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Manly P. H.: El Recto Pensamiento... PRIMERA PARTE (CAUSAS DE LA ENFERMEDAD)
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De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 12/07/2010 15:23

PRIMERA PARTE

CAUSAS DE LA ENFERMEDAD

Así como el teólogo afirma que la virtud es la condición normal del alma, el médico

 sostiene que la salud es el estado normal del cuerpo. Llevando la comparación un

 paso más allá, diremos que, así como la virtud es sumamente difícil de adquirir, la salud

 es desconocida por la mayoría de los seres humanos, puesto que muchos de ellos

están sometidos por los lazos comunes de aquellas miserias de la carne que Labeo,

 el jurista romano llamaba "hábitos nocivos del cuerpo". Aunque muchas enfermedades

 tienen sin duda su origen, ya sea en los excesos debidos a la ignorancia o la indiferencia,

 ya sea en las condiciones ambientales que escapan al control individual, en general

la enfermedad surge y se arraiga en las intemperancias e irritabilidades de la mente.

 "Las perturbaciones - escribe Filón el judío - ultrajan a menudo el cuerpo". En

 muchos casos el filósofo resulta el único médico apropiado, ya que píldoras y

 purgantes son inoperantes frente a los desasosiegos mentales que tan frecuentemente

 engendran desequilibrios físicos. No es propósito de este ensayo desacreditar la teoría

 y práctica de la medicina, sino más bien subrayar el antiguo adagio egipcio que

 sostiene que el conocimiento es el principal medicamento, pues el hombre

 automáticamente racional domina la mayoría de las afecciones que hereda la

 carne. Piccolomini afirma que los hombres sabios deberían afianzarse inconmoviblemente

 en la moderación del sentimiento y de la acción. Se han producido notables curas

 por aplicación sobre la zona física enferma, de las llamadas reliquias sagradas y

otros objetos religiosos que actúan por contacto. Quienes desconocen las sutilezas

 de los fenómenos mentales pueden adjudicar una virtud curativa inherente a la

 reliquia misma. El psicólogo, en cambio, comprende que su principal valor reside

en la confianza que inspira dicho objeto religioso. Un fragmento mítico de la

 cruz real, por ejemplo, produce en el devoto una tan honda exaltación que ésta,

 positivamente, quiebra los vórtices psicológicos de la enfermedad. Al quebrarse

los ritmos patológicos del pensamiento, el paciente se libera de la dolencia

 de origen mental que, reforzada por el diario convencimiento, ataca (como ya se

 ha descubierto) los tejidos físicos, y que, si no se contrarresta corrigiendo el

enfoque mental, puede resultar indudablemente fatal. Pidamos que quienes afirman

 que huesos y copones tienen poderes mágicos, expliquen el siguiente hecho

 ocurrido hace algunos años. Se abrió una reliquia que había producido milagros, y,

 para general consternación, se descubrió que en la confusión propia del envío

 de la reliquia al país en cuestión ¡había sido olvidado el contenido de la misma!

 "Las inclinaciones morbosas engendran hábitos si aquellas persisten, dice

 Plutarco; y Burton añade "Los hábitos son o se convierten en enfermedad".

 Muchas personas no quieren reconocer que su temperamento oprime la carne.

 Pero puede fácilmente demostrarse que los excesos pasionales consumen el cuerpo,

 y que cuando la naturaleza física es explotada por la autocracia de la mente, aquélla

 puede quedar reducida a un estado de total agotamiento. Con frecuencia hacemos

 caso omiso de las leyes que gobiernan la sustancia material cuando impiden el logro

 de un propósito determinado. Aparentemente contamos conque el cuerpo soportará

los abusos continuos, y no queremos reconocer que el inmoderado resulta inevitablemente

 destruido por su intemperancia. Dice una máxima china que es posible evitar la mayoría

 de las enfermedades. Gran parte de una dolencia que no ha sido atajada con

anticipación, puede curarse por medio de la moderación de las actividades mentales.

 De manera que nuestra primer premisa es

básica: La enfermedad es una manifestación física de una disposición morbosa.

