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RECOLECIONES DE UN MISTICO: CAPÍTULO VI...EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO
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De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 21/05/2010 06:04

 

EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO

Si se despoja de superfluidades, el argumento de la religión cristiana ortodoxa,

puede ser resumido así:

Primero: que tentados por el demonio, nuestros primeros padres pecaron y

fueron arrojados de su primer estado de bendición celestial, colocados bajo la

ley y sujetos a la muerte; llegando a verse incapaces de salvarse por sus

propios esfuerzos.

Segundo: que Dios amaba tanto al mundo que dio a Cristo, Su Hijo Unigénito,

para su redención y para establecer el reinado de los cielos. Así la muerte será

finalmente absorbida por la inmortalidad.

Este simple credo ha provocado las sonrisas de los ateos, incluso de los

puramente intelectuales que han estudiado las filosofías trascendentales con

sus sutilezas de lógica y de argumentación y hasta de algunos entre aquellos

que estudian las enseñanzas de Misterios Occidentales.

Tal actitud mental es enteramente gratuita. Deberíamos saber que los

conductores divinos de la raza humana no permitirían que tantos y tantos

millones continuaran en el error por milenios y milenios. Cuando las

Enseñanzas de Misterios Occidentales se despojan de sus excesivas

explicaciones iluminativas y descripciones detalladas y se descubren sus

enseñanzas básicas, se encuentran entonces de exacto acuerdo con las

enseñanzas cristianas ortodoxas.

Existió un tiempo en que la raza humana vivía en un estado libre de pecado,

cuando el pesar, el dolor y la muerte eran desconocidos. Tampoco el tentador

personal de la Cristiandad es un mito, pues los espíritus de Lucifer, puede muy

bien decirse que son ángeles caídos y su tentación contra el hombre resultó ser

una concentración de su conciencia sobre la fase material de la existencia, por

lo que cae bajo la ley de la decrepitud y de la muerte. Igualmente es cierta y

verdadera la misión de Cristo de ayudar al hombre, elevándole a un estado

más etéreo, donde la disolución de los cuerpos ya no será necesaria para

libertarse de los vehículos que se han hecho demasiado pesados y disponerse

para ulteriores usos. Pues éste es verdaderamente un "cuerpo de muerte" en el

que solamente la más pequeña cantidad de materia es realmente provista de

vida, pues parte de su estructura es materia nutritiva que no ha sido todavía

asimilada; otra porción mucho mayor está ya en camino de la eliminación y

únicamente entre estos dos polos puede ser hallada la materia que está avivada

completamente por el espíritu.

En otros capítulos hemos estudiado los sacramentos del Bautismo y de la

Comunión, sacramentos que tienen que ver particularmente con el espíritu.

Procuraremos ahora comprender el lado más profundo del sacramento del

matrimonio que tiene que ver esencialmente con el cuerpo. Como los demás

sacramentos, el del Matrimonio tuvo sus principios y tendrá igualmente su fin.

Su comienzo fue descrito por Cristo cuando dijo: "No habéis leído que Aquel

que les hizo en el principio les hizo macho y hembra?" y añadió: "Por esta

causa dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y ambos

serán una sola carne...Por lo tanto, ya no serán dos, sino una carne". Mateo,

19:4-6. Él también dejó indicado el fin del matrimonio cuando dijo: "Al

resucitar ellos no se casarán ni serán dados en matrimonio, sino que serán

como los ángeles de Dios en el paraíso". Mateo, 22:30.

Bajo esta luz la lógica de la enseñanza es evidente, pues el matrimonio llegó a

ser necesario a fin de que el nacimiento pudiese proveer de nuevos

instrumentos para reemplazar a aquellos que la muerte hubiese destruido; y

cuando la muerte haya sido absorbida por la inmortalidad y no haya necesidad

de nuevos instrumentos, el matrimonio será también innecesario.

