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ALEJANDRA STAMATEAS: Mujeres obsesionadas por un hombre
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Mujeres obsesionadas por un hombre
Alejandra Stamateas
Génesis 29:31 - “Cuando el Señor vio que Lea no era amada, le concedió hijos. Mientrastanto, Raquel permaneció estéril. Lea quedó embarazada y dio a luz un hijo,al que llamó Rubén,porque dijo: «El Señor ha visto mi aflicción; ahora sí meamará mi esposo.» Lea volvió a quedar embarazada y dio a luz otro hijo, alque llamó Simeón, porque dijo: «Llegó a oídos del Señor que no soy amada,y por eso me dio también este hijo.»Luego quedó embarazada de nuevo y dio a luz un tercer hijo, al quellamó Leví, porque dijo: «Ahora sí me amará mi esposo, porque le he dadotres hijos.»Lea volvió a quedar embarazada, y dio a luz un cuarto hijo, al que llamóJudáporque dijo: «Esta vez alabaré al Señor.» Después de esto, dejó de dara luz.”
¿Cuántas se obsesionaron alguna vez con un hombre? “Sí, lo quiero a ése, ése” ¿Y por qué no otro, si hay un montón? “No, a ése” “…pero no te da bolilla”; “no importa, yo lo quiero a ése”, “pero ya te divorciaste, ¿para que querés volver con él?”, “no importa, quiero volver con él, ése es”. “Con el pastor; yo a ese pastor…” (encima los pastores de este ministerio son todos lindos, ¿te diste cuenta?, las pastoras son todas preciosas, ustedes van a ver que se cuidan, se arreglan y los pastores son todos bonitos, ¿se dieron cuenta? Digan que sí porque están escuchando). Vos venís acá, el pastor te ora, te impone la mano, vos que estás ‘carente de hombre’ hace tiempo… “yo sentí algo” decís, “fue su mano…”
Vamos a ver un poco la vida de estas dos mujeres: Raquel y Lea. ‘Estoy obsesionada con un hombre’. ¿Qué significa tener un amor obsesivo? Es querer tener a alguien y no poder, es tener una fijación dolorosa con esa persona, o que te rechaza. Porque vieron que siempre las mujeres buscamos hombres malos. Un día voy a predicar de eso, las mujeres siempre nos enamoramos de hombres malos. Están los buenos, que te llaman por teléfono, que te quieren, que te dan de todo, y vos elegís al malo: al golpeador, al chorro, al estafador; porque te sentís: “yo lo voy a rescatar y lo voy a salvar.” Al bueno no tenés nada que rescatarle, porque el hombre es más bueno que el pan; entonces ya no hay emoción. “Yo quiero emoción, quiero temblar, es de adentro, quiero ir a la cárcel a llevarle algo, y tener esa experiencia.” ¡Claro! Por eso muchas mujeres se enamoran de hombres malos, porque eso las hace sentir heroicas. Y hay mujeres que generalmente tienen amores obsesivos, que aman obsesivamente, a ese hombre que justamente las rechaza, o a ese hombre que es un imposible porque está casado –y está re-bien casado– es un hombre que vive en otro país y no puede vivir acá, es un hombre de ficción, alguien de la televisión; y tienen un amor obsesivo con ese de ficción, con ese personaje, o es un pastor casado. Viene dura la mano hoy, eh… acá no; acá no pasa eso… todos los pastores están casados, es imposible de acá (!!!); de afuera y soltero, puede ser…
Ese amor obsesivo siempre es un amor insaciable, porque la mujer obsesiva –que se obsesiona con esa persona– siempre le va a exigir más a esa persona: “quiero que estés más tiempo conmigo, quiero verte más seguido, quiero que hables por teléfono solo conmigo, quiero tenerte al lado las veinticuatro horas.” Y ese amor es insaciable porque justamente el otro rechaza a esa mujer, porque esta mujer es un barril sin fondo; y cuando encontramos a una mujer que es un barril sin fondo –que nada le conforma, que siempre emocionalmente necesita más, y necesita más–, los demás huyen. Justamente, lo que hace que el amor se vuelva obsesivo es el rechazo. Para cualquier mujer normal –que esté en su sano juicio– cuando una pareja no va, ya está; se resigna: “la cosa no fue; no nos llevamos bien, nos peleamos”, o “él no me quiere” o “yo no lo quiero”; “ya está, terminó.” Pero para una mujer que tiene un amor obsesivo, ella va a decir: “esto tiene que funcionar sí o sí, tiene que funcionar; y yo voy a hacer lo que tenga que hacer para que este amor funcione.” ¿Se entiende la diferencia? Entonces, una mujer que es casada, interiormente va a decir: “si la relación no funciona, si él no me quiere, si él me rechaza, voy para otro lado; ya está, no hay nada más que hacer.” Pero para una mujer que está enferma, con una obsesión dice: “esto tiene que funcionar; aunque él me diga que no, la cosa va a funcionar; aunque él diga que ama a su mujer, conmigo va a estar bien, y yo voy a hacer que me ame a mí, cueste lo que cueste.” Decí: “sánate nena; porque sino… ¡fuiste!”
