El profeta Isaías nos advierte que en los últimos días Dios va a “trastornar al mundo”. Él declara: “He aquí que Jehová vacía la tierra y la desnuda, y trastorna su faz, y hace esparcir a sus moradores” (Isaías 24:1, RV1960). De acuerdo con esta profecía, viene un juicio repentino sobre la tierra y cambiará todo en un lapso corto de tiempo. La humanidad será testigo de la rápida destrucción de una ciudad y una nación; y el mundo nunca será el mismo.
Si estás apegado a las cosas materiales, si amas este mundo y las cosas de él, no vas a querer escuchar lo que Isaías ha profetizado. De hecho, incluso para la persona más justa dentro del pueblo de Dios, lo que Isaías dice podría ser impensable; ciertamente muchos preguntarán: “¿Cómo puede ser afectado el mundo entero en una hora?” Las Escrituras lo dicen claramente: El mundo va a cambiar; la iglesia va a cambiar; cada individuo en la tierra va a cambiar.
En la profecía de Isaías, la ciudad bajo juicio es llevada a la confusión: “Quebrantada está la ciudad por la vanidad; toda casa se ha cerrado, para que no entre nadie” (Isaías 24:10). Toda la ciudad queda desolada (ver 24:12).
Cuando las Torres Gemelas en la ciudad de Nueva York fueron atacadas, los siniestros incendios y el humo se podían ver ascender al cielo por millas. Isaías no indica sobre qué ciudad caerá el juicio destructivo, pero cualquier ciudad importante en el mundo es vulnerable.
Quizás te preguntes: “¿Qué pasará con el pueblo de Dios en medio de todo esto?” En las horas más oscuras, un coro mundial de voces cantará alabanzas a la majestad de Dios: “Estos alzarán su voz, cantarán gozosos por la grandeza de Jehová; desde el mar darán voces” (24:14).
Esta es la esperanza de nuestra más santa fe: nuestro Señor hace que un cántico salga en los tiempos más oscuros. Comienza ahora a edificar tu santa fe en él y aprende a alabar a Su Majestad en voz baja en tu corazón. Cuando cantes tu canción, tus hermanos y hermanas serán fortalecidos y animados; y ello testificará al mundo: “Jehová preside en el diluvio” (Salmos 29:10). ¡Aleluya!
DAVID WILKERSON