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๑۩۞**Mis Escritos: EL PINO
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Da: Ruthy  (Messaggio originale) Inviato: 15/12/2009 02:29

 

EL PINO
(Continuación)

 

 
Querían también el cuento de Ivede-Avede, pero tuvieron que contentarse con el de Klumpe-Dumpe. El pino permaneció silencioso en su sitio, pensando que jamás los pájaros del bosque habían contado una historia semejante.
 
"De modo que Klumpe-Dumpe se cayó de la escalera y, a pesar de todo, se casó con la princesa. ¡Vaya, vaya; así es como se progresa en el gran mundo!"., pensaba. “Seguro que tenía que ser cierto si aquel hombrecito tan agradable lo contaba.
 
Bien, ¿quién sabe? Quizás me caiga yo también de una escalera y termine casándome con una princesa."
Y se puso a pensar en cómo lo adornarían al día siguiente, con velas y juguetes, con oropeles y frutas.
—Mañana sí que no temblaré —se decía—. Me propongo disfrutar de mi esplendor todo lo que pueda. Mañana escucharé de nuevo la historia de Klumpe-Dumpe, y quizás también la de Ivede-Avede.
Y toda la noche se la pasó pensando en silencio.
A la mañana siguiente entraron el criado y la sirvienta.
"Ahora las cosas volverán a ser como deben",  pensó el pino.
 
Mas, lejos de ello, lo sacaron de la estancia y, escaleras arriba, lo condujeron al desván, donde quedó tirado en un rincón oscuro, muy lejos de la luz del día.
"¿Qué significa esto? —se maravillaba el pino—. ¿Qué voy a hacer aquí arriba? ¿Qué cuentos puedo escuchar así?"
Y se arrimó a la pared, y allí se estuvo pensando y pensando… Tiempo para ello tenía de sobra, mientras pasaban los días y las noches. Nadie subía nunca, y cuando por fin llegó alguien fue sólo para amontonar unas cajas en el rincón. Parecía que lo habían olvidado totalmente.
 
"Ahora es el invierno afuera”, pensaba el pino. “La tierra estará dura y cubierta de nieve, de modo que sería imposible que me plantasen; tendré que permanecer en este refugio hasta la primavera. ¡Qué considerados son! ¡Qué buena es la gente!… Si este sitio no fuese tan oscuro y tan terriblemente solitario!… Si hubiese siquiera algún conejito… ¡Qué alegre era estar allá en el bosque, cuando la nieve lo cubría todo y llegaba el conejo dando saltos! Sí, ¡aun cuando saltara justamente por encima de mí, y a pesar de que esto no me hacía ninguna gracia! Aquí está uno terriblemente solo."
 
—¡Cuic! —chilló un ratoncito en ese mismo momento, colándose por una grieta del piso; y pronto lo siguió otro. Ambos comenzaron a husmear por el pino y a deslizarse entre sus ramas.
—Hace un frío terrible —dijeron los ratoncitos—, aunque éste es un espléndido sitio para estar. ¿No te parece, viejo pino?
—Yo no soy viejo —respondió el pino—. Hay muchos árboles más viejos que yo.
—¿De dónde has venido? —preguntaron los ratones, pues eran terriblemente curiosos—, ¿qué puedes contarnos? Háblanos del más hermoso lugar de la tierra. ¿Has estado en él alguna vez? ¿Has estado en la despensa donde los quesos llenan los estantes y los jamones cuelgan del techo, donde se puede bailar sobre velas de sebo y el que entra flaco sale gordo?
—No —respondió el pino—, no conozco esa despensa, pero en cambio conozco el bosque donde brilla el sol y cantan los pájaros.
Y les habló entonces de los días en que era joven. Los ratoncitos no habían escuchado nunca nada semejante, y no perdieron palabra.
—¡Hombre, mira que has visto cosas! —dijeron—. ¡Qué feliz habrás sido!
—¿Yo? —preguntó el pino, y se puso a considerar lo que acababa de decir—. Sí, es cierto; eran realmente tiempos muy agradables.
 
Y pasó a contarles lo ocurrido en Nochebuena, y cómo lo habían adornado con pasteles y velas.
—¡Oooh! —dijeron los ratoncitos—. ¡Sí que has sido feliz, viejo pino!
—Yo no tengo nada de viejo —repitió el pino—. Fue este mismo invierno cuando salí del bosque. Estoy en plena juventud: lo único que pasa es que, por el momento, he dejado de crecer.
—¡Qué lindas historias cuentas! —dijeron los ratoncitos. Y a la noche siguiente regresaron con otros cuatro que querían escuchar también los relatos del pino. Mientras más cosas contaba, mejor lo iba recordando todo, y se decía:
—Aquellos tiempos sí que eran realmente buenos; pero puede que vuelvan otra vez, puede que vuelvan… Klumpe-Dumpe se cayó de la escalera y, aun así, se casó con la princesa; quizás a mí me pase lo mismo.
 
