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General: ¡INDEPENDÍZAME! ( eN EL DÍA DE LA INDEPENDENCIA ARGENTINA )
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De: Ruben1919  (Mensaje original) Enviado: 11/07/2016 01:05

¡INDEPENDÍZAME!

Por Rudy

¿Cómo le va lector, como anda? ¡Feliz día de la Independencia! ¿Se habrán imaginado los patriotas en Tucumán, que 200 años después íbamos a estar así? ¿Habrán pensado que en vez de “El monarca de chocolate” nos iba a gobernar “la mano invisible del mercado”? ¿O que “los fondos buitres” (o “la Baring Brothers” estarían de festejo gracias a nuestros patriotas? ¿Hubieran invitado a Fernando VII a los festejos? ¿Pueyrredón, el Director Supremo, diría “si les decía lo que iba a hacer, me encerraban por loco”?

¿Y la pregunta del millón. ¿Festejaremos, en el 2216 “El Bicentenario de la Alegria”?

SátiraI12, siempre firme junto a usted, lector, le ofrece un panorama, como siempre, con humor, de aquel “1816”.

Hasta el sábado, y feliz independencia, lector.

El 16 (*)

Se reunió el Congreso de Tucumán, en Tucumán. Todas las provincias mandaron sus diputados, excepto las que ya habían mandado diputados al Congreso Artiguista, y eran provincias chicas y la producción de diputados no daba abasto: “ acá no somos como en Buenos Aires, que les sobran los diputados; acá lo que hay es peones de campo, pero para los Congresos nunca nos piden peones, siempre diputados, congresales y eso”.

Uno de los temas que debió discutir el Congreso de Tucumán era si declarar la independencia o no. “¡Si no vamos a declarar la independencia, ¿a qué vinimos, a una reunión de camaradería por los 5 años de la Junta Grande”!? preguntó un congresal. “Bueno, siempre se puede encontrar algo qué hacer, se puede rezar, se puede decorar la casa de Tucumán, se pueden diseñar otros escudos por si el que tenemos no aburre, se puede abolir la esclavitud “del resto del cuerpo que no es el vientre”, se pueden volver a prohibir los instrumentos de tortura por si no quedó claro lo que dijo la Asamblea, se pueden pensar formas de gobierno, se puede criticar la ropa de los congresales, se pueden hacer “ locros de camaradería, e incluso se puede pensar cómo hacemos para zafar si los españoles se lanzan a atacarnos con todas sus fuerzas” respondió otro.

Desde Cuyo, San Martín urgía a que declarasen la independencia de una vez por todas: “Claaaaro, total él después se va a Chile, y los que nos tenemos que arreglar con los españoles que vengan somos nosotros” le recriminaba un concejal.

La situación era grave: Menos el Río de la Plata, todo el resto estaba en manos de Fernando VII, incluso España . E Isabel de Braganza, con quien se acababa de casar. Una estrategia pensada y descartada fue reemplazar a la novia del rey por un patriota adecuadamente disfrazado, y una vez casados, que “ella” le reclamase por la libertad de estas tierras, que a su esposa no se la iba a negar, el rey.

San Martín apuraba a los congresales: “Declaren la independencia ahora, mientras hay independencia” dicen que decía. Muchos pensaban que declarar la independencia le daba un sentido a la guerra: “ Si peleamos contra España, es porque queremos independizarnos, ¿no? ¿ O es que estamos peleando desde hace 6 años para ver si el rey Fernando nos quiere más a nosotros o a ellos?!”

Otra posibilidad que no se tuvo en cuenta, quizás porque eran revolucionarios pero no comían vidrio, era ofrecerles a las diferentes potencias partes de la soberanía. Por ejemplo, que Fernando VII conservase el 45% de la soberanía, y eso le diera derecho a nombrar al presidente ( o rey) y 3 ministros. Los ingleses por su parte podrían retener el 30% a cambio de mantener a raya a los españoles, nombrando a 2 ministros y ocupándose del management; los portugueses, un 15% para que no se sientan excluidos; un 3% podría ser para Francia, y el 7% restante para los patriotas, que al fina y al cabo son los que están poniendo la infraestructura, y parte de la mano de obra. En lugar de “ Provincias Unidas del Río de la Plata”, podría llamarse “Unión Transitoria de Empresas del Río de la Plata”, o “República de Responsabilidad Limitada Argentina”. No prosperó, la idea.

