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General: ¿PORQUE PARABOLAS? 3
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De: Atlacath  (Mensaje original) Enviado: 03/09/2019 03:27

¿Por qué parábolas?

Todas las opiniones anteriores están peligrosamente equivocadas porque toman en cuenta solo una parte de la verdad. Considere, por ejemplo, la creencia común de que la única razón por la que Jesús usó parábolas fue para hacer que verdades difíciles se hicieran claras, familiares y lo más fáciles de entender posible. Cuando Jesús explica por qué habló en parábolas, dio prácticamente la razón opuesta: Entonces, acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas? El respondiendo, les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado. Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden. De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías [6.9–10], que dijo:

De oído oiréis, y no entenderéis;

Y viendo veréis, y no percibiréis.

Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado,

Y con los oídos oyen pesadamente,

Y han cerrado sus ojos;

Para que no vean con los ojos,

Y oigan con los oídos,

Y con el corazón entiendan,

Y se conviertan,

Y yo los sane. (Mateo 13.10–15)

A la misma vez que las parábolas ilustran y aclaran la verdad para los que tienen oídos para oír, ellas tienen precisamente el efecto contrario sobre los que se oponen y rechazan a Cristo. El simbolismo esconde la verdad de quienes no tengan la disciplina o el deseo de buscar el significado de parte de Cristo.

Es por esto que Jesús adoptó este estilo de enseñanza. Era un juicio divino contra los que recibían su enseñanza con desprecio, incredulidad o apatía. En el capítulo uno analizaremos más esta idea, y examinaremos las circunstancias que motivaron a Jesús a comenzar a hablar en parábolas.

No sugiero con esto que las parábolas fueran solamente un reflejo de la severidad con que Dios condena la incredulidad; eran también una expresión de su misericordia. Observe cómo Jesús, citando la profecía de Isaías, describió a los incrédulos entre los que le seguían. Ellos habían cerrado sus propios oídos y sus propios ojos para que «con el corazón entiendan, y se conviertan, y yo los sane» (v. 15). La incredulidad de ellos era terca, deliberada y, por propia elección, irrevocable. Cuanto más escuchaban a Cristo, de más verdad eran responsables. Cuanto más endurecían sus corazones contra la verdad, más severo sería su juicio, porque «a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará» (Lucas 12.48). Así que, mediante lecciones espirituales ocultas en las historias y en los símbolos de la vida diaria, Jesús hizo que culpa sobre culpa se amontonara sobre sus cabezas.

Había seguramente otros beneficios misericordiosos de este estilo de enseñanza. Las parábolas (como cualquiera buena ilustración), naturalmente despertaría el interés y aumentaría la atención en la mente de las personas que no necesariamente estaban contra la verdad sino que simplemente carecían de la aptitud o no tenían aprecio por la doctrina expuesta en un lenguaje directo y dogmático. Sin duda, las parábolas tuvieron el efecto de despertar la mente de muchas personas que quedaron impresionados por la simplicidad de las parábolas de Jesús y, por lo tanto, quedaron con ganas de descubrir los significados subyacentes.

Para otras personas (incluso algunas cuya primera exposición a la verdad seguramente pudo haber provocado indiferencia o hasta rechazo), la imagen gráfica de las parábolas las ayudó a mantener la verdad arraigada en la memoria hasta que brotó con fe y entendimiento. Richard Trench, un obispo anglicano del siglo XIX, escribió una de las obras más leídas acerca de las parábolas de Jesús. En ella destaca el valor nemotécnico de estas historias. Dice: Si nuestro Señor hubiera hablado la verdad espiritual abiertamente, ¿cuántas de sus palabras, en parte por falta de interés de sus oyentes o en parte por la falta de visión de ellos, habrían pasado sin dejar huellas en sus corazones y mentes? Pero siéndoles impartida en esta forma, en virtud de alguna imagen vívida, con una frase corta y quizá al parecer paradójica, o en una breve pero interesante narrativa, pudo despertar en ellos la atención y la investigación emocionada. Incluso si la verdad, por la ayuda de la ilustración utilizada, no hizo una entrada a la mente en el momento, las palabras a menudo deben haberse fijado en sus recuerdos y haberse mantenido en ellos.

            Así que había varias razones buenas y amenas para que Jesús presentara la verdad mediante parábolas ante la incredulidad, la apatía y la oposición tan común a su ministerio (cp. Mateo 13.58; 17.17). Al ser explicado, las parábolas eran esclarecedores ejemplos de verdades cruciales. Y Jesús explicó con toda libertad sus parábolas a sus discípulos. Sin embargo, para los que se mantuvieron inflexibles en su negativa a escuchar, las parábolas permanecieron como enigmas inexplicables y sin significado claro, oscureciendo aún más la enseñanza de Jesús en sus ya insensibilizados corazones. De modo que el juicio inmediato de Jesús contra la incredulidad de ellos lo hizo en la forma de discurso que Él usó cuando les enseñaba públicamente. En síntesis, las parábolas de Jesús tenían un evidente propósito doble: esconder la verdad de la gente santurrona o satisfecha de sí misma que se consideraba demasiado especial para aprender de Él, y revelar la verdad a las almas ansiosas con la fe semejante a la de un niño, con hambre y sed de justicia.

