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General: LOS SILENCIOS Y LA ESPERA
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: Néstor Barbarito  (Mensaje original) Enviado: 03/09/2016 16:08

En este tiempo en que los años y mi corazón se hacen notar cada vez con mas frecuencia por sus “pataletas”, se van haciendo habituales y prolongadas las esperas ante los consultorios y laboratorios. Por lo general suelo llevarme algún libro para hacerlas más llevaderas. Ellos, más tarde o más temprano, me proponen la meditación y cierta forma de oración, casi sin que yo lo advierta. Pero a veces, que por olvido o alguna otra razón no he llevado conmigo ningún libro, después de observar discretamente un rato a las personas que esperan junto a mí, tratando de descubrir en su interior los signos del Dios que cada uno lleva adentro, cierro los ojos y me propongo refugiarme en mi interior y tratar de orar.

Sin embargo, en algún momento surgió en mí -como un escrúpulo-, la idea de que estaba ofreciendo a Dios el tiempo que me sobraba; aquel que no podía aprovechar de otro modo. Un tiempo sin valor. Algo así como “las sobras” de mi tiempo. Esto me puso ante la disyuntiva de orar o no hacerlo durante esas esperas más o menos silenciosas. Intentando discernir cómo vivirlas, y rogando una respuesta, creí entender que era el mismo Espíritu quien me ofrecía aquellos “ratos perdidos”, para que tuviera la posibilidad de aprovecharlos orando. De este modo Él remediaba sutilmente mi escasa disposición a brindarle de mi tiempo. Como si yo dijera a uno de mis hijos: “te acompaño, así mientras esperás podemos charlar un rato”. ¡Argucias que tiene un Padre para tener junto a sí por más tiempo a sus hijos que están siempre repartidos entre mil ocupaciones y distracciones. E intimar un poco más.

Si bien es cierto que no abandono la lectura espiritual, especialmente la Sagrada Escritura, y que ella, inevitablemente me ofrece, y a veces más que ofrecer me ‘mete de un empujón’ en algunos espacios de meditación y contemplación, sin embargo últimamente es tanto el tiempo que paso frente al teclado de mi computadora, que a veces tengo la impresión de que escribir le quita tiempo a mi oración, a pesar de que lo que escribo, también inevitablemente, y por fortuna, me suele llevar a la oración y la reflexión.

Y es que, sobre todo ahora que no ando bien de salud, me esfuerzo en recordar muchas de aquellas miradas que pude echar ante ocasiones que la vida me propuso, y desearía expresar tantas ideas antes de partir, que es cada vez mayor el tiempo que le dedico a ello. Porque muy tarde empecé a escribir, y por eso muchas cosas que quedaron alguna vez en mi corazón, no las hallo en la piel de mi memoria ¡que es tan pobre!, y me esfuerzo en hurgar en sus entrañas para encontrarlas. Ahora quisiera recordarlas a todas, comprender el por qué de todas. Y compartirlas.

Es porque me parece que compartir con mis hermanos y amigos las enseñanzas que creo haber recibido, como espectador o protagonista; “en voz alta” o al oído; rumiando la Palabra u orando, tal vez podría ayudar (a ellos y a mí) a comprender un poco más los planes de Dios sobre el hombre. Sobre cada uno. También sobre vos mismo, que de seguro no son los mismos planes que tiene para mí, pero te pueden dar una pista.

Evidentemente la contemplación atenta y serena de Dios, no es mi fuerte, sobre todo en esos lugares de tanto movimiento y tanto parloteo. Por eso cuando, a pesar de los intentos, no consigo centrar mi atención afectiva en el corazón de Dios, con los ojos de mi imaginación abro de par en par las puertas del mío, y le pido que sea Él quien me contemple. Así puedo estar un buen rato sintiendo en mí su mirada dulce y sanadora.

Te aseguro que, si bien aquellos no son los lugares ideales para la oración, recuerdo que tampoco lo eran aquellos tranvías, colectivos y subtes atestados de gente en los que viajaba en mi juventud, durante tan largos años, y sin embargo fueron tiempos y espacios de rezar el Rosario y muchas otras oraciones, y “picotear” en los evangelios, (¡Ah… la vieja edición de bolsillo del Nuevo Testamento en la versión de Mons. Straubinger, que aún conservo en mi mesa de luz y con frecuencia releo antes de dormirme!). A veces hasta pude hacer un rato de meditación mientras viajaba de Flores a Plaza de Mayo, el lugar donde trabajaba.

No son los lugares ideales para la oración, te decía, pero en los ratos en que uno puede meterse para adentro y buscar a Dios en su corazón, Él suele dejarse encontrar. Aunque creo que muchas veces permanece escondido entre bambalinas, y contempla nuestra búsqueda con una sonrisa complacida en los labios.

También cuando me acuesto y espero la llegada del sueño, parecería que son minutos vacíos, indignos de que uno los ofrezca a Dios. Como si apenas pusiera una moneda de escaso valor en la mano de un mendigo. Son momentos breves, porque por lo general mi sueño está cercano. Sin embargo, en esos ratos en que intento bucear dentro de mí, allí donde sé que Él habita, me colma de gozo y acuna mi sueño. Momentos breves pero intensos, que me permiten dormir en una paz como no la da el mundo.

En verdad, creo que es el mismo Espíritu Santo el que nos propone esos escenarios y esos momentos. Es Él quién «viene en ayuda de nuestra debilidad, porque no sabemos orar como es debido»(Ro 8, 26/27), y ofrece en nosotros su propia plegaria al Padre, al decir de San Pablo. Así, en ocasiones difíciles de mi vida, me he visto pidiendo angustiado a Dios poder concentrarme, ignorar el bullicio, orar, aunque sea un rato en esas circunstancias. Hoy creo que esos eran, en verdad (y son también hoy) algunos de los «gemidos inefables» con que el Espíritu suple la impotencia de los hijos, que no logran llegar hasta el Padre con sus propias alas.

Llegué pues a la conclusión de que, “buscar el rostro de Dios” (Cf. So 27, 8-9), acercarse a Él, buscar su intimidad, en las esperas, ya sea en el silencio o el bullicio, lejos de ser una falta de respeto, es aceptar las ocasiones que Él mismo nos propone para que nos acerquemos y vivamos en su ámbito, en su proximidad, y a veces hasta en su intimidad, tanto cuanto la vida nos lo permite. Desaprovecharlos sería una insensatez.

A condición de que no sean esos los únicos momentos ofrecidos al Señor, ¡eh! No para bien de Él, sino para nuestro crecimiento. Dios lo merece; nosotros lo necesitamos.

nfb



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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: hectorspaccarotella Enviado: 05/09/2016 18:05
Estas reflexiones que puedo leer tuyas, y que disfruto de un buen vino cuyo sabor se ha preciado por el tiempo de añejamiento, siempre me permiten ver mi vida de fe desde una perspectiva profunda. Me enriquecen, me llenan de la dulzura del Espíritu. 
Gracias, siempre gracias.

HÉCTOR


 
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