Luego de muchas discusiones entre los congresales, se llegó a un amplísimo acuerdo : se declarará o no la independencia, el 9 de julio o algún otro día . Cumpliendo con ese acuerdo, se declaró la independencia de España , el 9 de julio.

Luego se agregó: “ y de toda otra dominación extranjera”. Esta expresión fue muy importante, porque si no cada vez que alguna potencia , imperio ,dominación o incluso una turista extranjera quisiera dominaros, iba a ser necesario otro congreso para que decidiera si aceptábamos depender de ellos, o de ella, o de su familia, o no.

En España también se discutía “ ¿Pero qué quieren estos sudacas ,ibre comercio con Inglaterra!” “Nosotros podemos darles libre comercio, pero con España, ¿no les da los mismo? ¡ Inglaterra no les conviene, todos los productos vienen con las instrucciones en idioma extranjero: dicen “ wash, push, disaidap, dontach, jandleuitquear” y otras palabras en quechua.

Mientras tanto, en Mendoza, San Martín se preparaba para cruzar Los Andes En Buenos Aires el Director Supremo, Pueyrredón brinda su total apoyo a San Martín, quien le agradece por el apoyo y le solicita dinero, ropa, comida, armas, caballos, artesanías (en tanto sirvan para arrojárselas a los realistas por la cabeza), artículos regionales ( la carne era un artículo regional de Bs As), etc. Pueyrredón le envió más apoyo.

Algunos ganaderos se oponían a mandarle la carne a San Martín, porque de esta manera no podían vendérsela a los ingleses. Ofrecían, en cambio, mandar a los gauchos, especialistas en cazar vacas en cualquier sitio. Les explicaron que difícilmente los gauchos pudieran cazar vacas en la cordillera de los Andes, porque allí no suele haber vacas.

Pueyrredón le dice a San Martín que las únicas vacas que le podrá enviar son unas pintadas en un cuadro de su hijo Prilidiano.

El Dean Funes publica el primer libro de historia argentina: probablemente la mayoría de los conflictos terminan en un “continuará en el próximo tomo” ya que casi nada estaba resuelto aún.

(*) Texto aggiornado, modificado, empoderado y recargado del que fuera publicado en Historias de la Argentina. Rudy, Grijalbo, 2002.



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De: Ruben1919 Enviado: 11/07/2016 08:58

Lección de antihistoria

 Por Horacio González

En este escueto 9 de Julio, como conmemoración abollada y escuálida, hemos visto sorprendentes publicidades, repletas de simulados bucolismos, de mansos folklorismos y un ignorante acervo oficial de opiniones que demuestran un preocupante desprecio por la historia. Sin embargo, el desprecio garantiza la proliferación de lugares comunes que finalmente tienen usos múltiples. Trivializan el paisaje, desdeñan genealogías políticas, excluyen las primicias artísticas y no perciben ningún drama en la naturaleza. Pero la expresión desarticulada de ideas, no obsta para que la historia despojada de matices, retorne brutalmente al presente, con un proyecto no declarado de maniatar toda vitalidad social con una soterrada reivindicación de los momentos más oscuros de la historia contemporánea. Esta efeméride les ha servido para ofrecer la visión de un mundo plano y uniforme. La tierra plana siempre fue una creencia de espíritus menores, pues en todas las épocas, la gran filosofía, la metafísica y la teología eligió la forma esférica para representar el planeta.