La ciencia, con admirable audacia, ha procurado resolver el misterio de la

fecundación y nos ha explicado como la imaginación tiene lugar en las

paredes del ovario; como el óvulo diminuto se forma en la reclusión de su

oscura cavidad; como emerge de allá y penetra en el tubo del Falopio; es

atravesado por el espermatozoide del macho y el núcleo de un cuerpo humano

está completo. Así es como suponemos estar "en la fuente y origen de la

vida.." Pero la vida no tiene principio ni tendrá fin y lo que la ciencia

considera erróneamente la fuente de la vida, es realmente el origen de la

muerte, puesto que todo lo que procede de la matriz está destinado más tarde o

más temprano a alcanzar la tumba. Las fiestas del matrimonio que preparan el

nacimiento aprovisionan al propio tiempo de alimento a las fauces insaciables

de la muerte y mientras sea necesario el matrimonio para la generación y el

nacimiento; la desintegración y la muerte serán el resultado inevitable de ello.

Es por lo tanto de suma importancia conocer la historia del matrimonio; las

leyes y acciones que envuelve; la duración de su institución y como puede ser

trascendido o superado.

Al obtener nuestros cuerpos vitales en los tiempos hiperbóreos, el Sol, la Luna

y la Tierra formaban todavía un solo cuerpo y las fuerzas solar-lunares

penetraban a cada ser en igual medida, así que todos podían perpetuar por sí

mismos su raza por medio de capullos y gérmenes como las plantas de

nuestros días. Los esfuerzos del cuerpo vital para suavizar el denso vehículo y

conservarse vivo no eran interferidos por nadie ni por nada y esos cuerpos

primitivos, semejantes a las plantas, vivían años y más años.

Pero el hombre era entonces inconsciente y estacionario como una planta; no

hacía esfuerzo alguno ni tenía tentativa. La adicción de un cuerpo de deseos le

procuró el incentivo y el propio deseo, resultando la conciencia como

consecuencia de la guerra entre el cuerpo vital, que construye y el cuerpo de

deseos que destruye el cuerpo denso.

Así la disolución llegó a ser solamente una cuestión de tiempo,

particularmente a causa de que la energía constructiva del cuerpo vital se vio

necesariamente dividida, usando una parte o polo para las funciones vitales del

cuerpo y la otra para reemplazar un vehículo destruido por la muerte. Pero así

como los dos polos de un magneto o dínamo son imprescindibles para

manifestarse, así también dos seres unisexuales fueron necesarios para la

generación; así el matrimonio y el nacimiento fueron necesariamente

instituidos para compensar los efectos de la muerte. La muerte es, pues, el

precio que pagamos para obtener la conciencia en el mundo actual y el

matrimonio y los nacimientos repetidos son nuestras armas contra el rey de los

terrores, hasta que cambie nuestra constitución y seamos como los ángeles.

Es necesario puntualizar que no se dice que debamos ser ángeles, sino que

llegaremos a ser como ángeles. Pues los ángeles son la humanidad del Período

Lunar y pertenecen a una corriente de evolución tan diferente a la nuestra

como lo son los espíritus humanos comparados con los de los animales

actuales. San Pablo hace constar en su carta a los hebreos que el hombre fue

hecho por un poco de tiempo inferior a los ángeles; que descendió más bajo en

la escala del materialismo durante el Período Terrestre, mientras que los

ángeles no han habitado nunca globo alguno más denso que el éter. Así como

nosotros construímos nuestros cuerpos con partículas químicas de la tierra, así

los ángeles construyen los suyos con éter. Esta sustancia es la aportación

directa de todas las fuerzas vitales y cuando el hombre haya llegado a ser

como los ángeles y haya aprendido a construir su cuerpo con éter, no existirá,

naturalmente, la muerte ni la necesidad del matrimonio para producir

nacimientos.

Pero cuando nos podemos dar cuenta del maravilloso misterio del amor, es

cuando miramos al matrimonio desde otro punto de vista, considerándolo

como una unión de almas más bien que como una unión de los sexos. Esta

puede servir para perpetuar la raza, naturalmente, pero el verdadero

matrimonio es una camaradería de almas también, que consigue anular el

sexo. No obstante, aquellos realmente dispuestos a ponerse en este plano más

elevado de la intimidad espiritual, ofrecen alegremente sus cuerpos como

sacrificios vivientes en el altar del amor al no nacido, para cortejar a un

espíritu que espera y lograr un cuerpo inmaculadamente concebido. De este

modo puede la humanidad ser salvada del reinado de la muerte.

