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General: LA VEJEZ
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Resposta  Missatge 1 de 3 del tema 
De: PEDRO PABLO 2  (Missatge original) Enviat: 16/04/2012 15:27

 

  

 

FGH 

La vejez

Maria Cornelia Méndez Casariego de Arigós

 

Cuánto me costó, amiga, conocerte,aceptar que llegaste a mi vida, yo, que estaba segura de mi suerte,cuando pensaba que nunca vendrías.

Y miraba a los viejos con tristeza, cual si fuera un estado muy lejano, creía que luchando con firmeza, estaría a cubierto de tu mano.

Que inocente y total ingenuidad, tu vienes como todo llega un día, aunque ignoremos nuestra realidad, te encontramos, altiva y decidida.

Decidida a enseñarnos, con paciencia, que nunca vienes a destruir destinos, si descubrimos esa vieja ciencia, de transitar alegres tu camino.

Aprender a gozar de nuestros hijos, de lo que hoy nos dan, sin pedir nada, quererlos y expresar el regocijo, que de su tierno amor, el alma ambarga.

Vivir de cada nieto, una alegría, mirar en ellos toda nuestra infancia, y ahora que recordarlo es cosa fácil, poder sentir de nuevo su fregancia.

Y por fin, conservar nuestros amigos, aquellos que sentimos alejados, los que viven felices y queridos,y los que viven solos y olvidados.

Encontrar cosas nuevas cada dia, como el comienzo de una etapa más, pero poniendo en todas , la energía con que empezamos el acto final.

Y esperar a la muerte sin temores, con fe sincera y corazón sereno, porque supimos perdonar errores, y morir, al final, ¡es lo de menos!

Gracias a la hna. Andrea por el fondo

 

 

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gracias

  by Andrea



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Resposta  Missatge 2 de 3 del tema 
De: Caroly Enviat: 16/04/2012 19:19

La Vejez

Léon Denis

La vejez es el otoño de la vida; en su último declive, es su invierno. Sólo con pronunciar

la palabra vejez, sentimos el frío en el corazón; la vejez, según la estimación común de los

hombres, es la decrepitud, la ruina; recapitula todas las tristezas, todos los males, todos los

dolores de la vida; es el preludio melancólico y desolado del adiós final. En esto hay un

grave error. Primero, por regla general, ninguna fase de la vida humana está totalmente

desheredada de los dones de la naturaleza, y todavía menos de las bendiciones de Dios.

¿Por qué la última etapa de nuestra existencia, aquella que precede inmediatamente el

coronamiento del destino, debería ser más afligida que las otras? Sería una contradicción y

no correspondería con la obra divina, pues todo en ella es armonía, como en la viva

composición de un concierto impecable. Al contrario, la vejez es bella, es grande, es santa;

y vamos a estudiarlo un instante, a la luz pura y serena del Espiritismo.

Cicerón escribió un elocuente tratado de la vejez. Sin duda, encontramos en estas

páginas célebres algo del genio armonioso de este gran hombre; sin embargo, es una obra

puramente filosófica y que contiene sólo puntos de vista fríos, una resignación estéril, y de

abstracciones puras. Es en otro punto de vista que hay que colocarse, para comprender y

para admirar esta peroración augusta de la existencia terrestre.

La vejez recapitula todo el libro de la vida, resume los dones de otras épocas de la

existencia, sin tener las ilusiones, las pasiones, ni los errores. El anciano ha visto la nada de

todo lo que deja; ha entrevisto la certeza de todo lo que va a venir, es un vidente. Sabe,

cree, ve, espera. Alrededor de su frente, coronada de una cabellera blanca como de una

cinta hierática de los antiguos pontífices, alisa una majestad totalmente sacerdotal. A falta

de reyes, en ciertos pueblos, eran los Ancianos quienes gobernaban. La vejez todavía es, a

pesar de todo, una de las bellezas de la vida, y ciertamente una de sus armonías más altas.

A menudo decimos: ¡que guapo anciano! Si la vejez no tuviera su estética particular, ¿a qué

dicha exclamación?

No obstante, no hay que olvidar que en nuestra época, como ya lo decía

Chauteaubriand, hay muchos viejos y pocos ancianos, lo que no es la misma cosa. El

anciano, en efecto, es bueno e indulgente, ama y anima a la juventud, su corazón no

envejeció en absoluto, mientras que los viejos son celosos, malévolos y severos; y si

nuestras jóvenes generaciones no tienen ya hacia los abuelos el culto de otros tiempos es,

precisamente en este caso, porque los viejos perdieron la gran serenidad, la benevolencia

amable que hacía antaño la poesía de los antiguos hogares. La vejez es santa, es pura

como la primera infancia; es por ello que se acerca a Dios y que ve más claro y más lejos

en las profundidades del infinito.

