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FRANCISCO NÁCHER: LAS ESTRELLAS, NI COMPELEN NI IMPELEN. SÓLO INCIDEN
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 09/10/2013 23:03

 

 

 La Vida y Muerte de las Estrella

Ver video en la imagen inquieta

 

  

floatie00293.gif picture by vislumbrar

 

 

 

LAS ESTRELLAS, NI COMPELEN

 NI IMPELEN. SÓLO INCIDEN


Se dice por los astrólogos que la carta natal de cualquier recién
nacido es una especie de instantánea en la que aparecen, por un lado,
las tendencias positivas y, por otro, las negativas, ambas con una serie
de posibles ayudas o frenos para su materialización en actos.
Nos dicen también que figura en esa instantánea, igualmente, la
deuda de destino madura, es decir, lo que no se podrá evitar, lo que
acaecerá fatalmente. Pero que, en todo lo demás, el nativo es libre, ya
que puede o no hacer caso de sus tendencias, positivas o negativas, y
usar, según le plazca, las ayudas o los frenos con que cuenta en su
carta astral.
Y añaden aún que, cuanto más evolucionado espiritualmente es
un hombre, menos se parece su vida a lo que su carta natal hacía
suponer, mientras que la vida de un salvaje incivilizado se ajustará,
casi al pie de la letra a lo previsto por sus estrellas.
Concluyen de todo ello que “las estrellas nos impelen” en
determinadas direcciones pero, en modo alguno, “nos compelen”,
pues el hombre es libre y la libertad es sagrada y las estrellas, que no
son sino los cuerpos de elevadísimas Jerarquías, la respetan
escrupulosamente.
Se nos explica también que, en el momento de nacer, al realizar
la primera inspiración pulmonar de nuestra vida, queda grabado
indeleblemente en el éter reflector y, por tanto, en el átomo simiente
del cuerpo físico, el mapa del cielo en ese instante, con todas las
instrucciones en él contenidas. Por eso “no soy así porque nací en tal
lugar, día y hora”, sino al revés: “nací en tal lugar, día y hora porque
tenía que ser así”, es decir, como mi propio esfuerzo, en vidas
anteriores, me ha configurado.
Y uno no puede por menos de preguntarse: Si la libertad es
sagrada, ¿por qué nos han de “impeler” las estrellas? El impelernos
supone una actuación sobre nuestra libertad que, en los retrasados
espiritualmente y, por tanto, débiles de voluntad, ha de dar por
resultado lógico el que no puedan usar de esa libertad.
Para ver el asunto más claramente, utilizaremos un ejemplo que
a todos nos resultará familiar: El del pastel en la puerta de una escuela.
¿Qué ocurrirá con ese pastel cuando los niños salgan del
colegio? Lógicamente, - piensa uno a bote pronto - que se lo comerán.
¿Y, por qué se lo comen? Aquí, uno ya empieza a dudar para
responder. Porque, ¿el pastel ha hecho algo, aparte de ser pastel y
emitir permanentemente las vibraciones que le son propias de forma,
olor, sabor, color, etc. que los sentidos de los niños perciben? No.
Rotundamente, no. El pastel ha estado allí desde antes de salir los
niños del colegio, y ha estado siempre siendo el mismo y emitiendo
las mismas vibraciones. Entonces, ¿por qué se lo han comido?
Indudablemente, la causa debe de estar en los niños. Y, ¿qué puede
haber ocurrido en los niños que les haya hecho comérselo? Lo único
que puede haber ocurrido es que, al percibir esas vibraciones, al darse
cuenta de que aquello era un pastel, los niños a los que les gusta el
dulce - y que, por tanto, poseen en sus vehículos vibraciones similares
a las del pastel - se han sentido atraídos por ellas, han creado un deseo
de comérselo, han convertido ese deseo en acto y se lo han comido.
Porque, ¿qué ha ocurrido con los que no les gustan los pasteles? Que
no han comido. ¿Por qué? Porque no poseen en sus vehículos
vibraciones similares a las del pastel - y, por tanto, no han sido
despertadas - , y no se sienten atraídos por ellas. Pero, no cabe duda de
que también han percibido el color, el olor y la forma del pastel, así
como su presencia allí.