 ¿Qué es, pues, una disposición morbosa? Es una enfermedad del alma. Los modernos

criminólogos reconocen que el crimen es una enfermedad. Estamos además, convencidos

 de que la religión rápidamente tiende a convertirse en manía, y de que también es

 enfermedad el amor excesivo, pues son, todas éstas, afecciones que desequilibran la

 moderación espiritual. A través de la renuncia a sus actitudes personales, Buda encontró

 la liberación de la cadena de causa-efecto. Se trataba, sin embargo, en gran medida,

 de una cuestión de destino ya maduro que le permitió el triunfo de su propósito. Pero

 la mayoría de los seres humanos no poseen, todavía, el mérito del grado de percepción

 alcanzado por Buda, puesto que, como dice Lemnio "ningún mortal esta libre de los

 excesos". La liberación consiste en emanciparse de todo exceso de las inclinaciones.

 El hombre común, no culto, imagina que el Nirvana es un estado en el cual hallan

 perfecta y absoluta satisfacción, todos los impulsos e inclinaciones del temperamento.

 Por consiguiente, debemos ganar el cielo, para poder apreciarlo. La felicidad del sabio

resulta consecuencia del perfecto equilibrio entre el individuo y el universo del cual

 es parte integrante. De la creencia de que el individuo ha desviado a la Naturaleza

 de su curso lógico, para servir a alguna absurda idea, sólo puede surgir una falsa

felicidad. Una disposición morbosa es cualquier irritabilidad por la cual el individuo

 se aparta de la normal tranquilidad. Un temperamento pervertido surge de la servidumbre

mental a alguna actitud malsana, o, como se decía antiguamente, pasión irracional o locura.

 Todas estas enfermedades así llamadas se vuelven sus propios vengadores, ya que

 ninguna mente afectada puede gozar ni siquiera de la más mediana cuota de felicidad.

El descontento discute sin razonar, y cuando falta razonamiento, pronto el cuerpo

 es atacado y carcomido por los ácidos que producen los celos y la ambición.

 Salomón describía estos sentimientos como podredumbre de los huesos. Puesto

 que no hay hombre totalmente armonioso, todos estamos potencialmente enfermos.

 Sin embargo, deben tenerse en cuenta muchas consideraciones antes de diagnosticar

correctamente, síntomas y padecimientos. Ya que lo que en un individuo brota en

 forma de absceso, puede en otro individuo manifestarse como fiebre o como desorden

 del aparato digestivo. Primero es atacado el punto más débil, y éste a su vez complica

 al resto, hasta que, finalmente, se contamina todo el cuerpo. Un desajuste muy común

 entre los llamados sabios consiste en que no se benefician con sus propios consejos.

 Como advertía Séneca "ninguno de ellos podría aliviar sus propias dolencias". Casi

 todos estos sabios participan de las mismas fallas que critican en los demás. Los

 adivinos medievales decían que el infierno está literalmente infectado de teólogos,

 y muchos médicos temen sus propias curaciones aún más que las pestes que se

supone tienen que curar. Los supuestos filósofos son, con pocas excepciones,

 autócratas, que niegan a los otros la libertad de pensamiento que reclaman para

 sí. Como los reformadores que predican la moderación de los excesos, hallamos

 incluso a los mejores hombres enfermos de extremismos. Desgraciadamente, dichos

 males de la naturaleza mental son pestilentes, violentamente contagiosos, e

 insidiosamente infecciosos. Una sola persona obsesionada por una idea puede

contaminar un país, arrastrando a multitud de adeptos a la ruina y al desastre. Para

 diagnosticar una enfermedad física nos servimos de la sintomatología. El dolor

es el más piadoso benefactor del hombre pues a menudo le revela su estado

 crítico a tiempo para aplicar un remedio. Sin embargo, cuando enferma la razón

 debido a alguna actitud anormal, el afectado es el último en ver los síntomas, y

 demasiado frecuentemente, es otra persona la que sufre el dolor de la enfermedad

Cuando la mente se descarrila, pierde su propio sentido de la proporción

 y se vuelve incapaz de reconocer

 

