GENERALMENTE LO QUE NOS FALTA SON DIFICULTADES

Generalmente lo que nos falta son dificultades. Un momento en el que tengo problemas podría colocarme ante a mi realidad, ante una pregunta. Sería la oportunidad para una observación; no un sueño o una idea que tengo sobre mí mismo. ¿Cuántos momentos existen en los que hay una pregunta, cuantos en lo que puedo ver qué es lo que pasa conmigo? Si vivo en una rutina, será difícil para mi despertar; pero si estoy frente a algo inusual, puede haber una oportunidad. Ese momento puede dejar una impresión, una huella que exigirá más; será el comienzo de esas vislumbres sobre nosotros mismos que tanto necesitamos.

Cuando estamos menos identificados, nuestras funciones trabajan más correctamente. La identificación gasta inútilmente una increíble cantidad de energía. Si puedo separarme de lo que estoy haciendo, es decir, del hacer de mis funciones, ahorraré mucha energía y trabajaré mejor, sin identificarme. De hecho, eso es lo normal; pero, para nosotros, tal como somos, es anormal. Para quien ha pasado su vida acostado, seria anormal levantarse. Sus músculos no podrían sostenerlo. Se vería obligado a entrenar sus músculos gradualmente para sostenerse de pie, que es la posición normal. En nuestra vida interior, siempre estamos acostados. Somos como el paralítico al que habló Cristo, y al que sanó. Podemos estar tendidos y soñar que estamos de pie, caminando.

Por lo general, yo decido desde una de mis partes y con la oposición de mis otras partes. Si mi esfuerzo es soñado, no producirá resultado alguno; si es real, si lo tendrá. En ese momento, necesito regresar a mi, de otra manera no podré estudiar. Con fidelidad, sin importar si quiero o no, me someto a ese esfuerzo. El hará más profunda mi seriedad.

¿Podemos trabajar sin saber que hay algo de valor para nosotros y que deseamos encontrar el camino hacia ese algo? La seriedad depende del valor que asignemos a la vida, para no desperdiciarla.

Y recuerden que un hombre, tal como nosotros somos al comienzo, en un inicio, divididos internamente, encuentra muy difícil lograr algo, ni siquiera con el mejor de los incentivos. A causa de esta división, tenemos que hacer un esfuerzo muy serio. Muchas veces quedaremos decepcionados antes de que ese esfuerzo alcance el suficiente peso o la habilidad para soportar la corriente en la dirección contraria.

Un hombre que necesita hará un esfuerzo; un hombre que no necesita no lo hará. Cada vez que cultivamos la atención, nos cultivamos a nosotros mismos; creamos una relación interior por medio del vínculo de la sensación.

¿Es que apreciamos en realidad nuestras vidas? Estar Vivo. ¿Qué es la Vida? No podemos describirlo.

No sabemos que dirección tomar. No sabemos para que estamos aquí, que se supone que debemos llegar a ser.¿Para qué nos puede servir esta vida que hemos recibido?

Parece natural, en principio, que sepamos lo que queremos hacer o ser, pero después tenemos que darnos cuenta de que eso era una ilusión: estábamos soñándolo. Lo que es difícil de aceptar es que no nos planteemos, una y otra vez, la pregunta; que no nos parezca anormal estar aquí vivos y que no haya una pregunta. Eso significa que hay un sueño muy profundo.

Se nos ha dado el poder de pensar, sentir emociones y sentimientos, movernos y tener impresiones sensoriales. ¿Queremos desarrollarlos, queremos hacernos cargo de nosotros mismos y entonces, tal vez, llegar a ser capaces de servir a algo?

Todos nosotros hemos tenido vislumbres de la verdad, nos demos cuenta de ello o no. De otra manera, no podríamos reconocer la verdad de las ideas. Venimos aquí porque somos atraídos por las ideas del señor Gurdjieff. Eso puede ser un privilegio muy difícil. Él dice: “Feliz aquel que tiene un alma, Feliz quien no la tiene, pero dolor y pena para el que sólo la tiene en embrión”

Henriette Lannes - Londres,1961

¿Deseo Trabajar?

