(Mt. 18:15-18)
Si tu hermano peca contra ti…
Esta frase nos obliga a un par de aclaraciones. La primera es que la
palabra pecado tiene una fuerte connotación teológica que, a veces suena
muy descalificadora, y que básicamente tiene que ver con el error, la
equivocación.
La segunda aclaración es que Jesús no dijo contra ti. A veces no resulta agradable señalar estos agregados, pero lamentablemente es así. Pensemos juntos. Si Jesús hubiera dicho contra ti,
significaría que sólo podría actuar en los casos que alguien cometiera
algún error hacia mi persona. Es más lógico y coherente, siguiendo el
espíritu del texto y el pensamiento de Jesús, aceptar que debo estar
dispuesto a acompañar a mi hermano en cualquier instancia de error.
El término que incluye Mateo es elegchón,
que tiene que ver con “mostrar su falta a alguien convenciéndolo”. En
otras palabras, la idea es ponerse al lado de alguien que se ha
equivocado, no para condenarlo sino para restaurarlo. Mostrarle con
mucha misericordia en qué consiste su error y que es posible superarlo.
Nótese
que esta primera instancia está en el marco de la intimidad, la
confianza, y muy lejos de la descalificación. Es como nos gustaría que
actuaran con nosotros al cometer algún error en la vida; simplemente que
alguien nos ponga la mano en el hombro con mucho afecto, y se esfuerce
con cariño por mostrarme mi error.
¿Es muy difícil…!
¿Están
los integrantes de nuestras congregaciones preparados para algo así?
Acaso se enseña esto, o cuando se equivocan directamente les llevamos
ante las “autoridades eclesiásticas” o finalmente a la iglesia para que
lo disciplinen. Sin embargo, el vocablo discipular tiene la misma raíz
que disciplinar, así que, el acercamiento a una persona que ha cometido
un error siempre deberá ser para discipular, y finalmente, ante la
persistencia, disciplinar. ¡Pero aun así, siempre es para restaurar…!
Desde
el fondo de mi experiencia, uno de los factores que más nos ha llevado a
equivocarnos frente al error de los demás, es no darles tiempo. No
funcionamos todos al mismo ritmo, ni elaboramos o evaluamos al mismo
tiempo.
Uno
de los mejores ejemplos de esto, lo ofrece Jesús quien esperó a Pedro.
Él le había negado, sin embargo Jesús esperó días, y en un momento a
solas mantuvo un diálogo reflexivo y movilizador al que Pedro solo pudo
responder, tu sabes que soy tu amigo…
Pedro descubrió la amistad de Jesús cuando no se sintió recriminado, sino aceptado…
Alberto Guerrero