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VARIOS AUTORES: ¿ALMA ESTA EN EL CORAZÓN? Paul Brunton
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De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 12/10/2011 11:35

 

religiososz00.gif picture by vislumbrar

¿ALMA ESTA EN EL CORAZÓN?

Paul Brunton

Esta pregunta es realmente antigua. Hace siglos, el pensador indio Silanka se

quejaba sarcásticamente, en su Sutra Kritanga Tika, porque "algunos plantean que

un alma tiene una forma, mientras otros sostienen que no la tiene". Algunos señalan

que el corazón es el asiento del Yo inmortal, mientras que otros los contradicen

afirmando que el lugar correcto es la frente. ¿Cómo puede haber entre estos

filósofos opiniones concordantes? Para nosotros, la ignorancia es mucho mejor que

estas necedades".

La clave maestra para comprender esta difícil cuestión la tenemos cuando

captamos la noción de los dos puntos de vista y, en consecuencia, hacemos la

distinción entre dos niveles de la existencia: uno, aparentemente real, y el otro,

absolutamente real; uno, apariencia efímera, y el otro, un elemento

subyacente eterno, correspondiente a esta apariencia.

De esta manera puede explicarse esta anomalía aparente, y sólo de este modo

podrán concillarse opiniones tan encontradas. El Yo Superior, sobre el cual

escribimos en libros anteriores, representaba la noción esotérica de aquello. Y aun

así, entonces señalamos la paradoja de que esté dentro del corazón humano

simultáneamente con su existencia ilimitada fuera del cuerpo humano. Tales

expresiones son perfectamente correctas desde el punto de vista de la existencia

yóguica corriente porque describen lo que el místico siente realmente. Si se

preguntara por qué, a la sazón, no dimos francamente la verdad plena y última

acerca de que el Yo Superior está enteramente fuera de toda consideración de

ubicación espacial, la respuesta es que seguimos un antiguo principio didáctico

empleado por los maestros asiáticos, el cual adaptaba la verdad a las capacidades

de las distintas mentes, desarrollando el conocimiento sólo de modo parcial y

Eso se parece a la diferencia existente en mirar por primera vez en nuestra

vida una nuez sin abrir, y mirarla cuando, abierta su corteza, queda al descubierto

su meollo. Al principio, vemos la corteza, pero creemos estar viendo la nuez;

después, vemos a la nuez real y sólo entonces sabemos que nuestro

descubrimiento de la corteza fue una mera etapa (pero necesaria) hacia nuestro

descubrimiento del meollo.

El sentimiento espiritual se centra en el pecho, en la región del esternón. Como

hombres prácticos, debemos afirmar experimentalmente que el Yo Superior tiene su

morada en el corazón, pero como hombres metafísicos debemos negar, lisa y

llanamente, la existencia de cualquier sitio especial en el que pudiera estar

comprimido. Sólo el sabio que dominó la filosofía, que se perfeccionó

armónicamente en un yoga de la acción y en una metafísica en los que el ego esté

ausente, podrá darse el lujo de desechar todos los puntos de vista parciales, otros

deberán prestarles atención o, de otro modo, desequilibrar su avance. Cuando la

meditación logra acertadamente su objetivo, el yogi tiene una clara experiencia de

beatitud, un júbilo de liberación respecto de la materia y del ego. Semejante

experiencia trasciende todo lo que antes tuvo, y es tan excelsa que él cree haber

entrado en unión con el Yo Superior. En realidad, alcanzó su meta, pero sólo como

si la viera desde un punto de vista anterior, como una montaña vista desde muy

lejos. Su conocimiento del Yo Superior es inconmensurablemente más cercano que

el del cultor corriente de una religión, con su remoto Dios antropomórfico, pues

encontró a su Deidad dentro de sí mismo. No obstante, no se trata todavía del

conocimiento último. Todavía tiene que atravesar la disciplina metafísica y las

contemplaciones ultramísticas antes de que esta unión se consuma finalmente en el

descubrimiento del Yo Superior como es en sí, no como se lo ve desde cualquier

punto de vista. Con este descubrimiento se libera de la necesidad de una ulterior

meditación porque al Yo Superior se lo encuentra, a la sazón, en cualquier parte:

no meramente en el corazón. Y esta no es una experiencia efímera sino una

intuición permanente.

