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General: CRISTO EL UNICO QUE NOS PERDONA NUESTROS PECADOS
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: Damarit Espinoza  (Mensaje original) Enviado: 22/01/2022 19:10

16 Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el pecador 

[V.16-> Acerquémonos, pues. En el Heb 4:16 se presenta la conclusión práctica de todo el desarrollo del pensamiento presentado en los cap. 3 y 4. El “reposo” de la gracia de Dios queda para el pueblo de Dios (Heb 4:9), “acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia”. Confiadamente. Gr. parresía, que se traduce como “confianza” en Heb 3:6 (ver el comentario respectivo; cf. Heb 10:35). Nos acercamos con confianza no porque Dios tenga una deuda con nosotros, sino porque él ofrece gratuitamente su gracia a todos los que la buscan. Trono de la gracia. Esto es, un trono que se caracteriza por la calidad de la gracia que ofrece (ver com. Rom 3:24; 1Co 1:3). El cristiano tiene la máxima oportunidad del libre acceso “al trono de la gracia” de un Padre amante, en vez de hacer vanos y difíciles intentos para ganar la salvación por medio de un riguroso cumplimiento del sistema legal del judaísmo o de cualquier otro sistema de justificación por las obras. Obtener misericordia. O un seguro perdón de los pecados (ver com. Jn 1:9). Delante del trono del juicio todos hallarán una estricta justicia no atemperada por la misericordia. La única esperanza del pecador es la misericordia de Dios que se ofrece mientras dure el tiempo de gracia. Gracia. Gr. járis (ver com. Jn 1:14; Rom 1:7; Rom 3:24; 1Co 1:3). Para el oportuno socorro. O sea en el tiempo de la tentación. Necesitamos la gracia para soportar las penas y los sufrimientos, y también para vencer la tentación. El que cultiva el hábito de presentarse cada día ante el “trono de la gracia” para recibir una nueva y fresca porción de la misericordia y de la gracia de Dios, entra en el “reposo” del alma que Dios proporciona a todo creyente fiel. ] 

[V.14-> Fue hecho carne. Desconcertado e incapaz de proseguir, el entendimiento limitado se detiene ante el umbral del amor infinito, la sabiduría infinita y el poder infinito. Pablo habla de la encarnación como de un gran misterio (1Ti 3:16). Ir más allá de los límites de lo que la Inspiración ha hecho conocer, es sondear en misterios que la mente humana no tiene la capacidad de comprender. Ver com. Jn 6:51; Jn 16:28. Juan ya ha afirmado la verdadera deidad de Cristo (ver com. Jn 1:1), y ahora afirma su verdadera humanidad. Cristo es divino en el sentido absoluto y supremo de la palabra. También es humano en el mismo sentido, con la excepción de que “no conoció pecado” (2Co 5:21). Repetidas veces y enfáticamente las Escrituras proclaman esta verdad fundamental (Luc 1:35; Rom 1:3; Rom 8:3; Gal 4:4; Fil 2:6-8; Col 2:9; 1Ti 3:16; Heb 1:2; Heb 1:8; Heb 2:14-18; Heb 10:5; Jn 1:2; etc.; ver com. Fil 2:6-8; Col 2:9). Aunque originalmente Cristo era “en forma de Dios”, él “no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo [’se despojó de sí mismo’, BJ]” y “hecho semejante a los hombres” estuvo “en la condición de hombre” (Fil 2:6-8). En él estaba corporalmente “toda la plenitud de la Deidad” (Col 2:9); sin embargo, “debía ser en todo semejante a sus hermanos” (Heb 2:17). “Desde los días de la eternidad, el Señor Jesucristo era uno con el Padre” pero “prefirió devolver el cetro a las manos del Padre, y bajar del trono del universo” a fin de “morar entre nosotros y familiarizarnos con su vida y carácter divinos” (DTG 11, 14-15). Las dos naturalezas -la divina y la