Esto es fácilmente comprensible si consideramos la acción noble y gentil del

cuerpo vital y la contrastamos con la del cuerpo de deseos en un acceso de mal

humor; cuando se dice vulgarmente que el hombre ha "perdido el control de sí

mismo". Bajo tales condiciones los músculos se tienden y la energía nerviosa

se gasta en una medida suicida, de forma que tras una de estas tempestades, el

cuerpo queda a veces postrado por varias semanas. La más pesada labor que

exista no causa tanta fatiga como un acceso de mal humor; en consecuencia,

un niño concebido pasionalmente bajo las tendencias cristalizadoras de la

naturaleza del deseo es naturalmente un niño de vida corta y es deplorable que

la duración de la vida sea hoy día casi un mote, pues en vista de la aterradora

mortalidad infantil debería llamarse brevedad de la existencia.

Las tendencias constructivas del cuerpo vital, que son el vehículo del amor, no

pueden ser vigiladas fácilmente, pero las observaciones hechas comprueban

que la satisfacción alarga la vida de todo aquel que practica esta cualidad y así

podemos razonar con certeza que un niño concebido bajo condiciones de

armonía y amor tiene muchas más probabilidades de vida que otro concebido

bajo los impulsos del enojo, la embriaguez y la pasión.

Según el Génesis, se dijo a la mujer: "Parirás con dolor a tus hijos", y ha sido

siempre un enigma inexplicable para los comentadores de la Biblia la lógica

relación que exista o pueda existir entre el comer una fruta y los dolores del

parto. Pero si comprendemos la casta relación que da la Biblia al acto de la

generación, se percibirá fácilmente aquélla. Mientras que las madres indias o

las insensibles negras pueden parir a sus hijos y muy pronto después reanudar

sus labores en el campo, la mujer occidental, más agudamente sensitiva y de

temperamento nervioso más fuerte y delicado, encuentra, año tras año, más

difícil sortear el escollo de la maternidad y eso que se ve ayudada por los

mejores y más estudiosos científicos.

Las razones que contribuyen a ello son varias: En primer lugar, mientras que

nos mostramos excesivamente cuidadosos al seleccionar nuestros caballos y

ganados para su procreación, mientras insistimos en averiguar la genealogía de

los animales, a fin de conseguir la mejor calidad de ganado en nuestras

granjas, no ejercitamos tal cuidado respecto a la selección de un padre o de

una madre para nuestros hijos. Nos apareamos por impulso y después lo

deploramos amargamente y pedimos ayuda a unas leyes que hacen demasiado

fácil obtener o abandonar los sagrados lazos del matrimonio. Las palabras

pronunciadas por un sacerdote o un juez se toman como un permiso de

indulgencia ilimitada, como si la ley hecha por los hombres pudiese autorizar

licencias contra la ley de Dios. Mientras que los animales se aparean

solamente en ciertas épocas del año y la madre no es molestada en nada

durante el período de su preñez, la raza humana no obra de esta manera.

En vista de estos hechos, ¿es maravilla que veamos semejante horror a la

maternidad y no es hora de que busquemos el remedio a este mal por una más

sana compenetración entre los dos actores del matrimonio...? La astrología

revelará el temperamento y las tendencias de cada ser humano; ella permitirá a

dos personas fundir sus caracteres de modo y manera que una vida de amor

pueda ser vivida entre ellos y nos indicará los períodos en que las líneas

interplanetarias de fuerza predisponen mejor a un parto sin dolor. Así es como

podremos arrancar del pecho de la naturaleza hijos del amor, capaces de vivir

largas existencias de excelente salud, y así llegará el día en que estos cuerpos

estarán hechos tan perfectos, en su etérea pureza, que perdurarán a través de la

Edad futura, haciendo así superfluo el matrimonio.

Pero si ahora podemos amarnos cuando nos vemos los unos a los otros "a

través de un cristal deslustrado", ocultos por la máscara de la personalidad y el

velo del malentendido, estemos seguros que el amor del alma por el alma,

purgado de la pasión en el crisol del sufrimiento, será nuestra piedra más

preciosa y más brillante en el cielo, como la intensidad de su sombra lo es

ahora en la tierra.

 

 

 

 
 


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