"Por tanto, os hago saber que nadie que hable
por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús
Señor, sino por el Espíritu Santo."
( CORINTIOS 1 12 : 3 )
Parece sencillo el desafío de Pablo en Corintios.
Cualquiera puede abrir su boca y decirle “Señor” a Jesús. Sin embargo, este
versículo tiene una profundidad que te invito a descubrir en oración, de modo
que tu propia vida pueda pasar a través de él, para saber con cuanta integridad
le llamas “Señor”.
No es cuestión de decirlo a voz en cuello. Jesús
mismo dijo: “No todo el que me llama Señor, Señor entrará al Reino de
los Cielos” (Mateo 7:21). Asumir a Jesús como Señor es también aceptar la
sumisión a su Señorío, con nuestro cuerpo,nuestra voluntad,nuestras
emociones y sentimientos,nuestro pensamiento y nuestro espíritu.
Es Asumir que no somos nuestros. Es someter mis
decisiones, mi actividad ministerial, mi vida de pareja, la relación con mis
hijos, con mis compañeros de trabajo, al Señorío de Cristo.
Es someter la salud de mi cuerpo, atenderlo
adecuadamente, recurrir a los médicos aún en forma preventiva, cuidar la
calidad y la cantidad de los alimentos que comemos, al Señorío de Cristo.
Es someter mi enojo con mi hermano, familiar,
compañero al Señorío de Cristo.
Es someter mi voluntad y actuar en obediencia, y obediencia
hasta la cruz.
Es estar dispuesto a hacer lo que Dios pida, cuando
Él lo pida, donde Él lo pida, no importa lo que Él pida.
Decir que Jesús es el Señor es entendernos
como esclavos voluntarios, como esclavos de amor. La palabra griega que se usa
para “siervo” en el Nuevo Testamento es “Doulos”, cuya traducción es “esclavo”.
Aceptar que fuimos comprados y entonces no somos
nuestros. y Jesús de Nazareth es nuestro Señor. a eso se refiere Pablo en
Corintios.
Para llamar a Jesús “Señor”, debemos mirarnos al
espejo y reconocernos como “doulos”, es decir siervos, esclavos. Al usar este
término para describirnos estamos expresando absoluta devoción y sujeción a
Cristo, estamos expresando una actitud de absoluta obediencia hacia Él,
algo a lo que no sólo los apóstoles o los pastores y ministros fueron llamados,
sino todos los que somos de Cristo. Es esa obediencia incondicional la que nos
va habilitar para ser siervos efectivos y eficientes.
Esa obediencia comienza en nuestras vidas cuando
renunciamos a otros “señores”, nos identificamos con Cristo, descubrimos en la
Escritura cuál es su voluntad, vivimos de acuerdo a ella, y conscientemente
nos alejamos de intereses que son contrarios a la voluntad de Dios, aún y
cuando estos intereses (gustos, hábitos, preferencias o tendencias) hayan sido
importantes para nosotros en el pasado.
Estas palabras de Pablo que parecían tan sencillas
de expresar, se convierten en un desafío a trabajar en el resto del tiempo que
nos quede en esta vida. Y no podremos solos, es por eso que el apóstol dice en
Corintios que “ nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu
Santo."
Sin el auxilio, la ministración y la provisión del
Espíritu Santo, esta meta es imposible de conseguir.
Como Daniel, pudimos haber respondido, “Sí, yo
puedo” , pero contestemos al mundo espiritual lo mismo que él respondió: “¡No!
No puedo, PERO DIOS PUEDE”.
Que así sea.
Héctor Spaccarotella (tiempodevocional@hotmail.com)