Más allá de lo que bruscamente se le endilga, una abaratada idea de globalización, ellos son la esfera destruida por el plano. Aquí lo que llamamos “globalización” es una forma empecinada e imprecisa de aplanar, extenuar y abatir las asincronías históricas. Todo lo que tiene la historia de “desigual y combinado” es desmantelado por escenografías chatas y desapasionadas, donde solo subsisten los ritos nostálgicos en lejanos patios escolares, por la vía de un virulento retroceso pedagógico de la conciencia ciudadana. Pasar por alto las singularidades, los desvíos y excepcionalidades del mundo histórico, es propio de los poderes tecno-gerenciales, que con sus tegumentos jurídicos emiten continuamente imágenes de arrasamiento de las incertidumbres y destinos cruzados que hay en toda existencia colectiva. Las honras oficiales prefirieron dejar en pie a Favaloro y al Jaguareté. Son escasas efigies, cada una en lo suyo, que nada tienen de objetables. Pero en su exigüidad nos permiten apenas la benevolente invocación de una agraciada fiera de sugestivo nombre guaranítico, y por otro el recuerdo del médico angustiado y suicida, parvo en definiciones más ambiciosas, pero lector de Martínez Estrada. Ni el admirable felino ni el extraño facultativo pueden resolver la penuria iconográfica y la sequedad de imágenes, filtradas por espíritus olvidadizos y lacónicamente informados.

Todos los dichos por los actuales gobernantes sobre esta conmemoración son penosas interpretaciones de un pasado fijo, pegado con chinches en el telgopor, que sin embargo tiene de vigorosamente actual un repertorio de amenazas y sorprendentes y rendiciones del sinuoso avatar nacional ante las plantas elefantinas del Borbón. Han racionalizado linealmente los sucesos de julio de 1816, como si se tratara de los dibujos de un mundo raso, sin las ondulaciones y quiebres que determinan toda asociación humana. La publicidad oficial y el propio presidente han insistido en una extraña idea de independencia. Lo que habitualmente se refiere a las relaciones de dominación y sujeción entre países, lo remiten a la “independencia personal”, a “estar cada día un poquito mejor”, a “tomar tus propias decisiones”. Confunden los procesos de autonomía nacional con la ideología del “emprendedor”, del “self made man” o del beatífico empleado al que le obligan a poner cara radiante frente al yugo cotidiano, prohibiéndole además el último, pobre y maltrecho recurso de la “viveza criolla”. Macri parece considerar a un evento complejo como éste como una reunión más, un poquito más problemática que otras, de concesionarios de supermercados ante nuevos métodos de comercialización. Su fraseología llena de atroces primitivismos desconoce las profundas significaciones que encierran los congresos del siglo XIX en cuanto al malogrado constitucionalismo, la imperfecta forja de derechos colectivos y las magras utopías sociales amortiguadas en sangre.

Se sorprenderían los predicadores de la felicidad futura si dijéramos que los eventos que conmemoramos tienen también la oscura atracción de constituirse en proyectos fallidos. Son señeros en sus esfuerzos inconclusos, ricos en sus alarmantes desvíos, y poderosos en sus ensoñaciones desmanteladas. En parte, se correspondían con la cruda realidad de estilos políticos sospechosamente parecidos a los que hoy elaboran la complaciente pedagogía sobre el 9 de Julio del 16 en la remota Tucumán, y en parte era lo que palpitaba en esa tragedia parca, que tocaba cuerdas cuya hondura no atinaba a comprender cuando proponía un Monarca Inca o cuando atinaba a redactar la declaración independentista con los idiomas subyacentes pero mayoritarios.

Diluido, destruido el Congreso por una Constitución desafortunada, en 1819, no por eso deja de demostrarse que las leyendas nacionales tienen una rara selectividad para rescatar muy sumariamente, y obtener lo que importa, de estos eventos múltiples, rodeados como un inesperado cometa de toda clase de detritus y polvillos que ennegrecen la atmósfera. Un agraciado concepto del acervo de Bolívar lo encontramos en la idea de Congreso Anfictiónico, como se sabe, su gran fracaso de 1826, diez años después de las justamente festejadas jornadas del Tucumán en la casita de Francisca Bazán de Laguna, que pasó a la historia por la efectiva insistencia de nuestras maestras de segundo grado, y donde Laprida presidió la sesión fundamental, cuya presencia se cuela siempre en nuestros recuerdos por los cuadernos escolares que llevaban su nombre y el tremendo alegato de Borges en el “Poema conjetural”.