humana- estaban misteriosamente combinadas en una persona. La divinidad estaba revestida con la humanidad, no había sido sustituida por ella. En ningún sentido Cristo dejó de ser Dios cuando se hizo hombre. Las dos naturalezas llegaron a ser íntima e inseparablemente una, y, sin embargo, permanecieron distintas. La naturaleza humana no se convirtió en naturaleza divina, ni la naturaleza divina en humana. Ver Nota Adicional al fin del capítulo; com. Mat 1:1; Luc 1:35; Fil 2:6-8; Heb 2:14-17; Material Suplementario de EGW com. Jn 1:1-3; Jn 1:14; Mar 16:6; Fil 2:6-8; Col 2:9; Heb 2:14-17. Cristo “tomó las desventajas de la naturaleza humana” (EGW ST 2-8-1905), pero su humanidad era “perfecta” (DTG 619-620). Aunque como hombre podría haber pecado, ninguna mácula de corrupción o inclinación a ella hubo sobre él; no tenía propensión al pecado (EGW Carta 8, 1895; ver p. 1102). El fue “tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (ver com. Heb 4:15; Nota Adicional al fin del capítulo). Habitó. ”Puso su Morada” (BJ). Gr. sk’nóō, “acampó”, o “levantó tienda” entre nosotros (cf. DTG 15). Cristo llegó a ser completamente uno de nosotros para revelar el amor del Padre, para compartir nuestras experiencias, para ponernos un ejemplo, para socorrernos en la tentación, para sufrir por nuestros pecados y para representarnos ante el Padre (ver com. Heb 2:14-17). El Verbo eterno, que siempre había estado con el Padre (ver com. Jn 1:1), ahora había de convertirse en Emanuel, “Dios con nosotros” (ver com. Mat 1:23). Gloria. Gr. dóxa, aquí equivalente con el Heb. kabod, que se usa en el AT para la “gloria” sagrada de la presencia permanente del Señor (ver com. Gen 3:24; Exo 13:21; cf. com. 1Sa 4:22). En la LXX se emplea dóxa 177 veces por kabod. Juan y los demás discípulos dieron su testimonio ocular del hecho histórico de que “aquel Verbo fue hecho carne” (Jn 1:14; ver Jn 21:24; Jn 1:1-2). Sin duda, Juan aquí piensa en casos tales como la transfiguración, cuando la divinidad momentáneamente fulguró a través de la humanidad. 880 También Pedro habla de haber “visto” la “majestad” y la “magnífica gloria” de Cristo en la transfiguración (2Pe 1:16-18). Pedro añade que esa gloria acompañó a la declaración: “Este es mi Hijo amado”. En cuanto a las varias ocasiones durante la vida de Jesús cuando la gloria del cielo le iluminó el rostro, ver com. Luc 2:48. En Jn 17:5 Jesús ora al Padre: “Glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”. La fe cristiana se basa en el hecho de que esa “gloria” divina descansó sobre una persona histórica, Jesús de Nazaret. En segundo lugar, Juan quizá también tuvo en cuenta la perfección del carácter ejemplificada por el Salvador (ver el comentario “De gracia y de verdad”). Unigénito. Gr. monogen’s, de dos palabras que significan “único” y “clase”, y que por eso se traduce correctamente como “único”, “único en su género”. Al igual que el título Lógos (ver com. Jn 1:1), sólo Juan usa la palabra monogen’s para referirse a Cristo (Jn 1:18; Jn 3:16; Jn 3:18; Jn 4:9). La ausencia del artículo definido en griego convierte a monogen’s en indefinido, “un único”, o lo convierte en una expresión cualitativa, en cuyo caso Juan habría dicho “gloria como de único venido del lado del Padre”. Evidentemente, éste parece haber sido el sentido aquí. Ver com. Luc 7:12; Luc 8:42, donde monogen’s se traduce como “único” y “única” respectivamente. En Heb 11:17 monogen’s se usa para referirse a Isaac, el cual estuvo lejos de ser el “unigénito” de Abrahán, y ni siquiera fue su primogénito. Pero era el hijo de la promesa y como tal el destinado a suceder a