Es, en realidad, un comienzo de desmaterialización. El insomnio, que es la

característica ordinaria de esta edad, es la prueba material. La vejez se parece a la víspera

prolongada. En vísperas de la eternidad el anciano es como el centinela avanzado en el

límite de la frontera de la vida; ya tiene un pie en la tierra prometida y ve la otra orilla y la

segunda ladera del destino. De ahí esas "ausencias extrañas", esas distracciones

prolongadas, que se toma por un debilitamiento mental y que son en realidad sólo

exploraciones momentáneas del más allá, es decir, fenómenos de expatriación pasajera. He

aquí lo que no se comprende siempre. La vejez, como tan a menudo decimos: es el ocaso

de la vida, es la noche. El ocaso de la vida, es verdad; ¡pero hay tardes muy bellas y

puestas del sol qué tienen reflejos apoteósicos! Es la noche, también es verdad; ¡pero la

noche es muy bella con sus adornos de constelaciones! ¡Como la noche, la vejez tiene sus

Vías Lácteas, sus caminos blancos y luminosos, reflejo espléndido de una vida larga plena

de virtud, de bondad y de honor!

La vejez es visitada por los Espíritus de lo invisible; tiene iluminaciones instintivas; un

don maravilloso de adivinación y de profecía: es la mediumnidad permanente y sus oráculos

son el eco de la voz; de Dios. Es por eso que las bendiciones del anciano son santas dos

veces; debemos guardar en su corazón los últimos acentos del anciano que muere, como el

eco lejano de una voz querida por Dios y respetada por los hombres.

La Vejez

Léon Denis

La vejez, cuando es digna y pura, se parece al noveno libro de Sybille que él sólo, vale

lo que todos los demás, porque los recapitula y porque resumiendo todo el destino humano,

anula a los otros. Persigamos nuestra meditación sobre la vejez, y estudiemos el trabajo

interior que se cumple en ella. «De todas las historias, se dice, la más bella es la de las

almas.» Y esto es verdad. Es bello penetrar en este mundo interior y sorprender en él las

leyes del pensamiento, los movimientos secretos del amor.

La vejez contemplada en toda su realidad, devuelve al alma la verdadera juventud y el

nuevo renacimiento en un mundo mejor. El alma del anciano es una cripta misteriosa,

alumbrada por el alba inicial del sol del otro mundo. Lo mismo que las iniciaciones antiguas

se cumplían en las salas profundas de las Pirámides, lejos de la mirada y lejos del ruido de

mortales distraídos e inconscientes es, parsimoniosamente, en la cripta subterránea de la

vejez que se cumplen las iniciaciones sagradas que preludian a las revelaciones de la

muerte.

Las transformaciones o, mejor dicho, las transfiguraciones operadas en las facultades

del alma por la vejez son admirables. Este trabajo interior se resume en una sola palabra: la

sencillez. La vejez es eminentemente simplificadora de toda cosa. Simplifica primero el lado

material de la vida; suprime todas las necesidades ficticias, las mil necesidades artificiales

que la juventud y la edad madura habían creado, y que habían hecho de nuestra

complicada existencia una verdadera esclavitud, una servidumbre, una tiranía. Lo diremos

más alto: es un principio de espiritualización.

El mismo trabajo de simplificación se cumple en la inteligencia. Las cosas admitidas se

vuelven más transparentes; en el fondo de cada palabra encontramos la idea; en el fondo

de cada idea divisamos a Dios. El anciano tiene una facultad preciosa: la de olvidar. Todo lo

que fue fútil, inútil en su vida, se borra; guarda en su memoria, como en el fondo de un

crisol, sólo lo que fue sustancial. La frente del anciano no tiene ya nada de la actitud

orgullosa y provocadora de la juventud y de la edad viril; se inclina bajo el peso del

pensamiento como de la espiga madura. El anciano baja la cabeza y la inclina sobre su

corazón. Se esfuerza en convertir en amor todo lo que queda en él de facultades, de vigor y

de recuerdos. La vejez no es pues una decadencia: realmente es un progreso; una marcha

adelante hacia el término: a este título es una de las bendiciones del Cielo.

La vejez es el prefacio de la muerte; es lo que la hace santa como la víspera solemne

que hacían los antiguos iniciados antes de levantar el velo que cubría los misterios. La

muerte es pues una iniciación. Todas las religiones, todas filosofías intentaron explicar a la

muerte; bien poco conservaron de su verdadero carácter. El cristianismo la divinizó; sus

santos la miraron frente a frente noblemente, sus poetas la cantaron como una liberación.