No podemos, pues, afirmar que el pastel ha “compelido” a los
niños a comérselo. Eso está claro. Pero, ¿podemos decir que los ha
“impelido” a hacerlo?
Desde el momento en que el pastel no ha hecho movimiento ni
ha desarrollado ninguna actividad y, en cambio, los niños sí, no hay
más remedio que reconocer que lo único que ha sucedido es que los
niños a los que les gusta el dulce, es decir, que poseen esa vibración
en su ser y se les ha despertado al percibir el pastel, han sentido la
tentación de comérselo y, haciendo uso de su libertad, se lo han
comido. O no. Porque puede haber niños a los que les guste el dulce,
que posean esas vibraciones en sus vehículos y se les hayan
despertado pero que, obedeciendo una orden de sus padres de no
comer nada en la calle, por ejemplo, ejercitando la misma libertad, no
hayan comido lo que les gustaba. Y puede haber otros que, como no
tenían esa vibración, no se han sentido atraídos y, por tanto, en uso
también de su libertad, pero ayudados por su propia configuración,
tampoco han comido.
El pastel, pues, ni ha compelido ni ha impelido. Simplemente.,
ha sido él, ha lanzado su vibración a los cuatro vientos. Y todos la han
recibido. Pero unos han caído y otros, no.
Pongamos otro ejemplo: Cuatro amigos hacen una excursión por
el campo un domingo. Todos caminan el mismo tiempo, por los
mismos sitios y van vestidos iguales. Pero, al día siguiente, uno de
ellos tiene una insolación, otro se ha puesto moreno, el tercero está
como un cangrejo de rojo y el cuarto está como si no le hubiese dado
el sol. No cabe duda de que el sol ha sido el mismo; los rayos
recibidos, los mismos; la duración de la exposición, la misma. ¿Qué
es, pues, lo que ha hecho que cada uno reaccione de modo distinto a
esa exposición al sol? Sencillamente, su sensibilidad a los rayos
solares. Uno es muy sensible a ellos, otro lo es menos, el tercero,
menos aún y el cuarto no lo es a ese tiempo de exposición. ¿Podemos
decir que el sol les ha compelido o impelido a reaccionar así? ¿No
será más exacto decir que el sol, lo único que ha hecho ha sido
INCIDIR sobre todos ellos con la misma intensidad y, luego, cada
uno, ha reaccionado según su propia constitución, es decir, según sus
propias tendencias?
Pues lo mismo ocurre con los demás astros: que, en todo
momento, respetan la libertad, igual que el pastel e igual que el sol de
los excursionistas y que cualquier cosa, circunstancia, situación o
acontecimiento que se cruce en nuestras vidas.
En vista de lo que antecede, podemos ahora reconstruirlo todo:
Nosotros, como consecuencia de nuestras vidas anteriores,
hemos alcanzado un determinado grado de evolución, unas
capacidades, unas facultades, unas carencias, unas inclinaciones, unas
fobias y unas filias determinadas.
Poco antes de renacer, hemos escogido un esquema de vida,
entre varios, - o se nos ha asignado, si no estábamos lo
suficientemente evolucionados espiritualmente - en el cual prevemos
pagar ciertas deudas, cobrar ciertos créditos, corregir ciertas
tendencias, etc., quedando para otras vidas otros aspectos de nuestra
evolución que no queremos o no podemos acometer.
Decidido, pues, nuestro esquema de vida, nos lanzamos a la
aventura de protagonizarla en el mundo físico. ¿Y qué ocurre en el
momento de nuestra primera inspiración? ¿Que las estrellas nos
impelen, o sea, que el pastel o el sol nos impele? No. Lo que hacen las
estrellas - que son las apropiadas para que, como consecuencia de la
atracción que sintamos por ellas, nazcamos con las características
deseadas, y que han sido escogidas por los Señores del Destino con
ese fin - lo que hacen las estrellas, digo, es, simplemente, emitir sus
vibraciones con la intensidad, inclinación y duración de ese momento,
sin preocuparse de quién las recibe. Como el pastel y el sol
dominguero. Lo que ocurre es que las vibraciones de la misma
categoría existentes en nuestro átomo simiente son despertadas por