Me coloco en frente de mí mismo. ¿Deseo Trabajar? No, no quiero. Permanezco en mi sillón; no quiero. Entonces dejo de trabajar y veo qué ocurre. Veo si ésa es la verdadera respuesta de la totalidad de mí mismo; ¿o acepto que mi parte pasiva bloquee la puerta?Hay un momento en que eso es así. ¿Entonces realmente no quiero trabajar más durante el resto de mi vida? ¿No veo que me engaño a mi mismo? Claro que el rechazo está ahí.

Sencillamente me sitúo ante eso.

Trato de discernir mejor. ¿Quién está allí? ¿El mono? ¿El ladrón? ¿El impostor? ¿Veo el inmenso beneficio de adquirir algo más de discernimiento? Sólo esa calidad de atención puede abrir puertas. Exige una lucha que se sienta verdadera. Esas partes mías que preguntan y responden tan fácilmente están siempre cerradas.

¿Qué me toca? Aquí está mi día, sobre el cual empiezo a ver que puede ser usado más constructivamente. Pero ¿quién lo vivirá? El amor propio, tal como lo conocemos, es nuestra destrucción. Es por eso por lo que un ser humano, completamente tragado por la fabrica mecánica, tiene que despertar a su situación real. ¡Si sólo pudiésemos escuchar el ruido de esa fábrica desde atrás!

Hay una pequeña parte de nosotros mismos que no podemos ubicar, algo desconocido. El resto sólo quiere dormir en la ilusión. Aquí está la oportunidad de desenredar algo de todo lo demás. Deseo desligar un poco de atención real de la atracción de lo mecánico y sólo en ese momento comienzo a trabajar, de lo contrario yo no participo verdaderamente. Mi propia búsqueda y mi propia necesidad no se tocan mientras yo siga pensando que todo lo demás me pertenece. Durante el día me hago la misma pregunta: ¿cuánto me involucro en todo lo que sucede a mí alrededor, mi creencia en lo externo, en mi habilidad de hacer, mi deseo de influir en otras personas? Lejos de tener yo autoridad alguna sobre todo ello, esto me sobrepasa, tiene total autoridad.

En la medida en que somos capaces de no ceder todo el tiempo, hay una pequeña parte lista para recibir esa impresión; hay tal vez un vislumbre de alguien más, quizás no muy inteligente en muchas formas, pero real y deseoso de ser verdadero. Prefiero eso a cualquier hombre inteligente inmerso en sueños.

Sólo puedo tratar de estar relativamente despierto, pero eso puede permitirme ver algo de mi situación, ver que no puedo responder a la multiplicidad de mí ser. Soy demasiado para mí. Hay tanto material ahí del cual yo formo parte. Pero no me desaliento; hay cierta posibilidad y por ella entra la esperanza. Por momentos trato de ser capaz de confiar en esto, en que mi vida tenga un gran significado. Esto puede aportar un poco más de fuerza a mi lucha. No puedo permitir que toda mi riqueza se desperdicie con mi consentimiento. Quiero guardar algo para mí.

Recibimos instrumentos, ayudas, y nunca aceptamos de verdad abrirnos a ellos lo suficiente: la ayuda de la sensación. Unos momentos no es suficiente; es una apertura increíble a nuestra vida interior. La descuidamos, y entonces somos incapaces de sostener un proceso. No es que no podamos aceptar la ayuda de la sensación, pero perdemos su sentido. Sin esa relación con nuestra vida podríamos permanecer a menos que yo esté vinculado con lo mecánico y son usadas por ello. O, de alguna extraña manera, pueden estar relacionadas con algo más profundo; entonces, poco a poco, mi atención se desplaza y comienza desde un sitio diferente, porque he tenido la paciencia de abrirme a la sensación de las energías que hay en mí.

Un hombre necesita retirarse, a ratos, para relacionar la atención, partes de si mismo con otras partes, la atención con algo de la realidad de vida que hay en él. Después, necesita volver hacia la vida voluntariamente para que ella le brinde las impresiones de sí mismo que precisa, aunque algunas de ellas sean difíciles de tragar. Son alimento.

Henriett Lannes – Londres, 1965