El criterio místico sobre esta cuestión no es incoherente y no es preciso

negarlo; puede mantenérselo en su sitio y, sin embargo, incluirlo en el criterio

filosófico superior y armonizarlo con éste, pues no puede idearse un sistema

práctico de yoga que, en sus primeras etapas, no exija un foco para

concentrarlos pensamientos. Y, al colocar a ese foco dentro de la región

del corazón, el místico se atiene al mejor medio para apartar su atención del medio

externo circundante. De allí que el Suetasvatara Upanishad diga: "poniendo al

cuerpo en una postura derecha, con el pecho, el cuello y la cabeza erguidos,

haciendo que los sentidos y la mente entren en el corazón, el conocedor

debe cruzar todas las corrientes temibles". El Mundaka Upanishad aconseja

también: "Precisamente en el corazón, en el que se encuentran todos los vasos

sanguíneos, de modo muy parecido a los rayos de una rueda que se encuentran en

el eje o centro, reside el Espíritu Divino que gobierna interiormente y manifiesta Su

gloria de múltiples modos. Contémplale, contempla a este espíritu que gobierna

interiormente, pues sólo de esta manera podrás llegar, a salvo, al puerto de la

bienaventuranza, mucho más allá de las aflicciones de este perturbado océano de la

vida, engendradas por la ignorancia". El Gita, XVIII, 6, dice que la región existente

en torno del corazón es el centro divino. "El fijó la eternidad en sus corazones", dice

el Eclesiastés de la Biblia. Tirumular, un místico tamil del siglo XVII, escribió: "El

Corazón es la máxima y primerísima cavidad, Residencia del Yo; el cuerpo de

huesos y carne es Su templo. Quienes estudian este Sendero Secreto comprenden

que el individuo es ese Yo y nada más. Los cinco sentidos que despojan a un

aspirante de su Yo robusto, son los cirios que exhiben la Luz Interior".

Es un hecho indiscutible que aunque las visiones de las figuras divinas o la Luz

del Yo Superior se ven clarividentemente en la cabeza, la presencia de lo que es

divinísimo en el hombre se siente místicamente en el corazón; pues allí la

Naturaleza misma creó un vacío misterioso y santo. El Yo Superior, como tal, carece

de forma, pero su manifestación, dentro del corazón posee forma. En el espacio

inimaginablemente diminuto y sin aire, dentro del corazón, en el que esta

manifestación mora a lo largo de toda una encamación, aparece una imagen

formada por luz, una imagen que esboza el exacto prototipo del cuerpo físico del

hombre correspondiente. Según nuestra medida, es sólo del tamaño de una fracción

de una fracción de un punto. Pero está allí. Este es el "hombrecillo dentro del

corazón" del cual habla el ocultismo tibetano, el espacio de "la figura en el corazón"

de los místicos Upanishads de la India. En La Búsqueda del Yo Superior, se

explicaba que la residencia divina dentro del corazón no era una cosa sino un

espacio, llamado simbólicamente "cueva" por los antiguos y, en realidad, una

especie de vacío.

Los autorizados comentaristas palis de los textos budistas expusieron que la

mente, o la consciencia, depende de la base del corazón, aunque el Buddha mismo

jamás declaró en qué órgano existía. Para obrar así debieron haber tenido sus

razones. Una escuela de la Vedan la enseña que la morada de Brahmá en el

hombre está en su centro vital, en el ventrículo más pequeño del corazón. Por otro

lado, algunos maestros de yoga lo ubican, de diversos modos, en la coronilla, en el

centro o en la base de la cabeza. Shankara, sabio y comentarista, concilla estas

enseñanzas aparentemente contradictorias sobre el asiento del yo espiritual, y

muestra que, en sueño profundo, se ingresa en los distintos sitios en sucesión

gradual. Esto no significa que cada uno tenga el mismo propósito o la misma

importancia. Shankara señala que cumplen diferentes finalidades. De manera que

el espíritu ocupa el corazón en un momento temporal, y la cabeza en otro.