Estas mujeres empiezan a elegir y a clasificar los mensajes de ese amor que tienen. Por ejemplo: viene ese hombre, ella ya lo volvió loco –porque las obsesivas te vuelven loco–, lo llama por teléfono, lo persigue; entonces él le dice: “mirá, la cosa no va más; no quiero que me llames más por teléfono; no te amo, no te quiero; sos una mujer muy hermosa, pero ya no va; esto no va más” Y ella… ¿con qué se queda de todo ese discurso? “Sos una mujer hermosa”; todo lo demás como que lo anuló, no existe. Le dijo: “no te aguanto, basta, no quiero saber nada más con vos”, pero ella se quedó con: “él me dijo que soy hermosa.” Seleccionó lo que a ella le iba a hacer bien, y para ella ese: “sos hermosa” es como la clave, la señal de que puede ocurrir algo más adelante, y que tiene que seguir luchando por ese amor. Hay muchas mujeres que dicen: “yo sé que ese pastor gusta de mí; yo sé, porque cuando me oró me dijo: ‘amén y amén’; dos veces me lo dijo, no una vez; una vez se lo dice a cualquiera, a mí dos veces me dijo el amén; es porque algo vio de mí el pastor, que yo tengo una unción especial. Él a mí me agarró de la mano para orar, y a las otras mujeres no las agarra de la mano, por eso yo sé que a él le gusto; lo que pasa que no lo puede decir porque tiene a la bruja de su esposa al lado, pero él a mí me ama, él necesita una mujer como yo, él ve algo especial; porque me hizo una miradita el otro día me, dio una palabra profética y me dijo: ‘Dios te llevará a las naciones’ y yo sé que él vendrá a viajar a las naciones conmigo…”, ¡y se obsesionan! ¡¡¡Loca!!! Decile: no seas loca como tu madre.
Eso es lo que pasa con la obsesión: va tomando las partes que a ella le convienen y que cree que son como una señal de amor… “a me invitó a tomar un café, me re-ama”, porque las mujeres nos hacemos la cabeza enseguida; algo que nos dice un hombre y ya nos hacemos la película. No es solamente que te invitó a tomar un café porque quería decirte que le debías quinientos pesos y no se lo habías pagado; para vos, te invitó a tomar un café, y ya te ves con el vestido blanco de novia, te ves casada, en el hotel cinco estrellas… toda la historia. Porque somos de fantasear y de hacernos la película.
¿Y qué hace? Acosa; vive acosando… “quiero escuchar su voz, quiero llamarlo veinte veces por día”; lo llama veinte veces por teléfono, le envía doscientos cincuenta y cuatro mensajes de texto todo el tiempo, inventa que se le rompió algo en la casa para que él vaya y se lo arregle: “se me rompió la cañería, vení a destaparme la cañería” para que él esté presente ahí, y le arregle la cañería. Inventa cosas: “me parece que en la puerta de mi casa hay un ladrón… ¿por qué no venís a ver?” y lo hace levantar a las cinco de la mañana para ver si había un ladrón, para que él la tenga a ella en su mente todo el tiempo y que él esté pensando en ella todo el tiempo. Le hace regalos, lo va a buscar al trabajo, lo persigue si está con alguien… “a mi ex lo voy a perseguir por todos lados a ver con quién está”, porque está obsesionada con el ex, no porque lo ama sino porque tiene una fijación; no tiene algo que quiere, y ella quiere tener justo eso que no tiene. ¿Se entiende lo qué es un amor obsesivo?