sus propias inseguridades. Atadas como a una rueda por los cálculos falsos, da vueltas

 y vueltas en torno al eje de su idea, ciega a los errores de su perspectiva. Una persona

 así perturbada puede ver las faltas de cualquiera otro, pero,

 respecto de las propias, goza de feliz ignorancia, incluso voluntariamente. Cuándo

 sus propósitos irracionales comienzan a dar frutos en la forma de variadas. enfermedades,

 le achaca la culpa a cualquier otra persona, menos a si mismo. Más de un exterior apacible

y aparentemente sereno cobija un alma infectada por los gérmenes de alguna locura.

 Gracias a la fuerza de voluntad, las manos y los pies se someten a una apariencia de

 serenidad, mientras el corazón puede estar colmado de destructora inquietud. Sin

embargo, los estados internos no pueden ocultarse tan fácilmente, y aunque no

 se expresen a través de palabras o lagrimas, se manifestarán como enfermedades

crónicas o dolor torturante. Los males escondidos en el interior son, para decirlo

 con palabras de Crisóstomo "un gusano envenenado que devora cuerpo y alma".

 No puede negársele expresión a la personalidad interna. El alma estampa su marca

 en el cuerpo, pues la materia es sólo arcilla sin forma hasta el momento en que los

 impulsos de la mente la modelan. Si bien el cuerpo no disminuye su estatura porque

 el alma se debilite, ni aumenta su tamaño porque el alma haya adoptado una modalidad

 jupiteriana, con todo, el aspecto del cuerpo se ajustara, en general, al impulso interno.

 Así, si el alma se contrae, el cuerpo claramente se debilitará, para armonizar con

 ella, y su aspecto marchito revelará el encogimiento interno; o, por el contrario, impondrá

 un aspecto más noble como consecuencia de un aumento de la capacidad de raciocinio

 interno. Es un hecho conocido que llevamos puesta el alma en nuestros rostros,

 y que cada cabello atestigua nuestro temperamento. La ciencia está descubriendo

 últimamente hasta qué punto cada parte representa, la totalidad. Cada gota de sangre

 registra cada peculiaridad; una gota de saliva revela todas nuestras debilidades.

Soplad sobre un vaso de agua y éste captará la imagen del alma de modo tan firme

 que años más tarde se la podrá descubrir a través de un reconocimiento del cristal.

 Paracelso se refería a la enfermedad como a un organismo con sus raíces en la

índole invisible del hombre, que, como una planta parásita o un mamífero, succionara

 la sangre de su alma. Afirmaba que, así como los leones y los tigres atacan a los

 seres humanos y también se atacan y devoran entre sí, las enfermedades son

 bestias voraces desprendidas de la matriz de los impulsos perversos, y deben ser

tratadas como tales; no como simples agregados de malignidades irracionales. Una

 enfermedad es un relato o diario, generalmente, un documento bastante comprometedor.

 Expone aquello que no diríamos a hombre alguno, pues es una confesión forzada.

 Cuando el hombre no puede ser derribado de manera alguna, resulta humillado por

 la enfermedad. Pero incluso la dolencia puede resultar una bendición disfrazada,

 pues por medio de ese aviso, frecuentemente nos protegemos de nosotros mismos.

 Un dolor menor nos previene de cometer un error mayor. Antiguamente la enfermedad

se dividía en dos categorías: aguda y crónica. Las enfermedades agudas irrumpen

 repentinamente, desarrollan su curso en un período relativamente breve, y al

 alcanzar una crisis súbita, el enfermo moría o se salvaba. Si bien dichas enfermedades

 pueden tener origen en actitudes mentales repentinas o extremas, son, en su mayoría,

 de origen físico. Derivan de algún exceso físico, del contagio, o de algún quebranto

del sistema. Son agentes de un inminente Karma, y deberían ser enfrentadas por

el filósofo con la mejor voluntad posible y soportadas pacientemente. Dichas enfermedades

 enseñan mucho, pues en la mayoría de los casos su causa es clara o puede descubrirse

con poco esfuerzo reflexivo. Por supuesto que una enfermedad aguda puede ser

 consecuencia de una acumulación de circunstancias, pues cada hombre tiene su

 punto débil. Los animales no tienen otro remedio que soportarla.