La ubicación real, en el cuerpo físico, en la cual parece nacer la consciencia

del Alma, difiere según el particular ejercicio de meditación que se practique

deliberadamente, o según el género particular de experiencia mística que se reciba

involuntaria o espontáneamente.

Sin embargo, es un hecho que, en la mayoría de los casos, la sensación de la

presencia del Alma se percibe, primeramente, en la región cardíaca o pectoral. Pero,

si el místico debe entrar en una meditación profunda afín a un semi-trance, a

medida que esa sensación se ahonda y fortalece, también se esparce en el Infinito.

Entonces, ya no se limita al corazón o a la cabeza, cualquiera que sea el sitio en el

que primero se haga sentir.

Un axioma de la enseñanza oculta es que la Mente tiene dos fases: la

consciente y la inconsciente, o la activa y la inactiva. La segunda es la raíz y la

determinante de la primera fase. Y existe otro axioma de esta enseñanza: que la

mente consciente se correlaciona con el cerebro. La ciencia puede hallar cambios

correspondientes del cerebro para todo cambio de la sensación, o sea, de la

consciencia; pero la ciencia no puede hallar tal cambio físico del cerebro para el

principio de la consciencia misma, o sea, para el inconsciente. A este respecto si

fuera a dirigir sus investigaciones hacia el corazón, sería dable esperar que sus

esfuerzos tuvieran mejores resultados, pues es sólo allí que podrían tener lugar los

correspondientes cambios corporales. Pero, como el principio de la consciencia es

inmutable, en realidad ningún cambio físico le corresponde. Está siempre presente

durante la vida. Es como un círculo cuya circunferencia es todo el cuerpo, y cuyo

centro es el corazón. Un disparo que atraviese el corazón es no sólo fatal en un

sentido físico sino también mental.

Sin embargo, lo que se logra durante los raros momentos de iluminación no

basta, pues estos momentos son, al comienzo sólo intermitentes. De este modo,

descender en el corazón debe volverse un hábito; la consciencia central del hombre

debe transferirse del cerebro al corazón. Esto no equivale a decir que es incapaz de

pensar; sólo que el pensamiento asumirá una importancia secundaria y subordinada

en su vida, y que el sitio supremo lo recibirá una concentrada atención sobre la paz

y un goce de ésta dentro del Átomo Divino que reside en el Corazón. Entonces

puede usar el cerebro a voluntad y pensar con no menos claridad, con no menos

eficiencia, que antes; sólo que dejará de ser la desventurada víctima de la tiranía del

pensamiento.

Cuando aquietamos al intelecto activo, percibimos que se afloja la tensión en la

cabeza, y un sentimiento de paz empieza a inundar el corazón. Este es también un

sentimiento físico, de modo que existe realmente un descenso, desde la ocupada

región intelectual de la cabeza, en la tranquila región espiritual del corazón. El

Místico hace descansar habitualmente su consciencia en el corazón, salvo cuando

tiene que entrar, por un tiempo en actividad intelectual.

Descendemos de la meditación en el cerebro a la meditación en el pecho. Tal

afirmación puede ser incomprensible para aquellos cuyos pensamientos y

meditaciones giraron siempre, solamente, dentro de la esfera del frío raciocinio, pero

la captarán los pocos que empezaron a sentir las primeras radiaciones, casi

impalpables, de la divinidad que el corazón alberga, pues el hogar real del hombre

está en el corazón, no en la cabeza. El hombre se ha descarriado mucho.

 

 

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