Idolatría 
La vida mágica se vive entera 
en la mano viril que gesticula 
al evocar el seno o la cadera, 
como la mano de la Trinidad 
teológicamente se atribula 
si el mundo parvo, que en tres dedos toma, 
se le escapa cual un globo de goma. 
Idolatremos todo padecer, 
gozando en la mirífica mujer. 
Idolatría 
de la expansiva y rútila garganta, 
esponjado liceo 
en que una curva eterna se suplanta 
y en que se instruye el ruiseñor de Alfeo. 
Idolatría 
de los dos pies lunares y solares 
que lunáticos fingen el creciente 
en la mezquita azul de los Omares, 
y cuando van de oro son un baño 
para la tierra, y son preclaramente 
los dos solsticios de un único año. 
Idolatría 
de la grácil rodilla que soporta, 
a través de los siglos de los siglos, 
nuestra cabeza en la jornada corta. 
Idolatría 
de las arcas, que son y fueron 
y serán horcas caudinas 
bajo las cuales rinde el corazón 
su diadema de idólatras espinas. 
Idolatría 
de los bustos eróticos y místicos 
y los netos perfiles cabalísticos. 
Idolatría 
de la bizarra y música cintura, 
guirnalda que en abril se transfigura, 
que sirve de medida 
a los más filarmónicos afanes, 
y que asedian los raucos gavilanes 
de nuestra juventud embravecida. 
Idolatría 
del peso femenino, cesta ufana 
que levantamos entre los rosales 
por encima de la primera cana, 
en la columna de nuestros felices 
brazos sacramentales. 
Que siempre nuestra noche y nuestro día 
clamen: ¡Idolatría! ¡Idolatría!