Y cuando ve que todo eso de mandarle cartitas, de ir al trabajo, de interrumpirlo, de meterse siempre en las conversaciones, de estar presente siempre donde está él, de mandarle mail… y le mandan mail, e inventan historias: “vos que sos mi amor” y el otro por ahí le dice: “¿viniste a la reunión?”, “No, pero la próxima voy a ir”, “Ah, ¿viste que me estaba esperando?” Hacen toda una fantasía, de algo que no es; y cuando todo eso no le da resultado –porque la persona la sigue rechazando–, una persona normal, sana, la rechaza un par de veces y le dice: “basta, ya está; yo no me voy a dejar pisotear”; pero esta mujer, al contrario: la obsesión le crece más con el rechazo; y eso la motiva más para seguir detrás de ese hombre. Y cuando nada da resultado, ahí aparece el rencor con el amor –que no es amor en realidad–, juntan ese rencor y ese ‘supuesto amor’, y aparece la venganza. Ejemplo: “hmmm, no quiere estar conmigo, no me respondió el mensaje de texto...”
Leía de un muchacho –porque esto también pasa con hombres con respecto a mujeres–que la chica había terminado, y le dice: “ya no te quiero ver nunca más”, y este hombre –que tenía un amor obsesivo con esa chica– dijo: “a mí no me vas a decir que no, porque si formamos una pareja vamos a estar juntos hasta que nos muramos.” Entonces dice que entró ella a su trabajo y todos los empleados empezaron a mirarla y cuando entró a su oficina, en la oficina había como quinientos ramos de flores. Y dice… “¿quién me habrá mandado esto?” y cuando lee la tarjeta… ¡era su ex-novio! Y a ella le dio mucha bronca, porque ella ahora se veía obligada a llamarlo y decirle de todo, o él estaba pensando que iba a retornar el amor, pero a ella le dio bronca porque se sentía acosada. Y esto es lo que provoca el acoso en la otra persona: bronca. Si vos querés engancharte a alguien, no lo acoses nunca, porque la reacción es de bronca; entonces comienza a tratar de vengarse.
Y yo quiero decirte algo muy importante en esta tarde, antes de que vayamos a lo que más me interesa: que los actos de venganza, cada vez que vos te querés vengar, la venganza lo único que manifiesta es un conflicto interno, pero nunca soluciona nada. La venganza sólo expresa un conflicto interno, pero nunca resuelve ese conflicto. Cuando vos te querés vengar de alguien, lo único que estás demostrando es que hay una herida no sanada. Pero esa venganza no te va a sanar, esa venganza no te va hacer recuperar nada, esa venganza no te va a ayudar para nada; porque lo único que estás demostrando es que estás muy herida, y que querés seguir hiriendo a los demás. Y cuando herís a los demás, lo único que lográs es herirte a vos misma. La venganza no resuelve nada.
¿Qué le pasó a esta mujer que es obsesiva en el amor? ¿Por qué una mujer se transforma en una mujer obsesiva con una persona específicamente? Generalmente las mujeres obsesivas en el amor vienen de familias que sintieron que sus papás no las amaron lo suficiente; sintieron, no es que no las hayan amado. Ellas percibieron que sus papás las abandonaron, que sus papás no le daban el amor que necesitaban, que sus papás se borraban cuando ella más necesitaba. Tienen una necesidad desesperada de amor, y van a buscar –en ese hombre que eligieron para su obsesión– restaurar ese final infeliz de su infancia, para darle un buen final. Quieren darle un buen final y decir: “alguien me ama”, porque son mujeres que creen que no tienen derecho a ser amadas; por eso van a tratar de robar el amor de otra persona, cueste lo que cueste, quiera la otra persona o no quiera. A estas mujeres se la llaman ‘huérfanas emocionales’. Alguien lo explicó así (y me gustó mucho la imagen): supongamos que hay una nenita de unos seis, siete años, que sale de su casa, y va a un bosque; y en el bosque se encuentra con un monstruo. La nena sale corriendo asustada, se va corriendo y comienza a golpear la puerta de su casa, donde están los que la quieren, los padres, los que la cuidan. En una casa normal, le abren la puerta, la abrazan y la contienen; viene tu hija y te dice: “¡mamá hay un monstruo, casi me ataca, estoy muerta de miedo!”; la abrazás, y le decís: “ya va a pasar, vamos a ver qué pasó…” y demás. En el caso de estas mujeres que tienen un amor obsesivo más adelante, lo que les pasó es que salieron al bosque, encontraron al monstruo, se fueron corriendo a su casa, golpearon la puerta –debajo veían que había luz, que alguien había en la casa–, golpeaban, golpeaban, golpeaban la puerta, pero nunca nadie les abrió… y ellas seguían golpeando la puerta pero nadie les abría; sentían abandono, descuido, falta de amor. Y entonces esta mujer, cada vez que va a buscar a ese hombre, ese hombre es la puerta que está golpeando para que le dé amor, la cuide, la abrace y le diga: “está todo bien.” Y no va a soltarlo hasta que pueda conseguir de él ese amor que no tuvo en la infancia.