su padre como heredero de la primogenitura (Gen 25:1-6; Gal 4:22-23). Monogen’s se refiere a la posición (único en su género), pero no tiene nada que ver con nacimiento. “Así también respecto a los cinco textos de los escritos de Juan que se refieren a Cristo, la traducción debiera ser una de las siguientes: ‘único’, ‘precioso’, ‘exclusivo’, ‘incomparable’, ‘el único de su clase’, pero no ‘unigénito’ “ (Problems in Bible Translation, p. 198). La traducción “unigénito”, aquí y en otras partes, indudablemente se originó con los primeros padres de la Iglesia Católica y entró en las primeras traducciones de la Biblia al castellano por la influencia de la Vulgata latina, texto oficial de la Biblia para la Iglesia Católica. Reflejando con exactitud el griego, varios manuscritos redactados en latín antiguo, anteriores a la Vulgata, dicen “único” y no “unigénito”. La idea de que Cristo “nació del Padre antes de toda la creación” aparece por primera vez en los escritos de Orígenes, por el año 230 d. C. Arrio, aproximadamente un siglo más tarde, fue el primero en usar gegenn’ménon, la palabra griega para referirse a Cristo, que corresponde a “engendrado”, y en afirmar que “fue engendrado de Dios antes de todos los siglos” (ver Nota Adicional al fin del capítulo). Esta palabra griega nunca se usó en la Biblia acerca de Cristo antes de la encarnación. La idea de que Cristo fue “engendrado” por el Padre en algún momento de la eternidad pasada es completamente extraña a las Escrituras. (Ver Problems in Bible Translation, pp. 197-204.) Debidamente entendida la condición singular de Cristo como Hijo de Dios, la palabra monogen’s distingue entre él y todos los otros que, por medio de la fe en él, reciben la “potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jn 1:12) y de los cuales se declara específicamente que son “engendrados... de Dios” (Jn 1:13). Cristo es, y siempre ha sido, el mismo “Dios” (ver com. Jn 1:1), y en virtud de este hecho recibimos la “potestad de ser hechos hijos de Dios” cuando recibimos a Cristo y creemos en su nombre. Es obvio que la declaración del Jn 1:14 se ocupa de la encarnación, y su propósito es hacer resaltar que el Verbo encarnado retuvo la naturaleza divina, como lo demuestra la manifestación de la gloria divina anterior a la encarnación (Jn 17:5). Aunque la palabra monogen’s significa, estrictamente hablando, “único” o “singular”, antes que “unigénito”, sin embargo, Juan aquí la aplica a Cristo en su encarnación, en el tiempo cuando el Verbo se hizo (se transformó en) carne a fin de habitar entre nosotros. Pablo confirma esta aplicación en Heb 1:5-6, cuando une las palabras gegénn’ka, “he engendrado” (de gennáō, “engendrar”) y prōtótokos, primogénito (de pro, “antes” y tíktō, “engendrar”), con el tiempo “cuando [Dios] introduce al Primogénito en el mundo”, Por lo tanto, parece completamente injustificable entender que monogen’s se refiere a un misterioso engendramiento del “Verbo” en algún momento de la eternidad pasada. En cuanto a Cristo como el Hijo de Dios, ver com. Luc 1:35; y como el Hijo del hombre, ver com. Mat 1:1; Mar 2:10; también el Material Suplementario de EGW, com. Fil 2:6-8; Col 2:9. Del Padre. Gr. pará patrōs, literalmente “con el Padre” o “al lado del Padre”, aquí probablemente con la fuerza de “procedente del lado del Padre”. La preposición griega para a veces tiene la fuerza de, ek “fuera de”, “desde”, que aquí concuerda con el contexto. El Verbo encarnado había procedido de la presencia del Padre cuando vino a este mundo. Ver com. Jn 6:46. Lleno. Esto claramente se aplica al Verbo encarnado. Morando en