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FRANCISCO NÁCHER: LAS INICIACIONES...(I)
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De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 08/10/2009 13:52

 

 

 

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LAS INICIACIONES...(I)

por Francisco-Manuel Nácher

La Iniciación, contra lo que se piensa muy a menudo, no es una

ceremonia. Puede ir acompañada o no de determinados ritos o actos más o

menos públicos y solemnes pero, en sí, es un acontecimiento

exclusivamente interno, individual, que tiene lugar en otros planos de

conciencia.

Tradicionalmente, hasta Cristo, es decir, durante la antigua

dispensación, el sendero de la Iniciación no estaba abierto a todos, sino

sólo a unos pocos. Los Hierofantes de los Misterios elegían un cierto

número de familias, las llevaban al Templo y las separaban de todas las

demás. Esas familias elegidas debían observar rigurosamente determinados

ritos y ceremonias. Su educación, su alimentación, sus matrimonios y vida

sexual estaban igualmente regulados por los propios Hierofantes. El

resultado de todo ello era la producción de una clase especial de hombres y

mujeres que tenía la suficiente laxitud entre los cuerpos denso y vital y que

podía despertar al cuerpo de deseos durante el sueño del cuerpo físico. De

ese modo se les colocaba en disposición de recibir las Iniciaciones. Con

ellos se constituía una tribu o casta especial, como la de los brahmanes

entre los arios o la de los levitas entre los hebreos, dedicadas al culto y a

las relaciones con Dios, y que no podían contraer matrimonio con los

miembros de las otras tribus o clases. Téngase en cuenta, además, que la

vida superior, mejor dicho, el sendero hacia la vida superior, no empieza

hasta que se inicia el trabajo en el cuerpo vital, y el medio empleado para

activar éste es el Amor o, mejor dicho, el altruismo. De modo que, una vez

convencidos los instructores de que el neófito había desarrollado, por su

propio esfuerzo y dedicación, además de por medio de los ritos,

meditaciones y ceremonias, las facultades necesarias, y seguros de su

absoluta buena fe, se le inducía un estado cataléptico, similar a la muerte.

Una vez en tal estado, el hierofante hacía salir de su cuerpo físico los

vehículos superiores, lo acompañaba a otros planos y le demostraba allí

que la muerte no existe, que sólo perdemos el vehículo físico y, tras una

serie de experiencias, volvemos a renacer en otro cuerpo; le impartía una

serie de conocimientos y, tras ello, transcurridos tres días y medio, al

amanecer del cuarto día, lo introducía de nuevo en su cuerpo físico y lo

despertaba, con lo que el neófito "volvía a la vida", "resucitaba" convertido

en un "hombre nuevo" y por ello se le cambiaba de nombre. Aún hay hoy

muchas congregaciones religiosas en las que, al que "profesa" se le cambia

el nombre. Pero siempre el neófito debía, previamente, mediante vidas de

entrega amorosa al prójimo, pureza y servicio altruísta, haber desarrollado

en su interior las facultades que la Iniciación no hacía sino enseñarle a

usar. Los miembros de las otras tribus o clases no tenían acceso a ella.

Pues bien. Cristo, después de la Iniciación de Lázaro, última

realizada según el rito antiguo, y que los Evangelios relatan,

simbólicamente, como resurrección, estableció un nuevo sistema en el que

el neófito no necesita hallarse en estado cataléptico, sino que puede ser

iniciado en pleno estado de vigilia. Y, además, no tiene que pertenecer

necesariamente a ninguna tribu o clase escogida - Él mismo no fue levita -

sino que cualquiera, sin distinción de raza, sexo, edad o religión, puede ser

iniciado, siempre que, por su propio esfuerzo y dedicación - que incluyen

alimentación y vida sana, deseos y pensamientos puros y positivos y

sincero amor al prójimo y, por supuesto, altruismo e inofensividad - haya

logrado desarrollar esas facultades imprescindibles. De modo que uno

puede ser, sin saberlo, candidato a la Iniciación, debido a su vida de

servicio y entrega al prójimo y, en el momento oportuno y con toda

certeza, la recibirá. La Iniciación, pues, no tiene, como hemos dicho, otra

finalidad que enseñar al neófito a usar las facultades que él mismo, con su

esfuerzo, ha desarrollado, y nunca sirve para adquirirlas. No es posible, por

eso, comprarla ni regalarla ni venderla, y quienes aseguran, ofrecen o

prometen poder hacerlo, no son sino comerciantes, pero de ninguna

manera hierofantes, por más que envuelvan la supuesta Iniciación en

ceremonias más o menos solemnes.

Hay otra diferencia fundamental entre Cristo y los instructores de

pueblos y creadores de religiones anteriores a Él: que éstos debieron morir

y reencarnar varias veces para ayudar a sus pueblos respectivos: Moisés

fue arrebatado por el Arcángel Miguel - espíritu de raza del pueblo hebreo

- y lo condujo al monte Nebo, donde murió; renació como Elías, que

también fue arrebatado y murió; y volvió a renacer como Juan el Bautista.

Buda murió y renació como Shankaracharya. Por otra parte, cuando le

llegó la muerte, el rostro de Moisés brilló, lo mismo que el cuerpo de

Buda, señal de que ambos habían alcanzado el estado en que el espíritu

empieza a brillar desde dentro. Y entonces murieron. Jesús, en cambio, fue

crucificado y murió, resucitando después. Pero antes, en el Monte de la

Transfiguración, alcanzó el estado de iluminación y Su obra tuvo lugar

después de ese acontecimiento.

Hay en la Tierra siete Escuelas de Misterios Menores y cinco de

Misterios Mayores. En total, doce.

Y existen nueve Iniciaciones Menores y cuatro Mayores para nuestra

oleada de vida. Las nueve menores van ampliando los conocimientos y,

por tanto, la conciencia y los poderes del neófito hasta límites increíbles.

Cuando se ha obtenido la primera Iniciación Mayor, se es Adepto. Y un

Adepto es ya capaz de crear, para sí, un cuerpo físico en el que actuar en

este mundo, en bebeficio de la Humanidad, y hacerlo durar siglos en

perfecto estado de salud y con aspecto juvenil. Y, cuando considera que le

conviene otro cuerpo, puede crearlo y habitarlo.

Desde la primera Iniciación Menor se posee la "conciencia

permanente", es decir, que no se experimenta pérdida de conciencia ni al

dormirse ni al despertar ni al morir. Por eso se dice que el iniciado "ha

vencido a la muerte".

Cuando el hombre ha obtenido las cuatro Iniciaciones mayores,

queda libre de la "rueda de reencarnaciones", es decir, ya ha asimilado

todo el conocimiento que la vida en esta cadena de Períodos evolutivos le

puede proporcionar, y ha equilibrado su cuenta con la ley del karma, por lo

que no necesita renacer y puede continuar su evolución en otros planos

cuya felicidad y cuyas actividades son para nosotros inconcebibles. La

mayor parte, sin embargo, de esos hermanos liberados de la necesidad de

renacer aquí, optan libremente por permanecer en la Tierra para ayudar a

los que quedamos y, especialmente, a los rezagados. Son los llamados

Hermanos Mayores y están a cargo del gobierno del mundo desde los

planos superiores, siempre respetando la libertad de los hombres, pero

siempre dispuestos a ayudarles. Ellos son los que detectan, por el brillo de

sus auras, a quienes han desarrollado suficientemente las facultades

necesarias para recibir las Iniciaciones, y quienes las imparten.



 



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