Consultemos la edición de La Gazeta de Buenos Ayres en su largo editorial anónimo del 6 de diciembre de 1810, para considerar como debería ser una lección de historia. Leemos allí un raro artículo del cual vacilaríamos hoy en decir en qué reside su revulsivo interés. Su adicional atractivo estriba en que no sabemos quién lo ha escrito, usando una vigorosa primera persona. No podemos rebajar su importancia en virtud de las atormentadas acciones que luego se desarrollarían por el mismo asunto, a saber: se trata, eminentemente, de la cuestión del federalismo o cuestión anfictiónica (semejante a la construcción federativa). El articulista cita a Jefferson, quien había trazado un idílico panorama de las formas de resolución de conflictos entre las tribus indígenas de Norte de América, con una mezcla de federalismo y patriarcalismo. Lo compara también a los cantones suizos con una “dieta general” que respetaba que cada cantón eventualmente se atuviese a formas democráticas, o bien aristocráticas.

El autor (¿Moreno?) condena el espíritu anfictiónico, dando ejemplos provocativos de una imposibilidad, adelantándose muchos años con esta condena al Congreso que luego citará Bolívar en 1826 (en Panamá, su istmo de Corinto) admitiendo la suave y entusiasta comparación entre el istmo de Paraná y el que une la Hélade con el Peloponeso. (El canal de Corinto antecede en algunos años al Canal de Panamá). Se trataría de las imposibilidades geográficas que harían inútil al federalismo sin que eso suponga volver al Rey. Fijarse en la grave razón de las distancias geográficas lleva a preguntarse: ¿qué hacer con Filipinas, o quién “conciliaría nuestros movimientos si no tenemos con México más relaciones que con Rusia y Tartaria”? Los congresos anfictiónicos de la Antigüedad, prosigue el ignoto escritor de la Gazeta, únicamente se referían al ordenamiento del culto de Delfos, a fin de unirse solo en términos del ejercicio de lo sagrado.

El severo articulista no parece entonces ver otra salida que una mínima fraternidad entre las provincias que están imbricadas en el proceso de emancipación, y que al mismo tiempo evite la disensión interior. ¿Quién escribió estos extraños párrafos, que motivarán luego guerras civiles y estruendosos fracasos políticos? Al leerlos, se tiene el mismo sentimiento de provisoriedad reflexiva y frágil autoría que alberga el lector futuro. Sentimientos no diferentes que tendría el ignoto espectro del pasado que los ha escrito. Son tiempos cuya sabiduría está esparcida en lecturas que no parecen más que chispas de raciocinios apenas insinuados.

El Congreso de Tucumán declaró la independencia de un país que ya es otro, que ni territorialmente, ni lingüísticamente, ni socialmente, ni económicamente, pertenece a nuestra esfera contemporánea. Pensarlo desde nuestro presente requiere despojar la historia de malezas pero respetando toda hojarasca. El articulista de 1810, al decir la palabra griega “anfictiónico”, que significa “fundación conjunta”, pronuncia ya la sentencia que devela la fragilidad del Congreso del 16 –marcha con la Independencia hacia el Pacífico, hazaña que hasta Carlyle saludara–, pero como bien notó Alberdi, dejó desprotegido al Alto Perú. Y también clava una espina al Congreso panameño bolivariano citado dieciséis años después. ¿Pero importa decirlo hoy, desbarata la felicidad de nuestros escolares y la cabalgata ritual de las personas que honrosamente se visten ahora de gauchos? Al menos en un caso sí importa, pues estas rendijas de la historia son una lección que repite sus oscuros cánticos. Es como si Moreno le hubiera advertido a Laprida y luego al propio Bolívar sobre los riesgos del ambicioso pero ingenuo proyecto de hacer el Congreso constituyente de “fundación conjunta” en Panamá, incluyendo a Estados Unidos, el país de Jefferson. ¡Pero Macri qué sabe de esto! En su abstinente antihistoria, puede prestar atención, pero solo si oye la palabra Panamá.



 
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