ellas y “ascienden a la superficie”, se hacen manifiestas, se conforman
como un duplicado del mapa estelar del momento, y serán luego las
que regirán nuestra vida desde ese instante.
Las estrellas, pues, no necesitan estar toda la vida pendientes de
cada uno de nosotros y actuando de modo consciente. Seremos
nosotros los que actuaremos cada día, en cada momento, en base a la
sintonía de nuestras propias vibraciones con las suyas. Así que, no
será Marte el que nos incline a obrar, sino nuestras vibraciones
marcianas despertadas por Marte. Ni será Saturno quien nos limite,
sino nuestras propias limitaciones, despertadas por Saturno. Nunca los
astros, que son totalmente imparciales y derraman su vida sobre todo
el universo - el sol sale para todos por igual - sino siempre nosotros,
exteriorizando o no, en cada momento, lo que tengamos de vibración
simpático con la estelar, los responsables de nuestros actos.
Lo más que podemos decir, pues, de las estrellas no es que nos
“impelen” sino, en todo caso, y de una manera involuntaria y no
consciente, que nos “despiertan ciertas vibraciones o tendencias”, pero
somos nosotros los que caemos o no en esa tentación inconsciente, y
obramos o nos abstenemos de obrar.
¿Y por qué hemos de obrar en la vida? Ésa es la clave de la
evolución: Nosotros somos células de Dios, centros de conciencia
suyos, que estamos investigando mundos y especializando -
espiritualizando - sustancias para que Él pueda evolucionar. Por tanto,
para ello, nosotros hemos de ir desplegando en esos mundos, aún
desconocidos, nuestras potencialidades y, como hace la flor,
desenrollarnos, salir de nuestro ser interior y plasmarnos fuera.
¿Y qué ocurre cuando nos plasmamos fuera, en el mundo físico?
Que es como si nos mirásemos en un espejo. ¿Y qué ocurre si, al
mirarnos a un espejo, nos vemos desaliñados, sucios e
impresentables? Que tendemos a lavarnos, a asearnos y a corregir
nuestra apariencia. Pues precisamente eso es lo que hacemos al vernos
en el espejo del mundo, de la vida. Porque en ella nos manifestamos
tal como en realidad somos. Y, si no fuera por ese espejo que nos
refleja nuestro propio ser, no podríamos percatarnos de nuestras
carencias y tratar de corregirlas y, con ello, evolucionar.
¿Y qué ocurre con los animales y con las plantas y con los
minerales? Pues, lo mismo: Todos ellos son mónadas, semillas de
Dios como nosotros, que contienen, en potencia, no manifiestas, todas
Sus posibilidades. Y esas posibilidades, en forma de vibraciones, son
las que, en el momento de nacer, son extraídas a la luz, a la
manifestación y a la vida activa, al sentirse atraídas por las vibraciones
de los astros que les resultan simpáticas. Pero los astros, en realidad,
no hacen nada más. Todo está y sale de nuestra mónada.
Es lo mismo que ocurre con el escándalo: Una persona hace o
dice algo que muchos oyen o ven. Y unos se escandalizan y otros, no.
¿Por qué? ¿Se debe al escandalizador? No. Se debe a que los
escandalizados poseen en su interior, latentes, las vibraciones en que
consiste ese acto escandaloso, y se han sentido atraídas por las del
escandalizador, y han salido a la superficie de sus almas. Y los que no
las poseen, los que ya las eliminaron, aunque han percibido el hecho
“escandaloso”, no se han visto afectados ni, por tanto, atraídos por el
escándalo, y no se han escandalizado.
Recordemos aquella relativamente reciente sentencia judicial
que absolvió a un procesado por acoso sexual porque el juez estimó
que la ultrajada, por el hecho de vestir minifalda, provocaba al agresor
y, por tanto, era la culpable, y éste era el inocente. Por eso aquella
sentencia causó sensación. Porque el juez consideró que ella había
impelido al otro a ultrajarla. Y eso era totalmente ilógico y sólo
manifestaba una deformación moral del juez en cuestión. Siempre es
el mismo mecanismo.

 

 

 

 

  
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



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