Se habla mucho de amor, pero se ama muy poco, porque 
amar es un arte y como tal, lo debemos aprender y seguir practicando y 
perfeccionando mientras vivamos, porque él es una meta... no una 
posesión
La mayoría creer amar, pero en verdad son escasos los 
que tienen la capacidad de hacerlo, porque para amar hay que haber pasado la 
barrera del egoísmo, hay que haber alcanzado una madurez física, síquica e 
intelectual, pero sobre todo hay que haber alcanzado una madurez espiritual que 
haya permitido crear un Yo superior, un eje central que nos permita vivir 
intensa y verdaderamente el momento presente, el único que en verdad nos 
pertenece.
Para amar, primero hay que haber aprendido no a 
soportar, sino a disfrutar de la propia soledad y en medio de ella, haber 
llegado a lo más íntimo de nosotros mismos y en este autoconocimiento, haber 
aprendido a aceptarnos tal como somos, con nuestras virtudes y defectos, con 
nuestras limitaciones y también con nuestras 
posibilidades.
Cuando este autoconocimiento se ha hecho en forma 
sincera, se alcanza una gran armonía interna y es gracias a ella que podemos 
acercarnos al ser amado, no para llenar nuestra soledad, sino para compartir 
nuestras experiencias, nuestra alegría y nuestra riqueza 
espiritual.
Para amar, primero hay que haber alcanzado el propio 
centro vital, para poder entregarse sin perderse, para poder crecer juntos, pero 
sin que ninguno de los dos pase a ser parásito del otro, porque hay que entender 
que el otro es una individualidad y no puede ser propiedad privada de nadie, ni 
vivir a través de otro.
Para amar, primero hay que haber alcanzado la propia 
individualidad y la propia libertad para poder entender y aceptar que el ser 
amado tiene también sus propios pensamientos y sentimientos y que sus sueños, no 
tienen por qué ser similares a los nuestros.
Para amar hay que aprender a ver y a aceptar al ser 
amado en su exacta dimensión y no pretender cambiarlo para que se ajuste a lo 
que uno ha imaginado o como quisiéramos que fuese. Esta es la única forma de 
respetar la individualidad de la otra persona y poder amarla sin 
autoengaños.
El Amor no alcanza su validez o su solidez en los 
juramentos hechos en momentos de pasión desenfrenada, ni menos en las firmas 
estampadas en un papel frente a un juez, ni siquiera ante un sacerdote. El 
amarse, el estar juntos durará hasta que dure la atracción física, la comunión 
de los espíritus, mientras haya comunicación, empatía, confianza, fe y 
comprensión.
Amarse es una decisión libre, de dos personas que se 
están entregando lo mejor de sí, que están creciendo juntas, pero en forma 
individual y que no apuestan al futuro, porque no sólo no lo conocen, sino que 
es más, porque no les pertenece.
Amar, como el vulgo lo entiende, corresponde al deseo de 
poseer, de esclavizar con celos y exigencias. Saber amar corresponde a la 
necesidad de comprensión y entrega. Quién sabe amar es feliz dando sin pedir 
nada a cambio, porque el Amor encierra en sí, su propia 
plenitud.
Saber amar significa tener curiosidad por el ser amado, 
interesarse por su vida de cada día, por sus gustos, anhelos, preocupaciones y 
realizaciones.
Amar significa buscar al amado en las realidades 
visibles y encontrarlo en las invisibles. Es reconocer sus virtudes y comprender 
y aceptar sus carencias y defectos.
Amar es estar presente cuando el ser amado lo requiere, 
el amor sin poder adivinatorio es rudimentario, hay que saber presentir los 
deseos para adelantarnos a ellos y escuchar lo que dicen los silencios, lo que 
anhelan las miradas.
Amar es la unión de dos personas capaces de 
proporcionarse tanto el uno como el otro, lo que le falta a cualquiera de los 
dos, es complementarse, porque cada uno está hecho de un mendigo que tiende la 
mano y de un dios que concede. El amor nos hace poderosos e indigentes a la vez. 
El amor es siempre una paradoja, hay que ser grande y pequeño, fuerte y débil y 
la sabiduría está en que sea el contrario el que aporte lo que al otro le falta 
en el momento preciso.
Para vivir una vida plena con la pareja, hay que 
aprender a relacionarse y comunicarse aprovechando todas las oportunidades en 
que están juntos. El ayer pasó, el mañana no ha llegado, sólo se dispone del 
hoy, y es a este Ahora, al que hay que sacarle el máximo de partido, procurando 
ser consciente de todo lo que se hace o dice, preocupándonos de los pequeños 
detalles que pueden hacer feliz al ser amado y por ende, a nosotros mismos. La 
interacción mutua en el presente es lo que da significación y dinamismo a la 
pareja, evitando así caer en la monotonía que desgasta y mata el 
amor.
El amor no puede ser estático porque todo lo estático 
muere, él debe ir creciendo, pero para que esto suceda es preciso alimentarlo y 
cuidarlo porque se marchita bajo la presión brutal de las exigencias, de los 
celos, las desconfianzas o las esperanzas desmedidas.
Sólo cuando la persona ha logrado encontrar su propia 
identidad y está a gusto consigo misma, está preparada para amar e intimar en 
forma real con la pareja. La identidad no puede buscarse en un mañana 
hipotético, hay que sentirla en el presente y en la vida cotidiana, sin esperar 
acontecimientos especiales.
No es posible amar si primero no se ama a sí mismo. 
Cuanto mejor uno se sienta en la propia piel y sea feliz con su entorno, mayor 
será la capacidad de amar, porque en la medida que uno va corrigiendo los 
propios errores y defectos, va incrementando la capacidad de fundirse con los 
demás, de entenderlos y amarlos.
Hay un abismo entre amar y enamorarse. Amar es un acto 
volitivo y consciente, en cambio enamorarse es soñar con algo irreal, con un ser 
que existe en la imaginación y que poco tiene que ver con la realidad. El 
enamorarse es un acto ciego y a menudo irracional, que termina con la misma 
rapidez que comienza.
El enamoramiento está lleno de celos, inseguridades, 
angustia, deseo de posesión, necesidad de estar lo más posible junto a la pareja 
porque se tiene miedo a perderla. Se tiene temor a despertar, porque 
inconscientemente se sabe que sólo es un sueño.
Para amar, hay que tomarse el tiempo para conocerse, 
gustarse y sobre todo para llegar a ser natural y sacarse las máscaras y ser 
nosotros mismos ante el ser amado, sin avergonzarnos y sin temor a ser 
rechazados.
El que ama es feliz, porque tiene confianza, no sólo en 
el ser amado, sino también en su propia capacidad de amar y ser amado. No 
necesita verse en forma permanente, porque su unión no es simbiótica, sabe que 
su unión trasciende el tiempo y los hechos físicos.
yolanda silva 
solano