Sin embargo, los santos del catolicismo vieron en ella sólo la exoneración de las

servidumbres de la carne, el rescate del pecado; y a causa de esto, hasta los ritos

funerarios de la liturgia católica difunden un tipo de espanto por esta peroración, sin

embargo tan natural, la existencia terrestre. La muerte simplemente es un segundo

nacimiento; dejamos este mundo de la misma forma que entramos en él, según la orden de

la misma ley. Un tiempo antes de la muerte, un trabajo silencioso se cumple: la

desmaterialización ya ha comenzado. A ciertos signos podríamos comprobarlo si los que

rodean el moribundo no están distraídos en otras cosas. La enfermedad desempeña aquí

un papel considerable: termina en algunos meses, en algunas semanas, en algunos días

puede, lo que el trabajo lento de la edad había preparado: es la obra de "disolución" de la

que habla el apóstol Pablo. Esta palabra "disolución" es muy significativa: indica claramente

que el organismo se desagrega y que el periespíritu se "desata" del resto de la carne con la

que fue envuelto.

¿Qué sucede en ese momento supremo que todas las lenguas llaman " la agonía ", es

decir, decir el último combate? Lo presentimos, lo adivinamos. Un gran poeta moribundo

tradujo este instante solemne con este verso: “Está aquí el combate del día y de la noche.”

− 2 −

La Vejez

Léon Denis

En efecto, el alma entró en un estado crepuscular; está en el límite extremo, en la

frontera de ambos tipos de mundo y visitada por las visiones iniciales de aquel en el que va

a entrar. El mundo que deja le envía los fantasmas del recuerdo, y toda una comitiva de

Espíritus le llega del lado de la aurora. Jamás morimos solos, igual que jamás nacemos

solos. Los invisibles que nos conocieron, que nos amaron, que nos prestaron asistencia

aquí abajo vienen para ayudar al moribundo a desembarazarse de las últimas cadenas de la

cautividad terrestre. En esta hora solemne, las facultades crecen; el alma, medio liberada,

se dilata; comienza a volver a su atmósfera natural, a repetir su vida vibratoria normal, y es

para esto para lo que en este instante se revelan en algunos moribundos fenómenos

curiosos de mediumnidad. La Biblia está llena de estas revelaciones supremas. La muerte

del patriarca Jacob es el tipo consumado de desmaterialización y de sus leyes. Sus doce

hijos están reunidos alrededor de su lecho, como viva corona fúnebre. El anciano se recoge,

y después de haber recapitulado su pasado, sus memorias, profetiza a cada uno de ellos el

futuro de su familia y su raza. Su vista todavía se extiende más lejos; percibe en la

extremidad de los tiempos al que debe un día recapitular toda la mediumnidad secular del

viejo Israel: el Mesías; y muestra como el último retoño de su raza, será el que resumirá

toda la gloria de la posteridad de Jacob. Ningún faraón, en su orgullo, murió con semejante

grandeza como este anciano oscuro e ignorado que expiraba en un rincón de la tierra de

Gessen.

El ocaso de la vida, es el fin de un viaje penoso y a menudo de una prueba dura, es el

momento de la reflexión en la que el pensamiento tranquilo y sereno se eleva hacia las

regiones infinitas.

Volvamos al mismo acto de la muerte. La desmaterialización se cumplió, el periespíritu

se libra del envoltorio carnal, que vive todavía algunas horas, algunos días tal vez, de una

vida puramente vegetativa. Así los estados sucesivos de la personalidad humana se

celebran en el orden inverso al que dirigió el nacimiento. La vida vegetativa que había

comenzado en el seno materno se apaga aquí esta vez, la última; la vida intelectual y la vida

sensitiva son las dos primeras en partir.

¿Qué sucede entonces? El Espíritu, es decir, el alma y su envoltorio fluídico, y por

consiguiente el yo, se lleva la última impresión moral y física que le golpea sobre la tierra; la

guarda un tiempo más o menos prolongado, según su grado de evolución. Es por eso que

es importante rodear la agonía de los moribundos de palabras dulces y santas, de

pensamientos elevados, porque son los últimos ruidos, estos últimos gestos, estas últimas

imágenes que se imprimen sobre las hojas del libro subconsciente de la conciencia; es la

última línea que leerá el muerto desde su entrada al más allá o tan pronto como sea

consciente de su nuevo modo de ser.