Y justamente entonces el pino recordó a una tierna y pequeña planta de la familia de los abedules que crecía allá en el bosque, y que bien podría ser, para un pino, una bellísima princesa.
—¿Quién es Klumpe-Dumpe? —preguntaron los ratoncitos. Y el pino les contó toda la historia, pues podía recordar cada una de sus palabras; y los ratoncitos se divirtieron tanto que querían saltar hasta la punta del pino de contentos que estaban. A la noche siguiente acudieron otros muchos ratones, y, el domingo, hasta se presentaron dos ratas. Pero éstas declararon que el cuento no era nada entretenido, y esto desilusionó tanto a los ratoncitos, que también a ellos empezó a parecerles poco interesante.
—¿Es ése el único cuento que sabes? —preguntaron las ratas.
—Sí, el único —respondió el pino—. Lo oí la tarde más feliz de mi vida, aunque entonces no me daba cuenta de lo feliz que era.
—Es una historia terriblemente aburrida. ¿No sabes ninguna sobre jamones y velas de sebo? ¿O alguna sobre la despensa?
—No —dijo el pino.
—Bueno, entonces, muchas gracias —dijeron las ratas, y se volvieron a casa.
Al cabo también los ratoncitos dejaron de venir, y el árbol dijo suspirando.
—Era realmente agradable tener a todos esos simpáticos y ansiosos ratoncitos sentados a mi alrededor, escuchando cuanto se me ocurría contarles. Ahora esto se acabó también… aunque lo recordaré con gusto cuando me saquen otra vez afuera.
 
Pero, ¿cuándo sería esto? Ocurrió una mañana en que subieron la gente de la casa a curiosear en el desván. Movieron de sitio las cajas y el árbol fue sacado de su escondrijo. Por cierto que lo tiraron al suelo con bastante violencia, y, enseguida, uno de los hombres lo arrastró hasta la escalera, donde brillaba la luz del día.
 
"¡La vida comienza de nuevo para mí!", pensó el árbol. Sintió el aire fresco, los primeros rayos del sol… y ya estaba afuera, en el patio. Todo sucedió tan rápidamente, que el árbol se olvidó fijarse en sí mismo. ¡Había tantas cosas que ver en torno suyo! El patio se abría a un jardín donde todo estaba en flor. Fresco y dulce era el aroma de las rosas que colgaban de los pequeños enrejados; los tilos habían florecido y las golondrinas volaban de una parte a otra cantando:
—¡Quirre-virre-vit, mi esposo ha llegado ya! —pero, es claro, no era en el pino en quien pensaban.
—¡Esta sí que es vida para mí! —gritó alegremente, extendiendo sus ramas cuanto pudo. Pero, ¡ay!, estaban amarillas y secas y se vio tirado en un rincón, entre ortigas y hierbas malas. La estrella de papel dorado aún ocupaba su sitio en la cima y resplandecía a la viva luz del sol.
En el patio jugaban algunos de los traviesos niños que por Nochebuena habían bailado alrededor del árbol, y a quienes tanto les había gustado. Uno de los más pequeños se le acercó corriendo y le arrancó la reluciente estrella dorada.
—¡Mira lo que aún quedaba en ese feo árbol de Navidad! —exclamó, pisoteando las ramas hasta hacerlas crujir bajo sus zapatos.
 
Y el árbol miró la fresca belleza de las flores en el jardín, y luego se miró a sí mismo, y deseó no haber salido jamás de aquel oscuro rincón del desván. Recordó la frescura de los días que en su juventud pasó en el bosque, y la alegre víspera de Navidad, y los ratoncitos que con tanto gusto habían escuchado la historia de Klumpe-Dumpe.
—¡Todo ha terminado! —se dijo—. ¡Lástima que no haya sabido gozar de mis días felices! ¡Ahora, ya se fueron para siempre!
 
Y vino un sirviente que cortó el árbol en pequeños pedazos, hasta que hubo un buen montón que ardió en una espléndida llamarada bajo la enorme cazuela de cobre. Y el árbol gimió tan alto que cada uno de sus quejidos fue como un pequeño disparo. Al oírlo, los niños que jugaban acudieron corriendo y se sentaron junto al fuego; y mientras miraban las llamas, gritaban: "¡pif!, ¡paf!", a coro. Pero a cada explosión, que era un hondo gemido, el árbol recordaba un día de verano en el bosque, o una noche de invierno allá afuera, cuando resplandecían las estrellas. Y pensó luego en la Nochebuena y en Klumpe-Dumpe, el único cuento de hadas que había escuchado en su vida y el único que podía contar… Y cuando llegó a este punto, ya se había consumido enteramente.
 
Los niños seguían jugando en el patio. El más pequeño se había prendido al pecho la estrella de oro que había coronado al pino la noche más feliz de su vida. Pero aquello se había acabado ya, igual que se había acabado el árbol, y como se acaba también este cuento. ¡Sí, todo se acaba, como les pasa al fin a todos los cuentos!
 
Autor: Hans Christian Andersen

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