¿Fue claro, se entendió? Decí: “tenés que sanar tu vida interior.”
Huérfanas emocionales.
Y esto es lo que le pasó a dos mujeres que aparecen en la Biblia; dos mujeres que nos pueden dejar muchísimas enseñanzas. Pero hoy vamos a dedicarnos especialmente a esto. Raquel y Lea son dos hermanas. Dice que Lea era una mujer no muy linda, tenía problemas en los ojos; dice en una versión que sus ojos eran lagañosos, otra dice que los ojos eran débiles, o vizca, o algo le pasaría, algo tenía Lea. Porque cuando en la Biblia hay un comentario así, quiere demostrar que realmente Lea no era una mujer agraciada. En cambio dice que Raquel era una mujer hermosa; la hermana era hermosa. ¿Cuántas hermosas hay en este lugar? Todas somos hermosas. Dice que Raquel era hermosa; y viene Jacob y cuando la ve a Raquel se enamora de ella, y le dice al suegro: “voy a trabajar siete años para casarme con tu hija Raquel.” Él trabaja siete años y cuando viene el momento del casamiento, el suegro en lugar de darle a Raquel, le da a la más fea; le cambia gato por liebre, la cubre toda, la oculta; y cuando va a la noche a acostarse –este hombre… mujer que había se acostaba–, Jacob dice: “es una mujer; mmmm, debe ser Raquel…”, ni se fijó, ni le sacó nada; tuvo sexo. Y a la mañana se despierta y se da cuenta que se había dormido con la fea. Y ahí se quería morir, no sabía cómo hacer; se había acostado con la fea, y él amaba a Raquel. Y acá vemos dos mujeres que tienen una obsesión; ahora vamos a ver por qué las dos tienen una obsesión.
Cuando el hombre tiene que trabajar siete años más por Raquel –lean la historia–, Jacob se encuentra con dos esposas; era vivo el hombre: con Lea y con Raquel estaba. Y dice que Lea no era amada por Jacob. Entonces, ¿cuál era la obsesión de Lea?: que Jacob la amara; su obsesión era el amor de Jacob. Y entonces dice que, para que Jacob la mirara y la amara, empieza a tener hijos. Y tiene uno, otro, tiene otro, tiene otro; y cada vez que nacía uno, decía: “ahora sí Jacob me va a amar; ahora sí Jacob se va a fijar en mí; porque le estoy dando los hijos que tanto quiere.” Su obsesión era Jacob. Pero tenemos a la otra hermana, Raquel, que era hermosa y a la que Jacob amaba con locura –fue el amor de su vida Raquel, fue el amor de la vida de Jacob–, pero a Raquel lo único que le interesaba era tener hijos, porque no podía tener hijos. O sea: lo que amaba una la otra lo rechazaba; y lo que una no quería, la otra lo amaba. O sea: Lea quería a Jacob pero tenía hijos; a Raquel no le interesaba Jacob, pero no podía tener hijos y quería tener hijos. Porque la obsesión aparece muchas veces cuando no tenés eso que tanto querés; y ahí, cuando se transforma el deseo, se enferma; es cuando se transforma en una obsesión. Y ustedes saben que tanto a Raquel como a Lea, se las conoce en la historia bíblica, no por la obsesión que tenían, sino que la identificación que se les dio era por lo que sí tenían, pero no podían reconocer en ellas mismas. La identidad y el reconocimiento de Raquel y de Lea no vino por lo que querían tener, sino por lo que tenían; pero que ellas no podían reconocerlo en ellas mismas.
Tal vez vos estás obsesionada con algo, obsesionada con un hombre, obsesionada con una situación, obsesionada con un objeto; y Dios te dice: “tu éxito en la vida va a venir por lo que tenés, no por lo que te estás obsesionando.” ¿Qué cosas te obsesionan hoy que no tenés y estás desesperada por conseguir? Dios te dice: “tu identidad y tu éxito van a venir por lo que yo ya te di, no por lo que no tenés; tenés que empezar a recuperar, a reconocer y a valorizar lo que sí tenés.”
Lea tuvo muchísimos hijos, y a Lea se la reconoció como la fundadora de una nación, porque a partir de ella las familias de Israel empezaron a ser numerosas. No se la reconoció por el amor de Jacob, que era lo que ella quería; se la reconoció por lo que sí podía hacer, que era parir hijos. Daba a luz sus sueños, pero su obsesión estaba en un hombre que nunca la iba a amar, y que nunca la amó.