Por el contrario, el hombre soporta y al mismo tiempo reflexiona, y si bien la reflexión

es posterior, resulta mejor que nada. Las circunstancias están tan íntimamente ligadas

 que podemos prevenirlas por un acto de reflexión y reflexionar por anticipado. Por el

contrario, las enfermedades crónicas, casi invariablemente se originan en el temperamento,

 incluso cuando son aparentemente de índole contagiosa, ya que los iguales se atraen, y

 una enfermedad sólo persiste y prospera allí donde la alimentan similitudes mentales.

 Por tanto podemos afirmar que la mente es, o el origen de la enfermedad, o bien, que

 infecta el cuerpo al punto de convertir a la naturaleza física en terreno fértil para el

arraigo y florecimiento de la enfermedad. Las enfermedades de larga duración, que

 aumentan con los años, y que finalmente absorben, por así decirlo, al individuo, hasta

 el extremo de que la enfermedad, y no el hombre, es quien continúa viviendo, casi

 siempre afectan a las personas mental o emocionalmente desequilibradas. Se cuenta

 que hubo una vez un gran filósofo con una mente tan equilibrada que no podía morir,

hasta que se supo que tuvo que suicidarse para no tener que vivir eternamente.

Recordemos el famoso "Coche de un caballo, construido el día del terremoto de Lisboa".

Este inolvidable coche fue hecho sin un solo punto débil, y debido a que cada parte era

 igualmente fuerte, la carroza duró cien años y un día, al término del cual toda la estructura

se deshizo al mismo tiempo. ¿Acaso no simboliza esto la trayectoria del sabio? Puesto que

 no posee debilidades desiguales, muere de golpe y de una sola vez, mientras que la mayoría

de las personas mueren gradualmente a lo largo de la mitad mejor de sus vidas. Hasta cierto

 punto, la duración de la existencia física depende de la constitución. Tampoco podemos

 dejar de tener en cuenta las tendencias hereditarias, que en la mayoría de los casos perduran

 solamente como tendencias a menos que alguna indiscreción traicione a la naturaleza.

 Las enfermedades crónicas generalmente atacan después que ha transcurrido la mitad

de la vida, pues se necesitan muchos años para que la corrupción mental consiga

 arraigar dichas enfermedades. Salvo casos excepcionales, las mentes de los jóvenes

son demasiado flexibles y se recuperan con demasiada facilidad como para ser dominadas

y limitadas por alguna idea perversa. Además, hasta la mitad de la vida, la vitalidad innata

 del cuerpo le permite soportar con relativa impunidad, las insidiosas corrosiones del

 alma. Pero así como la lluvia termina por desgastar la piedra, también el tiempo

debilita todas las estructuras. A través de la repetición, se establece un ritmo desintegrador,

 y el cuerpo comienza a quebrarse por efecto de su monotonía. Muchas de las

 enfermedades crónicas son una suerte de decadencia. Advierten al individuo que

 la vida interior ha comenzado a retirarse, desalojada de su centro por circunstancias

 adversas. De manera que aquél que sufre alguna interminable enfermedad,

debería comprender que, o utilizó sus facultades racionales tan equivocadamente,

 o actuó con tanta imprudencia, que puso en peligro los valores internos, y que, a

 menos que corrija el mal, no llegará a los setenta años. El médico puede poner

muchas objeciones a esta idea, pero con todo, el hecho subsiste, y el sentido

común apoya esta tesis. La mente puede controlar el destino del cuerpo, así como

esta comprobado que el individuo puede, en virtud de una tiranía intelectual,

 hacer estallar su cerebro o estropearse, también el cuerpo, como el más indefenso

 servidor de la mente, debe soportar, con la mayor tolerancia posible,

los excesos de su parte soberana.

 

Manly Hall – El Recto Pensamiento

 

 
 


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