la tierra como un hombre entre los hombres, el Verbo estaba “lleno de gracia y de verdad”. De gracia y de verdad. Gr. járis y al’theia. Járis aquí significa “buena voluntad”, “benevolencia”, “favor inmerecido”, “misericordia”. Al’theia se refiere a la “verdad” en cuanto al amor de Dios el Padre por los pecadores tal como se reveló en el plan de salvación y en el Salvador encarnado. Aquí járis es equivalente al Heb. jésed (ver Nota Adicional com. Sal. 36; com. Jnb 10:12), así como al’theia corresponde con el Heb. ‘émeth, “fidelidad”, “confiabilidad”. Como “misericordia” y “verdad”, estas palabras aparecen juntas en el AT, dentro de un marco claramente mesiánico, en Sal 85:10-11. Fueron esos atributos de Dios los que especialmente Cristo vino a revelar. Mientras estuvo en la tierra, estuvo “lleno” de ellos, y así pudo dar una revelación plena y completa del Padre. Dios es siempre fiel a su propio carácter, y su carácter se revela más completamente en su misericordia o gracia. Quince siglos antes de la encarnación, Dios había instruido a los israelitas para que le construyeran un “santuario”, o tienda, a fin de que pudiera habitar “en medio de ellos” (Exo 25:8). Así como en el pasado la presencia divina había aparecido en la forma de la gloria por encima del propiciatorio, sobre el arca, y en otras partes (ver com. Gen 3:24; Exo 13:21), así también ahora la misma gloria se había manifestado en la persona de Jesús. Juan y sus discípulos fueron testigos oculares de este hecho, y para ellos ésta era una evidencia incontestable de que Jesús provenía del Padre. Una gloria tal no podría haber provenido de otra fuente. Es digno de notarse que en hebreo la palabra mishkan, “morada”, “tienda”, “tabernáculo”, se deriva de shakan, “morar”, “habitar”. En griego sk’n’ “tienda”, “tabernáculo”, también se relaciona con sk’nóō, “acampar”, “hacer un tabernáculo”, y, por lo tanto, “morar” o “habitar”. En lo pasado la gloria divina, la santa “presencia”, había morado entre el pueblo escogido en el tabernáculo literal. Ahora, así lo dice Juan, la misma gloriosa “Presencia”, Dios mismo, había venido para morar entre su pueblo en la persona de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. Se piensa que la “gloria” de que habla Pablo en Rom 9:4 debe identificarse con la gloria de la presencia divina sobre el arca del pacto, como también posiblemente la “nube de luz” que apareció durante la transfiguración (Mat 17:5). En el pasaje claramente mesiánico de Isa 11:1-10 se predice la venida del Mesías, y de él se dice literalmente, que “su habitación será gloriosa”. De acuerdo con Sal 85:9-10, el día de salvación traería nuevamente la “gloria” de Dios para habitar en “la tierra”, y en ese tiempo la “misericordia [o gracia, Heb. jésed, ver Nota Adicional com. Sal. 36] y la verdad [Heb. ‘émeth, ‘fidelidad’, ‘confiabilidad’]” se encontrarían (ver DTG 710). Las mismas dos palabras, jésed y ‘émeth, “misericordia” y “piedad”, se vinculan en la proclamación del “nombre” de Jehová, cuando a Moisés se le permitió que contemplara su “,gloria [Heb. kabod]” (ver com. Exo 33:22; Exo 34:6). Estos y otros pasajes mesiánicos del AT encuentran un paralelisrno muy estrecho con Jn 1:14, donde -en la encarnación- la gloria que podría haber procedido únicamente de la presencia del Padre se manifestó en el Verbo encarnado y “habitó entre nosotros”, “lleno de gracia [misericordia], y de verdad”. Cada fase principal de la vida de Cristo jugó un papel importante en la obra de la salvación. Su nacimiento virginal reunió las apartadas familias de la tierra y del cielo. Jesús trajo a la Deidad