Raquel fue reconocida como el gran amor de Jacob, como la mujer dulce que fue amada por el gran padre, por el patriarca, y no por los hijos que tuvo. En un momento –yo quiero que escuches bien–, Lea hace un clic, cuando va a nacer el próximo hijo; dice que ella se detuvo y ya no habló más de su frustración, y dijo: “ahora nació Judá; voy a alabar al Señor”; ella hizo un cambio, un giro; se cansó de estar obsesionada con ese hombre y se dio cuenta que ese hombre no la iba a amar nunca; y entonces –en lugar de poner su mirada en ese hombre– puso su mirada en ella. Y ese es el giro que hay que hacer para salir de una obsesión: dejar de mirar a ese hombre, dejar de mirar la obsesión y volver tu mirada hacia tus capacidades, hacia tus valores, hacia lo que tenés vos, que Dios ya te dio. Y cuando hizo ese giro, Lea se dio cuenta que ahora podía darle gracias a Dios por lo que sí podía lograr, y no amargarse y frustrarse por lo que quería conseguir.
Raquel nunca pudo hacer el clic; tal vez vos hoy te encuentres como Raquel, que querés hacer el clic pero no podés. Y Raquel después de mucho tiempo tuvo dos hijos; pero cuando tuvo el segundo hijo, Raquel parió a ese segundo hijo y murió. Y ella le dijo a su marido: “quiero que le pongas Venoni”, y el marido ni siquiera le puso el nombre que ella le había elegido… le puso Benjamín. ¿Y saben qué pasó con Raquel?: dice que la enterraron al costado del camino. Representa a las mujeres que siempre andan al costado de la vida, porque están deseando algo pero nunca pueden ver el potencial interno que tienen; porque siempre están queriendo lo que otros tienen, pero no pueden ver lo que Dios ya les dio. Son esas mujeres que se quedan al costado de la vida y pasan los años, y seguís sintiendo frustración por lo que no podés lograr, por ese amor que se te fue, por esa persona que no te da importancia, por esa persona que ni siquiera te mira. Y estás al costado del camino viendo pasar la vida. Pero sin embargo, Lea en un momento dijo: “voy a volver a mí, mi centro soy yo, mi centro soy yo; tengo que reconocer y valorar lo que Dios me ha dado, tengo que reconocer esta capacidad para parir sueños, para parir cosas grandes, para ser una multitud de lo que salga de adentro mío.” Esa mujer fue enterrada con los grandes, en la tierra de los gigantes. Yo quiero decirte que vos podes seguir obsesionada con algo; no te estoy hablando de deseo, porque todas deseamos algo más; el problema es cuando el deseo se enferma y se transforma en obsesión: que perdiste amistades, que perdiste gente, que perdiste alegría, que no podes disfrutar de la vida, porque estas obsesionada solo con eso. Tenés que hacer un clic en tu vida; hay un momento que tenés que volverte a vos y empezar a mirar la mujer que Dios ha hecho de vos; empezar a mirar los sueños que Dios ha puesto dentro tuyo; empezar a mirar las capacidades que Dios te ha dado, empezar a mirar las herramientas que Dios puso a tu disposición, y volverte a vos. Y cuando te volvés a vos, también te volvés a Dios. Dejá de mirar tu obsesión; ¿estas detrás de qué?, ¿qué es lo que te enfermó?, ¿qué es lo que no te permite ser feliz?, ¿te estás queriendo vengar quién? Sabés que tenés que hacer un clic; decí: “nena, hacé un clic.” Porque lo que va a determinar tu identidad, lo que va a determinar tu futuro, lo que vas a dejar de herencia, no es lo que te falta; es lo Dios ya te ha dado. Eso determina tu identidad, tu potencial, tu capacidad, las bendiciones que Dios sí te dio.
¿En qué te estás concentrando?, ¿te estás concentrando en lo que no tenés, o te estás concentrando en hacer crecer lo que sí tenes? ¿Qué estas pidiendo hoy? Porque hay mujeres que viven todas sus vidas frustradas, queriendo algo más, sin darse cuenta que su identidad y su bendición está en lo que sí ha logrado, está en tu marca personal, está en tu sello personal, no en conseguir lo que el otro te prometió, sino en conseguir y hacer soltar –y soltar de adentro– lo que Dios ya te prometió para tu vida. Hay una marca, querida mujer, dentro tuyo hay un sello que nadie lo tiene, y vos tenes que hacerlo surgir, hacer el clic en algún momento. No te preguntes qué es lo que no tenés; pregúntate qué es lo que sí tengo. ¿Cuál es tu lucha? Tal vez es porque estas buscando lo que no tenés, y Dios te dice: “tu bendición está en lo que tenés; hacé crecer lo que sí tenés… ¿cuál es tu capacidad?, ¿qué es lo que te sale bien?, ¿qué es lo que manejás bien? Porque a veces queremos buscar cosas difíciles… “No, pero a mí me gustaría como tal; a mí me gustaría tal otro” o “a mí me gustaría tener el marido ese, y porque yo necesito ser feliz” …¿qué es lo que tenes? Sacá la felicidad de ahí; sacá la felicidad de lo que Dios ya te dio; empezá a conocerte como mujer valiosa, empezá a reconocerte como digna.