La muerte es pues, en realidad, un paso; es una transición y una traslación. Si

debíamos tomar de la vida moderna una imagen, lo compararíamos de buena gana con un

túnel. En efecto, el alma avanza en el desfile de la muerte más o menos lentamente, según

su grado de desmaterialización y espiritualidad.

La muerte es pues una mentira, ya que la vida, parece apagada, reaparece cada vez

más radiante, en la certeza de la inmortalidad del alma. Es el despertar bendito.

Las almas superiores, que siempre vivieron en las altas esferas del pensamiento y de la

virtud, atraviesan esta oscuridad con la rapidez del expreso que desemboca en un instante

en la luz plena del valle; pero es el privilegio de un pequeño número de espíritus

evolucionados: son los elegidos y los sabios.

No hablaremos aquí de criminales, seres animalizados a los instintos groseros, quiénes

vivieron o más bien vegetaron toda una existencia en las bajuras, fondo del vicio o en la

cloaca del crimen. Para ellos, es la noche, y una noche llena de horrorosas pesadillas. Nos

cuesta, sin embargo, creer que las fronteras del más allá y el paso del tiempo a la vida

errática sean pueblos de estos seres horrorosos que los ocultistas llaman los elementales.

Hay que ver en ello sólo símbolos e imágenes reflejos de las pasiones, los vicios, los

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La Vejez

Léon Denis

crímenes que los perversos cometieron aquí abajo. Contemplemos aquí sólo las vidas

ordinarias, las existencias que siguen tranquilamente las fases lógicas del destino. Es la

condición común de la inmensa mayoría de los mortales. El alma entró en la galería

sombría: queda allí en la oscuridad o en la penumbra próxima de la luz. Es el crepúsculo del

más allá. Los poetas devolvieron muy afortunadamente este estado y describieron este

medio día, este claro oscuro del mundo extraterreno.

Aquí, las analogías entre el nacimiento y la muerte son sorprendentes. El niño

permanece varias semanas sin poder ver la luz y tomar conciencia de lo que le rodea. Sus

ojos todavía no están abiertos, no más que la radiación de su pensamiento. Así, ante el

nuevo nacimiento al mundo invisible, él mismo permanece también algún tiempo antes de

darse cuenta de su modalidad de ser y de su destino. Oye a la vez los murmullos lejanos o

próximos de los dos mundos; divisa movimientos y gestos que no sabría precisar ni definir.

Entrando despacio en la cuarta dimensión, pierde la noción precisa de la tercera, en la cual

había siempre evolucionado. No se da cuenta más de la cantidad, ni del número, ni del

espacio, ni del tiempo, ya que sus sentidos que, como tantos instrumentos de óptica, le

ayudaban a calcular, a medir y pesar, se cerraron de pronto como una puerta para siempre

condenada. ¡Qué estado extraño el de este alma el que busca a tientas, como el ciego,

sobre el camino del más allá! Y sin embargo este estado es real. En este momento, las

influencias magnéticas de la oración, de la memoria, del amor pueden desempeñar un papel

considerable y apresurar el acceso de las claridades reveladoras que van a iluminar esta

conciencia todavía adormecida, esta alma «en pena» de su destino. La oración, en este

caso, es una evocación verdadera; es el llamamiento al alma indecisa y flotante. He aquí

porque el olvido de los muertos, el descuido de su culto son culpables y nos hacen más

tarde merecedores de olvidos semejantes. No obstante, este período de transición, esta

parada en el túnel de la muerte son absolutamente necesarios, como preparación para la

visión de luz que debe suceder a la oscuridad. Hace falta que los sentidos psíquicos se

proporcionen gradualmente al nuevo hogar que va a alumbrarlos. Un paso súbito, sin

transición alguna, de esta vida a la otra, sería un deslumbramiento que produciría una

confusión prolongada. «Natura no facit saltus» (La naturaleza no da saltos) dice el gran

Limado; esta ley rige parsimoniosamente las etapas progresivas del desempeño espiritual.

Es preciso que la visión del alma aumente para que el ave nocturna, que no puede fijar la

subida de la aurora, consolide su endrina y pueda, como el águila, mirar frente a frente el

sol, de un ojo intrépido. Este trabajo de preparación se cumple progresivamente, durante la

parada más o menos prolongada en el túnel que precede la vida errática propiamente dicha,

poco a poco la luz se hace primero muy pálida, como el alba inicial que se levanta sobre la

cresta de los montes; luego, al amanecer sucede la aurora; esta vez, el alma divisa el nuevo

mundo que habita: se mira y se comprende, gracias a una luz sutil que la penetra en toda su

esencia.

