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   HERMANARSE EN TIEMPOS  DIFICILES   Tender la mano a aquellos a  quienes la vida castiga con dureza, es parte de nuestro crecimiento personal.  Las noticias cotidianas nos muestran hasta qué punto este paso es  necesario.
 Con una regularidad inesperada nos despertamos cada mañana  navegando con dolor en los mares del odio del mundo.
 De cara a las páginas  de las noticias me inquieta comprobar que necesito leer el epígrafe de las  fotografías para saber si pertenecen a nuestro país, a un pueblo vecino o a  hermanos de países más lejanos.
 
 Y lo peor es que demasiado frecuentemente  compruebo con espanto que esas imágenes son de aquí mismo. La barbarie, el daño,  la crueldad o la simple injusticia de una muerte absurda han ocurrido a cinco, a  diez o a cuarenta minutos de nuestra casa. La víctima es muchas veces alguien  como usted o yo, alguno de los que con o sin conciencia nos encontramos cautivos  de un mundo cada vez más violento.
 
 Es triste darse cuenta que no nos  consuela ni un poco saber que unos y otros tienen algo de razón en su discurso  ni asumir que hemos llevado en nuestra voz alguna de las ideas que hoy se  enarbolan para justificar lo injustificable.
 
 Veo cómo estamos todos  amenazados por alguno de los fantasmas que invariablemente asuelan las  sociedades a punto de destruirse: la resignación, el miedo y el deseo de  venganza.
 
 En este recorrido que nos hemos propuesto cada semana en  dirección al desarrollo de cada persona, el próximo paso será hermanarnos con  aquellos a quienes la vida castiga hoy más duramente.
 
 Hablo, como diría  Lima Quintana, de ayudar a los que quedaron rezagados; hablo de igualar hacia  arriba.
 
 No se trata de encontrar soluciones inmediatas, que seguramente  no existan, sino de mostrar que estamos en camino.
 
 Hace tiempo inventé  para una paciente esta historia. Ella acababa de divorciarse y la irritaba que  su "EX", como ella lo llamaba, ya "se había encontrado otra" y, según ella, "se  la estaba pasando demasiado bien".
 
 Ella se ocupaba, cada tarde, de  molestarlo un poco.
 
 -Para que sepa lo que yo sufro... -me decía- porque  es injusto.
 
 Y de paso para conseguir que le preste atención, pensaba yo.
 Entonces le conté la historia de Juan Sinpiernas.
 
 Se trataba de un  leñador, que mientras trabajaba con una sierra eléctrica se accidentó hiriéndose  en las dos piernas.
 Nada pudieron hacer los médicos para salvarlas, así que  el personaje, como si fuera víctima de la profética determinación de su nombre,  quedó condenado a un sillón de ruedas.
 
 Juan cayó en una profunda  depresión.
 El psiquiatra que lo atendió, amable y comprensivo, le escuchó con  atención.
 
 -Mi depresión, doctor, no tiene que ver con la pérdida de las  piernas -dijo Juan-. Lo que a mí me molesta es el cambio que ha tenido la  relación con mis amigos. Antes del accidente ellos venían a buscarme todos los  viernes para ir a bailar. Una o dos veces a la semana nos reuníamos a chapotear  en el río y hacer carreras de nado. Salíamos los domingos de mañana a correr por  la avenida de la costanera. Parece que por el accidente, no sólo he perdido las  piernas, sino también las ganas de mis amigos de compartir cosas conmigo. Nadie  me ha vuelto a invitar.
 
 El psiquiatra le explicó a Juan que sus amigos no  lo estaban evitando por desamor o por rechazo. Aunque fuera doloroso, el  accidente había modificado la realidad. El ya no era el compañero de elección  para hacer esas mismas cosas que antes compartían... Por supuesto que no había  nada en contra de que él siguiera haciendo las mismas cosas, es más, era  importantísimo que las hiciera.
 
 El psiquiatra le explicó a Juan que él  podía nadar, pero tenía que competir con quienes tenían su misma dificultad...  que podía ir a bailar y entrenar pero debía entender que aquellos amigos no  estarían con él como antes.
 
 Ahora las condiciones entre él y ellos eran  diferentes... él debía hacer lo que deseaba pero con sus iguales.
 Tenía que  fabricar nuevas relaciones con pares.
 
 Juan sintió que un velo se  descorría en su mente un poco trastocada.
 Juan Sinpiernas salió del  consultorio del psiquiatra, y volvió a su casa...
 Puso en condiciones su  sierra eléctrica... y salió a la calle.
 Planeaba cortarles las piernas a  algunos amigos, y fabricar así... algunos pares.
   
     
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