«¡Me haces enojar!».
 «¡Me provocaste!».
 «¡Yo no quería reaccionar así, pero te la  buscaste!».
 Tres  expresiones que representan o reflejan el comportamiento externalizador,
 en el  que las responsabilidades quedan fuera del sujeto. El otro es el
 causante de lo  sucedido. Cuando hacemos uso (y abuso) del estilo 
externalizador, nos apartamos  de la autocrítica. No nos hacemos cargo. 
¿Cuál es el pensamiento subyacente que  sostiene este modo de 
interpretar los hechos? El otro generó el problema, el  otro me provocó 
la ira, el otro es el culpable, el otro tiene que pedir perdón,  el otro
 tiene que compensar, el otro tiene que resolver el conflicto…
El  psicólogo y consultor estadounidense John Townsend, al describir algunas de las  características de las personas  difíciles,
 menciona este rasgo: «Todos  tenemos problemas de carácter. Lo que 
destaca a las personas difíciles es el  hecho de no tomar 
responsabilidad adecuada, o no reconocer su parte en ellos,  ni la forma
 en que afectan a otras personas. Muchos de nosotros luchamos para  
crecer y solucionar en forma madura los problemas de carácter. Sin 
embargo, una  persona difícil permanece atascada en un estado de 
inmadurez».
 A  continuación hay una lista de algunas de las cosas que tal vez les 
escuches  decir, mediante palabras o acciones; eso indica el problema de
 la falta de  aceptación de su responsabilidad:
 «Yo no soy el problema».
 «Puedo hacer lo que yo quiera».
 «Soy más importante que tú».
 «Soy feliz de la manera en que soy».
Como  expresa este autor, 
las personas difíciles tienden a sacar lo peor de uno. Sus  actitudes 
generan un contagio y, en respuesta a este modo de afrontamiento,  otros
 individuos también pretenden lavarse  las manos de sus propias
 responsabilidades (están las dos partes  involucradas desligándose de 
su aporte al conflicto). Nunca superaremos un  problema de ira si 
buscamos excusas o vivimos responsabilizando siempre al otro  por 
nuestras reacciones.
Como  dice Charles Stanley, escritor y guía espiritual norteamericano, en Cómo sobrevivir en un mundo lleno de enojo,  las tres excusas más utilizadas en relación con el mal manejo del enojo son: 
 «Así soy yo».
 «Dios me hizo así».
 «En mi familia todos tienen mal genio».
La  externalización es un rasgo de inmadurez emocional.
 Por el contrario, las  personas que buscan crecer y desarrollar su 
inteligencia emocional parten de  otra premisa: «Los demás pueden 
influir  en mi vida, pero yo soy el responsable de mis emociones, de mis
 pensamientos y  de mis acciones». El individuo que se  propone madurar:
- Asume sus responsabilidades.
 
- Es consciente también de las  responsabilidades ajenas (no es omnipotente ni culposo).
 
- Trabaja en la identificación de sus emociones  (del enojo en este caso).
 
- Busca regular el enojo en pos de la propia  salud y del bienestar general.
 
- Es un buscador de herramientas para seguir  mejorando siempre en el cuidado de sus reacciones.
 
En  la cotidianeidad recurrimos a expresiones que —con mayor o menor sutileza—  tienen la misma pretensión de disimular nuestro descontrol.
 Un par de ejemplos típicos  de la vida pública: « ¿Cómo no voy a  estar
 furioso con este tráfico?» o «Es imposible no alterarse con los que 
suben al  subte y comienzan a cantar a los gritos».  Son tentaciones de 
todos los días (especialmente en las grandes ciudades) para  estallar.
 Existen  otras situaciones donde el contexto predispone en gran manera a
 la  irritabilidad. Imaginemos este panorama: un ciudadano que vive en 
una casa  precaria, con techo de chapa, la sensación térmica se acerca a
 los cuarenta  grados y se queda sin luz… ¿No está más expuesto a 
reaccionar con hostilidad?  Por supuesto que sí. Hay condiciones 
ambientales que pueden propiciar los  desbordes. 
 Como  también puede ser el caso de un individuo que sube a un 
transporte público, lo  golpean con una mochila, lo pisan, le quieren 
robar, luego se descompone el ómnibus.   Tiene que bajar a esperar el 
próximo, tarda treinta minutos en llegar, va ahora más  aprisionado, ya 
no sabe donde terminan sus piernas y donde comienzan las del  sujeto que
 está atrás suyo, entre otras tantas desventuras.  Es lógico, y hasta 
natural, que se experimente  enojo ante esta cadena de eventos
Ahora  bien, ¿todos 
reaccionan igual? Algunos sujetos encontrarán el modo de ir  disipando 
el enojo; otros lo expresarán de un modo firme, pero no violento; y  no 
faltará quien protagonice una batalla campal. El clima hostil existió. 
Pero  no todos manejaron el enojo del mismo modo. 
 Aun  ante las peores situaciones disponemos de la posibilidad de 
observarnos a  nosotros mismos y regular nuestras reacciones. No está 
mal enojarse, pero  siempre contamos con opciones:
- enojarnos o no.
 
- graduar la Intensidad de ese enojo 
 
- tener comportamientos saludables o violentos.
 
- solucionar o agravar los problemas.
 
No
  niegues tu responsabilidad. Aun ante la situación o la persona más 
difícil, tus  emociones te pertenecen. Tampoco el peor pasado te 
habilita para maltratar a la  gente. Asumirte como el dueño de tus 
emociones te dará un gran sentido de  libertad.
Gustavo Bedrossian (gustavo@psicorecursos.com.ar)