El PERDÓN y la CORRECCIÓN FRATERNA
¿Cómo podés decirle a tu hermano:
“Dejá que saque la paja de tu ojo”,
vos, que no ves la viga que tenés en el tuyo?»
(Lc 6, 42).
Hace ya tiempo, en un grupo de amigos cristianos se suscitó un debate acerca de este tema. Lamentablemente, -como suele suceder con asuntos que tocan tan de cerca sentimientos como el honor, la autoestima o el amor propio; la imagen que tenemos de nuestra persona, o la que de ella pretendemos ofrecer- no hubo grandes coincidencias, a pesar de que todos habíamos leído una o varias veces lo que Jesús dejó expuesto al respecto en los evangelios.
Quedé con un sabor agridulce en el corazón, y decidí que releería los textos que se refieren a este tema, y, según mi costumbre, pondría por escrito lo que fuera entendiendo, para lograr una mejor comprensión. Poco después lo hice con los resultados que les comento a continuación.
Así, en Mateo 18,15, leo: -«Si tu hermano peca (algunas versiones agregan “contra vos”, es decir: “si te ofende”), reprendelo, a solas vos y él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te hace caso, llamá a otros dos testigos... Si aún así no te escucha, decíselo a la comunidad, y si tampoco a ella le hace caso, consideralo como un pagano o un publicano» (es decir: “como un excomulgado”, me explica la Biblia de Jerusalén). Precisa Jesús aquí una vieja sentencia del A.T., suavizando la pena con su exquisita misericordia. (cf Deut. 19, 15/21).
¿Por qué primero a solas? Me pregunté entonces, y la respuesta me llegó poco tiempo después, a través de lo que me ocurrió con uno de los hermanos de aquel grupo, precisamente. En la ingenua suposición de que aquella pequeña comunidad de máxima confianza, debería funcionar como un solo individuo, salté por encima de esa primera parte de las instrucciones de Jesús. Obtuve pésimos resultados: una reacción airada de parte del hermano que se sintió “denunciado” delante de todo el grupo.
A este respecto, quiero transcribirte aquí un comentario del Padre Raniero Cantalamessa, que desafortunadamente leí luego de aquel episodio. El Padre Raniero es un Franciscano Capuchino, predicador de la Casa Pontificia, como les conté en una de mis anteriores entradas.
« ¿Por qué dice Jesús: «reprendelo a solas»? Ante todo por respeto al buen nombre del hermano, de su dignidad. Dice: «vos con él», para dar la posibilidad a la persona de poder defenderse y explicar sus acciones en plena libertad. Muchas veces lo que a un observador externo le parece una culpa, en las intenciones de quien la comete no lo es. Una franca explicación disipa muchos malentendidos. Pero esto no es posible cuando el problema se lleva al conocimiento de todos.»
Entendido esto, sigo indagando y encuentro que Lucas, en 17,3 dice: -«Si tu hermano te ofende, reprendelo; si se arrepiente, perdonalo. Si te ofende siete veces al día y vuelve siete veces a decirte ¡Me arrepiento!, otras tantas lo perdonarás».
Esto, de veras me parece ya bastante difícil de poner en práctica, pero buscando confirmación, regreso a Mateo, que en 18,21, agrega: «Preguntó Pedro: “Si mi hermano me sigue ofendiendo, ¿Cuántas veces lo tendré que perdonar?, ¿siete veces?” A lo que Jesús va a contestar: “No te digo siete veces, sino setenta veces siete”». (Que es una forma metafórica usada por los antiguos hebreos para significar: siempre).
Si lo anterior me parecía difícil, esto ya semeja un imposible. Pero sé que Dios no manda imposibles, porque cuanto manda, también da la fuerza y la gracia para realizarlo.
A partir de estos textos, creo interpretar que la intención del Señor es enseñarme que, si mi hermano me ofende o hace algo en contra de alguno o algunos de los miembros de la comunidad, no debo esperar, indignado que él venga a mí o a la asamblea y pida perdón.
Debo más bien dar el primer paso para recuperarlo. Ir a él y reconvenirlo con todo el amor de que soy capaz para intentar «ganarlo». Para esto es preciso echar mano a mi mejor modo, para evitar que se sienta humillado y reaccione contrariamente a lo deseado: defendiéndose vigorosamente y a veces hasta agrediendo, como con frecuencia ocurre; como yo mismo lo pude experimentar.
Claro está que el perdón presupone el arrepentimiento (“Me arrepiento”, “Lo siento”; “Lamento haber obrado de este modo”) Sin embargo, a veces el arrepentimiento no se expresa verbalmente, porque no es fácil desnudar el alma y reconocerse abiertamente pecador o, en el mejor de los casos, errado. Pero es suficiente que el hermano dé alguna muestra; haga algún gesto que pueda ser tomado como señal de verdadero arrepentimiento, para que yo pueda considerarla como una prueba de su contrición. Y entiendo también que el perdón ha de brindarse tantas veces, cuantas el ofensor se manifestare arrepentido de corazón. Por supuesto sé que ésta, necesariamente, será una apreciación subjetiva, por eso ante la duda debo optar por el perdón.
Si el ofensor he sido yo, en cambio, debería afrontar la reconvención con corazón humilde y arrepentido. Si mi hermano me perdona, tanto mejor: ¡borrón y cuenta nueva! Si no lo hace, he de disculpar su intolerancia, y no guardar rencor. A partir de ese momento, la responsabilidad cambia de dueño.
Dice el Padre Cantalamessa en el comentario citado: «Cuando ves que una persona recibe una observación y escuchás que responde con sencillez: “Tenés razón, ¡gracias por habérmelo dicho!”, tené la certeza de que te encontrás ante una persona íntegra.»
Obviamente, no son situaciones fáciles, dados los múltiples factores culturales, síquicos y morales que entran en juego en estos casos. Por eso, sería mejor si todos aplicáramos la regla de oro: «No hagas a otro lo que no querés que te hagan a vos» (Confucio – Diálogos). O mucho mejor aún, como lo expresaría luego Jesús por la positiva: «Todo cuanto quieran que les hagan los hombres, háganselo también ustedes a ellos; porque esta es la Ley y los Profetas» (Mt 7,12).
El comentario del padre Cantalamessa, manifiesta también una idea que me parece muy realista y de suma utilidad práctica:
«En algunos casos no es fácil discernir si es mejor corregir o dejar pasar, hablar o callar.(…) Es necesario asegurarse, ante todo, de que en el corazón (del ofendido) se dé la disposición de acogida a la persona (del ofensor). Después, todo lo que se decida, ya sea corregir o callar, estará bien, pues el amor «no hace mal a nadie» (cf Ro 13, 10).
Al fin vamos a parar –como siempre- al meollo de la enseñanza de Jesús: «Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como los he amado Yo» (Jn 15, 12)
Porque creo que también valen para nosotros, no quiero finalizar esta reflexión sin expresar las misericordiosas palabras que dirigía San Francisco a un ministro de su Orden, que no son otra cosa que la puesta en práctica entre sus hermanos, de la enseñanza de Jesús:
“Que ningún hermano que haya faltado, por grande que sea su pecado, se aleje de ti sin tu misericordia. Y si por algún temor no se atreviera el culpable pretender el perdón, pregúntale si lo desea; y si compareciere mil veces ante tus ojos con pecados nuevos, ámalo más que a mí, para que lo puedas encaminar al bien, y siempre ten compasión de los tales -Y dice también- el enojo y la ira impiden la caridad”.