Marcelo ocupaba un envidiado puesto de director. Tenía cincuenta años y era respetado. En una entrevista reconoció claramente: –¡He llegado a la cima de la escalera social, pero la he puesto contra la pared equivocada! No dudaba de su éxito, pero sentía que había dado demasiada importancia a su carrera. A causa de ella había abandonado a su familia y descuidado los valores espirituales. Tenía la sensación de haber trabajado y luchado mucho, sin ser verdaderamente feliz. Además esos pequeños achaques de salud le habían obligado a reflexionar… Era un momento crítico y quizás un vuelco decisivo en su vida.

       Jacob también estaba en un momento crucial de su vida cuando vio en un sueño una escalera cuyo extremo “tocaba en el cielo” (Génesis 28:12). Ella establecía un vínculo de bendición incondicional entre el cielo y la tierra. No se trataba de esforzarse para subir mediante su voluntad, sino de recibir sencillamente la gracia que el cielo comunica.

       Dios nos propone la escalera de la gracia. No es una escalera apoyada en una pared más o menos sólida y de altura limitada, como la pared del éxito profesional, del deporte o la política, una escalera que exige esfuerzos, cuyo resultado es engañoso, sino el camino vivo por el cual Dios bajó hacia los pecadores en la persona de su Hijo Jesucristo, que es el Salvador de todos aquellos que creen en él.