a la tierra a fin de que pudiera llevar consigo la humanidad de vuelta al cielo. Su vida perfecta como hombre nos da un ejemplo de obediencia (Jn 15:10; Jn 2:6) y santificación(Jn 17:19). Como Dios, nos imparte poder para obedecer (Rom. 8-34). Su muerte vicaria hizo posible que nosotros disfrutáramos de un tiempo de prueba (CMC 143) y que él justificara a “muchos” (Isa 53:5; Isa 53:11; Rom 5:9; Tit 2:14). Por fe en su muerte somos liberados de la culpa del pecado, y por fe en su vida, del poder del pecado,(Rom 5:1; Rom 5:10; Fil 4:7). Su gloriosa resurrección nos asegura que un día nosotros también seremos “revestidos” de inmortalidad (1Co 15:12-22; 1Co 15:51-55). Su ascensión confirma su promesa 882 de que volverá y nos llevará consigo ante el Padre (Jn 14:1-3; Hch 1:9-11) y así completará la obra de salvar a “su pueblo”. Estos cinco aspectos de la misión de Cristo en la tierra fueron anticipados en las profecías (Isa 9:6-7; 53; 61:1-3; Sal 68:18). ]

[V.24-> Siendo justificados. Los hombres no tienen nada por lo cual puedan presentarse como justos delante de Dios, por lo tanto la justificación tiene que ser algo gratuito. El hombre estará capacitado para aceptar por fe la justificación como un don gratuito únicamente cuando, con toda humildad, esté preparado para reconocer que se halla destituido de la gloria de Dios, y que no tiene en sí mismo nada que lo haga aceptable delante de Dios. Gratuitamente. Gr. dōreán, “gratuitamente, como regalo”. Compárese con el uso de esta palabra en Mat 10:8; 2Co 11:7; Ap 21:6; Ap 22:17. Gracia. Gr..járis, que aparece unas 150 veces en el NT. Pablo usa esta significativa palabra más que cualquiera de los otros escritores del NT: la utiliza unas 100 veces en sus epístolas; y Lucas, su íntimo colaborador, la usa unas 25 veces en Lucas y en Hechos. O sea que entre los dos la emplean más del 80 por ciento de todas las veces que aparece en el NT. “Gracia” de ninguna manera fue una palabra inventada por los apóstoles. Este término se usa mucho con una variedad de matices en la LXX, en la literatura griega clásica y posterior; sin embargo, el NT parece dar con frecuencia un significado especial a “gracia”, que no se encuentra plenamente en otras partes. ”Gracia” también significa “atractivo que tienen ciertas personas”, lo que da la idea de belleza, donosura, donaire, algo que deleita al que contempla. Compárese con “la gracia se derramó en tus labios” (Sal 45:2, LXX; cf. Pro 1:9; Pro 3:22). La misma idea se le da algunas veces cuando aparece en el NT Cuando Jesús habló en Nazaret, sus oyentes “estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca” (Luc 4:22). Pablo aconsejó a los creyentes de Colosas que sus palabras siempre debían ser “con gracia” (Col 4:6). ”Gracia” también da la idea de un sentimiento bello o agradable experimentado o expresado hacia otros, como bondad, favor, buena voluntad. José halló “gracia” ante Faraón (Hch 7:10; cf. Rom 3:46). Mientras los discípulos predicaban, despertaban “favor” -literalmente “gracia”- en toda la gente (Hch 2:47); y cuando Jesús era joven “la gracia de Dios era sobre él” (Luc 2:40). Este mismo sentido se observa en Luc 2:52, “en gracia para con Dios y los hombres”. Evidentemente, en estos textos de Lucas no cuadra la acepción “favor inmerecido”. La palabra “gracia” también se usaba como la manifestación de un sentimiento de buena voluntad al expresar agradecimiento. “¿Acaso da gracias al siervo?” (Luc 17:9). Con frecuencia se usa en el sentido de expresar gratitud a Dios: “Gracias sean dadas a Dios” 500 (1Co 15:57; 2Co 8:16; cf. Rom 6:17; 2Co 2:14; 2Co 9:15). Es, pues, claro