 Jesús le dio gracias a su Padre por ambos resultados: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó» (Mateo 11.25–26). Es necesario aclarar otro de los malentendidos más comunes: nuestro Señor no siempre hablaba en parábolas. La mayor parte del Sermón del Monte es precisamente el tipo de exhortación de sermones directos repudiado por algunos de los más reconocidos homiletas de hoy día. Aunque Jesús termina el sermón con una breve parábola (los dos cimientos, Mateo 7.24–27), la sustancia del mensaje, comenzando con las bienaventuranzas, se presenta en una serie de declaraciones proposicionales directas, mandamientos, argumentos polémicos, exhortaciones y palabras de advertencia. Hay muchas imágenes vívidas, como en la escena de un tribunal y de una prisión (5.25); la amputación de ojos o manos ofensivos (vv. 29–30); el ojo como la lámpara del cuerpo (6.22); lirios vestidos de galas que superan a Salomón en toda su gloria (6.28–29); la viga en el ojo (7.3–5); entre otras.

Pero estas no son parábolas. De hecho, en el relato de Mateo, el sermón tiene 107 versículos, y solo cuatro de ellos, cerca del final, se podrían describir como parábola. Lucas sí incluye un dicho que no se encuentra en el registro del Sermón hecho por Mateo y que él expresamente identifica como una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?» (Lucas 6.39).

*** Que, por supuesto, no es una parábola en estilo narrativo clásico sino que es una máxima enmarcada como una pregunta. Lucas la llama una parábola sin duda debido a la forma en que evoca un cuadro tan claro que fácilmente podría reestructurarse en narrativa. Pero incluso después de aumentar a dos el número de parábolas en el Sermón del Monte, todavía permanece el hecho de que el más conocido sermón público de Cristo no es simplemente un ejemplo de discurso narrativo.

Es un sermón clásico, dominado por la doctrina, la reprensión, la corrección y la instrucción en justicia (cp. 2 Timoteo 3.16). No es una historia o una serie de anécdotas. Las pocas imágenes verbales dispersas simplemente ilustran el material de sermón. En otros lugares, vemos a Jesús predicando y exhortando a las multitudes sin que haya indicación alguna de que usara un estilo narrativo. Algunos de los registros más largos y más detallados de sus sermones públicos se encuentran entre los discursos que aparecen en el Evangelio de Juan, y ninguno de ellos incluye parábolas. No hay parábolas mencionadas en el registro de la enseñanza de Jesús en las sinagogas de Nazaret (Lucas 4.13–27) o de Capernaum (vv. 31–37). Así que no hay algo que dé a entender que Él empleó la predicación narrativa más que cualquier otro estilo, y mucho menos para decir que siempre hablaba en parábolas.

Entonces, ¿qué significa la declaración de Marcos 4.33–34: «Y sin parábolas no les hablaba»? Esta es una descripción del estilo de enseñanza pública de Jesús solo durante el último año de su ministerio público. Se refiere al cambio intencional en el estilo de enseñanza que tuvo lugar casi al mismo tiempo que el ministerio de Jesús en Galilea entraba en su fase final.

Como se señaló anteriormente, vamos a iniciar el capítulo uno examinando los acontecimientos que provocaron que Jesús adoptara este estilo. Fue un cambio repentino y sorprendente, y las parábolas eran una respuesta a la dureza de corazón, a la incredulidad deliberada y al rechazo. Así que es muy cierto que las parábolas sí ayudan a ilustrar y explicar la verdad a la gente sencilla que escucha con corazones fieles. Pero también ocultan la verdad de los oyentes que no creen ni quieren creer, encubriendo cuidadosamente los misterios del reino de Cristo en símbolos familiares e historias sencillas.

 Esto no es un punto casual. Según su propio testimonio, la razón principal por la que Jesús adoptó súbitamente el estilo de parábolas tenía más que ver con ocultar la verdad a los incrédulos de corazón duro que explicar la verdad a los discípulos con mentes simples. Era el propósito declarado de Jesús que de este modo las «cosas escondidas» se mantuvieran en secreto y sus parábolas mantienen el mismo doble propósito hasta hoy. Si parece que las historias que Jesús contó pueden tener interpretaciones infinitas y por lo tanto, carecer de cualquier significado objetivo discernible, eso es porque para realmente entenderlas se requiere fe, diligencia, exégesis cuidadosa y un deseo genuino de escuchar lo que está diciendo. También es importante saber que todos los incrédulos carecen de esta capacidad.

Las parábolas de Jesús hablan «sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria» (1 Corintios 2.7–8). Ningún incrédulo jamás comprenderá los misterios del reino filtrando estas historias a través del tamiz de la sabiduría humana. Las Escrituras son claras en esto. El carnal e incrédulo «que ojo no vio, ni oído oyó, / Ni han subido en corazón de hombre, / Son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios» (1 Corintios 2.9–10, (énfasis añadido). En otras palabras, la fe, movida y habilitada por la obra del Espíritu Santo en nuestros corazones es el requisito previo para la comprensión de las parábolas. Estas historias sí tienen significado objetivo.

Tienen una intención divina y por lo tanto, tienen una correcta interpretación. Jesús mismo explicó algunas de las parábolas en detalle, y la hermenéutica que Él empleó nos da un modelo a seguir para que aprendamos del resto de sus historias. Pero tenemos que llegar a las parábolas como creyentes, dispuestos a escuchar, no como escépticos con corazones endurecidos contra la verdad.



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