Jesucristo es la expresión de la máxima
felicidad, la máxima alegría y si Cristo está en vos, quiere que disfrutes la vida, que seas alegre, feliz, que comas tu pan con gozo, que bebas tu vino con alegre corazón, porque tus obras ya son agradables a Dios.
La religiosidad no te hace atractiva, sino la misericordia de Dios que está en tu vida y Su gracia que te cubre y da brillo.
¿Creés que Dios te ama porque sos buenita, o linda, porque vas a la iglesia, porque estás ofrendando más o porque lo hacés con todo tu esfuerzo? ¿O porque pariste hijos, o
sufriste tanto en la vida que a Dios no le queda otro remedio que amarte?
Dios te ama porque quiere amarte,
no hay razón ni explicación.
Pablo decía: No puedo comprender la
profundidad, la altura, la anchura del amor de Cristo, que aunque yo estaba muerto en delitos y en pecados, él igual me amó.
No te ama por lo que hacés, ni cómo te portás, ni por lo que crees que tenés que conquistar todos los días
El día que te convertiste entendiste que Jesús te amó y perdonó, y ¿por qué después de llevar días, meses o años de
convertida creé que Dios te quita Su amor? Eso no cabe en la naturaleza divina, pero sí en la mujer con culpa, que está en el
Antiguo Testamento y no puede entender ni aceptar la Gracia.
Dios te ama siempre, Su amor es eterno
Dejá de pelear por tu salvación; Dios te salvó y punto: te ama, te bendice, quiere que estés bien, que seas feliz y punto.
Que la culpa no ate tus pensamientos ni tu
acccionar.
Soy imperfecta, pero mis imperfecciones indican que soy perfecto, porque Su
perfección me cubre.
Todos tenemos imperfecciones, por eso no tengo que compararme con nadie.
Dios vino para los enfermos, no para los sanos.
Justificados por la fe tenemos paz para con Dios.
Justificada quiere decir que al pararme delante de Dios, me dice: Querida mujer, tené paz porque yo te veo a través de
Jesucristo y no hay culpa.
Si confesaste y seguís sintiéndote mal es porque tu alma está atada, no tu espíritu; y no te basas en la palabra de fe sino en tus emociones.
La palabra de fe dice: Si confesamos
nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos.
Soy una mujer de fe y no importa cómo
me siento, creo lo que Dios me dijo y acepto su perdón en Jesucristo.
Es fácil y sencillo quitar la culpa, hacé lo contrario para reparar lo que hiciste, no lo traigas más a tu mente y la culpa se irá.
Isaías 6 dice: “Me voy a morir porque vi a Dios y yo soy hombre de labios inmundos”.
El profeta hablaba mal, decía malas
palabras y sentía culpa por eso. El ángel tomó un carbón encendido, se lo puso en la boca, y le dijo: “Sos libre de la culpa”.
Dios no hace las cosas en vano.
Primero le sacó la culpa: Sos libre de la culpa, sos limpio del pecado.
Dios quiere hacerte libre de la culpa falsa
“Cómo me visto”, “Cómo salgo”, “Cómo me peino”, “Si me maquillo”, “Si me pinto las uñas”, “Si busco pareja”, “Si estoy divorciada no puedo servir al señor”, “Culpa por mis hijos”.
¡Basta!
Sacá las culpas, aprendé a recibir la bendición de Dios, porque “Ninguna
condenación hay para los que estamos en Cristo Jesús”
Ninguna condenación -ni siquiera la que yo me hago- me puede apartar del gran amor de Dios, ni anular la bendición que me dará.
La culpa te cerrará las puertas cerradas.
Por eso no se abre la puerta de la sanidad, de la bendición, porque estás pagando con tu propio cuerpo una culpa.
La liberación abre todas las puertas delante de tus ojos, lo que no podías conseguir lo conseguirás porque soltaste la culpa.
¡Tenés la victoria!
Despojate de la mochila de la culpa y
caminá hacia la bendición que Dios ya te dio y que será permanente.
Gracia era cuando el rey iba por el camino en su carruaje y bajaba para tocar a alguien del pueblo, de menor rango o jerarquía y
lo bendecía.
De la misma manera:
Jesucristo bajó de su estado de realeza para
bendecirnos, nos tocó con la bendición de Dios que nadie podrá quitarnos.
Disfrutá lo que Dios tiene para tu vida.
Quitá la culpa porque: Todo es tuyo, te corresponde, lo merecés, no por cómo te portás, ni cómo actuás sino porque te amo.
Disfrutá la Gracia.
El pasado pasó, no te ates;
ya no tiene nada para vos, no te sirve,
ni el error que cometiste hace medio minuto te sirve, repáralo y olvidate.
Dios quiere que seas feliz y que todos sean felices;
y cuando todos amen a Dios, lograrán los sueños que hay en el corazón de Dios, y
alcanzarán todas las metas que se
propongan porque tienen felicidad en el corazón.