Lea entendió que tenía dignidad, porque hasta ese momento su dignidad se le había ido con Jacob e hizo cualquier cosa para tener el amor de Jacob: se arrastró, vendió lo que tenía en la mano –una mandrágora que se la vendió a la hermana para que Jacob se acostara con ella–, hizo de todo: parió hijos, con tal de que ese hombre se le acercara, vendió su dignidad por una obsesión.
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Querida mujer: tenés que volver a recuperar tu dignidad; cuando viene un hombre y te dice: “si no te acostás conmigo, si no me das lo que yo quiero, si no me dejás vivir en tu departamento, conmigo no cuentes; sino haces lo que yo te digo, conmigo no cuentes”, no vendas tu dignidad de mujer; decís: “no vas a contar conmigo, ni ahora ni nunca.” ¡Gloria a Dios! Concentrate en vos y en lo que sí tenés, y en lo que si vas a lograr, porque Dios ya te lo prometió.
Las obsesiones se curan, se sanan cuando cambiás el centro de atención. ¿Dánde estas mirando?, ¿cuál es tu foco de atención en este tiempo?, ¿qué es lo que te obsesiona enfermamente, qué cosa no te permite dormir ni comer?, ¿qué cosa no te permite tener amigos?, ¿qué cosa no te permite disfrutar de la vida? No es lo que no tenés lo que te va a dar identidad, es lo que sí tenes, lo que Dios ya te dio; es algo especial y único que solamente vos lo estás cuidando, lo estás cubriendo. Atrevete a soltarlo, atrevete a decir “no, no, no; no tengo esto, pero sí tengo esto”; “ah, no pude esto; pero sí pude esto, y de acá voy a sacar mi identidad, y de acá voy a dejar herencia a mis hijos: de lo que soy, no de lo que no soy.” No quieras ser lo que otros te dicen que tenés que ser; atrevete a ser lo que sos. Volvá a encontrarte con tu dignidad; ¿en qué momento de tu vida perdiste tu dignidad?, ¿en qué momento empezaste a hacer cosas locas, que cuando las pensás decís: ‘cómo estoy haciendo esto’? Esa mujer obsesiva… “¿cómo es que estoy persiguiendo tanto ese trabajo?, ¿cómo es que le estoy escribiendo este mail? …¡que locura! ¿Cómo puede ser que le esté mandando este mensajito de texto con estas palabras…?” ¿Dónde perdiste tu dignidad?, ¿en qué momento dejaste de verte a vos misma y todo lo hermoso que Dios puso, para empezar a mirar a los demás? ¿En qué momento? Volvé a recuperar –querida mujer– tu dignidad; ponele límites a tu conducta. A veces nuestra conducta es como una nena caprichosa: hace lo que quiere; y hay momentos en los que te tenés que sentarte y decirle a tu conducta que tiene que tener límites, y que vas a poner límites. “No, no; esto a mí me hace perder la dignidad de mujer, no lo voy a hacer más; esto de andar arrastrándome por ahí, de andar suplicando amor por ahí, me hace perder mi dignidad de mujer; no lo voy a hacer más”; y ponele límites a tu conducta. Porque a veces es una nena caprichosa que se nos escapa de las manos y que quiere hacer lo que se le da la gana. Tenés que aprender a ponerle límites para poder ser feliz, recuperar tu dignidad, restaurar tu mundo perdido.