que no es un “favor inmerecido” el que los mortales expresan ante Dios. ”Gracia” se usaba además como una expresión concreta de buena voluntad, para referirse a un regalo, un favor, una merced. Los judíos que comparecieron ante Festo le pidieron “como gracia” una medida contra Pablo (Hch 25:3); a su vez el apóstol habla del “donativo” (RVR), “generosidad” (BC), “liberalidad” (BJ), “obsequio” (NC), “beneficencia” (VM) que las iglesias habían reunido para los pobres de Jerusalén como “gracia” (1Co 16:3; cf. 2Co 8:4; 2Co 8:6-7; 2Co 8:19). Ninguna de las formas mencionadas difiere de las maneras en que se usa esa palabra en otros pasajes de la literatura griega. El significado peculiar añadido al término “gracia” en el NT -y especialmente en los escritos de Pablo- se refiere al abundante amor salvador de Dios para los pecadores según se revela en Jesucristo. Como “todos hemos pecado y estamos destituidos de la gloria de Dios” (Rom 3:23), es obvio que los hombres pecadores no merecen en lo más mínimo una gracia tal ni la amante bondad de Dios. Los hombres han vivido odiando a Dios y en rebelión contra él (Rom 1:21; Rom 1:30; Rom 1:32), han pervertido su verdad (Rom 3:18; Rom 3:25), han preferido adorar a cuadrúpedos y a reptiles (Rom 3:23); han deshonrado la imagen divina en sus propios cuerpos (Rom 3:24-27), han blasfemado el nombre de Dios (Rom 2:24) y hasta lo han despreciado debido a su paciencia y longanimidad (Rom 3:4). Finalmente dieron muerte a su Hijo enviado para salvarlos (Hch 7:52). Pero a pesar de todo, a través de ese proceso Dios a continuado considerando al hombre con amor y bondad, para que la revelación de su misericordia pudiera inducir a los hombres al arrepentimiento (Rom 2:4). Esta es la gracia de Dios de acuerdo al significado peculiar que tiene en el NT. No es únicamente el favor de Dios para los que podrían merecer su aprobación; es su amor transformador, ilimitado y que todo lo abarca, para los pecadores -hombres y mujeres- y la buena nueva de que esta gracia, tal como se revela en Jesucristo, es “poder de Dios para salvación” (Rom 1:16). No comprende sólo la misericordia y buena voluntad de Dios para perdonar, sino que es también un poder activo, vigorizante y transformador para salvar. Por eso puede llenar a una persona (Jn 1:14) y ser dada (Rom 12:3), todo lo abarca (2Co 12:9; cf. Rom 5:20), reina (Rom 5:21), enseña (Tit 2:11-12), afirma el corazón (Heb 13:9). En algunos casos, “gracia” parece casi equivaler a “Evangelio” (Col 1:6) y, en general, a la obra que Dios ejerce(Hch 11:23; 1Pe 5:12). “La gracia divina es el gran elemento de poder salvador” (OE. 72). “Cristo dio su vida para ser posible que el hombre fuese restaurado a la imagen de Dios. Es el poder de su gracia el que une a los hombres en obediencia a la verdad.” (CM. 236). Redención. Gr. apolútōsis, “rescate”, “liberación mediante un rescate”. Es una palabra griega compuesta de apó, “procedente de”, y lútrōsis, afín de lútron, “rescate”. Lútron es un término común en los papiros para describir el precio de compra de los esclavos libertados. Se usaba para referirse a la liberación de la esclavitud o cautiverio, o de un mal de cualquier naturaleza, y generalmente implicaba la idea del pago de un precio o rescate. “Redimir” deriva de un verbo latino que significa “comprar de vuelta”, “rescatar”. En el AT el gran acto simbólico que representaba la redención fue la liberación de los israelitas de Egipto. Jehová, como el redentor o libertador, prometió: “Os redimiré con brazo extendido” (Exo 6:6; cf. Rom 15:13). El propósito de la redención era la consagración