“(El Señor) fue hacia ellos caminando sobre el mar,

e hizocomo si pasara de largo”.

(Mc.6, 48)

Debo reconocer que en tantos años como llevo leyendo los evangelios, a la expresión del  epígrafe nunca le había prestado atención. En esta ocasión, leyendo por enésima vez el relato del suceso en que Jesús camina sobre el agua, aquellas palabras: “hizo como si pasara de largo”, aparentemente tan incidentales y accesorias que parecería que bien hubieran podido ser omitidas sin que le restaran significado al relato, se destacaron sin embargo en mi mente como un letrero luminoso. Y apareció en ella una imagen, tal vez  una metáfora: ¿no será que el Señor con frecuencia, quizás cada vez que me siento abatido o abandonado, viene hacia mí, pero hace ademán de pasar de largo, porque quiere que yo lo llame “a gritos”, como los asustados apóstoles.

Para completar la imagen, cuatro versículos más adelante leo que aquellos “no habían comprendido el milagro de (la multiplicación de) los panes y su mente estaba enceguecida”. Y entonces me pregunto: ¿no será que también mi mente se enceguece? ¿Acaso no son milagros todos los regalos que Dios me hace cuando me permite abrir los ojos a la vida cada día, y encuentro a mi lado a Luisita, mi fiel compañera de más de medio siglo; cuando el corazón se me dilata y brinca en el pecho al ver a mis hijos y a mis nietos a nuestro derredor, o a los amigos que me dio la vida y tanto calaron en mi alma, o cuando nos unimos a la comunidad de fe y amor para cantar nuestra alabanza a Cristo. Y más aún cuando Él me ofrece por pura gratuidad su Cuerpo y Sangre en la eucaristía. ¿Acaso no son todos estos, regalos que se vienen multiplicando y renovando a lo largo de mi vida, un milagro para mí tan deseable y valioso como aquella multiplicación de los panes? ¿No son quizás el pan y los peces que sostienen mi existencia; el alimento de mi espíritu?

Haber reparado en esta expresión del evangelio de San Marcos, y haberlo podido relacionar con mi realidad, reanima en mí la vieja convicción de que “el Espíritu sopla donde quiere” y cuando quiere. Y lo vivo como un signo.

Me propongo en adelante perseverar en la oración; en mis pedidos de auxilio en el peligro, y tener presente esta imagen de Jesús “haciendo como si pasara de largo” cuando clamo a Él. Pero seguro de que en verdad, ha de subir a mi barca para confortar mi fe, confirmar mi amor y reforzar mi paciencia. Cuando esto suceda, la tempestad interior seguro se habrá de serenar. Si “hasta el viento y el mar le obedecen”, cuánto más lo hará mi espíritu ante el soplo del Espíritu de Cristo.