Días atrás, durante el rato de oración mañanero, leí una vez más la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro, (Lc 16, 19 ss), y se me ocurrió que quizás Jesús no encarecía allí tan sólo la misericordia para con el más necesitado. Al referirse al hecho de que “Si no escuchan a Moisés ni a los profetas, aunque resucite uno de entre los muertos no le creerán”, quizás el Señor pensaba en su propia resurrección, y en la enorme cantidad de gentes de todos los pueblos que no creerían en Él, aunque hubiera resucitado de entre los muertos, y sus amigos diéramos testimonio de ello. Porque, aunque yo confío en que al final de la historia todos los pueblos habrán aceptado a Jesucristo como su Salvador, lo cierto es que hasta hoy no ha sido así, ni hay miras de que lo sea en un futuro próximo. Ciego habría que ser para afirmar lo contrario.

Me parece que esa parábola va dirigida al hombre de todos los tiempos, y es una enfatización de la fe. Da por tierra con la usual idea de “ver para creer”; la desafortunada expresión del apóstol Tomás (Cf Jn 20, 25). Jesús en cambio, pone todo el énfasis en la fe. Así le puede decir al leproso (Lc17, 19) o a la mujer pecadora (Lc 7, 50 ) como al ciego Bartimeo (Mc 10, 52) «Tu fe te ha salvado. Andate en paz»). Lo mismo a la mujer conocida por la tradición como “la hemorroisa”(Mc.5,34). Jesús, en vez de atribuirse el poder de la curación, hace recaer la responsabilidad del milagro en la fe de los que lo han recibido.

Cuando le informan a Jairo, jefe de la sinagoga, que su hija -por cuya salvación estaba pidiendo la intervención de Jesús- ya había muerto, Éste tan sólo dice al padre: «No temas, basta que creas» (Mc 5, 36).

Por supuesto, sabemos que el poder es suyo, y así lo manifiesta sin dejar lugar a dudas en el episodio del paralítico descendido por sus amigos desde el tejado (Mc 2, 1-12) Aunque aún entonces el evangelista dice: «viendo Jesús la fe de esos hombres…»(Mc 2,5). Relacionaba así una vez más la curación que Él obraría, con la fe de los protagonistas de aquel hecho. La gracia y el poder de Dios, no entran en los corazones que se le cierran. Cristo tiene tal respeto por la libertad del hombre, que si no cuenta con la total anuencia y confianza del sujeto, se inhibe de actuar. Así, refiriéndose a Nazaret, el pueblo de Jesús, pudo Mateo decir: «Y no hizo allí muchos milagros a causa de la falta de fe de esa gente» (Mt 13, 58)

Pero tengo para mí que cualquier duda al respecto, debería declinar ante el énfasis con que Jesús interpela al padre del joven epiléptico (Mc 9, 14-29). Cuando éste le pide «Si algo podés, ayudanos. Jesús le dijo: “¡¿Qué es eso de si podés?! ¡Todo es posible para quien cree!”». (Mc 9, 22-23). A la amonestación de Jesús, nos dice el evangelista que el padre del muchacho respondió gritando,: «Creo, ayudá a mi poca fe». Es un ruego desesperado. Creo que debería ser oración habitual para nosotros, ya que es evidente que a pocos creyentes les sobra la fe. A mí al menos, seguro que no, a pesar de los años que hace que Dios se viene manifestando en mi vida. Claro está que sabemos que la misma fe es también un regalo de Dios.

Pero “La fe no es un salto al vacío. —dice el teólogo contemporáneo Armand Puig— Es la adhesión a alguien que nació, vivió y murió en este mundo. Por lo tanto, creer en él implica conocer su vida y su historia". Y esto lo vengo haciendo con firmeza y entusiasmo. Quizás por eso el Espíritu la haya ido ayudando a crecer paulatinamente en mí, aunque aún sea tan pobre.

El mismo Jesús nos dice por boca de Juan cuando ya su hora está próxima: «Crean en Dios y crean también en mí» (Jn 14, 1). Por fin, ya resucitado, va a decirle a Tomás: «Felices los que creen sin haber visto» (Jn 20, 29).

Éste ha de ser nuestro caso.