de Israel al servicio de Dios (Exo 6:7); y para que los israelitas disfrutaran de la redención debían, como un acto de fe, asperjar en sus umbrales la sangre del cordero pascual y comer su carne (Exo. 12). Esos símbolos se cumplen en la redención del hombre, rescatado del pecado y de la muerte. Jesús es “el Cordero que fue inmolado” (Ap 5:12; cf. Jn 1:29; 1Co 5:7; 1Pe 1:18-19). El NT enseña con claridad que se pagó un rescate o precio por nuestra redención. Jesús declaró que el Hijo del hombre vino “para dar su vida en rescate por muchos” (Mar 10:45). Pablo habla de Cristo como de Aquel “que se dio a sí mismo en rescate por todos” (1Ti 2:6). Se habla de los cristianos como “rescatados” (2Pe 2:1; o “adquiridos”, BJ), o “comprados por precio” (1Co 6:20). “Cristo nos redimió de la maldición de la ley hecho por nosotros maldición” (Gal 3:13). De modo que, en un sentido, la justificación no es gratuita, pues se ha pagado un grandísimo precio por ella: los 501 sufrirnientos y la muerte de Cristo. Pero es gratuita para nosotros, pues no tenemos que pagar su costo, pues ya fue pagado por el Hijo de Dios. Esta redención nos rescata del pecado (Efe 1:7; Col 1:14; Tit 2:14; Heb 9:15; 1Pe 1:18-19), de la corrupción y de la muerte (Rom 8:23), y finalmente nos liberará de nuestra mala condición actual y nos llevará a un estado de gloria y bienaventuranza (Luc 21:28; Efe 4:30). Cristo nos redime del castigo del pecado por medio de la justificación; nos salva del poder del pecado mediante la santificación; y nos redimirá de la presencia del pecado con su segunda venida y la resurrección de los suyos. Nuestra aceptación ahora del plan divino de la redención que libera del pecado requiere, como en el caso de los israelitas cuando fueron liberados de Egipto, que ejercitemos fe, que reconozcamos y aceptemos personalmente a Jesús como nuestro Redentor, con todo lo que implica tal decisión. En Cristo Jesús. Jesús “nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1Co 1:30). Es esencialmente y al mismo tiempo el Redentor (Tit 2:14) y el precio del rescate (1Ti 2:6). No es entonces de admirarse que Pablo exclamara: “Cristo es el todo, y en todos” (Col 3:11). El apóstol no se estaba colocando dentro de una estrecha limitación cuando declaró que estaba dispuesto a “no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1Co 2:2), pues conocer bien a Cristo es conocer todo el plan y programa de Dios para la restauración del hombre. No hay sabiduría mayor que ésta. ] 

[V.3-> Gracia. Gr. járis, palabra que aparece 164 veces en el NT. En la RVR se ha traducido como “gracia” en unos 130 casos. También se ha traducido como “favor” (Hch 2:47), “mérito” (Luc 6:32), “congraciarse” (Hch 24:27; Hch 25:9, donde járis está acompañada de un verbo); “gracias” (Rom 7:25, con el sentido de “gratitud”), “agradecimiento” (1Co 10:30), “donativo” (1Co 16:3), “privilegio” (2Co 8:4). Aunque se combinaran todas estas palabras con todos sus matices de significado, se estaría Lejos de presentar la gloria, maravilla, alegría, gratitud y gozo que se despiertan en la mente de aquel que capta una vislumbre de la revelación de todos los incomparables atributos de Dios que se manifiestan en su bondadoso trato con el hombre mediante Jesucristo. Todos ellos están sintetizados en la palabra járis. Los antiguos griegos, que adoraban la belleza, usaban járis para sugerir un sentimiento de belleza o deleite. Esta idea después fue transferida al objeto que producía el sentimiento de belleza. El significado se amplió para incluir gratitud, gracias, agradable donaire y agrado. La palabra indicaba en sentido