David tenía una obsesión: él quería construirle el templo a Dios, y se obsesionaba con eso. Y Dios vino un día y le dijo: “vos no me lo vas a construir, porque yo te dí otras capacidades a vos, yo te puse como rey; ¿querés ser constructor?, ¿si yo te puse como rey, yo te puse como un guerrero ganás batallas?, ¿para qué querés construir? Es porque estás viendo aquello, por eso no podés ver lo que yo te dí, que es grandioso. Y le dijo que no. Y saben que a mí me gusta, porque después en Hechos dice: “y David disfrutaba del favor de Dios”. David aprendió a disfrutar del favor de Dios; David empezó a disfrutar de él, de lo que Dios le había dado. Dijo: “Dios me concedió el favor de ser rey; lo voy a disfrutar. Dios no me concedió el favor de hacerle el templo, no me obsesiono más; me prometió que iba a ser un hijo mío el que lo iba a hacer, y yo estoy tranquilo con eso; pero yo disfruto del favor, disfruto de lo que Él me dio.”
¿Qué es lo que Dios te dio? Aprendé a disfrutarlo. ¿Qué clase de mujer Dios te hizo?, ¿cuál es el llamado que Dios te hizo? Aprendé a disfrutarlo; no quieras eso que no es para vos; queré lo que Dios sí te dio, y hacelo crecer. A veces queremos otras cosas; y empiezan a menguar otras cosas que Dios nos ha dado; y vos decís: “¿por qué no consigo aquello?”, es porque estás aplastando lo que Dios te dijo que si hicieras crecer; tenés que empezar a disfrutar de la vida; Dios te dio una vida para disfrutarla.
A mí me entristece tanto ver mujeres a las que uno puede verles la cara y están con una angustia y una depresión tan grande, con una tristeza, y con todos los problemas cargándolos encima, y que no pueden disfrutar de la vida; “…¿y cómo quiere, con todos estos problemas?” ¡No! Primero disfrutá y vas a ver como los problemas desaparecen; aprendé a disfrutar de vos. Hay mujeres que su peor enemiga son ellas mismas: no pueden disfrutar ni cinco minutos de estar solas. Por eso tenés que obsesionarte con alguien, porque creés que el otro va a suplir tus necesidades. La que puede suplir tus necesidades sos vos; ¿sabés por qué?, porque tenés al que suple las necesidades dentro tuyo: el Señor Jesucristo.
Dice la Biblia que nosotras somos ‘como saetas en manos de Dios’. ¿Sabés qué quiere decir eso?, que cuando Dios toma tu vida, la lanza hacia un blanco específico, y cuando Dios te lanza no se equivoca. Tenés que aprender a ver hacia dónde Dios está lanzando tu vida. ¿Te acordás que yo te dije la semana pasada?: “vos sabés qué es lo que Dios está haciendo en vos; sabés exactamente cuál es el momento que Dios te está haciendo vivir, porque tiene un propósito específico, o vivís por vivir”. Aprendé a conocer dónde Dios te está lanzando en la vida; porque si sabés hacia dónde Dios te lleva, no vas a anhelar y no vas a obsesionarte por cosas que no tienen nada que ver con vos; y vas a empezar a disfrutar el camino de la vida por el cual Dios te está lanzando, para lograr sueños que solamente los pensó para vos, y los creó para vos.
Esta palabra yo sé que cayó profundo en algunas mujeres. Vos que te estás quejando de la vida, a vos que te parece que la vida es un desastre, a vos que te parece que ya no vale nada la pena, y que te sentís frustrada, y cada vez que te pasa algo bueno decís: “bueno, es que me lo dieron; porque yo quería algo y me lo dieron”, porque si –como Lea– tuvo otro hijo porque no me siento amada, entonces Dios me dio otro hijo…” Ella tuvo hijos porque ella nació para parir; y vos naciste para parir sueños. Raquel había nacido con otro propósito, pero nunca pudo llegar a ver cuál era su propósito, porque estaba obsesionada con algo que no era para ella. No estoy hablando de que desear hijos es malo; estaba muy bien ese deseo. Los deseos no son malos; el problema es cuando el deseo se enferma y se transforma en una obsesión, que no te permite disfrutar de lo que sí tenés. ¿Cuantas cosas tenés que Dios sí te ha dado?, ¿cuantás capacidades que todavía no te atreviste a soltar?; y seguís queriendo aquello imposible, aquello irreal, creyendo que eso te va a traer la felicidad.
