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ALEJANDRA STAMATEAS: SOY LA ESCLAVA DE MIS HIJOS
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De: Alondra bat Yeshúa  (Mensaje original) Enviado: 21/11/2009 02:02

Soy la esclava de mis hijos

Por Alejandra Stamateas                                          

En algún momento fuimos esclavas de nuestros hijos o maridos y pensamos:
“¿Qué soy de ustedes la madre o la que tiene que hacer todo, estar a su servicio y disposición?”

La esclavitud determina la condición de una persona, que debe servir a un amo sin remuneración y no dispone de derechos sobre su propia persona.  Debe obedecer  las órdenes del amo hasta su muerte o liberación.

Elegí, o morís esclava o te liberas antes.

Para los hijos, la casa es un hotel:
-dejan la ropa tirada en el piso,
-invitan a sus amigos y ocupan los lugares privados,
-usan las cosas sin pedir permiso.
-Les pedís que hagan algo y siempre responden: “después lo hago”, “más tarde” y nunca llega ese momento.
-Traen al novio/a y (él/ella) tiene más derecho en la casa que vos.
-Usan algo y nunca lo dejan en su lugar y al buscarlo, lo encontrás en el “chiquero del nene.”
-No quieren prepararse algo para comer y te dicen: “Nunca hay nada en esta casa”, pretendiendo un menú a la carta.
-Si ellos se van no hay ningún problema, pero si sos vos quien se va te preguntan: “¿Dónde estabas?”, “¿A qué hora volvés?”, “Yo contaba conque te ibas a quedar.”
Estás dando un servicio “cinco estrellas” como en un hotel, pero nadie te paga nada.

1 Reyes 1: 1-7
David dejó que su hijo hiciera lo que quisiera y nunca le dijo nada.

Esta historia nos enseña que debemos revisar la vida de nuestros hijos y, cuando están haciendo lo que no corresponde, llamarles la atención.
“Llamar la atención” es nuestra obligación y responsabilidad para hacerles ver que están equivocándose o dañando a alguien y no quiere decir que ellos vayan a cambiar.

Si otro descubre tu área de debilidad hará lo posible e imposible para esclavizarte.

Las mujeres, las mamás, las esposas, las empleadas son esclavas porque tienen un área de vulnerabilidad que otro aprovecha para utilizarlo en su contra y la manipulan, abusan, controlan.

Fortalecé todas las áreas de tu vida.
Si sabes que sos una mujer fuerte nunca te esclavizarán.

Los hijos abusan por varios motivos:

1- Actúan por imitación.

Si tu hijo te mandonea todo el día, deja la ropa tirada, te grita, cree que sos su esclava o sirvienta es porque ha visto a alguien, dentro de la familia, tratarte de esa manera.
Por lo general es el marido (“Preparame la comida”, “¿Cómo no me planchaste la camisa?) y crecieron viendo esa conducta entienden que es la manera de tratar a mamá.
O, si el hermano mayor fue el que esclavizó el menor lo repetirá.

2- Necesitan límites.

 

 

Los seres humanos buscamos comodidad; si tu hijo tira la ropa al piso y, para vos, es más cómodo juntarla que ponerle límites nunca cambiará.
Los hijos dicen: “Es lógico que mamá esté haciendo lo que hace, que cocine, lave, me levante a la mañana temprano porque no tengo despertador.” ¡No es nada lógico!

(Le pregunte a varios chicos: ¿Cuál es la obligación o responsabilidad de una mamá?
Y respondieron: “Ser madre implica cuidar a los hijos, ordenar la casa, ayudarlos a hacer la tarea, hacer la comida, lavar ropa, planchar, alimentarlos, acompañarlos.”
¿Y la responsabilidad de un papá?
-“Trabajar”, dijeron.)

O sea, las mamás hacen “todo eso” y ¡no trabajan! Trabajadores son los padres porque traen el dinero a la casa y si las madres lo hacen es porque “están en una depresión profunda y salen afuera porque estaban angustiadas” o “traen “algo” para ayudar a la casa.”
Durante años creímos que era responsabilidad del marido y alguna mujer trabajaba era “para ayudar a la economía”, por eso, muchas mujeres, cuando nacen sus hijos o el marido tiene más horas de trabajo, dejan de trabajar y se meten en la casa.
Nunca más digas: “El trabajo no es para mí”, “Eso tiene que hacerlo mi marido”, “Lo mío es una simple ayudita.”

Tengo todo el derecho y la capacidad para trabajar y mantenerme.

Muchas mujeres también hemos dejado la disciplina en manos de nuestra pareja y esperamos que llegue a casa para poner orden y retar a los hijos.
“Mamá grita, se enoja un poco pero después le doy un beso y se le pasa todo” (porque la disciplina la pone papá.)
Decimos: “Prefiero que traiga cuarenta vagos a casa, a que esté en la calle atorranteando por ahí.” Y nuestros hijos reciben el mensaje: “Tu papá se mata trabajando y yo soy la sirvienta.”

Estos conceptos están arraigados en nuestra cultura y, sin querer, son trasmitidos de generación en generación.

Con la boca hablamos de libertad pero con las acciones hacemos lo contrario.

