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General: A veces es bueno llorar
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De: hectorspaccarotella  (Mensaje original) Enviado: 12/08/2019 13:11

Lloro fácilmente. Mis lágrimas a veces salen después de un largo día, de ver algo triste en las noticias, o incluso solo al ver a mi hijo tratar de hacerse amigo de otro niño. Incluso lloro durante documentales sobre la naturaleza (¡es culpa de la música!). Pero por lo general no me siento cómoda llorando frente a los demás, y a menudo he notado que mis amigas se disculpan cuando lloran, también.

¿Por qué nos avergonzamos de llorar? ¿Cómo debemos nosotros, como cristianos, responder a eso? ¿Cuándo debemos llorar? ¿Y qué dice Dios sobre nuestras lágrimas?

Las lágrimas revelan debilidad

En nuestra cultura occidental, a menudo consideramos que llorar es vergonzoso y que hay que evitarlo. “Las chicas grandes no lloran”, nos dijeron a muchas de nosotras. Crecí sintiéndome avergonzada de mis lágrimas y preguntándome qué me pasaba. Me preocupaba que otros pensaran que era débil y torpe.

A menudo, nuestro problema con el llanto es que nos expone y le revela a otros nuestros sentimientos más íntimos. Nos obliga a ser vulnerables y honestos con alguien, y requiere humildad puesto que, al hacerlo, admitimos que somos, de hecho, débiles y torpes.

Qué maravilloso (y contraintuitivo) que la fortaleza de Cristo puede mostrarse a través de la debilidad de nuestras lágrimas.

Pero, como cristianos, no necesitamos encontrar nuestra identidad para tenerlo todo bajo control o demostrar que nuestras vidas van muy bien. El evangelio nos ha liberado de eso. Nuestro valor y justicia han sido perfeccionados en Cristo, quien promete usarnos en nuestra debilidad. Nuestra salvación depende de confesar nuestra debilidad e impotencia para recibir perdón y salvación.

Las lágrimas pueden exponer nuestra debilidad. Pero admitir debilidad es exactamente lo que deberíamos hacer. Pablo dice que incluso podemos jactarnos de nuestra debilidad “para que el poder de Cristo more en mí” (2 Cor. 12:9). Qué maravilloso (y contraintuitivo) que la fortaleza de Cristo puede mostrarse a través de la debilidad de nuestras lágrimas.

Las lágrimas reconocen el quebrantamiento

Quizá otra razón por la cual nuestra cultura se siente tan incómoda con el llanto es porque señala la fragilidad del mundo. A la gente a menudo le gusta creer que la vida es buena, que no hay necesidad de llorar. Las redes sociales presentan mantras y memes que nos dicen que siempre debemos mirar el lado positivo.

Pero la verdad es que las relaciones se rompen y las personas se enferman, se lastiman, e incluso mueren. Sufrimos desilusión, rechazo, y pérdida de muchas maneras. Por supuesto que habrá lágrimas.

Como hijos de Dios, no debemos tener miedo de admitir que este mundo está lleno de sufrimiento y tristeza, ya que eso no pone en riesgo nuestro propósito o valor. Podemos mirar el quebrantamiento a la cara y llorar, sabiendo que la redención y la restauración vendrán. Cuando hablamos de la muerte de los cristianos, Pablo nos dice: “No se entristezcan como lo hacen los demás que no tienen esperanza. Porque […] creemos que Jesús murió y resucitó” (1 Ts. 4:13-14).

A diferencia de aquellos que no conocen a Cristo, tenemos una esperanza real debido a la resurrección. No tenemos que fingir que la vida siempre es genial, porque sabemos que eventualmente lo será. El Señor ha prometido que, un día, limpiará toda lágrima de nuestros ojos, y no habrá más muerte, luto, llanto o dolor (Ap. 21:4–5).

Las lágrimas modelan a Cristo

Jesús ciertamente lloró. No fue porque fuera pecaminosamente débil, sino porque era humano. Sus lágrimas son un profundo ejemplo para nosotros. Al acercarse a Jerusalén en un pollino, Él lloró por la ciudad ante la ceguera y el rechazo hacia Él como Mesías (Lc. 19). ¿Con qué frecuencia lloramos por los perdidos y recordamos la eternidad que enfrentan sin Jesús?

La muerte es un enemigo que Jesús vino a vencer. Lloró por la muerte, y nosotros también deberíamos.

Famosamente, Jesús lloró ante la tumba de Lázaro, un poderoso recordatorio de que la muerte no es como las cosas deben ser. No debemos pasar por alto la muerte, evitar el tema, o pretender que es natural y benigna. La muerte es un enemigo que Jesús vino a vencer. Lloró por la muerte, y nosotros también deberíamos.

Llorar por el pecado

También es apropiado, a veces, llorar por nuestro pecado. Después de todo, fue nuestro pecado lo que clavó a Jesús en la cruz. La Biblia registra innumerables casos en los que el pueblo de Dios lloró por su pecado. Después de que David pecó, escribió: “Mi sacrificio, oh Dios, es un espíritu quebrantado” (Sal. 51:17). Después de que Pedro negó conocer a Jesús, “lloró amargamente” cuando se dio cuenta de lo que había hecho (Mt. 26:75).

Nuestro pecado debería entristecernos. Nos separa de Dios y nos lleva a la muerte. Pero alabado sea Dios porque no tenemos que llorar para siempre, ya que “si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados” (1 Jn. 1:9). ¡Aleluya!

Llorar en comunidad

Es bueno llorar a veces. Incluso es bueno llorar en la iglesia, mientras adoramos junto a nuestros hermanos y hermanas y permitimos que la verdad de las Escrituras penetre nuestros corazones y emociones.

Recuerdo que apenas llegué a la iglesia dos semanas después de la muerte de mi padre. Tan pronto como comenzó la primera canción, las lágrimas se derramaron. Una amiga en la fila de enfrente simplemente se dio la vuelta, me abrazó y lloró conmigo. Alguien más se ofreció a buscar un espacio tranquilo para hablar, y otra dijo que cuidaría a mis hijos. Nadie reaccionó de forma exagerada a mis lágrimas ni parecía incómoda. Mi amiga escuchó atentamente y no se apresuró a “arreglar” mis lágrimas.

Lo más importante, estos amigos me pidieron orar por mí. Cuando no podía levantar la cabeza, intercedieron por mí. Hebreos 4:16 dice: “Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna”. Más que simpatía, más que un oído dispuesto, podemos acompañar a aquellos que lloran en la sala del trono de Dios, nuestro Gran Consolador, que puede hacer más de lo que podríamos pedir o imaginar.

Cuando lloramos, también podemos consolarnos unos a otros con la cierta esperanza que tenemos en Él, sabiendo que, un día, convertirá todos nuestros llantos en cantos de alegría.




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