Yo quiero decirte que cada vez que vas con Dios, y te acercás a la puerta porque tenés miedo de algo, porque tenés miedo que no te amen, y empezas a golpear, la Biblia dice que Dios cuida de tu vida; que Él va a salir a atender la puerta, y va a abrazarte, y va a ponerte debajo se sus alas; nunca te va a dejar sola y nunca te va abandonar. Atrevete a reconocer que es Dios el que te cuida. ¡Dios cuida de ti! Poné una mano en tu corazón y decí: “yo sé que Dios cuida de mí.” En este lugar hay muchas mujeres que seguramente corrieron durante mucho tiempo para golpear esa puerta, y tal vez nadie nunca salió; te sentís tan sola, y sentís que hay tanto abandono alrededor tuyo, que tenés que enfrentar las cosas sola, y eso te da dolor y bronca; querés aferrarte de alguien, y a veces para aferrarte de alguien perdiste tu dignidad, perdiste tu identidad, perdiste el amor por vos, buscaste tanto el amor de los demás que te olvidaste de quererte. Y si la soledad a veces se hace dura –porque a vos te encantaría que alguien te ayudara, te preguntara, te dijera ‘puedo estar con vos’, y cuando eso no pasa te sentís mal– Dios quiere que vos sepas que sos una saeta en las manos de Dios, sos una flecha. Cuando los demás desaparecen de tu alrededor es porque Dios te cubrió debajo de sus alas, porque estás escondida de los demás, porque Dios se hace cargo de vos, porque Dios es el único que quiere tener el privilegio de cuidarte, porque Dios es el único que quiere tener ese privilegio de amarte. Dios quiere que Él sea tu obsesión, que te obsesiones solamente por la presencia de Él; que te obsesiones solamente por el amor de Él; porque Él cuida de tu vida.
Por eso yo quiero pedir a todas las mujeres que sintieron que perdieron su dignidad como mujeres, que han sentido últimamente que perdieron su dignidad como mujeres, –la perdiste porque anduviste buscando tantas cosas, hiciste tantas locuras– y hoy querés volver al centro, querés volver a vos, querés dejar de mirar eso que no te sirve; vos que sentís que hiciste cosas locas, que hiciste cosas que te hicieron mal, que te dañaron, perdiste tu dignidad de mujer, perdiste tu capacidad de mirarte y mirar la capacidad que tenés adentro; quiero que seas como Dios, que extiende sus alas y te pone debajo de las alas, para que sepas que siempre estás acompañada y segura. Mirá mujer: no necesitás de la gente; la gente puede estar o puede no estar; si está y es sano, está bien; pero no te obsesiones detrás de alguien perdiendo tu dignidad; no te obsesiones detrás de algo perdiendo tu dignidad de mujer, porque lo que te da identidad es lo que sí tenés y que Dios ya te lo dio dentro tuyo. Por eso atrevete a cubrirte con las alas de Dios; atrevete a mirar para arriba y ver que hay un techo grande, grande, grande, que son las suaves y tiernas alas de Dios que te cubren. Él cuida de mí, esa tiene que ser una confesión para creerla. Volvé a restaurar lo que Dios puso dentro tuyo; sos una mujer tan valiosa; Dios te ha tomado para dar en el blanco correcto; volvé a mirar lo que Dios puso, volvé a agradecer lo que Dios puso, lo que Él sí te dio.
Aunque estás sola, Él cuida de vos. Disfrutá de vos, de todo lo que lograste, sea pequeño o sea grande. Disfrutá de Dios; estás cubierta con la sangre del Señor. Decí: “gracias Señor por todo lo que hiciste en mí; gracias por lo que sí tengo; gracias por lo que todavía no descubrí, pero me lo diste, porque dentro de poco lo voy a parir, dentro de poco voy a dar a luz lo que ya me diste; gracias porque estoy cubierta bajo tus alas, porque sé que me amás; y aunque los demás no están a mi lado, vos me estás cubriendo porque te tomás el derecho de cuidarme en forma personal… gracias Señor.”
Yo quiero que te veas ahí, debajo de sus alas. Vas a empezar a agradecer por eso que Dios ya te dio, las herramientas que Dios ya te dio, y vas a empezar a correr detrás de eso que Dios ya te dio, y vas a dejar de correr tras aquello que Dios no te dio; vas a dejar de correr atrás de obsesiones y vas a volver a recuperar tu dignidad como mujer. A partir de hoy muchas de ustedes van a dejar de hacer cosas que les traían dolor, angustia y vergüenza; las van a dejar de hacer, porque no tenés que agradar a nadie, porque estás debajo de las alas de Dios, y Dios te ha tomado como una flecha en su mano, y sabe dónde te está enviando; por más que otros te exijan, vas a volver a recuperar tu dignidad de mujer, vas a hacer ese clic que tanto necesitás, y vas a decir “basta de tanto de esto, de esta vergüenza; basta de esto que no sirve, y lo único que me trajo fue dolor y enfermedad; a partir de ahora me paro como una mujer digna, que estoy cubierta debajo de las alas del Señor.” ¡Amén!
Por Alejandra Stamateas
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