“El hombre es el sacerdote del hogar, la cabeza de la mujer”, es el pensamiento de mujeres nacidas en hogares cristianos (evangélicos o católicos) que desde chicas les enseñaron que el hombre era más importante, tenía derecho a decidir todo y la palabra de autoridad.
Muchos pasajes en la Biblia no fueron interpretados a la luz de la revelación de Dios sino de la cultura y por eso se trató a Pablo como un machista.
Cuando dice que “el hombre es la cabeza de la mujer” se traduce como fuente, origen, no como autoridad. Pablo decía que hombres y mujeres tenían la misma naturaleza, seres humanos.
Para los griegos, romanos y judíos de la época, la mujer era como un animal, no tenía alma y se la podía tratar como a un esclavo, por eso Pablo aclaraba diciendo: “¡Mucho cuidado! Porque la mujer es sal del varón, tiene el mismo origen y la cabeza, la fuente de ambos, es Cristo.

El hombre no es mejor que la mujer sino son iguales y tienen los mismos derechos.

Para los judíos existía el patriarcado, el hombre era marido, padre, amo, tenía el control completo sobre la esposa, los hijos, los esclavos y podían hacer lo que quisiera.
De ahí que las hijas mujeres son para cebar el mate, acompañar a sus madres al médico cuando ya no den más y “al hijo varón hay que cuidarlo especialmente.
Las mujeres se someten al marido y vuelven a someterse al hijo porque creen que son débiles.

El único líder y autoridad sobre tu cabeza, el que te sostiene, es Jesucristo y  te hizo libre.

 

 

No busques autoridad en tu pareja, estás completa en Cristo, sólo debes anhelar que juntos alcancen los sueños de Dios.
Dice la Palabra: “En El vivimos, nos movemos y somos, sólo para darle gloria”.
Aunque lo entendemos no obramos en consecuencia.
Lamentablemente muchas mujeres seguimos creyendo que la palabra del hombre es más importante (“Lo que diga mi marido”, “Lo que quiera mi marido”, “No voy porque a mí pareja no le gusta”, “¡No!, si mis hijos se enteran”) y así somos esclavas de todos como si fuera correcto.

Sometimiento tiene que ver con amor no con autoridad y hay momentos donde uno se somete al otro y los dos a Cristo.
Si los dos tienen la misma revelación espiritual, la pareja tiene la misma autoridad.

Viví de acuerdo a la revelación, no de acuerdo a cultura.

Dios nos hizo libres y es una de las cosas que más nos cuesta a las mujeres.

Libertad es vivir sin culpas.

No vivas la maternidad con culpas:
-“Los conflictos de mis hijos son por mi culpa”,
-“Si a mis hijos les va mal en la escuela es por mi culpa”,
-“Si les va mal en el trabajo o matrimonio es porque no los crié bien, porque no estuve en casa lo suficiente, porque salí a trabajar…”,
-“Si me hubiera quedado en casa las cosas hubieran sido distintas”,
-“Porque me divorcié, si no lo hubiera hecho hoy mis hijos no tendrían esta crisis.”

Viví la maternidad sin culpas, disfrutá de lo que Dios te dio, de lo que hiciste, de tus hijos, de tu pareja.
Enseñá a tus hijos a que te humanicen, que sos una mujer y no la “súper mamá”, que no tenés que hacer todo perfecto; que sos un ser humano, que a veces reís y otras lloras, que a veces cantas o estás “depre”.

Libertad es responsabilidad.

Muchas mujeres viven en esclavitud porque no saben qué hacer con sus vidas, hoy dicen una cosa y mañana otra; hoy están acá y mañana allá.
No vivas más la vida de tus hijos, hay momentos en que debes soltarlos, asumí tus propias metas y objetivos desde que son niños.
Sos responsable de tu vida y tenés que saber hacia donde vas.

Los integrantes de una familia tiene una responsabilidad, tanto el varón, como la mujer y los hijos, todos están involucrados, y eso no quiere decir “que mamá siempre lleve la misma carga” sino que debe ser compartida. Tal vez, si trabajas afuera, sea chequear que todo se cumpla.

Animá a tus hijos, levantá su estima y, cuando hacen algo, felicitalos. Reconocé cada esfuerzo y los alentarás a hacer algo más. Elogialos, incentivá el mejor esfuerzo y serán  responsables.

Mi función es disciplinar, no retar.

Disciplinar es enseñar que tienen poder para elegir cómo portarse y que serán  responsables o no, de acuerdo a su elección.

Cada vez que Dios quiera hablarte, pedirá que quites tu calzado.
El calzado son los conceptos y argumentos antiguos que guardas en tu mente y aun no pudiste quebrantar.
Dios quiere darte algo nuevo y primero te pedirá que saques los viejos pensamientos.

Le dijo a Moisés: “Quítate el calzado para que pueda darte algo nuevo.”

Muchas veces decimos: “A partir de ahora voy hacer esto o aquello”, y tomamos los pensamientos negativos que siempre nos detuvieron.

El pueblo de Dios llegó hasta el desierto porque era el lugar donde Moisés había recibido la visión y no  pudieron entrar a lo nuevo de Dios, porque Moisés no había dejado su viejo calzado.

Renová tus pensamientos y tus hijos llegarán al lugar donde vos llegaste.
En la medida que seas más libre, ellos más se  extenderán y serán más prósperos.
Viví lo que decís.

Podrás hablar de la buena tierra pero no es por lo que digas sino por lo que vean.
Si ven a una mujer libre anhelarán libertad pero si ven a la esclava (aunque odien tu esclavitud) estarán atados a ella porque no quitaste el calzado. Una esclava da hijos para esclavitud y la libre para libertad.
Dejá de girar por tus desiertos haciendo lo mismo.

Declará:

Soy libre en Cristo Jesús, parí a mis hijos para libertad y no voy a detenerme hasta que sean libres como yo.

Si esta palabra impactó tu corazón, escríbeme tus comentarios a info@presenciadedios.com
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