Gradualmente, todo su destino, con sus vidas anteriores y sobre todo con la noción

consciente y refleja de la última, va a revelarse como en un cliché cinematográfico vibratorio

y animado. El espíritu, entonces, comprende lo que es, dónde está, lo que vale. Las almas

van con un instinto infalible a la esfera proporcionada a su grado de evolución, en su

facultad de iluminación, a su aptitud actual de perfectibilidad. Las afinidades fluídicas le

conducen, como una brisa dulce pero imperiosa que empuja una barquita, hacia otras almas

similares, con las cuales va a unirse en un tipo de amistad, de parentesco magnético; y así

la vida, la vida verdaderamente social pero de un grado superior, se reconstituye

absolutamente como en otro tiempo aquí abajo, porque el alma humana no sabría renunciar

a su naturaleza. Su estructura íntima, su facultad de brillo le imponen la sociedad que

merece.

En el más allá se reforman las familias, los grupos de almas, los círculos de espíritus,

según las leyes de la afinidad y de la simpatía. El purgatorio es visitado por los ángeles,

dicen los místicos teólogos. El mundo errático es visitado, dirigido, armonizado por los

Espíritus superiores, diremos nosotros. Aquí abajo, entre los elegidos del genio, de la

santidad y de la gloria, hubo y habrá siempre unos iniciadores. Son predestinados,

− 4 −

La Vejez

Léon Denis

misioneros, que recibieron para tarea de hacer adelantar al mundo en la verdad y la justicia,

al precio de sus esfuerzos, de sus lágrimas y algunas veces de su sangre. Las altas

misiones del alma jamás cesan. Los Espíritus sublimes, que instruyeron y mejoraron a sus

semejantes sobre la tierra, continúan en un mundo superior, en un marco más vasto, su

apostolado de luz y su redención de amor.

Es así, como lo decíamos al principio de estas páginas, que la historia eternamente

recomienza y se torna cada vez más universal. La ley circular que preside el eterno

progreso de los estados y de los mundos se celebra sin cesar en esferas y en orbes cada

vez mayores; todo empieza de nuevo arriba, en virtud de la misma ley que hace que todo

evolucione abajo. Todo el secreto del universo está allí. Las almas que son conscientes de

haber carecido de su última existencia comprenden la necesidad de reencarnarse y se

preparan para ello. Todo se agita, todo se mueve en estas esferas siempre en vibración y

en movimiento. Es la actividad incesante, ininterrumpida, progresiva y eterna. El trabajo de

los pueblos sobre la tierra no es nada en comparación de este trabajo armonioso de lo

Invisible. Allá arriba, ninguna traba material, ningún obstáculo carnal detiene los arranques,

desanima o disminuye el vuelo. Ninguna vacilación, ninguna ansiedad, ninguna

incertidumbre. El alma ve el fin, sabe los medios, se precipita en la dirección donde debe

alcanzarlo. ¿Quién nos describirá la armonía en estas inteligencias puras, el esfuerzo de

estas voluntades derechas, el arranque de estos amores más fuertes que la muerte? ¿Qué

lengua jamás podrá repetir la comunión sublime y fraternal de estos espíritus que tienen

entre ellos diálogos ardientes como la luz, sutiles como perfumes, donde cada vibración

magnética tiene su eco en el corazón mismo de Dios? Tal es la vida celeste; ¡tal es la vida

eterna, y estas son las perspectivas que la muerte abre indefinidamente delante de

nosotros! ¡Oh hombre! Comprende pues tu destino, sé orgulloso y feliz de vivir; ¡no

blasfemes la ley del amor y de la belleza qué traza delante de ti caminos tan amplios y tan

radiantes! Acepta la vida tal como es, con sus fases, sus alternativas, sus vicisitudes; es

sólo el prefacio, el preludio de una vida más alta, donde planearás como el águila en la

inmensidad, después de haberse arrastrado a duras penas en un mundo material e

imperfecto. No es pues en absoluto por un himno fúnebre que hay que acoger a la muerte,

sino por un canto de vida; porque no es en absoluto el astro de tarde que se levanta, cruel,

sino más bien la estrella radiante de la verdadera mañana. Canta, oh alma, el himno triunfal,

hosanna del siglo nuevo, en el cual todo va a nacer para destinos más gloriosos. Monta

siempre más alto en la pirámide infinita de luz; ¡y como el héroe de la leyenda de Excelsior,

ves a plantar tu tienda sobre el Tabor radiante de lo inconmensurable, de lo Eterno!

− FELIZ Y MERECIDO DÍA PARA TI.
Caroly

Resposta  Missatge 3 de 3 del tema 
De: mujervirtuosa8 Enviat: 17/04/2012 00:00
 
 



 
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