material una merced concedida o un favor que se había hecho. La iglesia cristiana primitiva asimiló esta útil palabra y aplicó los matices de significado de naturaleza amable, afectuosa y agradable y de una disposición bondadosa, a la actividad mutua de los cristianos. El término se usó en forma más particular para expresar la conducta de Dios hacia el hombre pecador, tal como se revela en Cristo, como favor espontáneo. Este favor de Dios para con el hombre en ninguna manera depende de la condición de éste; es decir, que ni los esfuerzos humanos para ganar la gracia mediante obras de justicia ni los fracasos para alcanzarla, 657 afectan las manifestaciones del favor de Dios para con él. Por lo tanto, le corresponde al hombre aprovechar la gracia si así lo desea. Su grado de pecaminosidad no influye en la disposición de Dios de ser bondadoso con el hombre por medio de Jesús. Ver com. Rom 1:7. Paz. Gr. eir’n’, de donde deriva el nombre Irene. En el NT eir’n’ significa completa ausencia de todo lo que disturbe o interrumpa la obra plena del Espíritu Santo en la vida del individuo, por la cual el alma queda en perfecta armonía con su Creador. J. H. Thayer define así esta palabra: “El estado de tranquilidad de un alma segura de su salvación mediante Cristo, y que por lo tanto no se siente temerosa de Dios y está contenta con su suerte terrenal, cualquiera que ésta sea”. Ver com. Rom 1:7. ] 

[V.6-> Cristo como hijo. Cristo es mayor que Moisés así como un “hijo” es mayor que un “siervo” (Heb 3:5; cf. Gal 4:1). Moisés demostró ser “fiel” como “siervo”, y Cristo como “hijo” (Mat 21:34-37; cf. Gen 15:2-4; com. Heb 1:5; Heb 5:8). Acerca de Cristo como el Hijo de Dios, ver com. Luc 1:35; Jn 1:14. Su casa. Ver com. Heb 3:2; cf. Heb 10:21. La cual casa somos nosotros. La “casa” sobre la cual Moisés fue supervisor era la “casa de Israel” (cf. Heb 8:8). La “casa” sobre la cual preside ahora Cristo es la iglesia cristiana (Efe 2:19-22; 1Pe 2:5). Retenemos. Ver com. Mat 24:13; Heb 10:35-36; cf. Ap 3:11. Firme hasta el fin. La evidencia textual se inclina (cf. p. 10) por la omisión de estas palabras. Las omite la BJ. La misma frase está plenamente confirmada en el Heb 3:14. Ver com. Mat 24:13; Ap 2:10. Confianza. Gr. paressía, “osadía”, “valor”, “confianza” (ver com. Hch 4:13; cf. Heb 4:16; Heb 10:19; Heb 10:35). Esta “confianza está constituida por la convicción en el corazón del cristiano de la certeza de las cosas que ha podido creer acerca de Cristo. El creyente tiene el privilegio de disfrutar de la bendita seguridad de haber sido aceptado por Dios (ver com. Jn 5:10-12). Atesora en su corazón “las arras del Espíritu” (ver com. 2Co 1:22) y tiene la “certeza” (“garantía”, BJ, NC) de las cosas que espera (ver com. Heb 1:1). El gloriarnos. Gr. káujema, ‘jactancia”,,”regocijo”, “orgullo”. El verbo afín kaujáomai se traduce de diversas formas: “regocijarse”, “gloriarse”, ‘jactarse”, etc. (ver com. Rom 5:2). Compárese con el “gloriarse” (kaujáomai) de Pablo en la cruz de Cristo (Gal 6:14). El cristiano debe sentirse orgulloso en sumo grado por la esperanza cristiana y regocijarse en ella. Esperanza. Ver com. Rom 5:2-5; Rom 8:24; Efe 1:18. La esperanza del cristiano se centra en el “apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión”, en “la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, en “la resurrección de entre los muertos” y en la vida eterna (Heb 3:1; Tit 2:13; Tit 3:7; Fil 3:11; 1Co 15:12-23). Los cristianos tienen buenas razones para ser la gente más feliz y optimista del mundo. ‘ ] 





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